La isla de los perros (28 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco

—Hagámonos los muertos —propuso un cangrejo.

Trader abrió el maletero y Caesar miró en su inte… rior, enfadado pero curioso. La trucha estaba panza arri… ba con los ojos cerrados y los cangrejos, inmóviles, tam… bién tenían los ojos cerrados.

—¡Me estás engañando, hijo de puta! —le gritó Cae… sar a Trader—. ¡Este pescado está más muerto que muerto! ¿Cuánto hace que lo llevas en el portaequipa… jes? ¿Un mes? ¡J000der! —Movió la mano ante el rostro de Trader y sacó el cubo—. ¡Eres un mentiroso, blanco asqueroso! Mira lo que hago con tu maldito marisco fresco.

De repente los cangrejos y la trucha salieron despe… didos del cubo como si huyeran de un incendio. Volaron por el aire y se precipitaron al río James, donde se hun… dieron hasta el fondo. Allí se sentaron y los asombrados cangrejos miraron a su alrededor mientras la trucha na… daba en perezosos círculos sobre su cabeza.

—¡Mira! ¡He visto la trucha nadando ahí en medio! —Trader señaló la sombra del pez bajo la brillante su… perficie—. ¡No están muertos! ¡Has tirado mi marisco fresco! ¡Me debes cincuenta dólares! —exigió.

—¡Ni hablar! —dijo Caesar mientras recogía sus aparejos triturados.

El código genético pirata de Trader se encendió, y dio un puñetazo a Caesar en el ojo. Caesar convirtió su caña de pescar en un látigo y pegó a Trader en la mejilla con hilo de pesca del treinta y unos cuantos plomos que había enganchado con los dientes horas antes, poco des… pués de su llegada al muelle en bicicleta. Los dos hom… bres sostuvieron una lucha feroz y rodaron por el suelo mientras se gritaban obscenidades y se pegaban. Furioso y ensangrentado, Trader corrió hacia su coche, al que Caesar empezó a pegar patadas antes de romper el parabrisas delantero con los restos de la caja metálica de los aparejos.

Jadeante y frenético, Trader se hundió en el asien… to del conductor y buscó la pistola de señales que siem… pre llevaba escondida debajo de éste. Puso una bengala del calibre doce en el grueso cañón de la pistola de se… ñales, que había pertenecido a su familia pirata desde 1870, y se cortó los dedos con añicos de cristal del pa… rabrisas. Salió del coche rodando por el suelo y apuntó a Caesar mientras el enloquecido pescador le lanzaba plomos. Uno de ellos dio a Trader en la nariz y, por un movimiento reflejo, el dedo que tenía en el gatillo lo apretó.

La bengala encendida surcó el aire como un peque… ño misil, alcanzó a Caesar y le estalló en el pecho. Los cangrejos y la trucha contemplaron horrorizados cómo el pescador en llamas corría unos pasos antes de desplo… marse. Trader huyó en su malogrado coche oficial con el maletero aún abierto y el parabrisas convertido en una telaraña de fragmentos de cristal. Un poco más tarde, cuando entró renqueante en la mansión del gobernador estaba pálido y mostraba restos de sangre; el traje y la corbata se hallaban hechos jirones. Trader estaba agitado, paranoico y confundido.

Regina también estaba confundida. Jamás había visto a su madre tan maquillada y perfumada. Si se la hu… biera encontrado en un tanatorio, habría pensado que estaba hinchada de formol y excesivamente cubierta de masilla, y que sus ropas se habían mezclado con las de al… guna otra dama muerta más pequeña que ella y a la que gustase mucho el fucsia.

—Qué demonios te ha ocurrido, mamá? —preguntó Regina mientras engullía una gruesa loncha de ja… món cubierta de miel y metida dentro de una inmensa galleta que goteaba mantequilla y jalea de menta.

La señora Crimm, que llevaba un poco de retraso, se sentó en un extremo de la mesa y alzó el tenedor para in… dicar a los demás que podían empezar a comer.

