—¡Madre mía!, eso nos queda bastante cerca —dijo Sylvie.
El grupo NeuHansa era propiedad de Gina Brønsted, la senadora de Hamburgo que se presentaba para la alcaldía. A través de NeuHansa, Brønsted tenía un pie en todos los puntos estratégicos de Hamburgo. Uno de ellos era HanSat TV, la cadena de Sylvie. Según decían, Brønsted había proporcionado financiación a Andreas Knabbe para arrancar el proyecto.
—Sí —dijo Ivonne—. Por lo visto, Lensch trabajaba para una empresa filial, Norivon. Es la división de tecnología medioambiental de NeuHansa.
—Qué interesante…
Sylvie se quedó mirando la calle a través del parabrisas, aunque sin ver nada. Su mente repasaba a toda velocidad una docena de conexiones. Además de ser una política de éxito, Gina Brønsted era multimillonaria. Se presentaba al cargo de alcaldesa de Hamburgo aduciendo que ella dirigiría la ciudad como una corporación. Que un empleado de una de sus empresas estuviera vinculado con los asesinatos, aunque fuera como víctima, no era el tipo de publicidad que le convenía.
—Ivonne, consígueme todo lo que puedas sobre el grupo NeuHansa y sobre Gina Brønsted. Pásame unos cuantos nombres de gente del grupo y averigua si el fallecido era importante. Envíame a mi dirección personal de correo todo lo que encuentres, o mándamelo con mensajero esta noche. Volveré a casa sobre las ocho.
—Ahora mismo. Por cierto, Herr Knabbe la estaba buscando.
Sylvie se sonrió. Ivonne era una gran secretaria. Y lo más importante: odiaba a su jefe común tanto como ella. La pequeña rebeldía de Ivonne consistía en rechazar su informalidad americana y en no dirigirse ni referirse a él como Andreas.
—¿Qué le has dicho? —preguntó.
—Que usted estaba detrás de una pista importante. Que tenía el móvil casi sin batería, que lo había apagado provisionalmente y no podía localizarla.
—Eres un sol, Ivonne.
—Eso dicen. Ah, ha habido otra llamada. Un tipo que decía que tenía que hablar urgentemente con usted, pero que no ha querido dejar su nombre. Ha dicho que volvería a llamar. Sonaba un poco siniestro, si quiere mi opinión.
Sylvie le dijo a Ivonne que informara a Knabbe que estaría en su despacho al día siguiente, a primera hora, y que por lo demás no se preocupase por el anónimo comunicante. Algún excéntrico, seguramente. Colgó, se incorporó al tráfico de la Reeperbahn y volvió a adentrarse en la ciudad.
F
abel recibió una llamada de Renate justo cuando iba a subir con Anna y Werner al quinto piso del Präsidium para reunirse con Van Heiden.
—¿Has hablado con Gabi? —preguntó Renate directamente.
—Todavía no, ya lo sabes. ¿Por qué me llamas al trabajo para preguntarme algo cuando ya conoces la respuesta? He quedado con Gabi el jueves. Entonces hablaré con ella.
—Podrías haberla llamado.
—No quiero que hablemos una cosa así por teléfono. A mí me gusta escoger el lugar y el momento. Deberías probarlo, Renate. Además, la decisión de Gabi no es tan acuciante: ni siquiera se ha presentado todavía al examen de acceso.
—¿Problemas? —le preguntó Werner cuando Fabel colgó. Anna y él habían permanecido a su lado con aire incómodo mientras se desarrollaba la conversación.
—Los peores: Renate. Gabi está pensando en entrar en la policía. Soy una mala influencia, según mi ex mujer.
—A mí no me habría gustado que una de mis hijas se dedicara a esto —dijo Werner.
—¿Ah, no? ¿Y si hubieras tenido un chico? —dijo Anna.
—Ya sabes que no tengo un chico, así que no lo sé. No tiene que ver con una cuestión de género, Anna.
Fabel inspiró hondo.
