Authors: John Norman
Thurnus me miró y gruñó:
—Te he dicho que me des de beber, preciosa —dijo, poniendo énfasis en la palabra “beber”.
—Perdóname, amo. —Volví a llenarle la copa de Ka-la-na.
Thurnus levantó la copa y yo me dispuse a escanciar el sul. Entonces él sostuvo la copa muy cerca de su cuerpo y yo tuve que acercarme más.
—Acércate más, preciosa —dijo Thurnus.
Yo me acerqué de rodillas, llevando el Paga. Iba vestida con la provocativa y escasa Ta-Teera, que tanto realza los encantos de una chica.
Tenía miedo de Thurnus. Le había visto fijarse en mí muchas veces.
Vertí el sul en su copa, inclinando la cabeza muy cerca de él. Mi pelo había crecido mucho desde que llegué a Gor, aunque aún lo tenía más corto que la mayoría de las esclavas, que llevan los cabellos largos y sueltos, o recogidos a veces con una cinta en cola de caballo. Mi pelo caía ante mis hombros sobre la Ta-Teera.
Mi amo y sus hombres se sentaban con las piernas cruzadas en el gran barracón de Thurnus. La cabaña era alta y de forma cónica, con suelo de tablas levantado algunos centímetros sobre la tierra para evitar la humedad y para proteger la casa de insectos y sabandijas. Ante la puerta de entrada había unos escalones estrechos y bastos, similares a los de la entrada de la mayoría de las cabañas de esta villa. Thurnus era jefe de casta. En el centro de la cabaña había una pieza redonda de metal en la que colocaban los braseros o unos pequeños hornos de cocina. Junto a las paredes se alineaban las pertenencias del señor de la casa. En algún lugar de la villa estarían los almacenes y los establos. El suelo estaba cubierto de esterillas. En las paredes colgaban pieles y enseres. En el techo había un agujero para dejar salir el humo. La cabaña, probablemente debido a su construcción, no era de ambiente cargado, y a pesar de no tener ventanas y de disponer de una sola puerta, no estaba oscura a esa hora del día. A través de la paja del techo y las paredes se filtraban los rayos del sol. En verano la cabaña es luminosa y aireada. Está construida de Ka-la-na y madera de tem. El tejado y las paredes se rehacen cada tres o cuatro años. En el invierno, que no es muy duro en estas latitudes, las cabañas se cubren de lonas pintadas o, entre las familias ricas, con pieles de bosko ricamente ornamentadas y barnizadas con aceite.
La villa de Tabuk se extiende unos cuatrocientos pasangs. El camino del Vosk fue el camino utilizado muchos años atrás por las hordas de Pa-Kur cuando se aproximaban a la ciudad de Ar. Nosotros habíamos viajado por el camino del Vosk antes de cruzar el río en barcas. El camino es muy ancho, y está señalado con piedras que marcan los pasangs. Supongo que, dada su naturaleza, es un camino militar que lleva hacia el norte, lo bastante ancho para que avance un batallón de guerra, con los miles de carros de suministros y las máquinas de asedio. Estos caminos permiten el avance rápido de miles de hombres, y son muy útiles también para la defensa de fronteras, para el encuentro de dos ejércitos, o para la expansión del imperialismo y la conquista de los débiles.
Thurnus me miró.
—Besa mi copa, esclava —me dijo.
Puse los labios en la copa que sostenía en la mano.
—Y no separes los labios de la copa —dijo Thurnus— hasta que te lo diga.
Me mantuve con los labios en la copa y la cabeza inclinada. Una esclava goreana no se atreve a desobedecer.
—Thurnus —dijo su compañera, una corpulenta mujer libre que estaba arrodillada a su lado. No parecía muy contenta.
Cerca de allí había una especie de corral donde Thurnus tenía a sus chicas. No atendía los campos él solo.
—Calla, mujer —dijo.
