Las aventuras de Arthur Gordon Pym (17 page)

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Authors: Edgar Allan Poe

Tags: #Fantástico, Terror

Continuamos nuestro viaje durante varias semanas sin otros incidentes que los ocasionales encuentros con balleneros y más frecuentemente con ballenas negras o francas, llamadas así para distinguirlas de las espermaceti. Pero éstas se encuentran principalmente al sur del paralelo 25. El día 16 de septiembre, hallándonos en las cercanías del Cabo de Buena Esperanza, la goleta sufrió la primera borrasca seria desde su salida de Liverpool. En estas aguas, pero más frecuentemente al sur y al este del promontorio (nosotros estábamos hacia el oeste), es donde los navegantes tienen que contender a menudo con tempestades del norte que se desencadenan con gran furia. Van acompañadas siempre de mar gruesa, y una de sus características más peligrosas es el instantáneo virar en redondo del viento, que a veces se produce en lo más recio de la tempestad. Estará soplando un huracán en un momento de norte a noreste, y en próximo momento no se sentirá ni una ráfaga en esa dirección, mientras viene del sudoeste con una violencia casi inconcebible. Un claro hacia el sur es el indicio más seguro de que se avecina el cambio, y los barcos se aprovechan de ello para tomar las oportunas precauciones.

Eran las seis de la mañana, aproximadamente, cuando comenzó la borrasca con un oportuno chubasco procedente, como siempre, del norte. Hacia las ocho había aumentado mucho la intensidad, agitando ante nosotros uno de los mares más tremendos que jamás he visto. Se había preparado todo con el mayor cuidado, pero la goleta sufría excesivamente, denotando sus malas cualidades como buque, hincando el castillo de proa bajo el agua a cada cabeceo, y levantándose con la mayor dificultad del embate de una ola, antes de que fuese sumergida en la siguiente. Poco antes de la puesta del sol, el claro por el que habíamos estado acechando hizo su aparición por el sudoeste, y una hora después vimos a nuestra pequeña vela de proa flameando indiferentemente contra el mástil. Dos minutos más tarde, a pesar de nuestras precauciones, fuimos lanzados de costado, como por arte de magia, y un espantoso torbellino de espuma rompió sobre nosotros en ese instante. Pero el vendaval, que procedía del sudoeste, resultó ser por fortuna tan sólo una ráfaga y tuvimos la buena suerte de enderezar el barco sin perder ni un palo. Un mar muy agitado nos causó gran inquietud durante varias horas después de esto; pero hacia la madrugada nos hallábamos casi en tan buenas condiciones como antes de la tempestad. El capitán Guy consideró que se había salvado poco menos que por milagro. El 13 de octubre dimos vista a la isla del Príncipe Eduardo, que se halla a los 46º 53' de latitud sur y 37º 46' de longitud este. Dos días después nos encontrábamos cerca de la isla Posesión, y ahora estábamos dejando atrás la isla de Crozet, a los 42º 59 de latitud sur y 48º de longitud este. El día 18 alcanzamos la isla de Kerguelen o isla de la Desolación, en el océano Índico meridional, y fuimos a anclar en Christmas Harbor, con cuatro brazas de agua.

Esta isla, o más bien grupo de islas, está situado hacia el sudeste del Cabo de Buena Esperanza y dista de él unos cuatro mil quinientos kilómetros, aproximadamente. Fue descubierta primeramente en 1772, por el barón de Kergulen, o Kerguelen, de naturalidad francesa, quien pensando que esta tierra formaba parte de un extenso continente meridional, llevó a su patria mucha información, produciendo sensación en su tiempo. El gobierno, interviniendo en el asunto, envió de nuevo al barón al año siguiente con el propósito de que hiciese un examen crítico de su descubrimiento, y fue entonces cuando se descubrió el error. En 1777, el capitán Cook llegó al mismo grupo de islas y le dio a la principal el nombre de Isla de la Desolación, título que ciertamente es muy merecido. Pero, al acercarse a tierra, el navegante podría equivocarse y suponer otra cosa, pues las laderas de la mayor parte de las colinas, desde septiembre a marzo, están cubiertas de un verdor muy brillante. Esta apariencia engañosa lo produce una pequeña planta, parecida a la saxífraga, que es abundante y crece en amplias sendas sobre una especie de musgo blando. Aparte de esta planta, apenas hay vestigios de vegetación en la isla, si se exceptúan algo de césped corriente y espeso, cerca del puerto, algunos líquenes y un arbusto que se asemeja a una col espigada y que tiene un sabor amargo y acre.