—¿Que qué me ha ocurrido? ¿A qué te refieres? —La señora Crimm lanzó una mirada amenazadora a Regina—. Y se supone que no deberías empezar a comer antes que los demás. Como si no te hubiera dicho mil veces…

Cuando Trader entró en el comedor, Andy, que estaba cortando el único trozo de jamón magro que había encontrado en su plato, advirtió al instante que el secre… tario de prensa estaba conmocionado. Vio los restos de sangre y percibió un ligero olor a pólvora quemada.

—Pues yo preferiría saber qué le ha sucedido a usted —dijo Andy al recién llegado.

La señora Crimm dedujo de esas palabras que su joven y apuesto invitado no había pensado ni por un mo… mento que a ella le hubiese ocurrido algo. Siempre se la veía atractiva y muy arreglada. Era irracional y victoriano que las mujeres ocultasen su cuerpo bajo vestidos lar… gos de telas gruesas. En cualquier momento, Andy la vería en el extremo de la mesa, la miraría y ya no podría apartar los ojos de ella. Después de cenar, ambos se es… cabullirían a la suite principal y ella cerraría la puerta y diría que sí, y lo diría en serio. Aunque el gobernador volviera a casa, si Andy y ella no hacían ruido, no los vería.

—¿Se ha encontrado con una manifestación o en medio de un huracán? —Andy se quedó mirando a Tra… der mientras éste daba una larga y jadeante explicación; el hombre hablaba tan deprisa que sus palabras tropeza… ban las unas con las otras y chocaban entre sí tras haber las pronunciado.

—¿Qué diantres dice? —preguntaba la primera dama a Andy cada pocos segundos. ¡Es como si hubiera sufrido una apoplejía!

El relato de Trader podía resumirse fácilmente, aunque él tardó mucho tiempo en contarlo y lo hizo cambiando los hechos repetidas veces. El quid de la cuestión era el siguiente: había llegado al río a las siete de la tarde y un afroamericano pescaba junto a su bici… cleta. Trader había saludado al tipo y habían hablado del tiempo mientras tiraba los cangrejos y la trucha al agua.

—Oh, querido —lo interrumpió la señora Crimm—. No habrá tirado los cangrejos al río James, ¿verdad? Si no encuentran el camino de vuelta a la bahía, morirán seguro; tan seguro como que me llamo Maude Crimm.

Trader siguió contando su historia en un parloteo ininteligible. Andy intentó traducir sus palabras a los demás:

—Dice que hubo un intercambio de disparos. Que apareció un Lincoln con matrícula de Nueva York, con… ducido a toda velocidad por un hispano de unos veinte años que disparaba un revólver Sig-Sauer de nueve milí… metros por la ventanilla mientras gritaba obscenidades. Disparó a quemarropa contra el pescador y lo alcanzó en el pecho. Trader dice que el pescador ardió en llamas po… siblemente a causa de la pólvora que debió de prender por el estallido de un mechero Bic que el pescador lleva… ba probablemente en el bolsillo de la camisa.

—¿Y cómo es que no sabe nada seguro? —Regina cogió otra galleta—. ¿Por qué no comprobó siquiera si el pobre hombre estaba todavía vivo o ya se había que… mado? ¿Por qué no intentó apagar el fuego o pidió ayu… da? —Atravesó a Trader con la mirada al tiempo que masticaba—. ¿Se largó de allí corriendo sin pedir auxi… lio? ¿Qué clase de persona es usted?

—¡El tipo se cagaba en mí! —Trader elevó la voz sin advertir que su problema de habla se debía el estrés postraumático; eso había activado un código genético que lo hacía hablar como un antiguo pirata.

—¡No tolero que se hable así en la mesa! —le espe… tó la señora Grimm.

—¡Pues el negro se cagaba en mí una y otra vez! ¡Me dio miedo acercarme a él!

