LA PUERTA DEL CAOS - TOMO III: La vengadora (9 page)

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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantasía

Las mejillas de Sanquar enrojecieron y no fue capaz de mirarla a los ojos. Para no herir sus sentimientos, Karuth cambió de tema.

—Sólo siento que eso signifique más trabajo para ti.

—Me las apañaré —aseguró Sanquar, esbozando una sonrisa poco convincente—. Hay una sanadora superior en el grupo de la Hermandad, la hermana Alyssi. Estoy seguro de que podré contar con su ayuda si llega el caso.

—Sí. Sí, hazlo si lo necesitas —repuso Karuth; echó un vistazo a la enfermería—. No me cabe duda de que encontraré cosas de sobra que hacer aquí; y, si alguien decide de pronto que su necesidad de atención médica es más urgente que su desagrado hacia mí, estaré disponible.

Sanquar hizo una dolorida mueca al escuchar su tono de voz iracundo.

—No es tan malo, Karuth.

—¿No? —Karuth se miró el chal y advirtió, sorprendida y con disgusto, que sin darse cuenta había estado deshilachando la orla; a sus pies se veían esparcidos los hilillos—. No —añadió con tensión—. Bueno tal vez lo sea y tal vez no. No lo sé, y de todos modos la culpa es sólo mía, ¿no es así?

Sanquar no había estado en el Consejo aquella mañana, pero los detalles de la reunión eran ya conocidos por todos, y sabía lo que había sido revelado.

—No estoy de acuerdo —dijo—. Conociéndote, no me cabe duda de que hiciste lo que hiciste por una buena razón. Además… —Vaciló, y su voz se tornó nerviosa—. Cuando pase la primera impresión y la gente tenga tiempo para pensar con más claridad, quizá descubras que hay más simpatía hacia tu punto de vista de lo que supones.

Ella frunció el entrecejo.

—¿Qué quieres decir?

Sanquar pareció ponerse a la defensiva.

—No soy un adepto del Círculo, por lo que no me corresponde predecir o suponer nada. Pero hay algunos individuos que no deben de sentirse nada felices por el secreto que parece haber rodeado todo lo que ha hecho el señor del Orden desde su llegada aquí, incluyendo el hecho de que ni siquiera estaba dispuesto a revelar su identidad más que a unos pocos elegidos.

Karuth se sintió sorprendida. Sanquar rara vez expresaba una opinión con vehemencia, y menos una opinión controvertida, y oírlo hablar de aquella manera la cogió por sorpresa. Él vio su expresión, y una pequeña sonrisa le surcó el rostro.

—No te sorprendas tanto, Karuth. Puedes acusarme de parcialidad, y no lo discutiría; pero sigo creyendo que encontrarás que no soy el único que piensa así.

—Yo… —Titubeó—. No sabía que fueras parcial, Sanquar. No sabía que sintieras afinidad con el Caos.

—¿Con el Caos? —Ahora fue Sanquar quien se sorprendió; luego volvió a sonreír, esta vez casi burlándose de sí mismo—. No quería decir eso. Nunca he tenido afinidades específicas en lo que se refiere a los dioses, ni he pensado detenidamente en ello. Mi parcialidad es a tu favor. Pero, vamos, hace tiempo que lo sabes. —Bajó la mirada, se giró para coger su bolsa de médico y añadió, en tono ligero y sin darle importancia—: Será mejor que comience mi ronda, o no habré acabado antes de que oscurezca. Te veré más tarde.

Salió, y Karuth se puso a ordenar la enfermería. La última observación de Sanquar la había emocionado, y al mismo tiempo la había hecho sentirse culpable porque, como él había confesado, ella sabía desde hacía muchos años que él la amaba. Siempre había reprimido sus sentimientos, consciente de que no eran correspondidos, pero esos sentimientos, y la fidelidad que originaban, seguían siendo tan fuertes como siempre. La conciencia de Karuth nunca había estado totalmente tranquila con respecto al amor no correspondido de Sanquar, pero se recordó, como había hecho muchas veces antes, que no podía sentirse responsable de los problemas de Sanquar; y menos ahora, cuando, para sumar a todos los conflictos que la asediaban, tenía una nueva complicación que afrontar en la persona de Strann.

