Minutos más tarde, sus vecinas, las hermanas Clot, vieron que Barbie colocaba un adhesivo en el cristal tra… sero de la furgoneta familiar. Uva Clot miró desde de… trás de las cortinas de la cocina y se quedó pasmada.
—¡Ven, mira! —gritó Uva a Ima, su hermana solterona que veía la televisión en la sala, con el sonido a todo volumen. Que Dios se apiade de ella, se cae de borracha y pega esa cosa en el coche con los niños dentro de la casa. Qué va a ser de esos niños cuando todo el mundo vea lo que su madre acaba de poner en la furgo… neta? Siempre he sospechado de ella. ¿Té lo había dicho, Uva, que sospechaba de ella? ¡Ven aquí ahora mismo y mira lo que hace!
Uva se movió con dificultad apoyada en su bastón y entrecerró los ojos por la abertura de las cortinas. Al ver a Barbie Fogg en su aparcamiento iluminado, se puso rí… gida. No veía bien lo que hacía, pero era como si se mo… viera junto a la furgoneta y pateara una muñeca para lue… go acercarse al vehículo, alisar algo en el cristal trasero y después alejarse un poco para admirarlo. Uva distinguió unos colores brillantes.
—¿Qué se trae entre manos? —le preguntó a su hermana.
—¿No has visto lo que ha puesto en la ventana, Uva? ¡Uno de esos adhesivos del arco iris! ¿No te acuer… das de todas esas banderas y pegatinas del arco iris que veíamos cuando vivíamos en el barrio francés?
Uva contuvo una exclamación, tan sobresaltada que se abalanzó hacia delante con el bastón y cayó en… tre las cortinas. Se agarró a ellas para recuperar el equi… librio y éstas se desplomaron con gran estruendo. Bar… bie Fogg vio que las hermanas Clot la observaban desde la ventana de la cocina que, de repente, se había vuelto transparente, y las saludó con la mano mientras se escabullían.
—Lennie —gritó Barbie mientras entraba en la co… cina por el lavadero, donde su marido hurgaba en el fri… gorífico. Nunca dirías lo que ha ocurrido hoy.
—Seguro que no —respondió Lennie, irritado, mientras abría una lata de cerveza. Y no voy a adivi… narlo.
—Un dechado de palabras —dijo ella, como siempre.
—Por qué has tardado tanto? Pensaba que volve… rías mucho antes.
—El tráfico y esa pobre gente de la residencia —res… pondió ella—. Oh, Lennie, esta noche he hecho una amiga y he puesto un adhesivo del arco iris en la furgo… neta.
—¿Y ahora qué harás? ¿Conducirás en medio de una tormenta y encontrarás un bote de oro? Lennie dio un trago a la cerveza y se secó los labios con el revés de la mano.
—¿Duermen las niñas? —quiso saber Barbie mientras hurgaba en el frigorífico, porque había decidido ce… lebrar su arco iris con un combinado de limonada. Un bote de oro estaría muy bien, ¿no?
—Sí, sí, escucha —dijo Lennie—, a uno de mis clientes le sobran entradas para la carrera del sábado y, como ya sabes, yo tengo que ir a Charlotte a esa confe… rencia de la inmobiliaria. Así que si quieres las entradas, dímelo o se las doy a alguien.
—Llamaré a una canguro y tal vez vaya con una ami… ga —asintió Barbie, sin añadir que no se perdería una ca… rrera por nada del mundo y que estaba encantada de que su marido no pudiera ir.
Barbie sentía una pasión secreta por el piloto Ricky Rudd, que tenía una piel aterciopelada y un en-ycantador cabello rubio. Cada vez que encontraba fotos de él con la estrella de la Texaco en su vistoso traje o veía en televisión el Monte Carlo rojo brillante con el número 28, sentía un cosquilleo en todo el cuerpo y decidía escribirle una carta. Llevaba años escribiéndo… le; él vivía en Carolina del Norte y le enviaba misivas semanales, preocupada en conseguir su teléfono cuando se mudara a Virginia, su estado natal. Nunca le ha… bía contestado, por supuesto, pero ella creía que lo habría hecho de no haber utilizado seudónimo e indi… car el remitente.
