Read La puerta oscura. Requiem Online
Authors: David Lozano Garbala
—A lo mejor no es él… —aventuró Michelle, sin interrumpir su inspección visual.
La vidente se encogió de hombros.
—No podemos saberlo aún, pero resultaría demasiado casual que, precisamente esta noche, otra presencia vinculada con el Más Allá estuviese rondando por estas calles.
—¿Apago los faros? —sugirió Marcel.
Daphne asintió en silencio.
—Si es cierto que Jules todavía no se mueve con seguridad —justificó su decisión entre murmullos—, eludirá encuentros problemáticos, y un coche con varias personas dentro lo es. Hemos de pasar desapercibidos.
Aguardaron. Los cristales empezaban a empañarse, dificultando la vigilancia. Unos minutos después, una figura masculina arrebujada en un abrigo surgió de un callejón, caminando a buen paso hacia ellos.
—No es él —avisó Michelle a los pocos segundos—. Reconocería su forma de andar a un kilómetro.
—No te fíes —el forense se mantenía en guardia—. Si la contaminación vampírica se ha impuesto en él hasta el punto de obligarle a salir por la noche, es fácil que su caminar haya cambiado.
La vidente estuvo de acuerdo.
—Debemos estar preparados —advirtió sacando de entre sus ropajes el medallón que llevaba al cuello. Se volvió desde su asiento y tendió a la chica un frasco de cristal que contenía un líquido transparente. Ella lo recogió, perpleja.
—Es agua bendita —le dijo—. Rocíate el cuello con ella, y guarda el recipiente con el resto. Puede venirte bien como arma arrojadiza.
También sacó unas ristras de ajos, que dejó a su alcance. El intenso olor invadió el habitáculo del coche.
Por su parte, Marcel acariciaba el mango de su katana de plata, sin quitar ojo del paseante que continuaba con su avance en apariencia inofensivo hacia el vehículo.
—Debemos estar preparados… ¿para qué? —la preocupación de Michelle empezaba a adquirir tintes inquietantes. La advertencia de la bruja no la había convencido en absoluto—. ¿A qué estamos jugando?
Michelle tenía la impresión de que los papeles se habían invertido; ahora los peligrosos eran ellos, y su amigo, la víctima.
—No te asustes —Daphne procuró tranquilizarla—. No pretendemos herir a Jules, solo acorralarlo para que no escape. Entonces podremos inmovilizarlo y llevarlo hasta un lugar donde no pueda hacer daño… ni a él mismo ni a los demás.
—Y la única forma de conseguirlo requiere herramientas un tanto… agresivas —añadió Marcel.
Michelle se estaba agobiando por momentos; hasta ese instante no había asumido la auténtica dimensión de lo que se proponían llevar a cabo.
—Herramientas que también deben servir para protegernos —concluyó la bruja—. Ignoramos en qué estado se encuentra tu amigo.
Los tres se quedaron en silencio. El individuo se encontraba ya muy próximo al coche, casi podían escuchar el sonido seco de sus zancadas regulares sobre los adoquines.
Los cristales empañados de las ventanillas impedían ver con nitidez. Pronto lo que se dirigía hasta ellos había pasado a convertirse en una mancha borrosa, pero no se atrevían a limpiar el vaho por miedo a delatar su presencia. A fin de cuentas, aún veían lo suficiente. Era necesario apurar: Daphne no dejaba de percibir la cercanía de un ser de dudosa humanidad y cualquier error podía arruinar toda la operación.
No obstante, se equivocaba: lo que detectaba no era la proximidad de un ser sobrenatural, sino la inminencia de su aparición en escena, algo que Michelle pudo atisbar por pura casualidad, al frotarse un ojo y distinguir de refilón una nueva mancha, mucho más reducida, que se deslizaba desde un extremo del cristal.
—A la… a la derecha —avisó, tartamudeando por los nervios.
—¿Qué dices? —Daphne entrecerraba los ojos para captar cada detalle del desconocido, no estaba atenta a nada más.
—A la derecha, joder —Michelle se daba cuenta de que el segundo borrón se iba juntando al primero mientras aumentaba de tamaño rápidamente, lo que implicaba que se movía a gran velocidad hacia el paseante.
En cuanto la vidente se percató de lo que ocurría, lanzó un gemido ahogado, se abalanzó sobre el vidrio y lo limpió.
Confirmaron espantados que una figura encorvada avanzaba con extraordinaria agilidad en dirección al desconocido.
—Mierda —susurró Marcel al reconocerlo—. ¡Es él!
Michelle no hablaba, no lograba articular palabra; sus pupilas, muy abiertas, se negaban a reconocer en las facciones afiladas y perversas de aquel chico a su antiguo amigo. Tampoco identificó esos siniestros movimientos con los que se cernía sobre su víctima, acechante, en mitad de la noche.
Pero se trataba de Jules. Sin duda. Aquella palidez espectral, sus cabellos rubios desordenados, su cuerpo flaco y desgarbado, que nunca había desplegado una coordinación semejante.
