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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco

La isla de los perros (23 page)

Los piratas modernos, al parecer, habían olvidado la cortesía de las banderas. En el presente, cuando una tripulación pirata se aproxima en un fueraborda para atacar un barco o un yate, no hay ningún aviso previo a que los morteros y ametralladoras abran fuego. Los piratas se han convertido en una especie sanguinaria, oprobiosa y muy cruel de forajidos marineros que no se dignan dar a nadie la menor oportunidad y a los que interesan en especial los productos enlatados, los apa… ratos electrónicos, las alfombras, la ropa de diseño, el tabaco y, sobre todo, los alijos de droga que esperan hallar en la embarcación abordada. Si estas drogas forman parte del botín, los piratas pueden tener la seguridad de que los marineros asaltados no informarán del incidente a las autoridades.

Los piratas de carretera deberían recuperar la corte… sía de las banderas, pensó Possum; estaba sentado en su li… tera con la luz apagada, en la minúscula habitación del re… molque desde la que hubiera visto los pinos ralos del fondo del aparcamiento si no tuviera las cortinas bien ce… rradas con cinta adhesiva. Jamás se perdía una reposición de «Bonanza» y fantaseaba constantemente con la idea de que tenía un padre como Ben Cartwright y unos hermanos como el pequeño Joe y Hoss. Se imaginó una vez más cabalgando en un buen caballo a través del mapa en llamas de La Ponderosa mientras el emocionante tema musical de guitarras y tambores galopaba en su cabeza.

El día anterior, después de comer, había visto su ca… pítulo favorito, ese en el que unos feriantes secuestraban a la chica del pequeño Joe y la dejaban encerrada en el camerino de la Mujer Gorda, a varios camerinos de dis… tancia del de las Bellas Muchachas de Egipto y de la Mu… jer Barbuda. El pequeño Joe convence a Hércules de que lo ayude y dan una paliza a los malos y le quitan un cuchillo a uno de ellos a tiempo de evitar que éste hiera a la Mujer Gorda y al final la chica del pequeño Joe le da un beso. ¡Ah!, cuánto le gustaba a Possum ver al pequeño Joe caminando cadenciosamente con el sombrero de va… quero muy inclinado y la gran pistolera, con los dos re… vólveres de seis tiros de cachas de marfil, colgada a la al… tura de las caderas.

¡Qué no daría Possum por salir de su habitación ba… rata y maloliente y encontrar esperándole a Ben, el pe… queño Joe y Hoss en lugar de Smoke, los otros perros de carretera y aquella chica rara, Unique, cuando se acerca… ba por el remolque, lo cual cada vez era más infrecuen… te! A veces se deslizaba por la mejilla de Possum una lágrima y tenía que hacerse el fuerte a la hora de apagar la tele y emerger del mundo más amable en el que vivía durante el día mientras los demás perros dormían la borra… chera y la larga noche de maldades. Possum no había hecho daño a nadie hasta que Smoke se lo llevó del cajero automático y, ahora, vaya lío en el que andaba metido.

Había disparado contra aquel pobre camionero que no se metía con nadie, en su camión, pensando sólo en vender la carga de calabazas cuando abriera el mercado de verduras por la mañana. Possum tenía miedo de quedarse dormido; tan seguro estaba de que tendría pesadi… llas sobre lo que le había hecho a Moses Custer y sobre todas aquellas calabazas que habían llevado hasta la ter… minal Deep Water, arrojándolas al río James.

