Excusas para no pensar (18 page)

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Authors: Eduardo Punset

Lo que nos separa del chimpancé es nuestra capacidad de imaginar. Ellos también se reconocen en el espejo, y de ahí muchos científicos deducen que también tienen conciencia de sí mismos. Pero no pueden imaginar mundos distintos al suyo, como el más allá. Ahora que los mundos creados toman forma de simulación digital, no deberíamos poner el grito en el cielo. Siempre han existido representaciones, y la virtual es una más.

Itinerario 6

Los secretos de la vida en la Tierra

Un planeta en peligro

Donde haya agua, o la promesa de agua en la Tierra, hay vida, como mínimo en forma de bacterias u hongos microscópicos. La hay desde la Antártida hasta el Polo Norte, desde la cima del Everest hasta las profundidades de los océanos, a once mil metros bajo la superficie del mar. Éste es uno de los grandes patrones de la Tierra: la vida envuelve cada rincón del planeta.

Todo este capital está en peligro. Hemos sufrido cinco grandes extinciones en los últimos 450 millones de años. La última, en la época de los dinosaurios hace 65 millones, fue causada por un meteorito gigante. Hace tan sólo unos 10.000 años, los seres humanos colonizaron completamente el planeta por medio de la revolución agrícola. Tal vez la vida, hace 10.000 o 20.000 años, hubiese tenido su punto álgido de diversidad, pero aparecimos nosotros, y nuestro efecto es el de un nuevo gran meteorito. Hoy en día, la alarmante reducción de la biodiversidad provocada por la acción humana nos aboca al umbral de la sexta extinción.

La superpoblación de humanos ha creado un cuello de botella —así lo llama Edward Wilson, profesor emérito de la Universidad de Harvard— que destruye gran parte del entorno natural y de las especies. Permitimos esta situación para poder habitar en la Tierra, aunque si todas las personas del mundo, unos 6.700 millones, quisieran vivir con los parámetros consumistas de gran parte de Occidente, necesitaríamos los recursos naturales de cuatro planetas Tierra más. Nuestro comportamiento actual nos beneficiaba en un sentido darwiniano, cuando la humanidad estaba evolucionando y vivíamos en pequeñas tribus, porque era cuestión de supervivencia, y el método de colonización era expeditivo y eficaz. Si sólo pensamos a corto plazo, nos basta con asegurar la supervivencia de un día para otro, pero entonces sólo se contempla el futuro de la siguiente generación en un espacio geográfico pequeño —nuestra comunidad o nuestro país—. El resultado de esta visión estrecha es que cometemos errores terribles en la planificación económica y en el reparto de recursos. Según Wilson, el motivo de que nos encontremos ante las primeras etapas de la sexta extinción, es que los humanos estamos reduciendo la biodiversidad del planeta, un factor fundamental para nuestra supervivencia.

La inmensa riqueza del planeta

El estudio de las diferentes formas de vida nos ha permitido descubrir cómo han ido evolucionando, desde las más sencillas —las bacterias— a las más complejas. Y a pesar de que nos parezca que los conocemos a todos, en realidad sólo somos capaces de identificar con un nombre al 10 por ciento de los organismos vivos del planeta. El 90 por ciento restante todavía son un misterio. La inmensa mayoría de ellos no son visibles a simple vista, pero su importancia es vital para nuestra existencia. Se encargan de reequilibrar los diferentes componentes de la atmósfera, purifican el aire que respiramos, reciclan los desechos de la naturaleza para que, a partir de la materia orgánica muerta, pueda volver a nacer la vida. Cuantas más especies vivan en un ecosistema, más productivo y estable será éste, y mayor capacidad de recuperación en caso de darse una sequía, un incendio o cualquier otra circunstancia que ponga en peligro su equilibrio.

Por tanto, si disminuye la biodiversidad, si se extinguen algunas especies, la efectividad del sistema puede verse afectada y con ella nuestra propia existencia. Los científicos han comenzado a darse cuenta de esto.

Algunas de las tareas que la naturaleza nos resuelve sin que nos percatemos son la regulación de la atmósfera y el clima, la purificación del agua dulce, el enriquecimiento del suelo, el reciclaje de los nutrientes, la detoxicación de los desechos, la polinización de los cultivos y la producción de leña, alimentos y combustibles. Así de importante es la biodiversidad del planeta.