Además de Ricky Rudd, Barbie también estaba ob… sesionada por Bo Mann, en quien se fijó mientras con… ducía el coche de seguridad en la Chevrolet 2000 del Monte Carlo 500 del año anterior. Cuando Barbie se acercó el foso para suplicar que le tomaran una foto con él, fue lo bastante lista para engañarle y conseguir su di… rección.
—Si te mando la foto en un sobre con el franqueo pagado, ¿me dedicarás un autógrafo? —le preguntó ella mientras posaban ante el coche de seguridad.
—¿Dónde? ¿En el sobre o en la foto? —replicó Bo. ¡Cómo le gustaban a Barbie los hombres con sentido del humor!
—Me han dicho que esta noche han reventado a un hombre junto al río —decía Lennie—. Eso significa que otro psicópata anda suelto. Vamos a la cama a hacer el amor.
A Barbie la limonada le subía a la cabeza a toda velo… cidad.
—Oh, querido —suspiró—. Me parece que esta noche no tengo muchas ganas, Lennie. Mi cerebro está lleno de arco iris y lo único que quiero es relajarme y dis… frutar de esa sensación, si no te importa.
A Lennie sí le importaba. Frustrado, terminó la cer… veza y sacó otra. La abrió y contempló la esbelta silueta de su mujer; dedicaba mucho tiempo al cuidado de su cuerpo, pero luego no dejaba que le quitara la ropa y ex… plorase lo que tanto esfuerzo le costaba mantener. Aque… llo era absurdo. ¿Por qué quería una mujer ser atractiva si luego no le apetecía el sexo?
—Voy a ver si las niñas están bien, y me acuesto —anunció Barbie—. ¡Oh, querido, creo que voy a des… vanecerme por culpa de esta limonada!
—¡Cómo me alegro de que algo consiga tumbarte! —murmuró él mientras pensaba en lo poco que se quejaba de lo mucho que salía su esposa de compras o de cuánto gastaba en cirugía plástica e inyecciones, por no hablar de lo que debía de hacer con esa doctora a la que acudía una vez al mes.
Lennie también le mandaba flores a menudo, aunque no hubiese ningún motivo especial, y nunca se quejaba de tener que cuidar a las gemelas, Mandie y Missie, que tenían casi cinco años. Lo único que deseaba era que su mujer le permitiera tocarla y al menos fingiera que le gustaba o que no le importaba.
Lennie le tendió otro combinado de limonada y se sirvió otra cerveza. Hacerla beber solía funcionar, pero en los últimos tiempos lo único que conseguía era po… nerla grogui y distante.
—No puedo seguir viviendo así —murmuró él—. Me parto la espalda vendiendo fincas y, la mitad de las veces, al llegar a casa tengo que hacer de canguro de las niñas porque tú estás visitando inválidas o con tus amigas por ahí. Luego estás demasiado cansada para mí, o será que te has cansado de mí.
—Una chica necesita amigas, ¿sabes? —A Barbie le costaba pronunciar—. Me parece que los hombres no comprenden lo mucho que necesitamos a nuestras amigas. ¿Cuántas entradas dices que te sobran?
—Sí, claro, pues creo que yo también necesito una amiga —replicó él en tono más agresivo.
Barbie se echó a llorar. No soportaba su mal humor ni su fealdad, y se acobardó ante aquella muestra de ra… bia ciega.
—No lo sé —sollozó—. Lo siento, Lennie. Intento complacerte por todos los medios, cariño, pero desde que cumplí cuarenta años no me ha apetecido más. No es culpa tuya, amor mío, seguro que no lo es. Tal vez ne… cesite consultar a alguien y hablar de ello.
—Oh, Dios mío —Lennie puso los ojos en blanco—. ¡Y ahora tendré que pagar otra terapeuta, supongo! ¿Pa… ra qué? Tú eres consejera voluntaria. ¿Por qué no hablas contigo misma?