En la fría luz del nuevo día, y con la perspectiva de la reunión del Consejo amenazándola, no había tenido tiempo para reflexionar acerca de las posibles consecuencias de la reaparición de Strann en su vida. Lo había dejado durmiendo en su improvisada cama en el suelo de la habitación, y acontecimientos más urgentes habían eclipsado los pensamientos de las horas que habían pasado juntos y de adonde podía llegar su creciente amistad. Pero ahora los pensamientos volvieron y se dio cuenta de que —quizás a sabiendas, quizá no; no lo conocía lo suficiente para estar segura— Strann la había cogido por sorpresa y había ocupado un lugar en sus afectos. En la boda del difunto Alto Margrave, que parecía un acontecimiento muy lejano, aunque habían transcurrido menos de dos años, Strann había roto flagrantemente todas las reglas del protocolo para presentarse ante ella y convencerla de que tocara un dúo con él. Y, a pesar de la desaprobación de su hermano, le había gustado enseguida. Podía ser un oportunista descarado, podía haberla utilizado como medio de llamar la atención de un potencial mecenas, pero sus maquinaciones la habían hecho disfrutar tanto como a él, y Strann había sido lo bastante sincero para no disimular sus motivos con halagos o con lisonjas, como habrían hecho otros. Entonces, Karuth sospechó que podían tener en común algo más que la música. Ahora, después de unas horas tranquilas en las que habían llegado a conocerse un poco mejor, estaba segura de ello, y eso era lo que la había cogido desprevenida.

Habían transcurrido varios años durante los cuales Karuth sólo se había permitido tener aventuras muy ocasionales. Tras la repentina e inesperada muerte de su padre, creyó que lo primero debía ser ayudar a que Tirand afrontara la carga de sus responsabilidades; y, aunque Tirand ya no necesitaba ni deseaba su apoyo, se había acostumbrado a evitar las relaciones serias. Pero ahora tenía la sospecha de que sus sentimientos estaban cambiando. No sabía qué sentía Strann o qué pensaba de ella, y por nada en el mundo se lo preguntaría. Pero lo que había comenzado como una sensación de camaradería frente a la adversidad, y el deseo de ayudar a un viejo amigo en apuros, se estaba convirtiendo, al menos por su parte, en algo más fuerte.

Su mente dio vueltas y más vueltas a los intranquilos pensamientos mientras sus manos trabajaban mecánicamente para reordenar algunos suministros que no estaban en donde ella quería que se guardaran. Cuando llamaron suavemente a la puerta, pasaron unos instantes antes de que reaccionara y, recogiéndose con premura el pelo, contestara:

—Adelante.

Se abrió la puerta y entró Strann. Karuth sintió que sus mejillas enrojecían, convencida irracionalmente por un instante de que sus íntimos pensamientos estaban escritos con letras de fuego en su rostro y que él los leería. El momento pasó con bastante rapidez, pero debió de parecer preocupada, porque Strann vaciló.

—Lo siento. No quería molestarte.

—No. No, está bien —repuso ella, obligándose a relajarse—. Entra, por favor. La verdad, me alegro de verte. Me alegra ver a alguien dispuesto a hablar conmigo.

Él cerró la puerta, y una breve mirada calculadora de sus ojos garzos le dijo mucho más de lo que Karuth hubiera deseado.

—¿Qué es lo que va mal? —preguntó en voz baja.

—Oh… —Karuth sacudió la cabeza, intentando parecer despreocupada—. Nada. O nada que importe o que no debiera esperar. —Indicó la enfermería vacía con un gesto expresivo—. Parece ser que mis pacientes, o una gran mayoría de ellos, prefieren recibir los cuidados de mi ayudante, en vez de tener trato alguno con la paria del Círculo.