A un lado de la cabaña, sobre una pequeña mesa, había una piedra de formas irregulares que Thurnus había cogido de sus propios campos hacía años, cuando fundó la villa que sería la comunidad del Fuerte de Tabuk. Después de muchos meses de vagar con el arco a la espalda, la vara en la mano y el cinto lleno de semillas, había llegado, hacía ya muchos años, a un lugar que le agradó, situado en la cuenca del Verl. Había sido expulsado de la villa de su padre por cortejar a una mujer libre del lugar. Le había roto los brazos y las piernas a su hermano, y la mujer le había seguido convirtiéndose en su compañera. Con él habían ido también otros dos hombres y dos mujeres que vieron en él los rasgos de un jefe de casta. Habían vagado durante meses, siguiendo la cuenca del Verl, hasta llegar a un sitio de su agrado, donde los animales vadearon el río. No les siguió más allá, sino que clavó en el oscuro suelo la estaca amarilla de propiedad y permaneció allí junto a la estaca con las armas en la mano hasta que el sol alcanzó su cenit y luego se puso lentamente. Fue entonces cuando cogió de sus propias tierras la piedra que ahora descansaba en su cabaña. Era la Piedra del Hogar de Thurnus.
—Thurnus —dijo su compañera.
Él no prestó ninguna atención. Habían pasado muchos años desde que ella le siguiera desde la villa de su padre. Él la mantuvo a su lado, como es costumbre entre los campesinos. Ahora era una mujer descuidada y gorda, y no podría volver a la villa de su hermano.
Yo seguía con los labios en la copa de Thurnus, que se la acercó más a sí.
Thurnus era un hombre fuerte y necesitaría muchas mujeres, o pediría mucho de una sola mujer. Yo suponía que su compañera ya no le resultaba atractiva o tal vez, debido a su orgullo de mujer libre, fuera demasiado distante para merecer su atención. Para un hombre es más fácil ver a una mujer que está a sus pies suplicando atención.
—Eres una esclava muy bonita —me dijo Thurnus, tocándome la pierna.
Yo no podía hablar con los labios en la copa.
—¿Cómo se llama? —le preguntó Thurnus a mi amo.
—No tiene ningún nombre —respondió.
Melina, la compañera libre de Thurnus, se levantó enfadada y salió de la cabaña.
—Tal vez deberíamos darle un nombre —sugirió Marla.
—Quizá —dijo uno de los hombres mirándome.
—¿Qué tal Chica Estúpida? —preguntó Marla.
Los hombres se echaron a reír.
—O Chica Torpe —continuó ella.
—Sí, mejor —dijo un hombre.
Yo estaba furiosa con Marla, y celosa de ella. Era una esclava muy insolente. Si yo hubiese hablado tan frescamente y sin permiso, me habrían azotado.
Pero ella era la primera esclava.
—Tienes razón —dijo mi amo—. Es torpe y estúpida, pero también es cada vez más inteligente y más bella.
Enrojecí de placer al oírle.
—Vamos a darle un nombre más apropiado para una esclava que quizá algún día pueda complacer a los hombres.
Mis labios seguían en la copa de Thurnus, y no podía evitar sus caricias. Comencé a sentirme violenta.
Thurnus rió. Y entonces sugirió dos nombres, ambos bastante descriptivos y embarazosos.
Moví las piernas. ¡Estaba furiosa! Era una esclava, y no podía hacer nada.
Me enfurecieron igualmente las risas que despertaron las sugerencias de Thurnus, porque sabía que si me daban alguno de esos obscenos nombres, tendría que llevarlos.
—Pensemos un poco más —bromeó mi amo. Era Clitus Vitellius, de la Casta de los Guerreros, de la ciudad de Ar.
Thurnus se acercó un poco más la copa, obligándome a adoptar una postura más forzada. Me apoyaba con las manos en el brazo que sostenía la copa que yo cogía con los dientes.
—Marla es un bonito nombre —dijo mi amo mirando a Marla entre sus brazos—. ¿No crees que Marla es un nombre muy bonito para una esclava?
—Oh, sí, amo —susurró ella—. Marla es un nombre estupendo para una esclava —y empezó a besarle en el cuello y en la barbilla.