Ella lloró con más desconsuelo y él se sintió muy mal. Entonces la abrazó y le suplicó que fuera feliz.
Si necesitas hablar con alguien, hazlo de inmedia… to —la tranquilizó en voz baja—. Tengo dos entradas y seguramente conseguiré algunas más a través de ese eje… cutivo de la General Motors que acaba de jubilarse y ha comprado esa casa grande que hay junto al río.
Andy y Hammer doblaron la esquina del callejón del Freckles y vieron que todas las farolas estaban apagadas. Trader, cubierto de porquería, se hallaba sentado sobre un paquete junto a un contenedor que rebosaba basura hedionda. Se había quedado sin munición y seguía bata… llando con su cremallera, al borde de la histeria y deses… perado por mear.
—¡Por el amor de Dios! —dijo Hammer al descu… brir a su más odiado funcionario. ¿Qué demonios está haciendo aquí, sentado sobre un paquete, y disparando un arma? ¿Y por qué lleva el traje tan sucio?
—¡La cremallera no se me abre! —respondió Trader en una explosión de ira.
Hammer se agachó para calibrar el problema y Andy vio a una mujer acechando en la oscuridad, desde una distancia prudencial.
—Eso es porque se le ha enganchado la ropa interior en la cremallera —dijo Hammer. ¿Y por qué están tan mellados todos los dientes?
—¡He intentado hacerlos saltar!
—No se mueva —le ordenó Hammer—. A ver qué puedo hacer.
Palpó la cremallera de Trader, con cuidado de no tocar nada más. Tardó unos segundos en desengancharle el calzoncillo y la cremallera sonrió abierta. El hombre fue hasta el otro lado del contenedor y empezó a orinar como un caballo.
—¡Señor! —exclamó Andy, asqueado.
Luego inspeccionó el paquete que había en el suelo y sacudió la cabeza: contenía cinco revólveres de gran calibre y varias cajas de munición.
—Por lo visto se dedica a todo tipo de actividades paralelas.
—Sí —asintió Hammer, enojada—. ¡Qué vergüenza!
—¡Eh! —gritó Andy a la mujer que esperaba entre las sombras, incapaz de distinguir nada salvo una silue… ta con el cabello trenzado y tacones altos—. ¡Venga aquí!
Hooter caminó tambaleante hacia ellos, nerviosa porque tal vez también anduviera metida en un proble… ma y no sabía cuál.
—Oh, les conozco a los dos —dijo Hooter, sorpren… dida—. Usted era esa jefa de policía, pero ya no lo es más porque ahora está con los estatales. —Luego se dirigió a Andy—: Y usted es el encantador agente que me ayudó el año pasado, cuando ese tipo de la bolsa en la cabeza quiso atracarme en la cabina del peaje.
—¿Qué sabe de esto? —Andy movió la cabeza en di… rección a Trader, que seguía aliviándose.
—Lo que sé es que salí del bar y que él estaba aquí en el callejón, dando saltos, y que luego se sentó encima del paquete. ¡Oh, Dios mío, mire! ¡Son pistolas! Nunca sa… bré por qué estaba sentado sobre esas armas junto a un contenedor. Le dije que era peligroso, pero no se sepa… raba del paquete y tiraba de su entrepierna. Así que no sé nada más, excepto que de repente empezó a disparar ha… cia todos lados y yo corrí para ponerme a cubierto y pe… dir ayuda.
—¿Y qué hacía aquí en el callejón? —quiso saber Andy.
—Estaba tomando el aire.
—Si estaba tomando el aire es que antes estuvo en el interior de algún sitio donde no había demasiado. ¿Dón… de? —preguntó Andy.
—Tomando una copita —señaló el Freckles con la cabeza—. Había mucho humo ahí dentro, sobre todo por culpa de ese agente que nunca apaga un cigarrillo sin encender otro.
Andy pensó al instante en Macovich, y Hammer hi… zo lo mismo.