—¡Ahora no se trata de atraparlo, sino de salvar la vida de ese hombre! —gritó Marcel, despertando de su asombro con el tiempo justo para encender las luces largas.
Esa maniobra transformó la perspectiva que se ofrecía desde el interior del coche, otorgando a la escena una ambientación irreal. El fogonazo de luz, cuyo haz se mantuvo, modificó el panorama paralizando el movimiento de sus protagonistas. El peatón dio un respingo, sorprendido; Jules, cegado su rostro lívido de ojos amarillentos, se había detenido a escasos metros de su presa, en posición de ataque. El chico permaneció así, desorientado, durante unos instantes que se hicieron muy largos. Finalmente, dio un salto espectacular y escapó de la zona iluminada.
Dentro del vehículo de Marcel, todos se habían quedado petrificados también ante la intensidad sobrecogedora del momento, superados por un giro en las circunstancias que saturó su capacidad de reacción. Solo la repentina desaparición de Jules los hizo despertar de su estupor y actuar.
—¡Se escapa! —chilló Daphne—. ¡Fuera del coche, vamos!
* * *
—¿Crees que lo encontrarán? —Mathieu se dirigía a Edouard, ambos sentados en medio de aquel silencioso sótano—. Tú sabrás mejor que nadie si la percepción de tu maestra es suficiente para localizar a una criatura así.
El joven médium se encogió de hombros.
—Es que no depende solo de ella —argumentó—. Influyen otros factores, como la distancia a la que lleguen a encontrarse respecto a Jules. Desde luego, si vuestro amigo gótico entra en el radio de acción del rastreo mental de Daphne, ella lo captará. Es muy buena, y con el tiempo ha desarrollado mucho sus dones. Puede que sea mayor, pero sabe lo que hace. Además —añadió—, Jules se está iniciando como vampiro: si ya ha empezado a vagar por la noche, lo estará haciendo como un primerizo. Hacerse invisible, lograrlo de forma eficaz entre las sombras, requiere siglos de experiencia para un no-muerto.
—Jules es un cachorro de vampiro —tradujo Mathieu, pensando en voz alta.
—Algo así. Aunque —Edouard adoptó un gesto grave— los vampiros son criaturas que nacen mordiendo. Si el crepúsculo lo incita a salir al exterior, ya es peligroso. No lo olvides.
Mathieu lo intentaba, aunque no lo conseguía por completo.
—Me cuesta tanto pensar en mi amigo como una amenaza… Es todo demasiado reciente. Apenas hace unas horas contábamos con él, formaba parte del grupo. Y ahora hablamos de Jules como si fuera el enemigo. No puedo aceptarlo.
Edouard le pasó un brazo por los hombros, y con una mano, delicadamente, le alzó el rostro para encontrarse con sus ojos.
—No pretendía decir eso —aclaró—. Seguimos estando con él, ¿vale? Todo este montaje, incluyendo el arriesgado viaje de Pascal, lo estamos haciendo por Jules. Lo que ocurre es que en su interior está gestándose una naturaleza dañina, y mientras no sepamos a ciencia cierta cuál de sus dos esencias prevalece, hemos de ser cautos. No nos queda más remedio, Mathieu. Aunque suene duro.
—Lo entiendo, lo entiendo —aceptó el chico a regañadientes—. Pero eso no quita para que me parezca muy triste.
—Lo es.
—¿Algún indicio de Pascal? —Mathieu estaba dispuesto a cambiar de tema.
—No, sigo sin percibir ninguna comunicación. Con las horas que ya han pasado, no debe de andar lejos de la Colmena. Si no ha habido contratiempos, claro.
—Claro.
Se quedaron en silencio, observando el enorme arcón de la Puerta Oscura.
—Edouard.
—¿Qué?
—¿Qué haremos cuando todo esto acabe?
El médium miró intrigado al chico.
—A qué te refieres.
Mathieu se esforzó en sonreír.
—A nosotros. Antes no terminamos de hablar de ello…
Edouard le devolvió la sonrisa.
—Vaya, veo que tener que estar aquí esperando te hace pensar en todo.
En ese sentido, la inactividad podía llegar a acarrear consecuencias incómodas.
—Ya ves —respondía el otro—. A lo mejor es que así me animo, entre tanto problema.
—Sí, es verdad que tener planes para cuando terminemos ayuda a mantener las esperanzas.
Lo cual era importante de cara al éxito de la operación en la que todos estaban involucrados. La pérdida de Dominique no se apartaba de la mente de ninguno, tenían que salvar a Jules como fuera. No más víctimas. Pascal debía regresar cuanto antes con el antídoto de la sangre de Lena Lambert.
—Entonces, ¿qué dices?
Mathieu planteaba de nuevo su interrogante, a la espera de una respuesta satisfactoria.
—Primero tendríamos que concretar qué estamos haciendo —dijo Edouard, prudente—. En qué situación nos encontramos.
Mathieu no se lo pensó dos veces.
—Personalmente, en que me apetece volver a besarte. ¿Te sirve?
Edouard se echó a reír.
—Ha estado bien, sí. Ya lo creo.