—Ah. —Strann se encaminó lentamente hacia la chimenea—. Entiendo. ¿Entonces la reunión no fue bien para ti? —Vio la respuesta en su cara y asintió—. No puedo decir que me sorprenda. —Hizo una pausa antes de añadir—: ¿Quieres contármelo?

Para su disgusto, Karuth se dio cuenta de que sí que quería hablar y que Strann era posiblemente la única persona que conocía a quien estaba dispuesta a confiar su infelicidad y su miedo. Aun así, sentía una restricción: tenía la sensación de que, si se descargaba con él, estaría poniendo a prueba una relación que todavía era demasiado insegura. Sin saber qué hacer, vaciló, hasta que Strann dijo:

—No olvides que tengo contigo más de una deuda. Te prometo que esto no será mucho para pagarla.

Lo miró, vio la malicia en sus ojos, y se dio cuenta de que él sabía con exactitud lo que pensaba y que se burlaba. Relajó bruscamente los hombros y soltó una risita que recordó bastante a su vieja personalidad de siempre.

—Strann, deberías haber sido un adepto del Círculo, no un bardo. ¡Podrías enseñar un par de cosas a las videntes de la Hermandad!

—No tengo poderes extrasensoriales. Quizá soy observador; y me gusta pensar que estoy empezando a conocerte mejor de lo que crees. —Buscó una silla que no estuviera ocupada por los restos de su interrumpida reorganización y se sentó—. Vamos. Cuéntaselo todo a tu buen amigo Strann.

Su actitud dio confianza a Karuth, que le obedeció. Sin darse cuenta, empleó el estilo de contar historias de los bardos, tal y como lo inculcaba la Academia del Gremio de Músicos, que le había enseñado a combinar la claridad con la exactitud, economizando palabras. Strann la escuchó sin interrumpirla, mientras ella le narraba todos los detalles importantes de la reunión matutina en la Sala del Consejo y lo que sucedió después. Cuando terminó, él se apoyó en el respaldo de la silla y soltó un largo silbido entre los dientes.

—Por los catorce dioses —dijo—. Sinceramente, no pensaba que el Sumo Iniciado fuera tan estúpido. —Entonces vio su expresión—. Lo siento, Karuth; sé que es tu hermano y tal vez que no te guste que lo diga, pero no voy a mentir, ni siquiera por ti. Es un estúpido. ¿Es que no quiere ver vencida a Ygorla? Porque, si es así, entonces al ponerse tozudamente del lado de Ailind y al negarse a querer escuchar nada de lo que pueda tener que decir el Caos, ¡está siguiendo el juego de ella!

—Tirand no lo ve así —replicó Karuth.

—No, no lo ve, porque Ailind y sus propios prejuicios lo han cegado y le impiden ver la verdad. Lo sabes, pero no estás dispuesta a aceptar la situación; de otro modo, no habrías corrido el riesgo de defender la causa del Caos cuando todo está en tu contra. Admítelo, Karuth. Si no crees que tu hermano se ha dejado llevar por la parcialidad, ¿por qué no te contentaste con mostrarte de acuerdo con él e inclinar la cabeza ante la voluntad del Orden?

—Está bien —dijo Karuth—. Lo admitiré. Pero no significa ninguna diferencia, Strann, ¿o sí? Tirand no me escuchará y, estando de acuerdo con él el Alto Margrave y la Matriarca, no tengo esperanza de cambiar la opinión del Consejo de Adeptos.

—Quizá no por el momento. Pero, cuando la gente haya tenido tiempo de reflexionar acerca de lo que está ocurriendo y, lo que es más importante, acerca de lo que podría ocurrir, eso podría empezar a cambiar.