—Tal vez debería llamarla Marla —dijo él.
Y en ese instante supe que mi nombre sería Marla. Me estremecí.
—Pero ya tenemos a una Marla entre nuestras esclavas —sonrió mi amo.
Yo no sabía qué nombre me pondrían.
—Si esta esclava sin nombre te interesa —le dijo mi amo a Thurnus, señalándome con la cabeza—, puedes hacer con ella lo que quieras.
—Pero tú has venido para inspeccionar el eslín —dijo Thurnus riéndose.
—Es cierto —mi amo se encogió de hombros.
—No perdamos más tiempo jugando con las esclavas. —Thurnus me miró—. Puedes apartar los labios de la copa —me dijo.
Retiré los labios de la copa, y él dejó de tocarme y se levantó.
Me arrodillé en el suelo con los ojos muy abiertos. Hubiera querido rascar con las uñas las esterillas del suelo.
Mi amo se levantó también y con él sus hombres. Marla, enfadada, se arrodilló. Éramos sólo chicas, y los hombres tenían asuntos que atender más importantes que nosotras.
Yo hubiera querido rodar gritando por el suelo.
Miré la Piedra del Hogar. En esta cabaña Thurnus era el soberano. En esta cabaña, aunque Thurnus hubiera sido un rufián o un ladrón, era el Ubar, porque aquí estaba la Piedra del Hogar. Un palacio sin Piedra del Hogar no es más que una barraca, y una barraca con una Piedra del Hogar es un palacio.
En esta casa, en este palacio, Thurnus era el jefe supremo. Podía hacer lo que gustara. Sus derechos y su supremacía eran reconocidos por todos los huéspedes, que compartían la hospitalidad de su Piedra del Hogar.
Si Thurnus me hubiera reclamado a mi amo, me habría tenido de inmediato. Una negativa de mi amo habría supuesto una grosería inexcusable, una traición, una falta de hospitalidad y de buenas maneras.
Pero Thurnus, aunque yo estaba segura de que tenía bastante interés por mí, no me reclamó. Me pregunto si con su actitud hacia mí no habría estado probando a mi amo, con el fin de conocerle mejor. Thurnus me había impresionado por su astucia. Mi amo había respetado su casa y su soberanía. Satisfecho con el reconocimiento de su poder, Thurnus no me había reclamado. Habiendo conformado el respeto de mi amo por sus derechos, había preferido, magnánima y noblemente, no hacer uso de ellos. Y yo seguía siendo propiedad de mi amo. De esta forma los dos hombres se habían mostrado respeto, a la manera goreana.
Eta me había advertido que en la fiesta que se celebraría esa noche habría un intercambio de esclavas, y que las chicas de la villa estarían a la disposición de los hombres de mi amo, mientras que sus esclavas, entre las cuales me encontraba, estarían al servicio de los hombres de la comunidad.
Los hombres se disponían a salir de la cabaña. Mi amo chasqueó los dedos y Marla se levantó de un salto y se dirigió hacia la puerta. Los hombres la siguieron.
Me quedé a gatas con los ojos llenos de lágrimas. Extendí la mano hacia mi mano.
—Siento haberte hecho enrojecer, esclava —dijo Thurnus volviendo la cabeza hacia mí.
—Por favor, amo —susurré yo.
—No tiene importancia —dijo él. Luego se encaminó a las escaleras—. Vamos a ver el ganado.
Cuando me quedé sola en la cabaña empecé a dar puñetazos a las esterillas. Al poco tiempo entró uno de los hombres de mi amo y me ató las manos a la espalda.
—Enfurécete y agítate hasta la fiesta, bomboncito —dijo—. Y entonces estarás preparada.
—No me hagas correr, amo —gimió Collar de Esclava—. Una vez fui una mujer libre.
—A la línea —dijo mi amo.
