Tirand retrocedió lentamente, sin atreverse a seguir discutiendo, y el señor del Orden se volvió para observar de nuevo a Ygorla. Las puertas de doble hoja se abrían ante ella. Tras la usurpadora, llevado por su cadena enjoyada, iba el servil chaquetero de Strann, un gallito que hacía cabriolas sobre un montón de estiércol; y, cogido del brazo de Ygorla, los ojos fijos con un inexorable y peculiar arrobo en el rostro de la usurpadora, iba Calvi, como un hombre que se encontrara en medio de un sueño bienaventurado.
Con gran deliberación, muy en privado, Ailind sonrió.
La puerta interior de los aposentos de Ygorla se cerró de un portazo ante la cara de Strann, quien se derrumbó sobre el suelo de la antecámara, con la espalda contra la pared y los ojos cerrados.
Era estúpido, ¡qué estúpido! Debía haberse dado cuenta, debía haber sido más explícito y apremiante en su advertencia a Karuth. Tal como habían ido las cosas, ni siquiera había tenido tiempo de explicar la mitad de lo que tenía en la mente, antes de que aquella maligna perra los separara con la misma despreocupación y malicia con que los había juntado. Ahora, aunque no creía que lo llamara ante su presencia aquella noche, seguía sin atreverse a abandonar su puesto. Soltando risitas como una colegiala, y con Calvi aturdido y cogido de su brazo, Ygorla le había ordenado permanecer allí como una rata obediente, hasta que lo volviera a llamar, y los dos se habían encerrado en su dormitorio. Strann sabía muy bien el precio de desobedecerla, y era muy probable que enviara a algún grotesco elemental para ver que no incumplía su orden.
No sabía si llorar, reír o gritar. De todos los hombres del Castillo que podía haber escogido como amante, Calvi Alacar había sido el que menos probabilidades tenía, pero ahora, con la ventaja de la visión retrospectiva, resultaba la elección más descaradamente evidente. Atrapar al hermano del hombre que ella había asesinado salvajemente sin duda atraía tanto al perverso sentido del humor de Ygorla como a su colosal ego, y el hecho de que lo hubiera logrado con tanta facilidad era una dura demostración de su poder ante el Círculo.
Risas agudas le llegaban del otro lado de la puerta, amortiguadas por la gruesa pared, y Strann intentó no imaginar qué telaraña podría estar tejiendo Ygorla alrededor de su víctima. Se preguntó si Calvi seguiría en sus cabales cuando amaneciera, o incluso si viviría para ver amanecer. Si se le antojaba, a Ygorla no le importaría lo más mínimo obtener su placer y luego matarlo, con la misma despreocupación con que había matado a tantos otros, y con el mismo acto lanzar un terrible desafío a quienes se le oponían. Pero, pensándolo con más calma, Strann no creía que la cosa llegara a ese extremo. Sospechaba que Ygorla encontraría mucho más divertido mantener al Alto Margrave con vida pero impotente bajo su hechizo. Y, aunque carecía de toda lógica, Strann tenía la intuición igualmente intensa de que la usurpadora no sería la única a quien satisfaría aquella situación.
Tarod había abandonado pronto la sala, con Karuth. Ninguno de los dos sabía todavía el resultado del último juego de Ygorla, y no habían presenciado el breve enfrentamiento de Tirand Lin con Ailind cuando la usurpadora se marchaba. Strann sí. Siguiendo la correa que sostenía Ygorla, no había pasado lo bastante cerca para escuchar lo que el Sumo Iniciado le había dicho a su mentor, pero había visto que Tirand era despedido con sequedad y había advertido la sonrisa privada de Ailind, que a él le pareció una sonrisa de satisfacción. Estaba seguro de que algo se estaba tramando, y debía encontrar el modo de comunicárselo al señor del Caos.