Karuth frunció el entrecejo al recordar la ácida observación de Sanquar acerca del secreto, la desconfianza y las lealtades inciertas. Pero, antes de que pudiera decir nada, Strann prosiguió:

—Karuth, sientes una afinidad natural con el Caos; igual que yo, aunque sólo ahora comienzo a darme cuenta de ello, y me niego a creer que seas el único adepto en todo el Círculo que tenga esos sentimientos. Es imposible desde un punto de vista lógico, o toda la estructura del Equilibrio se habría derrumbado hace años y nuestros únicos dioses serían los dioses del Orden. Los últimos acontecimientos han hecho tambalearse la fe de la gente en el Caos, pero la llegada de nuestro señor Tarod cambiará eso con toda seguridad. La gente se dará cuenta, si es que no han empezado a hacerlo ya, de que los señores del Caos están con nosotros en su deseo de ver destruida a Ygorla. Tendrán que creerlo; las evidencias son indiscutibles. Y, cuando lo hagan, podrían también empezar a preguntarse qué se esconde detrás de las maquinaciones del Orden, y qué es lo que quiere conseguir realmente.

Oyó que Karuth aspiraba aire involuntariamente y con rapidez, y vio que de repente sus grises ojos se volvían tan cautelosos como los de un animal salvaje. Ella dijo con cuidado:

—Tú… ¿crees que tienen… un plan de mayor alcance?

—No es que lo crea, lo sé. Yandros estuvo tan cerca de mí como tú lo estás ahora y me dijo la verdad. Oh, sí, los señores del Orden quieren ver muerta a Ygorla, pero aun más que eso quieren apoderarse de la gema del alma robada. Y, si lo consiguen, entonces tú, yo y todos los demás en este ignorante mundo deberemos prepararnos para la destrucción del Equilibrio y todo lo que ello implica.

Karuth recordó lo que le había dicho Tarod: un regreso a las viejas costumbres que habían asolado el mundo antes de la época del Cambio; el gobierno supremo del Orden, sin nada que se le opusiera; el Caos paralizado, desterrado, su influencia borrada del mundo…

—Nunca he sido un hombre religioso, Karuth —dijo Strann en voz baja—, pero como bardo he aprendido las viejas historias, y quizá debido a mi profesión he indagado en nuestra historia más que la mayoría. ¿Puedes imaginar lo que sería vivir en un régimen que te prohibiera pronunciar el nombre del Caos por ser blasfemia? ¿Te imaginas en el lugar de los inocentes que eran lapidados en ejecuciones públicas porque se pensaba, sólo «se pensaba», que el color de su pelo los marcaba como marionetas de Yandros? ¿Eres capaz de pensar, eres capaz de concebir, lo que debe de haber sido la vida en un mundo donde las únicas leyes eran aquellas hechas por Ailind y sus hermanos? —Encorvó los hombros—. Yo no puedo. O, mejor, sí que puedo, pero no quiero hacerlo.

Karuth había estudiado lo suficiente la historia reciente del mundo para reconocer y entender a qué se refería Strann, pero meneó la cabeza.

—Strann, ¡no era así! Sólo en los últimos tiempos, antes de la batalla entre los dioses…

—Cuando el Orden tenía el poder supremo pero temía que su supremacía iba a ser desafiada. Sí, lo sé. Pero, si ahora se desequilibra la balanza, ¿crees que Aeoris repetirá el error que cometió hace un siglo? No lo hará. ¡Aplastará a cualquiera que se atreva a pensar en oponérsele y desterrará sus almas a los Siete Infiernos! —La voz de Strann se endureció—. Ya ha empezado, Karuth. Tú misma me lo dijiste: los edictos de Ailind, las órdenes de Ailind, lo que te hizo cuando intentaste desafiarlo, y la advertencia que te dio. Recuerda eso, e imagina lo que te habría ocurrido si hubieras fracasado en tu intento de invocar al Caos.

Tenía razón. Desde la apertura de la Puerta del Caos y la llegada de Tarod al Castillo, Karuth había estado protegida de la influencia de Ailind, y había sido demasiado fácil olvidar la naturaleza del riesgo que había corrido. Otros, sin embargo, podían no tener tanta suerte.

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