—¡Esto no lo soporto! —exclamó Regina, tapándo… se los oídos—. Que alguien hable por él. Andy, cuénte… nos qué dice. ¿Y realmente quiere decir que el hispano le defecó encima, literalmente? ¿Lo hizo? ¿Qué significa todo esto? ¿Qué significa eso de que el pistolero se cagó en él?

—¡Regina! —la riñó su madre—. ¡En la mesa no se habla de hábitos del sanitario!

Trader empezó a explicar que hablaba de un intercambio de disparos, pero Andy le advirtió que se dejara de expresiones soeces y que se limitara a narrar los he… chos. La recomendación surtió efecto. La primera fami… lia siguió cenando mientras Trader denunciaba, a través de Andy, que estaba seguro de que el hispano era el autor de los crímenes racistas y que a continuación atacaría a la primera familia. Por eso él había regresado corrien… do a la mansión, para comprobar si estaban todos a salvo y protegidos.

—Dijo que odiaba a Crimm —farfulló Trader— y que pensaba que todos los Crimm tenían que morir.

—¿Está seguro de que no se refería a los criminales y no a los Crimm? —preguntó Regina, sin dejar de co… mer—. Papá es partidario de mandar a los criminales a la silla eléctrica, y lo sabe todo el mundo.

—Querida, eso no tiene demasiado sentido —intervino la señora Crimm—. Lo que está claro es que el his… pano es un criminal, aunque no entiendo por qué iba a descargar su odio racista contra personas de su misma condición.

—¡Maldita sea mi alma! ¡El infame se refería a ustedes! —Trader señaló a cada una de las Crimm con gesto ominoso y malsano—. A los Crimm y no a los crimi… nales.

—Ya no podremos salir de la mansión nunca más, mamá. —Esperanza estaba aterrorizada.

—¿Y si está escondido ahí afuera, en alguna parte? —Constancia tenía los ojos desorbitados y siguió llenán… dose repetidamente la copa de vino con manos temblo… rosas.

—Es la primera vez que oigo decir que alguien arde en llamas cuando le disparan. —Andy presionó a Tra… der en este detalle—. ¿De veras vio humo y llamas y que la ropa se le quemaba? Ya sé que no se quedó mucho tiempo allí y que además estaba asustado y preocupado por los Crimm y quizá sufrió un ligero desmayo, pero me cuesta creer su relato.

En tono condescendiente, Trader explicó que era un fenómeno científico probado el que, desde el principio de los tiempos, la gente ardía en llamas y se incineraba sin causa aparente.

—Se llama combustión espontánea —dijo—. Com… pruébelo.

Andy no necesitaba comprobarlo. Estaba bastante familiarizado con la combustión humana espontánea y conocía historias de gente que había ardido sin motivo aparente.

—Bien —le dijo a Trader—, ya veremos qué dice el forense.

—No creerá que ese psicópata se presentará aquí y nos incendiará a todos, ¿verdad? —Constancia expresó en voz alta sus preocupaciones.

—¿Racismo contra nosotros? —Gracia no lo com… prendía—. Pero si nunca le hemos hecho nada, ni a él ni a ningún hispano. Y no pertenecemos a ninguna minoría, aunque somos una familia noble y es cierto que no… bles hay pocos.

—No conocemos a ningún hispano —recordó Es… peranza a su familia, mirando a todos los que estaban sentados a la mesa con su cara de caballo temblorosa a la tenue luz de las velas—. Y en la oficina de papá no hay ningún hispano, nunca lo ha habido. ¿Por qué tendrían que odiarnos los hispanos?

—Pues por eso que ha dicho, probablemente —re… plicó Andy.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Regina con la boca llena.

—He notado que en la oficina del gobernador po… dría haber un poco más de diversidad —respondió Andy, intentando ser diplomático—. Cuando un grupo entero de gente se siente excluido, pueden suscitarse senti… mientos de odio que desencadenen la violencia.