La cámara interior estaba ahora en silencio. Strann intentó convencerse de que eso no tenía por qué ser necesariamente una mala señal y, levantándose con cuidado, fue de puntillas hasta la puerta exterior. Rezó para que los goznes y el pestillo no crujieran, cosa que no hicieron, y entreabrió la puerta y se asomó al pasillo. Nadie a la vista. Sólo una única antorcha que ardía en su soporte a unos cuantos metros de distancia. ¿Cuánto tardaría en llegar a la torre norte? No se atrevía a ir a la habitación de Karuth, porque la tentación de quedarse sería imposible de resistir y eso podía significar el desastre para todos. Tendría que ser la torre; era un grave riesgo, pero no parecía haber otra elección.
Estaba mirando por encima del hombro e intentando decidirse de una vez por todas a salir cuando apareció el gato gris. El animal lo saludó con un rápido y apremiante «prrt» que sobresaltó a Strann, quien bajó la vista y se lo encontró a los pies, mirándole a su vez con intensa concentración.
El gato… ¡claro! Había bromeado con Karuth acerca de él, llamando al animal su ángel de la guarda personal, pero ahora la broma cobró un aspecto completamente distinto. ¿Podía comunicarle lo que quería decir? ¿Lo entendería el gato y le llevaría el mensaje a Tarod? Strann no era telépata, pero tenía la impresión de que eran los gatos, más que sus contactos humanos, quienes determinaban el éxito o fracaso de cualquier comunicación.
Lanzó otra rápida y cautelosa mirada a través de la puerta entreabierta, y luego se agachó y alargó los dedos para que el gato los olisqueara.
—Ve a buscar a Tarod —le susurró y al mismo tiempo intentó visualizar y proyectar una imagen mental del rostro del señor del Caos y de la torre norte.
El gato ronroneó —Strann deseó fervientemente que ésa fuera su manera de decir que había comprendido— y él le comunicó su mensaje, una serie de imágenes que esperaba que transmitieran su significado y que al mismo tiempo eran lo bastante sencillas para que el animalito las asimilara y las recordara. Al final, ya no pudo hacer más y, sintiéndose mentalmente agotado, acarició la cabecita del gato.
—Ahora sólo puedo rezar para que me hayas entendido —le dijo en voz baja—. Vete. Busca a Tarod.
El gato agitó la cola y, silencioso como un fantasma, dio la vuelta y se alejó. Strann lo observó hasta que desapareció al doblar la esquina; luego volvió a entrar en la habitación y cerró la puerta con gran sigilo.
—El mensaje del gato era bastante claro —dijo Tarod—. La usurpadora ha atrapado al Alto Margrave; y Strann está convencido de que a Ailind lo satisface ese acontecimiento.
En la habitación a oscuras de la torre, donde los dos mundos se habían unido por unos momentos, la imagen oscura y perfilada de Yandros se agitó ligeramente al hacer un nervioso gesto con una de las manos.
—Encaja con el esquema que comenzábamos a sospechar, Tarod. El trato que Ailind dio a Calvi en público ya indicaba que al Orden no le importaba si seguía siéndoles fiel o no…
Tarod lo interrumpió.
—Strann parece pensar que es algo más que despreocupación. Cree que podría tratarse de una artimaña premeditada.
—¿Para conseguir la desafección del Alto Margrave? —Yandros se mostró sorprendido—. Veamos, ¿por qué, por todos los reinos de la creación, querría Aeoris provocar semejante cosa? Calvi siempre ha sido uno de sus más firmes aliados —no se molestó en ocultar su desdén al decirlo— y yo pensaba que nuestros amigos estarían ansiosos para que siguiera siéndolo. No tiene sentido.
—No. Pero sigo pensando que podría ser verdad, Yandros. Strann es astuto, y tiene una intuición mucho mayor de lo que gusta mostrar. Si se huele algo, me inclino a hacer caso de lo que su nariz nos diga.
Aunque no estaba dispuesto a admitirlo, ni siquiera a su hermano, Yandros se sentía intranquilo. Hacía ya algún tiempo que Tarod y él estaban convencidos de que algo se tramaba en el reino del Orden, pero aquella primera pista, si es que era una pista y no un rastro totalmente falso, lo desconcertaba, porque era exactamente lo opuesto del tipo de estrategia que hubiera esperado de Aeoris.