La conservación del medio ambiente, sin embargo, no tiene por qué estar reñida con las leyes de la economía. Un equipo de economistas y biólogos ha estimado el valor en dólares del mundo natural que destruimos (el agua, el aire y el suelo). Los cálculos arrojaron una cifra equivalente al producto bruto anual mundial. Los procesos naturales que estamos destruyendo —el enriquecimiento natural del suelo, la regulación del clima o la depuración del mismísimo aire que respiramos— son servicios que la Tierra nos ofrece de forma completamente gratuita. A medida que destruimos el mundo natural, nos vemos obligados a reemplazarlo por nuestra propia maquinaria económica; por ejemplo, tenemos que depurar el agua pura que contaminamos con dispositivos de filtración que cuestan cientos de millones de euros.

Paso a paso, estamos convirtiendo la Tierra en un lugar donde no podemos asentarnos y dejar que la naturaleza siga su curso y nos suministre todos los servicios necesarios para la regulación natural de la vida, para la convivencia de las especies. Nos vemos obligados a vivir como si habitásemos en el espacio, encerrados en un vehículo espacial, siempre pendientes de arreglar, medir y discutir qué podemos hacer para que las cosas funcionen de nuevo. Esto es de locos y parece que hemos olvidado algo muy importante: en el pasado, no había nadie que se interesara por la Tierra como un sistema en funcionamiento; para la mayoría, era un simple paisaje.

El dióxido de carbono en la Tierra está aumentando como consecuencia de nuestra forma de vida. La destrucción del hábitat —por ejemplo, la pérdida de la selva amazónica— no sólo impide el sustento de las personas, sino que afecta al clima y al bienestar del mundo entero.

Posibles respuestas

La solución para estos problemas podría venir de la ciencia y de la tecnología. Hace doscientos años éramos mil millones de habitantes en la Tierra; ahora somos más de seis mil millones. Ejercemos tanta presión sobre ella que nos veremos obligados a recurrir a la tecnología para subsistir. Podríamos, por ejemplo, obtener mucha más comida gracias a la industria química y biotecnológica. También deberíamos controlar nuestro rechazo a la energía nuclear. Tenemos razones de peso para temer la guerra nuclear, tan destructiva para la civilización; pero la nuclear es la única fuente de energía que no daña la atmósfera.

Otra solución podría venir del profesor de química George Whitesides y su grupo de investigación de la Universidad de Harvard, que estudian la posibilidad de utilizar la fotosíntesis aplicada al desarrollo energético. Whitesides está trabajando con la hipótesis de usar la misma energía solar que las plantas y transformarla en hidrógeno, oxígeno o gas natural, aunque todavía no han descubierto el proceso químico para realizar esta fotosíntesis en un contexto no natural.

Por tanto, sí que existen salidas a nuestro desarrollo, pero están basadas en la tecnología, no en su abandono. Hay otra solución: no hacer nada confiando en que cuando llegue el momento de la gran crisis planetaria, la gente y los gobiernos reaccionarán y aceptarán los sacrificios necesarios para sobrevivir

Aunque para entonces, tal vez, será demasiado tarde.

El ciclo vital

El cambio de mentalidad a la hora de observar nuestro planeta se produjo cuando el hombre fue por primera vez al espacio. Desde aquella perspectiva se pudieron fotografiar la Tierra y la Luna a la vez. La primera era nuestra casa, la misma que estamos destruyendo, un planeta cálido, con vida y muerte. La Luna, inerte y fría, simplemente existía.

Hace mucho tiempo, la gente pensaba que la vida se adaptaba a las condiciones físicas y químicas del planeta y que eso era todo lo que se podía hacer. Lo animado se pegaba al perfil terráqueo como una lámina. Ahora sabemos que, hasta cierto punto, es la vida la que crea el perfil, y por eso la Tierra se ha convertido en un planeta tan diferente de nuestro satélite. O de Marte. O de todos los que componen nuestro sistema solar.

Las rocas surgen en la superficie de la Tierra y luego sufren la erosión de los elementos. Esta acción erosiva va destruyéndolas lentamente hasta convertirlas en escombros, que son arrastrados por el agua hasta llegar al mar, en cuyo fondo se depositan formando gruesas capas, una auténtica alfombra. Pero el fondo del océano está en movimiento debido a las fuerzas tectónicas: el calor que se genera en el centro de la Tierra calienta las rocas, que se mueven otra vez hacia los continentes y suben, se funden o a veces sufren una metamorfosis, convirtiéndose en granito. Unos cien millones de años después vuelven a aparecer por la superficie y todo el material comienza a erosionarse de nuevo. Es el ciclo de las rocas.

