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Authors: David Lozano Garbala

La puerta oscura. Requiem (34 page)

No. Realmente, ganar tiempo no respondía a horizontes de mayor esperanza para Jules. Así que de lo que se trataba en realidad era de paladear sus cada vez más efímeras manifestaciones de ser humano. Qué sencillo, qué trágico.

Y de mantener su íntimo compromiso de resistirse a perder su naturaleza hasta el último aliento.

Jules se puso de pie. Ahora que había mitigado su sed, debía buscar un refugio donde encerrarse y esperar la llegada del día. Se giró hacia París. Un fuerte impulso le conminaba a llevar a cabo esa búsqueda dentro de la ciudad.

Sí. Quizá había llegado el momento de volver a casa…

* * *

El grupo de cazavampiros desaparecía en un vehículo distinto a la furgoneta con la que había esperado encontrarse Marcel Laville, aunque igual de viejo. El forense, sin perderlos de vista, se dedicaba ahora a hablar con Michelle por el móvil.

—¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo? —preguntó, preocupado, tras escucharla unos minutos—. De acuerdo. Espéranos en el palacio, no creo que tardemos mucho en regresar.

Marcel no juzgó oportuno contar a la chica todo lo que había sucedido, sobre todo después de enterarse de lo que ella misma había soportado a manos del gigante. Ya se pondrían al día cuando se reuniesen. Ahora lo esencial era que se mantuviera en lugar seguro mientras recuperaba la serenidad.

El Guardián resopló ante el gesto intrigado de Mathieu, que había alcanzado a escuchar fragmentos de la conversación. Marcel tuvo que reconocer que, superando sus propias sospechas, el grupo de fanáticos estaba mostrando una capacidad estratégica sorprendente. Y eso los volvía mucho más peligrosos.

—¿Qué le ha pasado a Michelle?

—Ha sido atacada por ese tipo tan grande de los cazavampiros —ante el gesto alarmado que acababa de adoptar el chico, se apresuró a aclarar—: Pero no hay de qué preocuparse; ella ha escapado y ahora se encuentra a salvo en el palacio.

—O sea, que la ha atacado cuando…

—Ha tenido que ser justo después de que nos acompañara hasta el garaje —dedujo el forense—. Todo cuadra; los otros dos nos han seguido a nosotros.

—Es increíble —Mathieu no alcanzaba a concebir que, de repente, de aquel modo tan brusco, les hubieran surgido adversarios humanos en su propio mundo; como si no fuera suficiente con la faceta vampírica de Jules—. Absurdo.

—Hemos subestimado a ese grupo —reconoció Marcel—. Se trata de un perfil enemigo imprevisible, mucho más que las amenazas para las que yo, como Guardián de la Puerta Oscura, me he formado. Debo reconocerlo.

El propio objetivo de aquellos individuos, un escurridizo híbrido entre humano y vampiro que no dejaba de moverse dificultando su localización, escapaba a su control. En esta ocasión su labor no consistía en proteger la Puerta o al Viajero, el cometido para el que había sido entrenado, y eso debilitaba la solidez de sus actuaciones.

Tuvo que aceptar que no era capaz de predecir el siguiente paso de sus contrincantes, una realidad dura de asumir que multiplicaba los riesgos.

Mathieu observaba al forense, algo confuso. Había asentido a sus palabras, sin sospechar el verdadero conflicto que latía bajo ellas.

—Bastante haces ya, Marcel —procuró animarle—. ¡Y hemos ganado este asalto contra esos locos!

—Desde luego.

—¿Al menos Michelle está bien?

El Guardián procuró recuperarse; había mucho por hacer… a pesar de todo o precisamente por ello.

—Sí. Michelle es fuerte. Además, todo lo que ha tenido que asimilar desde que se abrió la Puerta la ha curtido.

El recuerdo de su secuestro aleteó en el aire. Michelle había sufrido mucho, sin duda.

Los dos se volvieron hacia Edouard, que continuaba concentrado.

—Al menos Jules no arriesgará más por esta noche —susurró Mathieu al forense, sin hacer más preguntas—. Espero que esa chica no le haya hecho mucho daño con el hacha.

Marcel se limitó a descartar aquella posibilidad.

—La plata es corrosiva para los vampiros, así que le dolerá, claro. Pero nada más. La muchacha estaba demasiado impresionada como para golpear con la fuerza suficiente. Por suerte.

—Me alegra saberlo —Mathieu se quedó pensativo—. Qué triste es, después de lo amigos que hemos sido, ver a Jules convertido en una especie de animal furtivo que escapa de nosotros. Tan solitario en plena noche.

La idea de que escapaba de ellos para protegerlos no hacía sino intensificar la pena que todos sentían. Una pena que se mezclaba con la compasión.

—Es lo que hay… hasta que consigamos atraparlo —señaló Marcel—. Jules no conserva la suficiente consciencia como para acudir por su propia voluntad. Pero si no logramos tenerlo con nosotros, todo el esfuerzo y los riesgos corridos por el Viajero no habrán servido de nada.