Durante varios días aparecieron reportajes en los noticiarios sobre miles de calabazas que flotaban y se quedaban prendidas en las rocas. Por supuesto, la policía de Richmond no tardó en sumar dos y dos y deducir que las calabazas flotantes tenían relación con las que conte… nía el Peterbilt robado. Possum esperaba fervientemen… te que el señor Custer no muriera ni quedara inválido. También se daba cuenta, vagamente, de que la razón de que Smoke le hubiese encargado disparar era que así no podría abandonar nunca a los otros perros de la carre… tera sin ir a parar a la cárcel, o tal vez al corredor de la muerte. Ojalá pudiera enviar un correo electrónico al Agente Verdad para pedirle que los salvara, a él y a Popeye, pero ¿y si el Agente Verdad lo entregaba a la policía? El animal podía terminar en la perrera y Possum, sin duda, acabaría en un reformatorio entre gente tan indesea… ble como Smoke.

Sentado en su cama, a oscuras y en silencio, Possum acarició a Popeye y pensó un modo de convencer a Smo… ke para que pusiera una bandera en el remolque y en el todoterreno. ¿Por qué no habría de acceder Smoke, siempre que Possum diera con la manera de hacerle pensar que la idea era suya, y que era buena? La de la ca… lavera quizá sería demasiado evidente, pensó Possum en la oscuridad; además Smoke probablemente no sabría qué significaba. Possum se sentó ante el ordenador con la intención de mirar en la página del capitán Bonny pa… ra ver si el pirata tenía sus colores y, en caso de ser así, cuáles eran y cómo los exhibía.

Pero Possum se distrajo al pulsar «Favoritos» y abrió la página del Agente Verdad en lugar de la del ca… pitán Bonny. Sorprendido, comprobó que el Agente Verdad había colgado otro de sus escritos.

—Vaya, ¿qué te parece eso? —le susurró en un cuchicheo excitado a Popeye, que roncaba en la litera—. ¡Dos artículos la misma mañana! ¡Vaya, ese Agente Verdad trama algo!

UNA BREVE DIGRESIÓN por el Agente Verdad.

Los habitantes de la isla Tangier son una gente re… servada y sensible que sabe poco sobre sus orígenes porque, como no es de extrañar, cuando uno empieza a ur… dir leyendas y a transmitir mala información termina por olvidar lo que sucedió en realidad y por creerse sus propias distorsiones.

A lo largo de los siglos, la gente de Tangier ha ocul… tado la verdad de su pasado pirata y ha preferido creer sus propias leyendas. Una tarde, fingiendo ser periodis… ta visité la isla y hablé con una lugareña que se había de… jado caer por Spanky's porque las ventas no eran muchas en la tienda de regalos y recuerdos.

—Supongo que estará usted harta de todos esos tu… ristas que invaden la isla —comenté a la mujer, cuyo nombre y apellido tal vez fueran Thelma Parks.

—A mí no me caen mal cuando nos dejan en paz —respondió ella con su peculiar acento al tiempo que me lanzaba una mirada suspicaz.

—Y supongo que no lo hacen nunca…

—No, nunca. El otro día estaban en mi tienda con la cámara de vídeo y me filmaban, y yo no quería nada de eso.

—¿Les dijo que no lo hicieran? —pregunté, tomando notas.

—No.

Thelma siguió contándome que ahora cobra un cuarto de dólar por cada foto mientras trabaja en la caja registradora y esos ingresos añadidos le hacen un poco más fácil tolerar el alud de extraños que, al parecer, con… sideran su tienda de recuerdos de Tangier exótica y dis… tinta de todo lo que han visto en su vida, lo cual es inex… plicable, me confió. Ninguno de los artículos —los faros de plástico, cangrejos, marmitas de cangrejo, lan… gostas, pescado, esquifes y demás— estaba hecho a mano o en Estados Unidos. De hecho, añadió mi interlo… cutora, las langostas no abundan en la bahía de Chesapeake y muchos isleños no las han visto nunca, salvo en la tele o en los anuncios de restaurantes de marisco que aparecían con regularidad en las páginas del Virginia Plot.