Otro ejemplo de metamorfosis es el que sugieren los Picos de Europa, cuyo nombre les viene de ser la primera visión de Europa que tenían los antiguos exploradores cuando regresaban en barco de las Américas: unos inmensos bloques blanquecinos de roca caliza. Estar allí es increíble, y las vistas son maravillosas; pero lo que es verdaderamente fascinante es saber de dónde demonios sale toda esa mole caliza. En este caso, se trata de una demostración del poder de las bacterias. Se suele creer que estos microorganismos sólo provocan enfermedades y que son una maldición, pero la realidad es mucho más sutil. De hecho, las bacterias han creado todas estas robustas y atractivas rocas que ahora utilizamos como elementos decorativos en los edificios y que son todo bacterias.

Las rocas tienen nutrientes —calcio, sodio, potasio y el resto de minerales, que también nosotros necesitamos para seguir vivos— y los microorganismos, las bacterias o los líquenes se las comen para obtener de ellas los minerales, que en algunas ocasiones son su única fuente de recursos. Son especialistas en devorarlas.

Entonces, siguiendo su ciclo vital, mueren o les pasan los nutrientes a otros organismos, siendo arrastradas hacia el mar. Y entonces ya está todo listo para que brote una nueva vida. Sin esta metamorfosis, por ejemplo, el mar no tendría peces.

Las bacterias se nutren de las rocas y hacen que haya alimentos disponibles para todo lo que tiene vida en la biosfera. Y luego las profundidades del mar actúan como el desguace de todo el sistema: es allí donde toda la superficie se regenera, se limpia y vuelve a reaparecer en tierra de nuevo.

Desde el punto de vista biológico, el ciclo de las rocas es esencial, ya que sin él, sin la tectónica, sin los
tsunamis
y todas estas catástrofes y terremotos no habría vida. La vida surge sólo donde hay imperfecciones y deberíamos aprender a respetarlo.

Estas enormes y maravillosas montañas son una gran demostración del poder de las bacterias.

© Getty Michael Busselle – Getty Images

El paleontólogo Richard Fortey asegura que la gran historia del mundo, que transcurre durante cuatro millones de años, es la historia de los continentes juntándose y separándose de nuevo, y luego acercándose otra vez, a medida que cambia la configuración de las placas tectónicas. Este movimiento es el que ha producido las cordilleras, los tipos de rocas, la vegetación… Todo lo que vemos.

Otro ejemplo espectacular de cómo se formó la Tierra y cómo evoluciona lo encontramos en las islas de Hawai. Son un ejemplo de cómo la geología se expresa en su máxima simpleza: erupciones simples, generación de nueva corteza y hundimiento bajo las olas. Allí puede verse este proceso porque es un sitio de erupción volcánica continua, donde el material del manto, el material profundo, aflora a la superficie para crear la nueva superficie de la Tierra. Además, desde allí se ve la evolución de la cadena de islas hawaianas, y da una idea del tiempo geológico: en la isla más grande, la lava nueva sale continuamente al exterior y crece, pero las otras islas, que ahora son volcanes muertos, se están hundiendo por su propio peso, en parte, y también como consecuencia de la erosión: se sumergen en el mar.

Cambio climático: una amenaza real

Robert Fitz Roy pasó a los anales de la historia como el comandante del
HMS Beagle
, el barco que utilizó Darwin en sus famosas expediciones. Pero lo que realmente le gustaba a este hombre era la meteorología. Así que cuando se cansó de la Marina, creó, según dicen, el primer observatorio meteorológico del mundo. Al parecer, Fitz Roy pensaba que podía pronosticar el tiempo, pero fracasó tantas veces que al final acabó suicidándose.

Esta historia triste nos remite a un tema importante: la diferencia que hay entre clima y meteorología. Es imposible pronosticar el tiempo con total exactitud —como mucho con un par de días de antelación—, pero los cambios a largo plazo, es decir, los cambios climáticos, se pueden predecir mejor. Éste es un sistema complejo, y las medias que esperamos —el clima— no siempre concuerdan con lo que observamos —el tiempo.

El calentamiento global es un hecho. El efecto de los gases invernadero, del dióxido de carbono que llega a la atmósfera procedente de la industria y de los coches, entre otras fuentes de contaminación, está provocando un ligero calentamiento del planeta. Por ligero me refiero a unos 0,8 °C, o sea, menos de un grado. Mucha gente piensa, obviamente, que menos de un grado no es nada, que ni siquiera se nota; o incluso que a algunos países fríos no les viene nada mal. Lo fundamental es comprender que el clima nos afecta a través de cambios climáticos extremos. Son las catástrofes meteorológicas, como los huracanes, las olas de calor, las grandes tormentas, las que acaban causando daños y afectando a las personas. El calentamiento global, sencillamente, multiplica la posibilidad de que esas catástrofes ocurran.

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