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Authors: Christopher Paolini

La determinación de Arya impresionó a Eragon; decir lo que había dicho en el idioma antiguo significaba que lo creía sin reservas.

Islanzadí también parecía impresionada, y también orgullosa. Sonrió y dio un beso a Arya en cada mejilla.

—Entonces ve. Tienes mi bendición. Pero no corras más riesgos de los necesarios.

—Tú tampoco —respondió Arya, y la dos se abrazaron.

Cuando se separaron, Islanzadí miró a Eragon y Saphira y dijo:

—Cuidadla, os lo imploro, porque ella no tiene un dragón ni eldunarís que la protejan.

Lo haremos
—respondieron a la vez Eragon y Saphira en el idioma antiguo.

Una vez que fijaron todos los detalles necesarios, el consejo de guerra se disolvió y sus miembros empezaron a dispersarse. Desde su posición, junto a Saphira, Eragon vio que los otros empezaban a retirarse. Ni él ni ella hicieron ademán de moverse. Saphira iba a permanecer escondida tras la colina hasta el momento del ataque, mientras que él tenía intención de esperar a que oscureciera antes de aventurarse en el campamento.

Orik fue el segundo en marcharse, tras Roran. Antes de hacerlo, el rey enano se acercó a Eragon y le dio un fuerte abrazo.

—¡Ah, ojalá pudiera ir con vosotros! —dijo, con solemnidad.

—Ojalá —respondió Eragon.

—Bueno, nos veremos después y brindaremos por la victoria con aguamiel a raudales, ¿eh?

—Me encantará.

Y a mí también
—dijo Saphira.

—Bueno, pues así será —sentenció Orik, que asintió enérgicamente—. No permitas que Galbatorix te venza, o me veré obligado a vengarte.

—Iremos con cuidado —le tranquilizó el chico con una sonrisa.

—Eso espero, porque dudo que pudiera hacer mucho más que retorcerle la nariz.

Eso me gustaría verlo
—exclamó Saphira.

Orik soltó un gruñido.

—Que los dioses te protejan, Eragon, y a ti también, Saphira.

—Y a ti, Orik, hijo de Thrifk.

Entonces Orik le dio una palmada en el hombro a Eragon y se dirigió hacia el arbusto donde había atado a su poni.

Cuando Islanzadí y Blödhgarm se marcharon, Arya se quedó.

Estaba charlando animadamente con Jörmundur, así que Eragon no hizo caso. Pero cuando Jörmundur se fue y vio que Arya seguía allí, se dio cuenta de que quería hablar con él a solas.

En efecto, una vez solos, los miró a él y a Saphira y dijo:

—¿Os ha ocurrido algo más en este tiempo, algo de lo que no quisierais hablar delante de Orrin o de Jörmundur…, o de mi madre?

—¿Por qué lo preguntas?

Ella vaciló.

—Porque… los dos parecéis haber cambiado. ¿Es por los eldunarís, o tiene que ver con vuestra experiencia en la tormenta?

Eragon sonrió. Consultó con Saphira y, tras recibir su aprobación, le dijo:

—Hemos descubierto nuestros nombres verdaderos.

Arya abrió los ojos como platos.

—¿De verdad? Y… ¿estáis satisfechos con ellos?

En parte
—respondió Saphira.

—Descubrimos nuestros nombres verdaderos —repitió Eragon—. Vimos que la Tierra es redonda. Y durante el vuelo de regreso, Umaroth y los otros eldunarís compartieron con nosotros muchos de sus recuerdos. —Esbozó una sonrisa irónica—. No puedo decir que los entendamos todos, pero hacen que veamos las cosas… de un modo diferente.

—Ya veo —murmuró Arya—. ¿Y creéis que el cambio es positivo?

—Yo sí. El cambio nunca es bueno ni malo, pero el conocimiento siempre es positivo.

—¿Os costó descubrir vuestros nombres verdaderos?

Eragon le contó cómo lo habían hecho, y también le habló de las extrañas criaturas que habían encontrado en la isla de Vroengard, que despertaron en ella un vivo interés.

Mientras Eragon hablaba, se le ocurrió una idea, una idea que resonaba en su interior con demasiada fuerza como para no hacer caso. Se la explicó a Saphira, y de nuevo ella le dio permiso, aunque más de mala gana que antes.

¿Debes hacerlo?
—le preguntó.

Sí.

Entonces haz lo que debas, pero solo si ella está de acuerdo.

Cuando acabaron de hablar de Vroengard, Eragon miró a Arya a los ojos y dijo:

—¿Quieres oír mi nombre verdadero? Me gustaría compartirlo contigo.

Aquella oferta provocó una brusca reacción en la elfa.

—¡No! No debes decírmelo, ni a mí ni a nadie. En especial estando tan cerca de Galbatorix. Podría robarlo de mi mente. Además, solo deberías dar tu nombre verdadero a… alguien en quien confíes por encima de todos los demás.

—Yo confío en ti.

