Fabulosas narraciones por historias (14 page)

—¿Alguien sabe lo que son las culebrillas? —preguntó zumbón don Gerardo Buche; pero nadie pudo contestar ni reírse porque en ese momento entró en el Jute Pascual, un pobre loco, muy popular en el café y en todo el vecindario, que llevaba siempre un casco de motorista. Pascual recorría el barrio, tienda por tienda, anunciando cada día un acto cultural diferente. Aquel día, desde la puerta del Jute gritó:

—¡Queremos anunciarles que tenemos hoy un entierro, en el que será enterrado, si Dios quiere, el señor Ortega y Gasset, muerto en acto de servicio! Todo el que quiera venir a enterrarle, puede. Adiós.

Dicho lo cual, se marchó por donde había venido. El anuncio provocó algunas risas entre clientes y camareros; pero otros, como el señor Iglesias, se escandalizaron:

—¡Tendrían que hacer algo con ese pobre! ¡Miren que si llega a estar esta tarde con nosotros ese incansable luchador por la europeización cultural de España que es don José Ortega y escucha esto! ¡Qué bochorno! —se quejó; y después de cabecear en señal de desaprobación, añadió:

—Ayer dio, por cierto, una magistral conferencia, a la que no falló ni un residente.

—Por cierto, leí su cartel, señor Iglesias —le dijo don Carlos Hernando, cambiando de tema.

—¿Y qué le pareció?

—Muy bueno.

—¿Le gustó aquello de que don José expondrá sus conocidas ideas sobre el objeto artístico que para él sólo es arte en la medida en que no es verosímil y por lo tanto no puede ser interpretado por todos?

—Me pareció sencillamente genial, y a don José me consta que también le gustó mucho.

—¡No me diga! —exclamó el señor Iglesias, henchido de vanidad.

—Como lo oye. Dicen que está pensando incluir sus palabras en las solapas de su último libro —le confió, cómplice, don Carlos Hernando en un susurro. El señor Iglesias no podía dar crédito a lo que oía; alzó los ojos y se dijo que, si eso llegaba a suceder, podía morir tranquilo, seguro de haber alcanzado la cumbre de su buena fortuna. Luego volvió en sí con el alma henchida; y en un acceso de generosidad y altruismo prometió solemnemente a los presentes invitarlos a un café con leche.

«Estimado Dr. Moore:

»Me dirijo a usted para hacerle partícipe de mi experiencia y alguna pregunta. Hasta los quince años viví como un adolescente más o menos normal. Yo era hijo único y tenía muchos problemas generacionales con mis padres. Las discusiones entre mi padre, mi madre y yo eran frecuentes. Además, mis padres también discutían mucho entre ellos por mi causa. Nuestras vidas, sin embargo, dieron un cambio radical cuando cumplí los dieciséis años.

»Me acuerdo de que era una tarde de julio muy calurosa y de que mi padre estaba de viaje. Él antes era tratante de calzado y viajaba mucho. Yo estaba tumbado en mi cama, reposando la comida, cuando mi madre entró en mi habitación y me dijo que quería hablar conmigo. Se sentó a los pies de mi cama y después de muchos rodeos me dijo que yo era adoptado. Lo encajé bastante bien. Luego ella me dijo que mi padre era impotente, y que llevaba años sin hacer el acto, y que no podía más. No lo encajé mal esto tampoco. A continuación me dijo que había decidido confesarme toda la verdad, porque deseaba que se la metiera hasta los huevos. No quito ni pongo rey: así me lo dijo. Se desnudó y allí mismo follamos, sin que yo pudiera hacer nada para impedirlo. Reconozco que fue para chuparse los dedos. Aunque a mí siempre me había atraído mi padre, mi madre, que es diez años menor que él, se conserva muy bien, y penetrarla no supone ningún castigo para nadie. Estuvimos haciendo el acto hasta que mi padre regresó de su viaje varios días después. Desde entonces fuimos perdiendo interés por todo lo que no fuera el acto y aprovechábamos cualquier momento para realizarlo. Durante varios meses vivimos como los cerdos: esperando sólo el momento de la comida y de la fornicación. Nos dimos cuenta de que sólo vivíamos para eso.

