La isla de los perros (26 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco

—¡Pero si no tenemos entradas! —exclamó Possum—. ¿Cómo vamos a entrar sin entradas? Además, no habrá sitio para aparcar el coche.

—No necesitamos entradas ni sitio para aparcar —dijo Smoke, y acto seguido salió de la habitación y ce… rró la puerta de golpe.

Hoss entró en el cuadrilátero y recibió unos cuantos golpes antes de hacerle una llave a Bear Cat y romperle algunas costillas.

—¡Suéltalo, suéltalo! —susurró Possum, aunque había visto aquel episodio tantas veces que sabía que Floss no lo soltaría hasta que se hubiera consumido el tiempo, y que Hoss y el pequeño Joe perderían los cien dólares y acabarían viajando con el circo hasta que Bear Cat se curase y pudiera luchar otra vez—. ¡Suéltalo, Hoss!

Ben Cartwright y el pequeño Joe animaban desde las gradas y Possum se puso a dibujar de nuevo. La fór… mula NASCAR le había dado una idea. Al igual que los piratas, en la NASCAR se utilizaba todo tipo de bande… ras para las diversas advertencias y penalizaciones. Possum dibujó una bandera a cuadros negros y blancos y la transformó en una de piratas, pintando en rojo los hue… sos y la calavera.

—Mierda —murmuró—. Esto tampoco queda bien, Popeye.

Convirtió la bandera a cuadros en un juego de tres en raya y siguió sin quedar satisfecho del resultado. En… tonces lo que dibujó fue la bandera negra, que significa… ba que había llegado el momento de entrar en el foso de los mecánicos, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo hasta las raíces del cabello. Por ahí iba bien. Borró zo… nas de negro para lograr unos ojos blancos y una boca sonriente que daba la morbosa impresión de pertene… cer a una calavera contenta; la cruzó con dos patas de zarigüeya en vez de fémures y le puso a la calavera un ci… garrillo entre los dientes, cuyo humo ascendía en remolino. Una calavera fumadora, pensó cada vez más exci… tado mientras el circo Tweedy se quedaba sin dinero y tenía que pagar a Hoss y a Joe con un elefante que encerraban en el establo de La Ponderosa. Al abrir la puerta y descubrir aquella nueva res, Ben Cartwright se disgustaba.

Entristecido, Possum pensó en el fallecido Dale Earnhardt, que pilotaba el coche número tres de color negro Goodwrench Services Chevy, de la General Motors, y decidió rendir homenaje al héroe de las carreras desaparecido. «Jolly Goodwrench», escribió Possum en negro debajo de la bandera negra de la calavera que fu… maba el cigarrillo.

—¡Eh, mira! —dijo, entrando en la habitación de Smoke para mostrarle el bloc de dibujo.

—Si entras una vez más sin pedir permiso, te volaré esa polla pequeña que tienes! —gritó Smoke antes de sentarse en la cama y encender un cigarrillo.

—Ya tenemos una bandera pirata, Smoke —le expli… có Possum—. Voy a hacer una como ésta y podernos lle… varla a las carreras para que la gente piense que es nues… tra bandera NASCAR. También podemos llevar a Popeye y asegurarnos de que esos dos polis se presenten, ¿no crees? Nadie sospecha nunca que los mecánicos puedan ir armados. Los atacamos, les volamos los sesos y luego aparece Cat con el helicóptero, nos recoge y nos largamos. Podríamos escapar a la isla Tangier y, como allí ya está todo el mundo alborotado, podemos escondernos con ellos hasta que las cosas se calmen, ¿vale?

Smoke dio una honda calada al cigarrillo y sacudió varias latas de cerveza para ver si quedaba alguna llena, pero todas estaban vacías.