Collar de Esclava se puso en la larga línea trazada en tierra en la villa del Fuerte de Tabuk. Iba vestida con los restos de lo que habían sido sus prendas interiores bajo la ropa de compromiso. Las mangas estaban desgarradas, la túnica había sido acortada hasta descansar por encima de los muslos, el escote estaba abierto hasta el vientre. Iba descalza, como es costumbre entre las esclavas.
—¿Hacia dónde correremos? —gimió Collar de Esclava.
—No hay ningún sitio hacia el que correr —le contesté. La ciudadela estaba rodeada por una empalizada cuya puerta estaba apuntalada.
—No quiero correr como una esclava —lloriqueó Collar de Esclava cubriéndose los ojos con las manos.
—Deja de gimotear —dijo Lehna.
—Sí, señora —dijo Collar de Esclava. Tenía miedo de Lehna. Una de las primeras cosas que habían hecho con ella después de marcarla había sido ponerle un Sirik y entregarla a Lehna para que le enseñara disciplina.
Hacía ya meses que mi amo y sus hombres habían raptado a Lady Sabina del Fuerte de Saphronicus durante su viaje para reunirse con Thandar de Ti. Al parecer el motivo del rapto, así como el motivo del compromiso de Lady Sabina y Thandar de Ti, era meramente político. El compromiso se había establecido para sostener las relaciones comerciales y políticas entre el Fuerte de Saphronicus y la Confederación Saleriana, que era una poderosa liga de naciones al noreste del Vosk. El creciente poder de la Confederación Saleriana no era visto con buenos ojos por la ciudad de Ar, que yacía en el hemisferio norte de Gor, y que es la mayor fuerza entre el Vosk y el Cartius y el Voltai y Thassa, el mar. Se dice que el Ubar de Ar, llamado Marlenus, es hombre ambicioso y brillante, orgulloso y valiente, y con ínfulas imperialistas. Pensaba que, de continuar creciendo, la Confederación Saleriana podría suponer una amenaza para Ar, tanto para su seguridad como para sus ambiciones. Por razones geográficas y políticas, en los territorios del Vosk yacían diseminadas una multitud de pequeñas ciudades desunidas. Para un estado fuerte como el de Ar, esto suponía una frontera estable y segura, y, respecto a sus ambiciones, era una fuente de riquezas y poder muy atractiva. Por otra parte, el crecimiento de la Confederación Saleriana ponía esta situación en detrimento de Ar. Si las ciudades de Saleria se multiplicaban y crecían en fuerza, su poder podría exceder el de Ar.
Marlenus, que había visto su ciudad amenazada por una liga de ciudades en tiempos de Pa-Kur, veía con malos ojos el crecimiento de la Confederación Saleriana. Y un Ubar debe anticiparse a los acontecimientos. Por otra parte, se piensa que la mayor amenaza que supone la Confederación Saleriana no se refiere tanto a la seguridad de Ar como a sus ambiciones. El gran margen de desolación que una vez flanqueó Ar, justo al sur del Vosk, había desaparecido. Era una gran franja de terreno salvaje y despoblado, un área desértica sin agua. Los pozos fueron envenenados y los campos quemados para evitar que los ejércitos se acercaran por el norte. Pero en los últimos años se había convertido en una zona verde, se habían excavado nuevos pozos y algunos campesinos se instalaron allí. Se dijo que era esto un plan para ganar tierras cultivables, pero se considera como una abertura de este territorio como paso militar a gran escala. Incluso se ha poblado de boskos. De su anterior estado sólo conserva el nombre, el Margen de la Desolación. Nosotros no tuvimos ninguna dificultad para atravesarlo. Desde que el Margen de la Desolación ha florecido se ha dicho que los ojos de Ar se han vuelto hacia el norte. De hecho, alguna de las pretensiones imperialistas de la Confederación Saleriana han tenido éxito porque las ciudades del norte temen el posible imperialismo de Ar. Pero cualquiera que sea la verdad de estos intrincados asuntos geopolíticos, parece bastante claro que Marlenus, por alguna razón, no cree apropiado fomentar el crecimiento de la Confederación Saleriana.