—¿Listos? Entonces vamos, y que sea lo que Dios quiera…
Esperaron de pie cinco minutos frente al despacho de Van Heiden. Pero no los hicieron pasar. El jefe, poniéndose la chaqueta, emergió de repente de su despacho.
—Seguidme —dijo, echando con desagrado una ojeada a los tejanos y la camiseta de Anna.
El Präsidium de Hamburgo tenía la forma de una gigantesca estrella policial: el símbolo de las fuerzas del orden de toda Alemania. El complejo entero estaba construido alrededor de un atrio circular abierto al cielo: todos los bloques de oficinas, incluida la brigada de homicidios, irradiaban desde corredores circulares como las puntas de una estrella. Fabel, Werner y Anna siguieron a Van Heiden por el pasillo curvado de la quinta planta hasta llegar a las puertas del departamento de Jefatura. Allí estaban los despachos de Hugo Steinbach —el jefe de la Policía de Hamburgo— y de sus altos mandos.
—El jefe Steinbach ha expresado el deseo de participar en la reunión —explicó Van Heiden. Hizo una pausa y se volvió hacia Fabel—. Oye, Jan, no me gusta que me pillen a contrapié. ¿Qué le has contado a Herr Steinbach?
—Nada —dijo Fabel—. Creía que tú…
Van Heiden meneó la cabeza.
—Entonces parece que estamos a contrapié los dos. Será mejor que entremos a averiguarlo.
En el departamento de Jefatura les indicaron que no fueran al despacho de Steinbach, sino directamente a la sala de juntas. Fabel se llevó una sorpresa al entrar y ver a Karin Vestergaard sentada junto a Hugo Steinbach frente a la mesa de reuniones. El jefe se levantó y le estrechó la mano a Van Heiden y luego a Fabel. Steinbach era lo opuesto a Van Heiden en muchos sentidos; este último no podía dejar de ser policía, y de algún modo se las arreglaba para llevar sus trajes de Hugo Boss perfectamente cortados como si fueran uniformes. En abierto contraste con él, Hugo Steinbach hablaba con voz muy suave y tenía un aire paternal y tolerante. Mirando al jefe de la policía de Hamburgo, cualquiera lo habría tomado por un maestro o un médico de pueblo. A decir verdad, constituía un caso insólito en Alemania para un funcionario de su categoría. Él no había entrado en la policía como alto mando, sino que había empezado desde abajo y recorrido todo el escalafón. A Fabel le constaba que una parte de ese trayecto había pasado por la jefatura de la brigada de homicidios de la Polizei de Berlín. Respetaba a Steinbach como superior; pero además le caía bien como persona.
—Ya sé que querías contarle al Kriminaldirektor Van Heiden lo que estuviste hablando ayer con Frau Vestergaard, Jan —le dijo Steinbach, tras estrecharle la mano—, pero he pensado que deberíamos hablarlo todos juntos. Si no tienes inconveniente.
—Hola, Frau Vestergaard —dijo Fabel en inglés—. Creía que nos íbamos a ver más tarde. Esperaba poner primero al corriente a Herr Vvan Heiden, como sugiere Herr Steinbach.
—Me temo que las cosas han cambiado un poco desde nuestro encuentro —dijo Vestergaard, sin el menor atisbo de disculpa—. Han salido a la luz nuevos datos y me ha parecido oportuno hablar de ello con el señor Steinbach.
—¿Por qué no nos sentamos todos? —dijo el jefe de policía en un claro intento de aliviar la tensión—. Tal vez tú deberías explicarle a Herr van Heiden de qué va todo el asunto.
Una vez sentados, Fabel resumió la teoría de Vestergaard sobre la asesina radicada en Hamburgo y sobre las causas no naturales de la muerte de Jespersen. Vestergaard, durante la exposición que él hizo en alemán, se mantuvo en silencio y con una expresión tan indescifrable como el día anterior.
—¿Hasta qué punto estamos seguros de que esa Valquiria vive en Hamburgo? —preguntó Steinbach cuando Fabel concluyó.