—Tráeme una cerveza, joder —le dijo a Possum—. Asegúrate de tener lista esa bandera para el sábado. Y llama a Cat al móvil y dile que se asegure de que el sába… do contamos con ese helicóptero. Dile que le diga a ese negrata asqueroso que el famoso piloto y sus mecánicos necesitarán que los lleve al circuito y luego a una gran fiesta en la isla. Una vez allí, lo mataremos, el helicópte… ro será nuestro y nos habrá salido todo a pedir de boca.

Capítulo 16

Cuando Andy se acercó a la mansión del goberna… dor, las verjas negras de hierro forjado se abrieron con un chirrido, y un severo y majestuoso agente de policía lo inspeccionó desde el otro lado de la ventana acristala… da de la garita.

—Dónde aparco? —preguntó Andy, a la vista de que el camino circular empedrado estaba ocupado por la flota de Suburban utilitarios y limusinas del gobernador.

—Déjelo sobre la hierba —indicó el agente.

—No puedo hacer eso —protestó Andy, y contem… pló el césped recién cortado y los setos en forma de esculturas.

—No hay problema —aseguró el agente—. Los internos se ocuparán mañana. Les sienta bien estar ocu… pados.

Pony observaba todo aquello a través del cristal cen… tenario de la ventana. El mayordomo no estaba de buen humor. Durante la última hora el ayudante de cocina de la mansión le había protestado de forma repetida porque las hijas de Crimm, y en especial Regina, se habían que… jado de la sugerencia de una cena ligera; eso significaba por lo general trucha o cangrejo azul recién traído de Tangier. Regina tenía la fea costumbre de entrar a hur… tadillas en la cocina y mirar bajo las tapas de los puche… ros, y al descubrir una trucha y varias decenas de cangrejos azules en estado agónico en el fregadero tuvo un arranque de furia.

—¡Detesto el pescado! —declaró iracunda—. ¡Todo el mundo sabe que detesto el pescado!

—Su mamá nos ha indicado el menú —le dijo el chef Figgie—. No hacemos más que seguir sus instrucciones, señorita Reginia.

—¡No me llamo Reginia!

El chef Figgie resistió el impulso de decirle que mejor le iría si su nombre fuera Reginia, y no el otro. Ob… servó la trucha del fregadero y deseó que se muriese deprisa. El pez tenía un anzuelo en la boca y el chef no lograba entender cómo era posible que el animal aún diera coletazos después de tanto rato. Los cangrejos seguían tratando de escapar y golpeaban sus caparazones contra el fregadero de acero inoxidable, montando un gran estrépito, y dirigían sus ojos periscópicos hacia él con una mirada de resentimiento y temor.

El chef Figgie se resistía a matar bichos y se oponía, de forma religiosa, a arrebatar la vida de los animales in… feriores y menos inteligentes que él antes de cocinarlos. Prefería que la comida ya estuviera muerta y envasada cuando llegaba a sus manos. Y, sobre todo, estaba radi… calmente en contra de la cría de cerdos, mientras que Regina tenía pasión por sus productos.

—¿Y qué ha sido del jamón? —preguntó la chica con su voz sonora y ruda—. ¿Por qué no nos pones ca… napés de jamón? Sabes muy bien que esto va a ser una cena ligera, Figgie. Haces todo esto porque no te caigo bien. Observa cómo me miran esos cangrejos. ¿Por qué no les abrimos la puerta de atrás y dejamos que se lar… guen a otra parte?

—Si los soltamos, la primera dama no estará muy contenta —murmuró Figgie.

—¿Y a quién carajo le importa?

Los cangrejos, tras escuchar la conversación, se encaramaron unos sobre otros para que el de encima al… canzara el grifo con una de las pinzas, pero se quedaron inmóviles, fingiéndose muertos, cuando Major Trader entró en la cocina. En la estancia, amueblada en un esti… lo funcional y situada en la planta inferior, los arqueólo… gos habían descubierto durante la última restauración del edificio miles de objetos, entre ellos espinas de pescado y toscos anzuelos, junto con numerosas puntas de flecha y perdigones de mosquete.

Trader observó el fregadero.