»Una noche teníamos tantas ansias del acto que mi madre le puso una infusión adormidera doble a mi padre, y follamos mientras él roncaba a nuestro lado. Disfrutamos tanto y nos volvimos tan locos que le tiramos de la cama y se despertó. Él siempre cuenta entre risas lo que vieron sus ojos: su mujer a cuatro patas estaba siendo penetrada por su hijo, quien con las yemas de los dedos de la mano derecha le estimulaba el ano a la vez que, con la mano izquierda, intentaba abarcar sus dos enormes tetas. Su mujer movía las caderas de arriba abajo y la cabeza hacia los lados, gritando a todo gritar, sintiendo, al parecer, el duro pene de su hijo dentro de ella. Mi padre siempre dice que yo galopaba a mi madre como un caballo salvaje. Él dice que se quedó contemplando la escena hasta que, a lo tonto, a lo tonto, se empalmó de aquí te espero. Se puso más contento que unas pascuas; se quitó el camisón y se nos unió metiéndosela por la boca a mi madre, que recibió encantada y ansiosa el pene erecto de su marido con ese gesto tan masculino que es empuñar una polla y chuparla con la boca a punto de reventar. Aquello sí que era una familia unida, comentó mi padre, y los tres reímos de buena gana. Aguantamos y aguantamos, y al final nos corrimos a la vez: una cosa, como he dicho, para chuparse los dedos. Mi madre dice que fue un detallazo que su marido le llenara la boca de semen a la vez que su hijo hacía lo mismo en su coño. También tengo que confesar que yo aproveché para penetrar a mi padre, como había deseado desde niño. Total que, entre unas cosas y otras, estuvimos liados toda la noche. El final de la historia se la puede usted imaginar: por el día cada uno de nosotros cumple sus obligaciones, y por la noche somos muy felices los tres. Mi padre ha cambiado de trabajo y ya no viaja tanto.

»Desde entonces no hemos vuelto a tener ningún problema entre nosotros. Se acabaron los choques generacionales y los enfados conyugales. La otra noche, mientras yo se la metía por el culo a mi madre y mi padre por el coño, éste (mi padre, quiero decir) preguntó:

«Piluca, mi amor, ¿se puede saber por qué le dijiste al niño esa tontería de que es adoptado y de que yo soy impotente?

«Mi madre, a la que le cuesta un montón hablar cuando se está muriendo de gusto, logró exclamar:

»¡Ay, qué coño! ¿Tú crees que si no me hubiera inventado todo eso estaríamos ahora tan unidos?

»Mi padre y yo nos echamos a reír. ¿A usted no le hace gracia? ¿Qué le parece que mi madre me haya mentido? ¿Puedo seguir confiando en ella? ¿Cuál es la mejor postura para la doble penetración? ¿Piensa que la familia es el pilar fundamental de la sociedad?

Virgo. Madrid.

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«OPINA EL DR. MOORE:

»La carta de nuestro amigo Virgo de Madrid ejemplifica de modo singular algo que he venido repitiendo en estas páginas desde el primer número de
La Pasión:
la doble penetración no tiene por qué ser dolorosa para la mujer. Hay que ejecutarla adecuadamente, eso sí. He recibido cientos de cartas de nuestros lectores preguntando por la mejor postura para proceder a un coito doble. Aprovecho, pues, la carta de nuestro amigo Virgo de Madrid para repetirlo una vez más: quien vaya a penetrar vaginalmente, por favor, que se ponga en decúbito supino; la mujer, que monte a horcajadas; y quien vaya a penetrar analmente, que se sitúe tras la mujer, de pie, con las piernas ligeramente flexionadas. Repito: tras la mujer. Ésta, con uno de los penes ya en su vagina, se dejará caer hacia delante provocando una elevación de la pelvis y, consiguientemente, del ano, por donde se introducirá el segundo de los penes en juego. Por favor, que sólo se mueva el que penetra analmente, ya que su vaivén provocará el placer del resto; esto es así. De lo contrario, podrían producirse lesiones, lo he dicho mil veces. Aclarado este punto, pues, continúo con el comentario de la interesante carta de nuestro amigo Virgo de Madrid. La otra consideración que podría hacerse de esta epístola es el mito del incesto. Se han descubierto tribus primitivas en la selva más occidental de Brasil para las que el incesto no es delito; todo lo contrario: la cópula materna, paterna y fraterna constituye el rito de iniciación que marca el paso de la niñez a la adolescencia. En muchos pueblos es lícito el comercio sexual entre padres e hijos. Brancroft, en su libro
Las razas indígenas de los estados de la costa del Pacífico de América del Norte,
1885, tomo I, 22, atestigua la existencia de tales relaciones entre los kaviatos del Estrecho de Behring, los kadiakos de cerca de Alaska y los tinnehs, en el interior de la América del Norte británica. Letourneau ha reunido numerosos hechos idénticos entre los indios chippewas, los cucús de Chile, los caribes y los karens de la Indochina. Y me dejo en el tintero los relatos de los antiguos griegos y romanos acerca de los partos, los persas, los escitas, los hunos, etc. El tabú del incesto es, por lo tanto, una costumbre social, como lo es también la prohibición en Occidente de eructar en la mesa o de escupir en el suelo. La carta de nuestro amigo Virgo de Madrid nos demuestra que algunas veces el amor en familia puede ser más satisfactorio que el que buscamos más allá de los vínculos familiares, por presión social. Es más, la cópula con el padre, la madre, etc. puede ser el remedio ideal para eso que llamamos hoy problemas generacionales. Una cosa sí es cierta, y es que, desde que hemos entrado en el dichoso siglo XX, la desintegración de los valores familiares va cada vez a más. Si la familia desaparece, este desastre traerá como consecuencia la desintegración del individuo. No te quepa duda, querido amigo Virgo de Madrid, de que la familia es el pilar fundamental de nuestra sociedad y de nuestra civilización. Por eso, yo veo con buenos ojos vuestra iniciativa, que contribuye, como tú mismo dices, a crear un ambiente de felicidad dentro del núcleo familiar. Podemos estar bien seguros de que el vuestro perdurará a través de los años. Yo, desde estas páginas, así lo deseo. En cuanto a las mentiras de tu madre, no les des más importancia de la que tienen: confía en ella. Una madre sabe mejor que ninguna otra mujer lo que te conviene.»