Dejó en suspenso el pensar más acerca del tema y dijo:
—¿Y qué hay del alma de nuestro hermano? ¿La has visto?
Tarod asintió sombríamente.
—Sí. La llevaba esta noche; la exhibía con descaro colgada de una cadena alrededor de su cuello, de forma que todos pudieran verla. —Hizo una pausa—. También he adivinado el nexo entre ella y la gema. Ha creado una protección que asegura que, si algo le ocurriera a ella, la gema se haría pedazos instantáneamente, y ni siquiera nosotros tenemos el poder para romper ese nexo a tiempo. —Sus ojos se entrecerraron, hasta parecer meras rendijas—. Podemos despreciar su poca inteligencia sutil, pero no podemos decir nada de su astucia.
—Pero todavía no ha lanzado abiertamente ningún desafío, ¿no es así? —preguntó Yandros.
—No. Por el momento parece que se contenta con dedicarse a hacer gala de su supremacía en todas las oportunidades que se le presentan.
—Espero que no hayas mordido su anzuelo.
Tarod sonrió tenuemente, al recordar su breve y duro diálogo con la usurpadora en la sala.
—No en ningún modo que pudiera poner en peligro la gema del alma.
—Asegúrate de no hacerlo. No importan las tentaciones, asegúrate. ¿Y qué hay de Narid-na-Gost?
Tarod lanzó una mirada especulativa por la ventana, hacia el lugar donde se recortaba la torre meridional, contra la tenue luz de las estrellas.
—Nadie lo ha visto todavía. El Círculo ni siquiera sabe que está aquí. Ha encontrado un agujero en el que esconderse, y parece satisfecho de dejar que sea su hija la que se ensucie las manos.
—¿Está también conectado a la gema?
—Creo que sí, pero no estoy seguro. No es algo que me importe poner a prueba.
Yandros encorvó los hombros, de mal humor.
—Bueno. Aunque resulte frustrante, parece que debemos seguir esperando y vigilando. Ponte en contacto conmigo cuando tengas nuevas informaciones de Strann.
Tarod asintió y se dispuso a disolver el nexo entre sus mundos. Pero, antes de que lo hiciera, Yandros sonrió con un breve resurgir de su acostumbrado humor negro.
—Una última cosa, Tarod. No dejes que Karuth Piadar averigüe demasiadas cosas acerca de tus motivos. ¡Recuerda lo que ocurrió la última vez que te enamoraste de una mujer mortal!
Tarod se rió con suavidad.
—Lo recordaré.
En el mismo instante en que Tarod y Yandros daban por finalizada su discusión y se separaban, Ailind, en su cámara en el ala este, establecía contacto con Aeoris.
—La trampa ha funcionado exactamente según lo planeado —informó Ailind a su hermano mayor—. El Alto Margrave ya está loco por la usurpadora, y supongo que no pasará mucho tiempo antes de que esté completamente dominado por ella. Si a eso le añadimos el hecho de que ya está en contra nuestra, la receta está casi completa.
Aeoris sonrió.
—Sí que lo está. Son excelentes noticias, Ailind.
—Ahora, Calvi entrará en conflicto con el Círculo, naturalmente —dijo Ailind—, y eso echará más leña al fuego de su resentimiento hacia el Orden. Creo que nuestro siguiente paso debe ser explotar eso y hacer que sea para nuestro provecho.
—No preveo dificultades en ello —repuso Aeoris—. El Alto Margrave es esencialmente débil, por lo que resultará sencillo influir en su subconsciente. La siguiente etapa de nuestra estrategia debería resultar fácil. —Hizo una pausa—. ¿Has investigado el asunto de los elementales, como te dije?
