Read La puerta oscura. Requiem Online
Authors: David Lozano Garbala
—Seguro que él ya no se encuentra por aquí —susurró Marcel, presagiando lo que iban a hallar en el interior del cobertizo—. Quedaos aquí, chicos. Os aviso enseguida.
El Guardián se encaminó hacia la construcción con su medallón bien a la vista y la katana empuñada, que lanzaba destellos con el reflejo de la luna. Pronto localizó, en las inmediaciones, el pequeño coche de la pitonisa, oculto tras unos árboles. Seguro que habían pasado cerca de allí en su primera e infructuosa batida.
La indicación de Edouard quedaba, en cualquier caso, confirmada. Mathieu, muy pendiente desde su posición, se había colocado una ristra de ajos alrededor del cuello, y sostenía en una de sus manos —rogando para no tener que emplearlo— un frasco de agua bendita.
Edouard tan solo atendía al cobertizo, del que no lograba apartar la mirada. Faltaba muy poco para que se desvelase el enigma de la desaparición de la vieja Daphne. Y, no se engañaba, a cada paso el desenlace iba adoptando todos los ingredientes de una tragedia anunciada.
¿Habría dado la vida su maestra por salvar a aquel joven gótico? ¿Habría sido sometida a la maldición de los no-muertos?
¿Se cobraría la Puerta Oscura, así, un nuevo tributo?
Edouard desvió las pupilas hacia el perfil borroso del Guardián, que ya llegaba hasta la construcción indicada por él. Contuvo la respiración cuando Marcel Laville, alzando su arma, desapareció de su vista fundiéndose con el negro del acceso al cobertizo.
Acababa de entrar.
* * *
—¡Dominique, corre! —procuró advertir Pascal a su sorprendido amigo, poniéndose en guardia con la daga alzada para protegerle.
Los tres individuos saltaban ya sobre ellos, con navajas en las manos que acababan de sacar de entre sus ropas. La repentina reacción del Viajero logró frenar el ataque en el último momento, aunque uno de ellos sí acertó a herir a Pascal, que notó el corte en un costado mientras retrocedía. Reprimiendo un gemido, respondió con una estocada que fue esquivada por su agresor.
Dominique ya había superado su estupor inicial ante el giro de la situación, y aguardaba al Viajero con la espada en la mano.
No había querido escapar mientras Pascal se estuviese enfrentando a ellos. Formaban un equipo.
—¿Estás preparado? —le preguntó el Viajero, blandiendo su daga para mantener a raya a los atacantes.
—¡Lo estoy!
—¡En cuanto te avise, a correr hacia el fondo del callejón!
Y la señal llegó. Ambos se lanzaron con todas sus fuerzas en la dirección pactada, seguidos de cerca por los tres asesinos, que por fortuna se mostraban menos ágiles que ellos.
Pero mucho más ansiosos.
* * *
A Justin ya le habían cambiado los vendajes, aunque la cura seguía sin ser definitiva. Al menos habían logrado detener la hemorragia, pero eso no evitaba la necesidad de acudir a urgencias. Y él se había negado a desperdiciar tanto tiempo. Ya iría por la mañana, había contestado, harto de la insistencia de Suzanne.
—Es un vampiro muy joven —señalaba, mientras tecleaba en el ordenador—. Y todavía conserva ciertos rasgos humanos, así que está claro que la mordedura que lo infectó tiene que ser bastante reciente. Debió de morir a manos de un vampiro hace poco.
—Vale, hasta ahí de acuerdo —coincidió Suzanne, jugando con los collares de cuentas que llevaba alrededor del cuello—. ¿Pero de qué nos sirve saber eso?
—Piensa en cuál puede ser su vínculo con el doctor Laville, un prestigioso forense de la policía.
Justin ya se había encargado de investigar a fondo a aquel hombre. Al enemigo había que conocerlo.
—Pues… —Suzanne reflexionaba— me imagino que el vínculo es que se trata de un caso vampírico, ¿no? Tú dijiste que Laville ya se encargó de la desaparición del profesor Delaveau. Igual es que le suelen asignar los casos extraños…
—Caliente, caliente —animó él—. Sigue en esa línea.
Suzanne, perezosa, se rindió.
—Venga, suéltalo, no me hagas pensar más.
—Tenemos a un vampiro reciente, y a otro con el que acabaron hace poco tiempo —planteó Justin—. ¿De verdad no eres capaz de llegar a la misma conclusión que yo?
A Suzanne se le iluminó la cara.
—¡Ya caigo! ¡El vampiro al que perseguimos pudo ser mordido por el otro!
Justin asintió.
—Todo encaja así. Nuestra presa es un cabo suelto de una investigación policial anterior; estoy convencido. Lo que no entiendo es por qué las pesquisas de Laville parecen ahora tan… clandestinas; ningún otro poli le acompaña —la razón por la que aquel forense se rodeaba de gente tan joven para un asunto peligroso suponía otro enigma para él—. Es posible que nuestro… «vampiro reciente» aún no haya matado a nadie, por lo que de momento Laville tiene garantizado que sus compañeros no se inmiscuyan. Pero en cuanto caiga su primera víctima y esa muerte trascienda a los medios de comunicación…
—Eso también nos complicará a nosotros —dedujo Suzanne—. Como nos ha sucedido otras veces. En cuanto la policía se meta en el asunto, será imposible acercarse al verdadero rastro.