—Pues esta noche ya la hemos perdido —opinó Mathieu—. Entre su fuga y la necesidad de encontrar a Daphne…

Marcel no contestó. Se limitó a observar el gesto absorto de Edouard, enfocado hacia la zona rural.

—Ya he encontrado el rastro —comunicó el médium, por fin—. Vamos al coche.

* * *

Justin, con el rostro parcialmente envuelto en vendajes provisionales, golpeó el volante con las manos, furioso. A su lado, en la posición de copiloto, Suzanne hablaba por el móvil con Bernard y transmitía las respuestas del gigante.

—¡Así que has fracasado, imbécil! —estalló Justin, cuyo semblante salpicado de costras de sangre acentuaba aún más su gesto iracundo—. ¡Esa información no es suficiente! ¿Quién es esa mujer? ¿Por qué la buscan? ¿Cuál es su relación con el vampiro? ¡No has averiguado nada útil!

Suzanne repitió aquellas palabras en un tono más suave, aunque imaginó que su interlocutor las había oído, dado el volumen al que habían sido pronunciadas.

—Dice que le golpeó en los huevos —comunicó ella, tras escuchar a través del teléfono—. No se lo esperaba. Escapó.

—¿Y qué imaginaba ese idiota? —Justin apretaba los dientes de pura rabia, a pesar de que aquellas muecas le provocaban un intenso dolor en las heridas—. ¿Que no se resistiría? Hemos perdido una oportunidad muy valiosa, joder. Ella tiene que estar al tanto de todo.

Suzanne decidió intervenir, más allá de su cometido de intermediaria.

—Bueno, al menos sabemos la zona por la que se mueven.

—¿Te refieres a Le Marais?

—Sí, los alrededores de ese antiguo palacio donde los perdimos. Está claro que por allí tiene que estar el lugar donde se reúnen.

—Ahora ya están sobre aviso —repuso Justin—. No cometerán más errores, y mucho menos por allí.

—¿Entonces?

—Tenemos que adivinar sus próximos movimientos, Suzanne. Y adelantarnos.

—¿Y cómo hacemos eso?

Justin se tomó su tiempo antes de responder.

—Aprovechando lo que ya sabemos —adelantó, enigmático—. Dile a ese que vaya a mi casa en veinte minutos; toca reunión.

Se acarició la magullada cara, rugosa por los restos negruzcos de sangre. A pesar de los vendajes —siempre llevaban un botiquín, lo que había resultado muy oportuno para las primeras curas—, la hemorragia no se había detenido por completo y, poco a poco, iba empapando las gasas para acabar goteando sobre su jersey.

El rostro, inflamado, le ardía.

Suzanne, a su lado, acababa de colgar; la conversación telefónica con Bernard había finalizado.

—Hay algo de lo que todavía no hemos hablado, Justin —se atrevió a comentar ella cuando vio que el chico se había calmado—. Y me extraña.

—¿A qué te refieres?

—El vampiro no te mordió; se limitó a chupar la sangre que salía de tus heridas.

—¿Y…?

Suzanne no se dejó engañar por la actitud en apariencia poco interesada de él. Justin, aunque no lo hubiese manifestado, tenía que sentir curiosidad por conocer la opinión de ella respecto a ese misterioso suceso.

—Es un comportamiento atípico —se explicó Suzanne—, por mucho que en la literatura y el cine se muestren ejemplos de vampiros que se alimentan de fluidos animales. Tú y yo sabemos que eso son fábulas, cuentos. Una auténtica criatura de esa naturaleza —concluyó, firme— necesita nutrirse de sangre humana. ¡No te mordió, y desde luego estaba hambriento!

Ella había tenido tiempo para pensar en ese misterioso hecho con detenimiento. Recreándolo en su mente, más calmada, se había percatado de lo extraordinario de aquella actuación, tan ajena a los instintos depredadores.

—No tuvo tiempo, eso es todo —razonó Justin, incómodo ante una incógnita que podía minar la convicción de sus compañeros—. Tuvo que detectar la proximidad del forense y los chicos, eso le haría dudar. Y luego, tú le interrumpiste. Me salvaste la vida.

Tú le interrumpiste.

Suzanne no añadió nada más; se centró en contemplar la noche a través del cristal del parabrisas. Tampoco era cuestión de llevar la contraria a Justin —desde luego, no era el momento—, pero ella no estaba de acuerdo, había reaccionado muy tarde con su arma de plata. De haberlo querido, aquel monstruo habría podido culminar su ataque sin ningún problema. No, definitivamente, la hipótesis de Justin no la convencía. De todos modos, ¿qué otra justificación quedaba?

Que el vampiro no hubiese querido morder a Justin.

Joder.

Aterrador… por incomprensible. ¿Un vampiro que decide no morder? ¿Un vampiro «compasivo»?

La compasión era una virtud humana, mortal.

Pero Suzanne había llegado a ver en el muchacho aquellos afilados colmillos, las pupilas rasgadas, la tenebrosa forma de deslizarse por el aire nocturno. No había duda de su condición maligna.