—Eragon, aunque los elfos podemos llegar a intercambiar nuestros nombres, nunca lo hacemos hasta habernos conocido durante muchos muchos años. Es una información demasiado personal, demasiado íntima para hacerla pública, y no hay mayor riesgo que el de compartirla. Cuando le dices a alguien tu nombre verdadero, pones todo lo que eres en sus manos.

—Lo sé, pero quizá no vuelva a tener ocasión de hacerlo. Esto es lo único que tengo, y querría dártelo a ti.

—Eragon, lo que me estás ofreciendo… es el tesoro más precioso que una persona puede dar a otra.

—Lo sé.

Arya sintió un escalofrío y se encogió. Al cabo de un rato, dijo:

—Nadie me ha ofrecido nunca algo así… Tu confianza me halaga, Eragon, y entiendo lo mucho que significa para ti, pero no, debo declinar la oferta. No estaría bien que lo hicieras, y tampoco estaría bien que yo aceptara, solo porque mañana podamos morir o convertirnos en esclavos de Galbatorix. El peligro no justifica un acto irresponsable, por grave que sea la situación.

Eragon agachó la cabeza. Los motivos de Arya estaban justificados, y respetaba su decisión.

—Muy bien, como desees —accedió.

—Gracias, Eragon.

Hubo un momento de silencio.

—¿Alguna vez le has dicho tu nombre verdadero a alguien?

—No.

—¿Ni siquiera a tu madre?

Ella hizo una mueca con la boca.

—No.

—¿Sabes cuál es?

—Claro. ¿Por qué no iba a saberlo?

—No sé. No estaba seguro —respondió encogiéndose de hombros.

Se hizo el silencio entre ambos—. ¿Cuándo…? ¿Cómo supiste tu nombre verdadero?

Arya se quedo callada tanto tiempo que Eragon empezaba a pensar que se negaría a responder. Entonces respiró hondo y dijo:

—Fue unos cuantos años después de salir de Du Weldenvarden, cuando por fin me acostumbré a mi nuevo papel entre los vardenos y los enanos. Faolin y mis otros compañeros estaban lejos y tuve mucho tiempo para estar sola. Lo pasé en su mayor parte explorando Tronjheim, paseando por los rincones de la montaña-ciudad por donde otros no solían pasar. Tronjheim es más grande de lo que parece, y alberga muchas cosas extrañas: cámaras, personas, criaturas, artefactos olvidados…

»Mientras recorría el lugar fui pensando y acabé conociéndome mejor que nunca. Un día descubrí una cámara en las alturas de Tronjheim, dudo que pudiera volver a encontrarla, aunque la buscara. Daba la impresión de que un rayo de luz del sol se colaba en la cámara, aunque el techo era sólido, y en el centro había un pedestal y, sobre el pedestal, una única flor. No sé qué tipo de flor era; nunca había visto una igual, ni la he vuelto a ver. Los pétalos eran de color púrpura, pero el centro era como una gota de sangre. Tenía espinas en el tallo y emanaba un aroma delicioso, y parecía emitir una música propia. Era una cosa tan insólita y maravillosa que me quedé en la cámara contemplando la flor, no sé decir cuánto tiempo, y fue entonces cuando por fin pude verbalizar quién era y quién soy yo.

—Me gustaría ver esa flor algún día.

—A lo mejor la ves —respondió Arya, fijando la mirada en el campamento de los vardenos—. Debo irme. Aún queda mucho que hacer.

Eragon asintió.

—Nos veremos mañana, entonces.

—Mañana. —Arya echó a andar. Tras unos pasos, hizo una pausa y miró hacia atrás —. Me alegro de que Saphira te eligiera como Jinete, Eragon. Y estoy orgullosa de haber luchado a tu lado. Te has convertido en más de lo que cualquiera de nosotros se habría atrevido a imaginar. Ocurra lo que ocurra mañana, no lo olvides.

Y reemprendió la marcha. Enseguida desapareció tras la ladera de la colina y lo dejó solo con Saphira y los eldunarís.

Fuego en la noche

Cuando cayó la noche, Eragon formuló un hechizo para ocultarse.

Luego le dio una palmadita a Saphira en el morro y se dirigió hacia el campamento de los vardenos.

Ten cuidado
—dijo ella.

Al ser invisible, no le costó superar a los guerreros que montaban guardia alrededor del campamento. Mientras no hiciera ruido y los hombres no vieran sus huellas o su sombra, podría moverse libremente.

Se abrió paso entre las tiendas de lana hasta que encontró la de Roran y Katrina. Golpeó con los nudillos sobre el poste central. Roran asomó la cabeza.

—¿Dónde estás? —susurró—. ¡Entra, corre!

Eragon cortó el flujo de magia y se hizo visible. Roran se estremeció, y al instante lo agarró del brazo y tiró de él hacia el interior de la tienda.

—Bienvenido, Eragon —dijo Katrina, levantándose del pequeño catre donde estaba sentada.

—¡Katrina!

—Me alegro de volver a verte. —Le dio un breve abrazo.

—¿Tardaremos mucho? —preguntó Roran.