—Ve a mirar si aún está en el bar —le dijo Hammer a Andy.
Corrió hasta la parte delantera de aquel bar de ba… rrio viejo y al abrir la puerta se clavaron en él un montón de ojos turbios. Macovich estaba solo, sentado en un re… servado, y bebía y fumaba. Andy se sentó frente a él.
—Acabamos de recoger a Major Trader en el calle… jón —dijo—. ¿No has oído todos esos disparos?
—Pensaba que era un coche a escape libre —farfulló Macovich tras una nube de humo—. Y estoy libre de servicio —añadió malhumorado—. Pero sé que Trader está en la zona, porque lo he visto en la barra un buen ra… to, solo, bebiendo cerveza. Yo no le he dicho nada, claro, y he intentado no llamar su atención.
—¿Lo has visto hablar con alguien o telefonear? ¿Algo que nos indique que había venido aquí para en… contrarse con alguien y comprar un paquete de armas?
—¡Vaya! En estos días, todo son problemas —dijo Macovich mientras hacía girar despacio la botella de cerveza sobre la mesa—. Ese hombre me gusta muy po… co, pero no puedo decir que lo viera hacer algo sospe… choso.
—Entonces no podremos demostrar que tiene algo que ver con esas armas —comentó Andy, decepcionado—. Al menos, de momento. Y no pertenece a nuestra jurisdicción acusarlo de alboroto público con exhibicio… nismo. Eso corresponde a la policía municipal, silo creen conveniente. ¿Estabas aquí con Hooter?
—¡Eso sí que fue un error! No aguanta ni una sola cerveza, ya se ha puesto caliente y… Eso me pasa por li… gar con la empleada del peaje.
Macovich intentó comportarse como si Hooter no le importara en absoluto. Era inferior a él, una vulgar empleada de la autopista. ¿Y si se ponía desagradable y salía enfurecida de la cabina? El podía ligar con mujeres a cualquier hora del día y no necesitaba para nada a la empleada del peaje.
—Creo que lo mejor será que la acompañe a casa —dijo Macovich—. No tiene coche.
—Pues yo creo que lo mejor será que pida un taxi para cada uno —replicó Andy—. Pero ella tal vez deba explicar unas cuantas cosas a la policía.
En el mismo momento en que Andy decía aquello, Hammer preguntaba a Hooter por la policía.
—Eres tú quien los ha llamado? —preguntó Ham… mer—. Porque alguien tiene que haberlo hecho.
—Yo grité a los helicópteros —Hooter miró el Black Hawk que volaba a poca altura—, y supongo que uno de los pilotos pidió ayuda por radio.
—Es imposible que te oyeran gritar desde un heli… cóptero —replicó Hammer mientras Trader seguía re… gando el callejón, detrás del contenedor.
—Bueno, lo único que sé es que yo les grité y moví los brazos, por lo que tuvieron que ser ellos los que avisaran a la policía, porque yo no lo hice. Tampoco había oído nunca a nadie mear tanto rato. —Miró en dirección al ruido.
—Vaya tipo raro. Creo que será mejor que usted lo registre; apuesto a que ha hecho otras cosas que no es… tán bien. Quizá también es homosexual, porque intenta… ba volarse a tiros las partes íntimas como si odiase su mas… culinidad. Eso significa que probablemente tenga el sida y cantidad de dinero sucio en el bolsillo. Yo que usted no lo tocaría sin guantes. Llevo un par en el bolso; si los ne… cesita, se los presto —ofreció—. Imagino que tendrá que encerrarlo —añadió mientras Andy salía del Freckles.
Trader ha estado dentro, bebiendo —informó Andy—. Macovich lo ha visto. ¿Y tú? —le preguntó a Hooter.
—Si estaba, yo no lo vi. Había tanto humo flotando alrededor de la mesa.
—Voy a llamar a los municipales a ver qué quieren hacer —dijo Andy a Hammer—, pero de momento no pienses que este caso es nuestro. —Luego se dirigió a Hooter—: Tenemos que conseguirte un taxi.