El aspecto de aquel terreno es montañoso, aunque de ninguna de sus colinas puede decirse que es elevada. Sus picos están perpetuamente cubiertos de nieve. Hay varios puertos, de los cuales Christmas Harbour es el más conveniente. Es el primero que se encuentra al lado noroeste de la isla después de pasar el cabo François, que señala el lado septentrional y que sirve, por su forma peculiar, para indicar el puerto. Su punta termina en una roca muy alta, en la que se abre un gran agujero, que forma un arco natural. La entrada está a los 48º 40' de latitud sur y a los 69º 6' de longitud este. Al pasar aquí, se puede encontrar un buen fondeadero al abrigo de varios islotes, que forman una protección suficiente contra todos los vientos del este. Avanzando hacia el este a partir de este fondeadero, se llega a la bahía de Wasp, a la entrada del puerto. Es una pequeña dársena, completamente cerrada por la tierra, en la que se puede entrar con cuatro brazas de agua y encontrar desde diez a tres brazas para el anclaje, con un fondo de légamo compacto. Un barco puede permanecer allí todo el año, con su mejor anda de proa, sin peligro. Hacia el oeste, a la entrada de la bahía de Wasp, corre un pequeño arroyo de excelente agua, que uno puede procurarse con facilidad.

En la isla de Kerguelen todavía se encuentran algunas focas de las especies de piel y pelo, y abundan elefantes marinos. Bandadas de aves se descubren en gran número. Son numerosísimos los pingüinos, de los cuales hay cuatro clases diferentes. El pingüino real, llamado así a causa de su tamaño y hermoso plumaje, es el mayor. La parte superior de su cuerpo suele ser gris, y a veces de matiz lila; la parte inferior es del blanco más puro que pueda imaginarse. La cabeza es de un negro lustroso muy brillante, así como las patas. Pero la principal belleza del plumaje consiste en dos amplias franjas de color oro, que bajan desde la cabeza a la pechuga. El pico es largo, unas veces sonrosado y otras de color rojo vivo. Estas aves caminan erguidas, con pasos majestuosos. Llevan la cabeza alta, con las alas colgando como dos brazos, y como la cola se proyecta fuera del cuerpo, formando línea con las patas, la semejanza con la figura humana es muy sorprendente y podría engañar al espectador que dirigiera una rápida mirada entre las sombras del crepúsculo. Los pingüinos reales que encontramos en la Tierra de Kerguelen eran algo más gruesos que gansos. Los otros géneros son el maccaroni, el jackass y el pingüino rookery. Son mucho más pequeños, de plumaje menos bello y diferentes en otros aspectos.

Además del pingüino, se encuentran allí otras muchas aves, entre las que se pueden mencionar pájaros bobos, petreles azules, cercetas, ánades, gallinas de Port Egmont, cuervos marinos, pichones de El Cabo, el nelly, golondrinas de mar, gaviotas, pollos de Mother Carey, gansos de Mother Carey o gran petera y, finalmente, el albatros.

El gran petrel es tan grande como el albatros común, y además carnívoro. Con frecuencia se le llama quebrantahuesos o águila osífraga. Estas aves no son esquivas del todo y, cuando se guisan convenientemente, constituyen un alimento sabroso. A veces, cuando van volando, pasan muy junto a la superficie del agua con las alas extendidas, sin moverlas en apariencia, ni utilizarlas en manera alguna.

El albatros es una de las más grandes y voraces de las aves de los mares del Sur. Pertenece a la especie de las gaviotas, y caza su presa al vuelo sin posarse nunca en tierra más que para ocuparse de las crías. Entre estas aves y el pingüino existe la amistad más singular. Sus nidos están construidos con gran uniformidad conforme a un plan concertado entre las dos especies: el del albatros se halla colocado en el centro de un pequeño cuadro formado por los nidos de cuatro pingüinos. Los navegantes han convenido en llamar al conjunto de tales campamentos rookery. Estas rookeries se han descrito más de una vez; pero como no todos mis lectores habrán leído estas descripciones, y como no tendré ocasión después de hablar del pingüino y del albatros, no me parece inoportuno decir algo aquí de su género de vida y de cómo hacen sus nidos.

Cuando llega la época de la incubación, estas aves se reúnen en gran número y durante varios días parecen deliberar acerca del rumbo más apropiado que deben seguir. Por último, se lanzan a la acción. Eligen un trozo de terreno llano, de extensión conveniente, que suele comprender tres o cuatro acres, situado lo más cerca posible del mar, aunque siempre fuera de su alcance. Escogen el sitio en relación con la lisura de la superficie, y prefieren el que está menos cubierto de piedras. Una vez resuelta esta cuestión, las aves se dedican, de común acuerdo y como movidas por una sola voluntad, a realizar, con exactitud matemática, un cuadrado o cualquier otro paralelogramo, como mejor requiera la naturaleza del terreno, de un tamaño suficiente para acoger cómodamente a todas las aves congregadas, y ninguna más, pareciendo sobre este particular que se resuelven a impedir la entrada a futuros vagabundos que no han participado en el trabajo del campamento. Uno de los lados del lugar así señalado corre paralelo a la orilla del agua, y queda abierto para la entrada o la salida.

Después de haber trazado los límites de la rookery, la colonia comienza a limpiarla de toda clase de desechos, recogiendo piedra por piedra, y echándolas fuera de las lindes, pero muy cerca de ellas, de modo que forman un muro sobre los tres lados que dan a tierra. Junto a este muro, por el interior, se forma una avenida perfectamente llana y lisa, de dos a dos metros y medio de anchura, que se extiende alrededor del campamento, sirviendo así de paseo general.