—Con todos los respectos para Frau Vestergaard y su difunto colega, no hay absolutamente ninguna prueba de que la Valquiria exista siquiera. —Fabel volvió a mirar a la policía danesa, quien no daba muestras de entender lo que estaba diciendo en alemán; tampoco lo habría demostrado de haberle entendido, pensó—. Francamente, Herr Steinbach, tengo la sensación de que nuestra colega extranjera aquí presente no nos ha contado todo lo que sabe.
—¿Crees que hay más? —preguntó el jefe.
—No lo sé. Quizás al contrario: tal vez su historia sea menos complicada de lo que parece. Para ser sincero, con esta supuesta resurrección del Ángel de Sankt Pauli, podría pasarme muy bien sin enredarme en una búsqueda inútil. Pero, en fin, esta tarde tendremos el informe de la autopsia de Jespersen.
—Ya veo —dijo Steinbach—. ¿Tú qué opinas, Horst?
—Creo que no podemos permitirnos el lujo de desdeñar la posibilidad. En el mundo de la seguridad internacional hay quien cree que fallamos estrepitosamente al no atrapar a la llamada «célula de Hamburgo» antes de que lanzara su ataque al World Trade Center. Sería bastante embarazoso que trascendiera que habíamos recibido un aviso de que esa asesina operaba desde Hamburgo y que luego se produjera un hecho grave. Un crimen político en el extranjero, pongamos por caso. —Van Heiden se volvió hacia Fabel—. Lo siento, Jan… Ya comprendo que estás sometido a una gran presión con el caso del Ángel, pero hemos de tomarnos esto muy en serio.
—Estoy de acuerdo. Sobre todo si sale algo en la autopsia.
Vestergaard carraspeó.
—Disculpe —dijo Fabel en inglés. Y añadió, mirando a los demás—: Quizá deberíamos hablar todos en inglés a partir de ahora, en atención a Frau Vestergaard.
—Claro —dijo Van Heiden hablando en inglés con un acento tremendo—. Así lo haremos, desde luego.
La mirada que Vestergaard le lanzó a Fabel era un elocuente recordatorio, un silencioso «ya se lo dije» sobre la conversación que habían mantenido sobre la diferencia entre el inglés de los daneses y el de los alemanes.
—Me parece que Frau Vestergaard tiene algo que deberías oír —dijo el jefe Steinbach—. Por favor, Frau.
—Han llamado de mi oficina en Copenhague —dijo—. Han recibido una notificación del departamento de Investigación Criminal noruego sobre un suceso ocurrido en Drøbak, cerca de Oslo, ayer noche. Se trata del asesinato de dos hombres. —Hizo una pausa mientras sacaba su bloc de notas del bolso—. Jørgen Halvorsen es, era, un destacado periodista de investigación que escribía en varios periódicos y revistas de Escandinavia. Era noruego de nacimiento, pero había pasado muchos años trabajando en Copenhague. Regresó a Noruega hará cosa de cinco años. Por motivos de salud, podríamos decir; se había ganado enemigos muy poderosos tanto en Dinamarca como en Suecia. Verán, Halvorsen tenía dos áreas de interés concretas, que no siempre eran mutuamente excluyentes: la extrema derecha en Europa y la corrupción corporativa y política. Lo asesinaron ayer en su casa de Drøbak. Su familia pasaba la noche fuera, lo cual hace creer que la casa había sido sometida a vigilancia. Además, Halvorsen estaba preparando un viaje al extranjero, a Extremo Oriente. A dónde exactamente, y por qué motivo, lo ignoramos. Pero da la impresión de que el asesino conocía los planes de Halvorsen y todo indica que se trata de un asesinato programado y planeado cuidadosamente. Salvo en un detalle: el jardinero apareció distraídamente en el peor momento y se convirtió en la otra víctima. Recibió una única puñalada directa al corazón.
—¿Usted cree que ha sido obra de la supuesta Valquiria de Hamburgo? —preguntó Fabel.
—Tal vez. —Vestergaard se encogió de hombros—. Desde luego se ha tratado de una operación altamente profesional. La otra cuestión es que la policía noruega mantenía bajo vigilancia intermitente la casa de Halvorsen.