Desde Spanky's, continué mi paseo y llegué al con… sultorio médico. Entré y no vi rastro de ningún médico, enfermera o dentista; sólo encontré a un muchacho lar… guirucho de ojos azules y cabellos rubios revueltos. Estaba sentado en el sillón de dentista, con la mirada per… dida, sumido en ensoñaciones y por completo ajeno a mi presencia. Imaginé que era un paciente y que el doctor volvería en un momento, pues yo ignoraba que en reali… dad el dentista estaba secuestrado. Ni su toma como re… hén ni la amenaza de guerra civil se habían hecho públi… cas todavía.

—¿Hola? —me anuncié educadamente.

El muchacho tenía los ojos fijos y no respondía.

—¿Estás aquí? —le pregunté.

No estaba.

—¿Podría encontrar a alguien del personal médico que tenga un minuto para hablar conmigo? —dije—. Estoy haciendo un trabajo de la historia de los inicios de nuestra nación y de su situación actual y creo que la isla Tangier es la llave.

—La llave la tengo en el bolsillo. —De repente el muchacho despertó con un parpadeo y se llevó la mano al bolsillo con gesto defensivo. Al ver a un desconocido, se sobresaltó y saltó del sillón—. ¿Qué hace usted aquí? ¡Pensaba que había cerrado bien la puerta!

Corrió a la puerta y echó el pestillo. Oí unos sonidos apagados que procedían de la parte trasera y el desplazamiento de una silla.

—El perro ha vuelto. El muchacho señaló en la dirección de la que procedía el ruido.

—¿Por qué arrastra la silla? —le pregunté, desconcertado. ¿Está atado a ella o algo así?

—Si.

La silla chirrió un poco más.

—Debe de sentirse aburrido y harto de estar ence… rrado y atado ahí dentro. ¿Por qué no lo dejamos salir al aire y le prestamos un poco de atención? —insistí, pues no me gustaba nada la idea de tener un perro atado a una silla en el interior de una consulta médica.

—¡Eso es! —El muchacho bloqueó la puerta que conducía a la zona mientras la silla seguía arrastrándose con un chirrido. Ese perro muerde. Por eso lo tienen atado. Es el perro del dentista.

—¿Y dónde está su amo?

—Atado, también.

—Ah, está ocupado, ¿no? Bueno, tal vez pueda hablar con él en otra ocasión —comenté—. ¿Y qué tienes en los dientes? Veo que llevas aparatos y parece que tam… bién te han hecho varias extracciones. Y observo que las gomas se te salen cuando hablas.

—¡Eso es! —Fonny Boy se cubrió la boca con la mano y lo miró, azorado—. ¡El dentista, será mejor que mire dónde pisa!

—¿Te importa si mientras hablamos —le dije, acer… cándome más a la mesa en la que había una ficha dental bien visible— cojo la ficha y miro todo lo que han hecho? Supongo que la ficha es tuya, ¿no? ¿Eres Darren Shores?

—En Tangier todos me llaman Fonny Boy.

Fonny Boy y yo iniciamos una conversación; descu… brí que era un gran experto en el folklore de la isla debi… do a la fascinación que sentía por la historia de la nave… gación, sobre todo en la bahía. Conforme nos íbamos conociendo mejor y se instalaba entre nosotros una cierta confianza vaga, Fonny Boy empezó a mostrarse más concreto y a hablar de piratas, o «malandrines» como él los llamaba. Me contó que antes se encontraban por do… quier. En cierta época, había tantos barcos piratas frente a las costas de Maryland, Virginia y las dos Carolinas que ciudades como Charleston quedaban paralizadas. Nadie se atrevía a zarpar del puerto por temor a ser abordados por piratas a quienes no importaba matar a la gente de la forma más cruel.