La operación siguiente consiste en dividir toda el área en pequeñas parcelas de un tamaño exactamente igual. Para ello hacen sendas estrechas, muy lisas, que se cruzan en ángulos rectos por toda la extensión de la rookery. En cada intersección de estas sendas se construye el nido de un albatros, y en el centro de cada cuadrado, el nido de un pingüino, de modo que cada pingüino está rodeado de cuatro albatros, y cada albatros, de un número igual de pingüinos. El nido del pingüino consiste en un agujero abierto en la tierra, poco profundo, sólo lo suficientemente hondo para impedir que ruede el único huevo que pone la hembra. El del albatros es menos sencillo en su disposición, erigiendo un pequeño montículo de unos veinticinco centímetros de altura y cincuenta de diámetro. Este montículo lo hace con tierra, algas y conchas. En lo alto construye su nido.

Las aves ponen un cuidado especial en no dejar nunca los nidos desocupados ni un instante durante el período de incubación, e incluso hasta que la progenie es suficientemente fuerte para valerse por sí misma. Mientras el macho está ausente en el mar, en busca de alimento, la hembra se queda cumpliendo con su deber, y sólo al regreso de su compañero se aventura a salir. Los huevos no dejan nunca de ser incubados; cuando un ave abandona el nido, otra anida en su lugar. Esta precaución es indispensable a causa de la tendencia a la rapacidad que prevalece en la rookery, pues sus habitantes no tienen escrúpulo alguno en robarse los huevos unos a otros en cuanto tienen ocasión.

Aunque existen algunas rookeries en las que el pingüino y el albatros constituyen la única población, sin embargo en la mayoría de ellas se encuentra una gran variedad de aves oceánicas, que gozan de todos los privilegios del ciudadano, esparciendo sus nidos acá y allá, en cualquier parte que puedan encontrar sitio, pero sin dañar jamás los puestos de las especies mayores. El aspecto de tales campamentos, cuando se ven a distancia, es sumamente singular. Toda la atmósfera exactamente encima de la colonia se halla oscurecida por una multitud de albatros (mezclados con especies más pequeñas) que se ciernen continuamente sobre ella, ya sea cuando van al océano o cuando regresan al nido. Al mismo tiempo se observa una multitud de pingüinos, unos paseando arriba y abajo por las estrechas calles, y otros caminando con ese contoneo militar que les es característico, a lo largo del paseo general que rodea a la rookery. En resumen, de cualquier modo que se considere, no hay nada más asombroso que el espíritu de reflexión evidenciado por esos seres emplumados, y seguramente no hay nada mejor calculado para suscitar la meditación en toda inteligencia humana ponderada.

A la mañana siguiente de nuestra llegada a Christmas Harbour, el primer piloto, Mr. Patterson, arrió los botes (aunque la estación estaba poco avanzada) para ir en busca de focas, dejando al capitán y a un joven pariente suyo en un paraje de tierra inhóspita hacia el oeste, pues tenían que gestionar algún asunto, cuya naturaleza yo ignoraba, en el interior de la isla. El capitán Cook se llevó consigo una botella, dentro de la cual había una carta sellada, y se dirigió desde el punto en que había desembarcado hacia uno de los picos más altos del lugar. Es probable que tuviese el propósito de dejar la carta en aquella altura para el capitán de algún barco que esperaba viniese posteriormente. Tan pronto como le perdimos de vista, empezamos (pues Peter y yo íbamos en el bote del primer piloto) nuestro viaje por mar en torno a la costa, en busca de focas. En esta tarea estuvimos ocupados unas tres semanas, examinando con gran cuidado cada esquina y cada rincón no sólo de la Tierra de Kerguelen, sino de varios islotes de las cercanías. Pero nuestros esfuerzos no fueron coronados por ningún éxito importante. Vimos muchísimas focas, pero todas tan esquivas, que con muchos trabajos sólo pudimos procurarnos trescientas cincuenta pieles en total. Los elefantes marinos eran abundantes, sobre todo en la costa oeste de la isla principal; pero no matamos más que una veintena, y esto con muchas dificultades. En los islotes descubrimos una gran cantidad de focas, pero no las molestamos. El día 11 volvimos a la goleta, donde encontramos al capitán Guy y a su sobrino, quienes nos dieron muy malos informes del interior, describiéndolo como una de las comarcas inhóspitas más yermas y desoladas del mundo. Habían permanecido dos noches en la isla, debido a un error, por parte del segundo piloto, respecto al envío de un bote desde la goleta para llevarlos a bordo.

Capítulo XV

El día 12 nos hicimos a la vela desde Christmas Harbour, desandando nuestro camino hacia el oeste y dejando a babor la isla de Marion, una de las del archipiélago de Crozet. Pasamos después la isla del Príncipe Eduardo, dejándola también a nuestra izquierda; luego, navegando más hacia el norte, llegamos en quince días a las islas de Tristán de Cunha, a 37º 8' de latitud sur y 12º 8' de longitud oeste.

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