—Gracias —Justin descansó su mano sobre el muslo de ella—. Te debo una.

Dirigía hacia la chica sus ojos penetrantes, todo lo que le permitía la conducción. Y Suzanne captó el mensaje que él le transmitía con su engañosa ternura; dejó de pensar en lo que había sucedido aquella noche.

Resultaba evidente que Justin no estaba dispuesto a que aquel enigmático episodio le robase la sumisión de ella.

Capítulo 21

—Pascal.

Al Viajero le extrañó que Dominique llamara su atención en el preciso instante en que iniciaba el proceso de contacto con los vivos, pues su amigo sabía muy bien que tal ritual requería de una dedicación absoluta. No le respondió, no quiso, pues se percibía cada vez más cerca de esa otra dimensión en la que se encontraba Mathieu. Y necesitaban la información que solo él podía brindarles.

—Pascal…

Dominique acababa de insistir a pesar de todo, y con una voz algo tensa. Aquel hecho transformó radicalmente la disposición del Viajero, que se apresuró a interrumpir su esfuerzo mental abriendo los ojos.

—¿Qué pasa?

Su amigo señaló la entrada del callejón en el que se habían metido para llevar a cabo la comunicación entre dimensiones. Tres tipos con aspecto de indigentes se aproximaban a ellos sin quitarles ojo.

La apariencia tan convencional de aquel obstáculo suavizó los nervios de Pascal. El talismán, envuelto en sus ropas, no lo alertó con su creciente frialdad.

—¿Crees que pretenden atracarnos? —preguntó a su amigo, ajeno a la auténtica amenaza que se proyectaba sobre ellos.

—Por lo menos.

—Necesitamos lo poco que tenemos.

Pascal apoyó una de sus manos en la empuñadura de la daga, escondida bajo la ropa por encima de su cintura. Como había que evitar a toda costa llamar la atención, no quería mostrar el arma hasta que fuese imprescindible. Confió en lograr evitarlo. ¿Quién les aseguraba que no había más testigos de aquel encuentro?

—¿Saco la espada?

Dominique había conservado su arma de gladiador, que ocultaba, al igual que Pascal, bajo el pantalón. Aunque la hoja envainada apenas se notaba en su pernera, el mango sobresalía de la cintura creando un extraño bulto en su costado. Al menos de ese modo podría disponer de ella con facilidad, llegado el caso.

—Todavía no —respondía Pascal—. Aunque estate preparado.

Los desconocidos continuaban avanzando mientras tanto. Su rumbo era tan evidente que ninguno de ellos se molestaba ya en disimular su interés por los chicos. Cuando apenas los separaba una distancia de pocos metros y Pascal se disponía a hablarles, la precaria serenidad de la escena empezó a tambalearse.

Algo no encajaba.

Y es que el Viajero acababa de fijarse en los ojos de aquellos tipos de gesto avieso. Ojos apagados, ojos vidriosos.

Esos hombres estaban muertos.

Estaban muertos pero no cumplían con la recreación, se movían con una extraña libertad. No se trataba de condenados… sino de espíritus malignos que se mimetizaban en aquella época.

Criaturas que habían surgido para arrebatarles el alma.

* * *

—Frena —pidió Edouard, tras un rato orientando a Marcel mientras este conducía el coche entre parcelas y arboledas aisladas—. Estamos ya muy cerca, lo presiento. Tengo que bajar.

Cuando el coche se hubo detenido, el médium descendió del vehículo y, apartándose unos metros, adoptó el tradicional gesto de concentración que los demás habían aprendido a reconocer cuando iniciaba un trance.

Edouard necesitaba ver, pero no a través de sus ojos. La huella que buscaba no podía percibirse con sentidos físicos. Pero ahí estaba, aguardándole al tiempo que iba disgregándose para siempre en la atmósfera nocturna.

¿Una última manifestación de la vidente? No quiso interpretarlo así, reacio a perder la esperanza —ya exigua— de encontrarla aún con vida.

No le costó hallar el rastro, de una sobrecogedora intensidad por aquella zona. Abrió los ojos y, gracias al resplandor de la luna, distinguió entre las sombras, a cierta distancia, la silueta de un viejo cobertizo. Sin duda se trataba del emplazamiento que provocaba en él aquel flujo energético que iba languideciendo a cada minuto.

En realidad, ese rastro psíquico que él se apresuraba a recoger era un mero eco, pues Edouard, para su propia desolación, intuía una nula actividad en su origen. Un síntoma poco alentador en torno al estado de Daphne.

¿Qué iban a descubrir?

Tenía que ser allí donde se encontraba su maestra, la vieja Daphne. Por incomprensible que fuera. Señaló la construcción a los demás, que entendieron sin necesidad de explicaciones.

—Cuidado —advirtió—. Junto a la percepción de Daphne, también noto un efluvio maligno. Jules se ha estado moviendo cerca.

¿Habría mordido a la vidente? En las mentes de todos brotó esa terrible posibilidad, que nadie formuló en voz alta.

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