—¿Por qué están amontonados así esos cangrejos? Dan la impresión de estar muertos y la primera dama no soporta el marisco fresco muerto, Fig. —Trader siempre llamaba así al cocinero, para abreviar—. Le gusta que chapoteen y golpeen el lateral de la olla cuando se echan a hervir, bien vivos, para que no pierdan propiedades al servirlos. Ten esto. —Depositó sobre la mesa una cajita de latón—. Mi esposa ha preparado unas galletas para el gobernador. Que no las toque nadie más.

El chef Figgie sintió náuseas sólo de pensar en po… ner a hervir un ser vivo.

Los cangrejos contuvieron la respiración con sus ojos como antenas muy tiesas, paralizados de terror y vueltos hacia Trader. Con los siglos, los cangrejos ha… bían desarrollado una visión muy sofisticada para locali… zar y eludir a sus enemigos naturales, entre los que se contaban los pescadores de Tangier. Los isleños eran gente horrible que pasaba el día en la bahía, en sus pe… queñas barcas repletas de trampas para cangrejos que cebaban con pescado podrido y echaban al agua, sabedo… res de que al cangrejo azul le encanta el pescado podrido y no tiene nada más que comer si escasea éste u otros restos en descomposición.

Esto es lo que sucedía: un inocente cangrejo se escu… rre entre el cieno del fondo, sin meterse con nadie, cuando la gran caja de alambre desciende como un ascensor y se posa en el fondo entre una nube de fango. El cangrejo huele el pescado podrido y observa pedazos de éste que flotan en el interior de la nasa. Entonces llama a algunos amigos o miembros de la familia y les dice:

—Bueno, yo me atrevo. ¿Qué os parece?

—Traman algo —apunta uno de los otros—. Cuidado con lo que haces.

—¡Dios santo, pero tengo un hambre…! —protesta el cangrejo.

—¡Quédate quieto! ¿No te he advertido contra esas cosas? ¡Acabarás prendido en una de ellas!

—Escucha —dijo Trader en voz alta—, los cangre… jos ya están muertos y a la primera dama no le hará nin… guna gracia si se entera cuando ya los tiene en el plato. Te despedirá y todos tus negritos se quedarán sin papá otra vez.

A Trader, odioso racista donde los hubiera, le pareció una gran idea y lanzó una risotada: diecisiete niños negros más en la calle, sin una figura paterna. Todos serían de mayores traficantes de drogas esperando en largas colas ante las clínicas de metadona, y terminarían en la cárcel igual que su papá. Y, un día, trabajarían en la co… cina de la mansión con la duda de si los cangrejos estaban vivos o muertos, o de si la primera dama se desharía de ellos; de los negritos, no de los cangrejos, matizó Tra… der para sí mientras todo aquello inundaba su mente co… mo unas aguas negras.

Andy ya había tocado el timbre tres veces mientras Pony observaba desde la puerta por la mirilla de antiguo vidrio ondulado. Era fundamental que un mayordomo diera la impresión de estar muy ocupado y de que la mansión era muy grande y se requería mucho tiempo atravesar sus hermosas estancias y pasar bajo gráciles ar… cos camino de la puerta principal.

—¡Ya voy! —dijo con las manos ahuecadas sobre la boca para que su voz sonara lejana.

Andy llamó otra vez, golpeando enérgicamente la piña tropical de pesado metal que era el símbolo de la hospitalidad en Virginia. Pony marcó el paso sin moverse de sitio durante un minuto, hasta ponerse un poco su… doroso y jadeante.

—¡Ya voy! —repitió, esta vez sin obstáculos ante la boca para que sonara más próximo.

Contó hasta diez y abrió.

—Vengo a ver a los señores Grimm —dijo Andy y, para gran sorpresa de Pony, le estrechó la mano.

—¡Oh! —exclamó el mayordomo, y por un momen… to se le quedó la mente en blanco. El joven era educado y agradable; intentaba mirarlo a la cara y Pony no estaba acostumbrado a ello, simplemente. Cuando logró domi… narse, volvió a su papel: ¿Y a quién debo anunciar?