—No deberíamos —respondió Eragon, sacudiendo la cabeza. Se puso de cuclillas, pensó un momento y luego empezó a recitar algo en el idioma antiguo. Primero lanzó unos hechizos sobre Katrina para protegerla de cualquiera que quisiera hacerle daño. Hizo los conjuros más amplios de lo que había planeado originalmente para asegurarse de que tanto ella como el niño que llevaba en el vientre pudieran escapar de las fuerzas de Galbatorix si algo les ocurría a él y a Roran—. Estos hechizos te protegerán de un número limitado de ataques —explicó—. No te puedo decir cuántos, porque depende de la potencia de los impactos o de los hechizos. Pero te he aplicado otra protección. Si estás en peligro, di
frethya
dos veces y te harás invisible.


Frethya
—murmuró ella.

—Exacto. No obstante, no te ocultará del todo. Los ruidos que hagas se oirán y tus huellas serán visibles. Ocurra lo que ocurra, no te metas en el agua o desvelarás tu posición de inmediato. El hechizo absorberá energía, lo que significa que te cansarás antes de lo habitual, y no te recomiendo que te duermas mientras esté activo.

Podrías no volver a despertarte. Para poner fin al hechizo, di sencillamente
frethya letta
.


Frethya letta
.

—Bien.

Entonces Eragon centró su atención en Roran. Empleó más tiempo en asignar defensas a su primo —porque lo más probable era que se enfrentara a un mayor número de amenazas— y les atribuyó más energía de la que Roran le habría permitido, pero eso le daba igual. No podía soportar la idea de derrotar a Galbatorix y luego encontrarse con que su primo había muerto durante la batalla.

—Esta vez he hecho algo diferente, algo que debía haber pensado tiempo atrás. Además de las protecciones habituales, te he asignado algunas que alimentarán directamente tus reservas de energía.

Mientras estés vivo, te protegerán de los peligros. Pero… —levantó un dedo— solo se activarán cuando las otras defensas estén agotadas, y si les exiges demasiado, quedarás inconsciente y morirás.

—¿Así que en su intento por salvarme pueden matarme? —preguntó Roran.

Eragon asintió.

—Tú no dejes que te caiga otro muro encima, y estarás bien. Es un riesgo, pero vale la pena, creo, si evita que un caballo te pisotee o que una jabalina te atraviese. También te he aplicado el mismo hechizo que a Katrina. Solo tienes que decir
frethya
dos veces, o
frethya letta
para pasar de la visibilidad a la invisibilidad cuando desees. —Se encogió de hombros—. Puede que eso te resulte útil durante la batalla.

—Así lo haré —respondió Roran, con una mueca socarrona.

—Eso sí, asegúrate de que los elfos no te toman por uno de los hechiceros de Galbatorix.

Eragon se puso en pie y Katrina hizo lo propio, pero le sorprendió al agarrarle una mano y llevársela al pecho.

—Gracias, Eragon —dijo, en voz baja—. Eres un buen hombre.

Él se ruborizó.

—No es nada.

—Protégete bien mañana. Significas mucho para los dos, y seguro que serás un tío ejemplar para nuestro niño. Sería un duro golpe que te mataran.

—No te preocupes —respondió él, con una risita—. Saphira no me dejará hacer ninguna tontería.

—Bien. —Le besó en ambas mejillas y luego le soltó—. Adiós, Eragon.

—Adiós, Katrina.

Roran le acompañó al exterior. Antes de volver a la tienda, dijo:

—Gracias.

—Me alegro de haber sido de ayuda.

Ambos se agarraron por los brazos y se estrecharon en un abrazo.

Luego Roran se despidió:

—Que la suerte te acompañe.

Eragon suspiró profundamente.

—Que la suerte te acompañe —repitió. Agarró el brazo de Roran con más fuerza aún, como si no quisiera soltarlo, porque sabía que quizá no volvieran a verse—. Si Saphira y yo no volvemos, ¿te encargarás de que nos entierren en casa? No querría que nuestros huesos quedaran ahí.

—Será difícil acarrear a Saphira todo el camino —respondió Roran, levantando las cejas.

—Estoy seguro de que los elfos te ayudarían.

—Entonces sí, lo prometo. ¿Hay algún lugar en particular que prefieras?

—La cima de la colina calva —dijo Eragon, en referencia a una colina próxima a su granja. La cumbre despoblada de aquella colina siempre le había parecido un lugar excelente para construir un castillo, algo de lo que habían charlado largamente cuando eran más jóvenes.

Roran asintió.

—Y si yo no regreso…

—Haremos lo mismo por ti.

—No era eso lo que iba a pedirte. Si yo no… ¿Te ocuparás de Katrina?

—Por supuesto. Ya lo sabes.

—Sí, pero tenía que estar seguro. —Se miraron un instante más—. Bueno, te esperamos mañana a cenar —dijo Roran, por fin.

—Cuenta con ello.

Roran volvió a meterse en la tienda y dejó a Eragon solo en la noche.

Él elevó la mirada hacia las estrellas y sintió un pesar lejano, como si ya hubiera perdido a alguien muy próximo.

Un momento después volvía a sumergirse entre las sombras, ocultándose en la oscuridad.

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