—Sí, hermano, lo he hecho. Tal y como te informé, la usurpadora tiene poder sobre ellos, pero abusa constantemente de dicho poder. Parece disfrutar atormentándolos, o usándolos para propósitos triviales, para destruirlos a continuación. —Ailind enarcó sus pálidas cejas en un expresivo gesto—. Están dispuestos a cooperar con nosotros, muy dispuestos, la verdad. Ven en nuestro plan una forma de vengarse de ella, que es lo que desean por encima de todo.
La expresión de Ailind se volvió algo cínica.
—Suponiendo, claro está, que los elementales puedan comprender y respetar la necesidad de secreto total.
—Me he ocupado de que así sea.
—En ese caso, parece que estamos listos para dar el siguiente paso. Estoy muy satisfecho, Ailind, muy satisfecho. ¿Y qué hay del Caos? ¿Han hecho algo?
Ailind negó con la cabeza.
—Nada. Mi opinión es que están completamente atascados y que es muy probable que sigan así. Al fin y al cabo —añadió, riendo—, ¿qué puede hacer Yandros que no ponga en peligro la vida de su hermano?
—Es cierto —coincidió Aeoris, de nuevo sonriente—. Muy bien. Parece que hasta el momento todo se ha desarrollado con la máxima perfección que podíamos esperar. Puedes comenzar tu labor con los elementales esta noche, y ponerte en contacto conmigo cuando tengas más noticias. Espero los siguientes acontecimientos con gran interés.
La luz dorada que se derramaba desde el reino del Orden se desvaneció de la habitación al desaparecer Aeoris. Durante varios segundos, Ailind permaneció inmóvil, con los ojos fijos en el lugar donde había estado su hermano, pero la mente en otro lugar. Luego sus labios se torcieron levemente, casi con cinismo, e hizo un gesto de llamada. Otra luz, más pequeña, débil y fría que la del aura de Aeoris, apareció sobre su cabeza, y dentro de la luz se veía moverse una forma apenas visible, inhumana. Ailind miró la luz y habló en voz baja pero severamente.
—Hijo del aire y del agua, ¿entendéis tú y los tuyos el encargo que os confío? ¿Y entendéis que no debe quedar rastro de lo que hagáis esta noche que pueda llegar a ser conocido por otra entidad viviente?
Una vocecita como un suspiro, parecida al ruido de un lejano mar traído por una suave brisa, le respondió:
—Lo entendemos, mi señor.
Ailind asintió satisfecho.
—Consideremos entonces los sueños que enviaremos a nuestra presa esta noche…
Ygorla se despertó poco después del amanecer. A pesar de sus excesos, no había perdido nunca la costumbre de madrugar, adquirida durante su infancia en Chaun Meridional, y, una vez abiertos los ojos, su ávido interés en lo que pudiera depararle el nuevo día le quitaba cualquier deseo de dormir más.
A su lado, con los cabellos como una clara nube entre las arrugadas almohadas y ropa de cama, Calvi Alacar seguía durmiendo. Durante los últimos minutos se había agitado inquieto, moviendo los párpados y, en una ocasión, había soltado un pequeño suspiro. Pero, fueran cuales fuesen los sueños que lo inquietaban, ahora habían desaparecido y su cuerpo yacente estaba tranquilo otra vez. Ygorla lo miró y esbozó una sonrisa perezosa y satisfecha al recordar los acontecimientos del baile y lo sucedido después. El Alto Margrave había resultado ser un descubrimiento. Al principio, su intención era utilizarlo como cebo de su anzuelo durante un tiempo, embrujándolo hasta ponerlo totalmente bajo su control, sólo por el placer de escandalizar al Círculo, que lo tenía por un aliado tan firme. Conseguirlo había sido sencillo: la personalidad de Calvi era bastante insignificante, lo que lo convertía en una presa fácil. Pero, si era débil de carácter, había descubierto que ciertamente no era débil físicamente. Aunque Ygorla distaba mucho de ser virgen, Calvi era el primer humano con quien se había acostado, y la nueva experiencia la había deleitado. Tenía mucho que ensalzar en él, pensó: juventud, hermosura, vitalidad viril; y por encima de todo el hecho de que, gracias a su hechicería, ahora era su esclavo tanto física como mentalmente.