—Sí. Por eso mismo todos tenemos la misma prisa en dar con esa criatura.
Bernard resopló.
—Con todo el lío de esta noche, lo habréis espantado. A saber dónde dormirá cuando llegue el día.
—En su propia tumba —respondió Justin, incapaz de sospechar que Jules aún no había muerto—. Es lo tradicional en esas criaturas. Supongo que lo enterrarían tras morir víctima del ataque del vampiro, sin imaginar lo que había sucedido, y días después ha empezado a salir de su ataúd. Desorientado y con hambre.
—Es imposible averiguar dónde fue enterrado, porque no sabemos ni su nombre —observó Suzanne—. Sin embargo, tal vez no sea tan difícil adivinar sus pasos por la noche —la chica había logrado llegar, por fin, a la misma conjetura que Justin—. Los vampiros jóvenes tienden a moverse cerca de la sepultura de quien los condenó al vampirismo —recordó—. Si localizamos la tumba de su iniciador, ya solo nos queda esperar allí, por la noche, a que aparezca.
Justin aplaudió brevemente.
—Bravo, Suzanne.
Bernard, obediente ante una orden anterior, salió ahora de la habitación para traer los periódicos que Justin le había solicitado de la hemeroteca particular que habían ido generando tras años de búsquedas fallidas y supuestos casos nunca resueltos.
—Ahora tenemos que averiguar el nombre del presunto asesino del profesor Delaveau —comunicó Justin.
—¿Presunto? —a Bernard, que daba por hecho que ese caso estaba más que cerrado, le llamó la atención aquel calificativo.
—Para nosotros, y supongo que para el doctor Laville, se trató de un claro caso de vampirismo —explicó Suzanne—. Pero la versión oficial que ofreció la policía a los medios fue la de que los crímenes eran obra de un asesino en serie.
—Algo mucho más convencional —juzgó Justin—, y fácil de digerir por la sociedad —apartó la vista de la pantalla del ordenador—. A lo que vamos: en cuanto tengamos la identidad del primer vampiro, no nos costará dar con su tumba. Así que… a buscar entre las escasas noticias que salieron en prensa mientras yo rastreo por la red. ¡Cada minuto cuenta!
Lo único que lamentaba Justin era que ese dato que investigaban ya obraba en poder del doctor Laville, una ventaja que permitiría adelantarse a aquel misterioso grupo de chavales que el médico, en apariencia, capitaneaba. Eso sí era inevitable aunque, desde luego, no definitivo.
Porque Justin y los demás estaban dispuestos a cazar al vampiro en plena noche.
Cada uno jugaba con sus propias cartas.
* * *
Los chicos se habían acercado desde su posición cercana al coche tras recibir la señal de que no había peligro.
Tras comprobar el fallecimiento de la vidente, el forense les acababa de confirmar que Jules había respetado a Daphne; su cuerpo no presentaba señales de mordedura, lo que al menos les insuflaba una cierta dosis de alivio en medio de las trágicas circunstancias.
Descartado aquel riesgo, había que proseguir, sin embargo, con la penosa tarea de la inspección.
—No toquéis nada —Marcel Laville era consciente de que no quedaba más remedio que ser frío, calculador—. Cuando se comunique el hallazgo del cadáver, la policía analizará cada milímetro de este cobertizo. No conviene que se nos vincule con esta… muerte.
Le costaba hablar, claro. A todos los impresionaba esa tardía confirmación de sus peores sospechas. Nada prepara nunca para la muerte de alguien cercano, y la noche exterior no ayudaba a suavizar la crudeza solitaria de ese final.
—Daphne no se merecía terminar así —logró susurrar Edouard antes de que se le quebrase la voz.
—Las personas valientes y honestas no suelen gozar de muertes tranquilas —repuso el forense, poniéndole una mano en el hombro—, sobre todo cuando dedican sus esfuerzos a asuntos peligrosos. Pero eso todavía las engrandece más. Daphne ha muerto como ha vivido: entregándose al cien por cien, sin fisuras. Se ha ganado el descanso. Un descanso que nadie podrá ya perturbar.
Edouard asintió, agradecido al menos por aquel dato tranquilizador. La imaginó en el mundo que tantas veces había descrito Pascal, aguardando en la tumba donde dentro de poco tiempo sería enterrada. Ahogó un sollozo. Perdía a su maestra, a una segunda madre para él.
Marcel, por su parte, caía en la cuenta de que la Hermandad de Videntes, cuando aún no se había repuesto de la reciente pérdida de los miembros del Triángulo Europeo, se quedaba ahora sin una candidata a ocupar alguno de esos puestos.