«Historias»,
La Pasión,
26 (octubre de 1923), págs. 27-31.

Se encontraron por primera vez en el Patria Querida de pura casualidad. Santos y Pátric habían estado fumando en silencio. Santos ya no sabía qué hacer. Le había vuelto a decir venga, Pátric, anímate, que ya verás como el que ríe el último ríe mejor; y le había invitado a cenar a La Posada del Vacas. Patricio había dado una calada profunda a su cigarrillo y soltado el aire largamente. Todo eso le olía muy mal, había dicho; desde su pelea con el Cantos y su salida del Sindicato, no habían dejado de perseguirle y de joderle; primero habían sido los suspensos; luego el intento de expulsión; y a continuación eso; y todo porque no les bailaba el agua y porque escribía otro tipo de literatura, porque amaba su ritmo y su independencia. Venga, dúchate, y nos vamos a cenar a La Posada del Vacas, había insistido Santos. Finalmente, sin voluntad, Patricio le había hecho caso y se había metido en la ducha. Mientras sentía el agua resbalando por su cuerpo, había pensado qué pasaría si, de los dos, el genio fuera Federico; y también se había preguntado qué sucedería si diera rienda suelta a su sed de venganza, a su necesidad de reparar, como si de un himen se tratara, la vanidad maltrecha. Se había preguntado qué ocurriría si él fuera más joven, si no estuviera tan quemado y se uniera al ovejo ese, al tuerto que le había cortado los cojones al Olivitas; qué pasaría si él le metiera a Jiménez una pistola por el culo. Había sonreído, y el agua se había deslizado por sus pómulos como un caudal de abundantes lágrimas. Al salir de la ducha fue cuando le había propuesto a Santos cenar en el Patria Querida, en vez de en La Posada del Vacas, sin saber que era el cumpleaños del Poli y que allí se iban a encontrar con la Oposición y con el tuerto.

A las pocas semanas de curso, Martiniano se había convertido ya en un residente muy popular. Excepto el grupo de los Ultras, todos los demás, incluido el Sindicato, se habían disputado su amistad. Los Republicanos habían querido hacer de él un héroe, un leader político, y le habían pedido que participara en las actividades del grupo. Martiniano se había negado. Mira, Temario, dicen que le había contestado cuando éste le ofreció la vicepresidencia contra la opinión del Kletto, tú quieres cambiar la Residencia, pero yo lo que quiero es destruirla; el ambiente aquí es nefasto, y, además, no soy republicano. El Cantos, que era muy astuto, se había dado cuenta de que era más práctico ser amigo que enemigo de un mochales como Martiniano, de modo que una noche se había acercado a su cuarto como si no hubiera ocurrido nada o para olvidar lo sucedido. Pero Martiniano no le había dejado ni entrar. Mira, chaval, le oyeron decir, tú eres un hijo de puta y además te huele el aliento, así que no me hables tan cerca; como me molestes otra vez o alguno de tus amiguitos se pase por aquí, prepárate para chupar mi pistola, que todavía sabe a mierda. Unos sostienen que el Cantos no había contestado; y otros, que le había amenazado con reventarle a hostias. El caso era que no lo había hecho y que no le había vuelto a molestar. Dicen que lo que sucedió en el restaurante del Palace muchos años después fue cosa del Cantos, que no olvidó nunca aquella humillación.

De los muchos que le habían cortejado a partir del incidente con el Olivitas, Martiniano sólo se había divertido con los alegres despreocupados miembros de la Oposición. Las veces que le habían invitado a cenar, lo había pasado tan bien comiendo, bebiendo y haciendo bromas inocentes de casi todo, que había empezado a frecuentarlos. Ellos no hablaban de la Residencia ni de sus estudios ni de política, sólo se reían y se burlaban unos de otros sin parar. El día del cumpleaños del Poli le habían dicho que se fuera con ellos, que el Poli se pagaba una cena en el Patria Querida; y allí estaba Martiniano con la Oposición en pleno cuando Santos y Patricio aparecieron en el restaurante.

Les invitaron a que compartieran su mesa, y aceptaron. Patricio enseguida advirtió la presencia del ovejo tuerto, y se sentó junto a él. Pidieron varias raciones de lacón para picar, fabada para dar y tomar, y unas cuantas botellas de ribeiro. El Ciruelo, sin embargo, prefirió pedir aparte:

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