Andy se lo dijo y enseguida sintió lástima de Pony. El pobre hombre andaba de cabeza en su trabajo y nadie lo apreciaba.

—Me gusta esa chaqueta —añadió Andy—. Debe de plancharla continuamente, .no? Da la impresión de que podría sostenerse sola, sin usted dentro —dijo a modo de cumplido.

—Mi mujer trabaja en la lavandería, en el piso de abajo, cerca de la cocina. Ella me la plancha y se le va un poco la mano con el almidón —respondió Pony, orgu… lloso—. No nos vemos nunca, salvo cuando estoy traba… jando, porque el resto del tiempo me tienen encerrado.

—Debe de ser muy duro eso.

—No es justo —reconoció Pony—. Los seis últimos gobernadores, incluido el señor Crimm en tres de las le… gislaciones, siempre me han prometido que me conmu… tarían la condena, pero luego andan muy ocupados y no se acuerdan más de lo dicho. Es el problema de la limi… tación de mandato, en mi opinión. Lo único que hace la gente es preocuparse de lo más inmediato.

Andy entró en el vestíbulo y Pony cerró la puerta.

Capítulo 17

—Exacto —asintió Andy—. Tan pronto son elegi… dos, ya están pensando en lo que harán a continuación. Sólo disponen de cuatro años y la mitad de ellos deben pasarlos haciendo campaña o yendo a entrevistas de em… pleo.

Pony asintió, satisfecho de que alguien, por fin, comprendiese lo que suponía estar destinado en la man… sión.

—¿Ha venido a ver a las chicas Crimm? Debo decirle que no parece usted de su tipo.

—Que yo sepa, no —respondió Andy, dudando por un instante del verdadero motivo de la primera dama pa… ra invitarlo a la mansión.

Regina también tenía dudas:

—¡Esos cangrejos no están muertos! —chilló—. Uno de ellos acaba de mirarme. ¡Le he visto mover los ojos! ¿Cómo puedo comerme un bicho con unos ojos como ésos que le sobresalen de la cabeza? ¡Me duelen los míos sólo de verlo! Se diría que no para de escrutarlo todo, por el modo en que le sobresalen y porque no tiene párpados…

—Es para poder enterrarse en la arena y seguir mi… rando —le explicó Trader—. Son como el periscopio de un submarino.

Aludió de forma intencionada al submarino para burlarse con disimulo de las tripas del gobernador. Tra… der sólo era respetuoso con su distinguido jefe cuando no había más remedio, y tenía por costumbre maltratar al personal de la casa y decir lo que le venía en gana cuando Crimm no estaba presente o no se enteraba.

—Llévatelos al río y suéltalos —ordenó Regina al chef Figgie—. El pescado, también. Ese pescado tam… bién está mirándome. Y quítale ese maldito anzuelo de la boca, primero. Si lo sueltas con el anzuelo donde lo tiene, el pobrecillo se enganchará en algo y se ahogará. Para cenar quiero galletas saladas con jamón, mantequilla y jalea de menta, ¿me oyes? ¿Qué ha sido del resto del pastel que no terminamos, el de manteca de cacahuete? —Abrió el grifo sobre los cangrejos y el pescado, lo cual los despertó un poco, mientras daba órdenes a gritos—. En ese rincón hay un cubo. Saca el mocho y pon los bi… chos ahí enseguida. No vuelvas a traer otro cangrejo o pescado a la mansión; y también estoy harta de carne de ciervo. ¿Cómo sabemos que los indios no envenenan el venado como venganza por el pasado? Vienen arrastrando los animales muertos y creen que somos muy afortu… nados al recibir sus regalos.

—No debería llamarlos indios, señorita Reginia. Son nativos americanos, y son muy considerados al traernos esos ciervos. —El chef Figgie estaba ofendido y no parecía intimidado en absoluto por la muchacha.

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