* * *
Habían abandonado hacía rato el borde rocoso del acantilado que servía de farallón para contener el avance de la oscuridad, adentrándose hacia el interior sin detenerse. Allí el terreno, igual de desértico que en todo el horizonte anterior, perdía su solidez abriéndose en un impresionante ramillete de angostos desfiladeros, como si todo el macizo de inmensa altitud sobre el que habían estado avanzando se hubiese resquebrajado hasta su misma base. Dominique, nuevamente absorto ante ese cambio en el paisaje, se asomó a una de aquellas intrincadas gargantas, para descubrir en su remoto fondo la sinuosa línea de una senda.
—Son zonas de paso —explicó Pascal mientras calculaba la dirección en función del brillo de su piedra transparente, empleándola a modo de brújula—. Las criaturas condenadas se desplazan por ellas; me lo dijo Beatrice cuando me trajo por aquí. Por eso no hemos elegido esa ruta; demasiado arriesgado.
—Ya veo.
—Nuestro camino es mucho más difícil, pero a cambio hay muy pocas probabilidades de que nos crucemos con algún ser. Merece la pena tardar más.
—Porque aquí ninguna presencia es benigna, ¿no?
Dominique pensaba en la Tierra de la Espera, donde había comprobado el ambiente acogedor que se respiraba entre los muertos que aguardaban.
—No —respondió Pascal, tajante—. Toda criatura que se mueve por la región de los condenados es peligrosa. Aquí todo es oscuro, no hay margen para los matices.
Dominique observó el cielo ausente de estrellas.
—Bueno, sí que hay matices —se corrigió el Viajero, mientras esquivaba en su caminar el nacimiento del siguiente barranco.
Dominique se giró hacia él.
—Eso suena esperanzador… —comentó.
—Pues no lo es —Pascal sonreía con sarcasmo—. Me refería a que los colores, en realidad, sí que cambian conforme atravesamos esta región. ¿No te has dado cuenta? —Dominique intentaba percibirlo, intrigado, pero acabó negando con la cabeza—. En esta zona, la negrura es mayor, más densa —ahora su amigo asintió; ingenuo, había estado buscando colores más vivos a su alrededor—. Claro que hay matices en la tierra de los condenados —concluyó el Viajero—. Pero se trata siempre de una progresión hacia la oscuridad más absoluta.
Dominique captó el sentido de aquellas palabras, mientras se esforzaba en que sus ojos se acostumbraran a la atmósfera espesa que dominaba la red de desfiladeros.
Cada paso que daban era como ir sumergiéndose en un abismo sin límites.
Una hora después, Pascal solicitaba un descanso, agotado tras tanto tiempo manteniendo un ritmo acelerado. Llevaba un buen rato arrastrando los pies, deshilachando todavía más los bajos de sus pantalones.
—Es cierto —Dominique no había caído en la cuenta, y se detuvo de inmediato—, tú estás vivo y tus fuerzas se consumen mucho más rápido que las mías. Debo adaptarme a ti —se contempló unos instantes—. Como muerto, compruebo que para mí el cansancio es algo casi relativo.
Pascal se mostró sorprendido.
—¿No estás cansado?
—Bueno, sí. Lo que quería decir es que noto mis energías limitadas, pero no un desgaste tan claro como el tuyo. Mi agotamiento es más… progresivo.
Pascal asintió.
—Nos vendría bien ser espíritus errantes; parece que gravitan por los senderos iluminados. Qué envidia.
Los senderos iluminados. Ambos echaban de menos esos caminos que irradiaban su propio resplandor, inexistentes en la región de los condenados.
—Pero ellos están muertos, Pascal —reponía Dominique.
—Al menos este oxígeno viejo no los lastra.
El Viajero se había sentado en el suelo, y abría la mochila para sacar las provisiones y una de sus cantimploras. Debía reponer fuerzas. Bostezó.
—¿Tienes sueño? —Dominique observaba con suma atención a su amigo—. Es otra de las cosas que he perdido con la muerte.
Pascal frunció el ceño.
—Vaya ironía. ¿No la llaman el «sueño eterno»? Ahora resulta que cuando mueres no puedes dormir.
Dominique se echó a reír.
—¿Qué sentido tendría una espera que puedes acortar durmiendo? El sueño supone una evasión; tiene lógica que no quepa en este mundo.
Pascal lo meditó.
—Para mí, poder soñar es fundamental.
Dominique captó que no lo decía en sentido físico. Sí, Pascal siempre había sido un soñador, aunque su carácter introvertido impedía a menudo que compartiera sus ilusiones.
—Estoy descubriendo que, para un muerto, recrear los recuerdos de su vida es como soñar —se encogió de hombros—. Tus sueños te llevan al futuro; los nuestros, al pasado. Ambos te apartan del presente, de todos modos. Lo que en ocasiones se agradece.
—Hablando de huir del presente… —el Viajero, mientras susurraba aquellas palabras, acababa de llevarse el dedo índice a los labios, indicando a su amigo que guardase silencio—. He oído algo.