Aunque la mayor pérdida que suponía el fallecimiento de Daphne los implicaba a ellos como grupo.
Había caído otra confidente del secreto de la Puerta Oscura.
Nadie hablaba después de las solemnes palabras pronunciadas por Marcel, y los minutos de parálisis absorta se fueron sucediendo en el interior de aquella sucia construcción. El haz de la linterna del Guardián mostraba sin tapujos la trágica escena: al fondo, un cuerpo inerte, muy reconocible para ellos, con la cara cubierta, tendido sobre un rudimentario camastro.
Era Daphne, la vieja e incombustible Daphne, a la que por fin le habían fallado las fuerzas.
Edouard lloraba ahora abiertamente frente a aquel lecho en el que descansaba el cadáver de la vidente, mientras Mathieu permanecía a la entrada, sin decidirse a dar un paso más. Ya veía bastante desde donde se encontraba, no necesitaba más. Por fin reunió la determinación suficiente para llegar hasta el médium y abrazarle.
No sabía qué decir, así que se limitó a brindarle su calor. Y a Edouard le bastó.
Marcel, muy serio, se inclinaba ahora sobre Daphne. Descubrió con cuidado —por respeto y para no dejar huellas— su rostro amoratado de ojos abiertos. Le bajó los párpados mientras estudiaba cada detalle del cadáver, incluso de la postura que ofrecía. No volvió a tapar aquellas facciones inertes.
Edouard aprovechó entonces para aproximarse y quitar del cuello de la vidente, con suma delicadeza, el collar de la Hermandad de Videntes, que guardó en uno de sus bolsillos con la misma solemnidad que si estuviera haciéndole un homenaje.
—No quiero que la policía se quede con el talismán —justificó—. Ella no habría querido.
Los otros asintieron, comprensivos.
—¿Daphne llevaba documentación? —preguntó el forense, que no había encontrado nada entre las ropas de la vidente—. ¿Algo que pueda identificarla?
—No solía —respondió Edouard—, aunque no puedo estar seguro. Afirmaba que la identidad de una persona se descubre por su mirada.
La suya, apagada, ya no podía decirles nada.
—Mañana denunciarás su desaparición —le instruyó Marcel—. Eres el único que oficialmente puede darse cuenta de su ausencia injustificada sin levantar sospechas. Así facilitaremos que puedan averiguar quién es, agilizaremos el procedimiento.
Edouard entendió aquella maniobra.
—¿Me harán acudir al depósito de cadáveres a reconocer el cuerpo?
Marcel asintió.
—Procuraré estar presente en ese momento; comprendo que será para ti un trago difícil.
—No será peor que el de hoy —murmuró el joven médium, retornando a su mutismo.
El forense aprovechó para cambiar de tema hacia un asunto menos sensible.
—Jules no tiene antecedentes, lo que es algo positivo —murmuró—. Al no constar en la base de datos de la policía, no podrán identificar sus huellas cuando las detecten en cada rincón. Lo más probable es que se confundan con las de vagabundos que hayan utilizado este cobertizo para pasar la noche, de todos modos.
Mathieu arrugó la nariz, incapaz de soportar el olor que despedía aquella madriguera.
—Así que aquí ha estado refugiándose Jules durante el día —dedujo con la voz sofocada, más por el hecho de que ese sórdido escenario constituyera su primer contacto directo con la muerte, que por el asco que le provocaba—. Ya no volverá, ¿verdad?
—No, ya no —el Guardián no interrumpía su inspección física del cuerpo de la médium—. Sabe muy bien lo que ha dejado aquí. Esta noche buscará otra guarida.
De nuevo, el silencio se hizo dueño de la atmósfera contaminada que respiraban. Mathieu lo rompió, planteando el interrogante que Edouard no se atrevía a formular.
—¿Jules ha matado a Daphne?
El forense no respondió al momento, sino que prefirió completar sus primeras impresiones sobre el cadáver.
—Daphne tiene el rostro crispado —comenzó minutos después—, pero en su cuerpo no hay marcas de violencia. Desde luego, no hubo contacto físico.
—Si ha habido enfrentamiento con Jules, habrá sido mental —añadió Edouard, con la respiración aún entrecortada—. Las armas de mi maestra no son tangibles.
—Eso explicaría su semblante exhausto —opinó el forense—. No tiene moratones, arañazos ni mordeduras. Tampoco su ropa está, desgarrada. Sin embargo, su último gesto nos informa de que murió haciendo un terrible esfuerzo.
Nadie lo dijo, pero los tres imaginaron a la vidente intentando aplicar al gótico aquel misterioso método que había encontrado para amortiguar su degeneración. ¿Por qué no avisó a los tiernas antes de despertar a Jules de su letargo diurno?
—Un terrible esfuerzo que acabó con su vida —tradujo Edouard por él, algo repuesto de su tristeza, segundos después—. Jules no acabó con ella. Murió de agotamiento, joder.
—¿En un pulso con él? —Mathieu suspiró, perplejo—. Qué poderoso es ya.