—Pero si Bedford no habla español —explicó la señora Crimm—. No ve motivos para hacerlo.

—Creo que no ve muchos motivos para hacer nada, primera dama —dijo Andy en tono neutro, y casi añadió «con el debido respeto», pero la sombra de Hammer lo había acechado durante todo el día—. Estoy convencido de que si hiciera algo por su vista, su vida mejoraría de forma espectacular.

—Su vista es la de siempre —le rebatió la primera dama—. Ve una comunidad de Virginia distinta, com… prometida con la riqueza y el bienestar de todos y cada uno y que, en adelante, tenga un objetivo distinto, que la gente… ¡Oh, querido!, me temo que no recuerdo la si… guiente frase. ¿Cómo es? —preguntó, mirando las caras aburridas de sus hijas.

—Es lo mismo que dice en cada inauguración —res… pondió Regina, hastiada—. Desde que lo eligieron siem… pre utiliza el mismo discurso. Fue una idiotez la primera vez y lo sigue siendo. —Miró a Andy—. Mi padre cree que tendrían que cambiar el nombre a la comunidad de Virginia y llamarle la «disparidad», porque odia a Caro… lina del Norte y está harto de que esas quinientas empresas de la revista Fortune y los bancos y la industria del cine se establezcan allí y no aquí…

Alargó la mano para ponerse mantequilla y el cuchi… llo se le escapó de los gruesos y pringados dedos para acabar en el suelo de madera. Pony apareció como caído del cielo, lo recogió y lo sustituyó por uno limpio que sa… có del cajón de la cubertería.

—¿Necesita algo más, señorita Reginia? —pregun… tó con amabilidad.

—Ese nombre no está mal —apuntó Andy, sorpren… dido—. ¿Por qué no te llamamos todos Reginia en vez de Regina?

—No quiero que me llamen de otra manera y estoy hasta el moño de que todo el mundo se preocupe de cómo me llamo. Y aún estoy más harta de que nadie me lla… me nunca. —Los ojos se le llenaron de lágrimas—. Cada vez que suena el teléfono es alguien que intenta encontrar el soporte. No tengo amigos, ni uno solo. —Regina lloraba con la boca llena, masticando tristemente—. Nací en una mina de carbón y…

—Eso no es verdad —la interrumpió con firmeza su madre.

—Fui concebida en una mina —insistió Regina, indiscreta—. Sé lo que ocurrió cuando papá y tú bajasteis a ese túnel hondo y oscuro y tú llevabas ese sombrerito rígido con una linterna. ¡Imagina cómo me siento al saber que su esperma estaba cubierto de polvo negro y se dirigió hacia un óvulo, decidiendo que el resultado sería yo!

Intentó alcanzar el vino, pero la botella se le resbaló y rodó por la mesa hasta caer al suelo. Con paciencia, Pony se agachó bajo la mesa para recoger la botella de chardonnay de Virginia.

—¡Estoy tan harta de todo, joder…! —aulló Regina.

—¡No vuelvas a utilizar más esa palabra! —le dijo la primera dama con severidad—. ¿Por qué eres tan mal hablada? Cuando naciste no hablabas así… Y creo que esa palabra que empieza con jota es sucia y degradante e impropia de una señorita como tú, sobre todo siendo hija de un gobernador.

—Pues en la mina de carbón seguro que se hablaba así —le dijo Regina a Andy con ironía.

Llegados a aquel punto, ya nadie se acordaba de que Trader se había sentado a la mesa o de que estaba en este mundo. Entonces cometió el error de pensar como un secretario de prensa y hablar con acento de antiguo pirata:

—Sí, es mejor que usen eufemismos como «¡Por todos los diablos!», «¡Vive Dios!», «¡Por Belcebú!».

—¡Basta! —le ordenó Andy—. ¡No siga por ese camino, Trader!

—¿Por qué habla con ese acento, Major? —le pre… guntó Regina, que lo había entendido todo pese a ha… berse tapado los oídos.

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