Fonny Boy se explayó largamente acerca de Barbanegra en particular, que respondía al nombre de Edward Drummon mientras fue un honrado marinero en su puerto natal de Bristol, en Inglaterra, bien entrado el si… glo xvii. Cuando decidió hacerse pirata, cambió tal nombre por el de Edward Teach, que con frecuencia aparece mal escrito en los registros, como Thatch, Tache o Tatch. Después de la guerra de la reina Ana, Bar… banegra viajó a Jamaica para ir tras las naves francesas y empezó a cultivar la imagen de la persona más vil y ate… rradora que cabía imaginar, por si no había bastante con la amenaza de las banderas. Se trenzaba la larga barba en dos coletas y les prendía fuego con mechas de combus… tión lenta, contaba Fonny Boy; se colocaba al cinto las pistolas, las dagas y un enorme machete y portaba arma-mento complementario en la bandolera que cruzaba su pecho.

Muy pronto Barbanegra y su flotilla empezaron a aterrorizar la costa de Carolina del Norte y la bahía de Chesapeake. La gente de Tangier izaba la bandera de la calavera cada vez que se divisaba la nave del pirata en las cercanías y, de vez en cuando, el propio pirata, sanguina… rio y malvado, visitaba la isla en persona y bebía ron ja… maicano y se corría una juerga a satisfacción de su negro corazón. Nadie lo quería en la isla ni dormía tranquilo mientras él rondaba por allí. Las mujeres y los niños se ocultaban en las casas y Barbanegra llegó a suponer que Tangier era una isla de hombres solamente. Esto hizo que sus visitas fueran cada vez más cortas y más espaciadas. Según Fonny Boy y ciertos registros históricos muy escasos, el pirata mostró curiosidad respecto a cómo ha… bía podido sobrevivir y continuar en la isla una pobla… ción sólo de hombres.

La respuesta que recibió Barbanegra se perdió para siempre hasta el descubrimiento de un libro contable de hace cuatro siglos. Este hallazgo extraordinario, según la leyenda, llegó no se sabe cómo desde el Adventure, el barco de Barbanegra, a la buhardilla de un descendien… te de Alexander Spottswood, gobernador de Virginia durante las sangrientas correrías del pirata. El libro de cuentas se centraba en el inventario del botín que Bar… banegra lograba, y ofrecía detalles de su sadismo, crueldad y placer en despedazar gente y de cómo alzaba su copa de ron vacía al cielo e invocaba a Dios a un desafío. Las anotaciones manuscritas del pirata mencionaban ciento cuarenta barriles de cacao y uno de azúcar que había robado y enterrado bajo el heno en un granero de Carolina del Norte. Aparecía una referencia críptica a un tesoro enterrado cuya localización sólo Barbanegra y el diablo sabían y que hasta la fecha no se ha encon… trado.

Advertí que era imposible que Tangier pudiera ha… ber estado poblado sin mujeres y pregunté a Fonny Boy qué explicación había dado Barbanegra. El muchacho repitió lo que le había llegado transmitido desde genera… ciones atrás:

—«!Que la condenación atrape tu alma si me mientes!»… Así le bramó el pirata a un isleño astuto pero de poco fiar, llamado Job Wheeler, un viudo sin hijos que, según cuenta la historia, invitó al pirata a su casa, en una parte de la isla que hoy se conoce como Job's Cove.

»«No puedo ocultarte la verdad», le dijo Job a Bar… banegra, que bebía copa tras copa de ron y se encendía la barba. «Aunque nuestros orígenes fueron ingleses, lle… gamos a esta isla desde Carolina del Norte».

»Job le confesó esta rotunda mentira porque estaba seguro de que ello despertaría la atención del pirata, pues era sabido que estaba confabulado con Charles Eden, el gobernador de Carolina del Norte. Durante gran parte de su atroz carrera, había navegado los bajíos y recovecos de Carolina del Norte sin el menor temor. De hecho, cualquier plan organizado en otros territo… rios para derrotar a Barbanegra y a sus lobos de mar se veía siempre frustrado por alguna carta de alguien de Carolina del Norte, para gran disgusto del gobernador Spottswood, de Virginia, que no era amigo del pirata ni tenía intención de que éste siguiera actuando o con vida.

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