—¿Por qué? —preguntó Fabel.
—Hace más o menos dos semanas alguien entró en la casa y robó el portátil de Halvorsen, así como una serie escogida de archivos e incluso las copias de seguridad de su ordenador. Y aquí es donde la cosa empieza a resultar escalofriante… Halvorsen, un hombre obsesionado con la seguridad, tenía copias online de todo. Pues bien: alguien utilizó su código de acceso y sus claves para borrar también esas copias. Una vez más, un trabajo de auténticos profesionales.
—¿En qué estaba trabajando? —preguntó van Heiden.
—Todavía no conocemos los detalles. Verá, la policía nacional noruega no es la única interesada en Halvorsen: el PST, la agencia de seguridad noruega, y el Økokrim, la oficina de crímenes económicos y medioambientales, tenían también mucho interés en su trabajo. Ambas habían colaborado con él, más que nada porque sabían que les acabaría entregando lo que descubriera.
—Sus colegas noruegos parecen haberse mostrado muy francos con ustedes —dijo Van Heiden.
—Es como suelen funcionar las cosas en Escandinavia… —Vestergaard se encogió de hombros—. El Acuerdo de la Policía Nórdica lleva en vigor desde 1966 y fue ampliado en 2001. Nosotros disfrutamos de mucha más libertad para colaborar sin formalidades a través de nuestras fronteras. Al fin y al cabo el crimen organizado, el fanatismo de extrema derecha y todo ese tipo de cosas tienden a extenderse más allá de los límites de un único país.
—¿Sabemos en qué trabajaba Halvorsen? —dijo Fabel.
—Sin sus archivos y copias de seguridad no es posible. A lo largo de los años había desenmascarado a algunas figuras destacadas, personajes muy poderosos. Por este motivo había aprendido a mantener ocultas sus cartas. Pero tenemos algunas teorías. Una de ellas es que quizá tenía que ver con el tráfico de mujeres. Noruega, como probablemente saben ustedes, es en la actualidad la sede de Grupo de Trabajo de la Interpol contra el Tráfico de Mujeres, y cabe la posibilidad de que Halvorsen se encontrara preparando un informe de modo coincidente. Un par de colegas míos creen que tal vez estuviera a punto de desenmascarar un crimen ecológico de grandes dimensiones cometido por alguna corporación, o quizá por un gobierno. Estamos confeccionando una lista de la información que solicitó al Økokrim. De una cosa estamos bastante seguros: fuera cual fuese el tema de su investigación tenía que ver con Dinamarca, porque hizo numerosos viajes a Copenhague. Parecía sentir un interés muy especial en la región de Øresund. Sabemos que investigó en la Universidad de Copenhague sobre esa región como entidad político-económica.
—Perdón —la interrumpió Steinbach, frunciendo el ceño—. Quizá sea mi inglés…
—La región de Øresund pertenece en parte a Dinamarca y en parte a Suecia —explicó Vestergaard hablando más despacio—. Es donde se encuentra el nuevo puente entre ambos países. Históricamente, esa parte de Suecia era danesa. De la misma manera que Schleswig-Holtstein fue nuestra en su momento.
—¿Por qué estaba Halvorsen interesado particularmente en esa región?
—Ni idea. Quizá no sea significativo. Era bien conocido su interés en las eurorregiones. Ya sabe, agrupaciones en el seno de la Unión Europea que no se corresponden con las fronteras nacionales. En la parte de Suecia incluida en la región de Øresund hay un vivo debate social y lingüístico: la mayoría de los expertros sostienen que los habitantes de la provincia de Scania hablan un dialecto danés oriental, mientras que otros mantienen que se trata de un dialecto sueco meridional. El hecho es que existe en Europa una tendencia a dividirse en unidades definidas por su identidad propia, más que en las unidades nacionales tradicionales. Ustedes podrían sostener, por ejemplo, que Hamburgo tiene mucho más en común, en identidad y cultura, con Dinamarca que con Baviera.