Mamá, ¿por qué las mujeres son tan complicadas? (12 page)

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Authors: Jovanka Vaccari Barba

Tags: #Relato

Allá por los setenta, los científicos descubrieron que los animales se comunicaban no sólo por el olfato, sino también por el órgano vomeronasal, un órgano sensorial localizado en la nariz pero independiente del olfato. Los impulsos detectados por éste van directamente al hipotálamo, el hogar de nuestra actividad emocional. Pero ¿para qué, cuál es
el
objetivo?

Klaus Wedekind, zoólogo suizo, realizó un estudio divertido: hizo que diversas mujeres olieran camisetas sudadas de varios hombres, al tiempo que analizaba su sangre para observar el comportamiento de su complejo de histocompatibilidad (MHC), unas proteínas que informan al sistema inmunológico de posibles infecciones.

Ni
jarta
de anfetaminas quisiera yo haber sido una de las «probadoras» —¡hay cada mofeta suelto!—, pero por eso mismo se agradece el resultado que ofreció el sacrificio de las sufridoras: las mujeres se sienten mucho más atraídas por los hombres cuyo MHC es totalmente diferente al suyo.

Wedekind sugiere que las parejas son más fértiles dependiendo del grado de diferencia que exista entre sus MHC porque, al elegir así, la pareja se está asegurando de que la descendencia estará más protegida de un espectro de enfermedades más amplio. Estudios más recientes parecen confirmar esta hipótesis, pues las parejas con un MHC parecido tienen más problemas para concebir que las que tienen un MHC opuesto.

Así pues, es más que probable que, en las épocas prehistóricas e históricas, nuestras acciones estuvieran inspiradas por los aromas, siendo el olfato
el medio
para percibir la disponibilidad o conveniencia para la relación sexual.

Aún hoy, y como cada cual sabe, las sutiles indicaciones odoríferas son capaces de hacernos sentir atracción o rechazo por alguien, de cambiar nuestras relaciones si cambian los olores de nuestra pareja, de aumentar la intimidad, de provocar repulsión o instintos protectores, como el olor de los bebitos.

De hecho, el olfato es un sentido sexual tan importante que un estudio norteamericano reveló que el 25% de los hombres con pérdida de olfato —denominada
anosmia
— desarrollaban algún tipo de disfunción sexual.

Lo que no ha
confesado
el estudio, pillines ellos, es
cuántos
hombres sufren de anosmia.

QUE 20 CMS. NO ES NADA…

Estando al cuidado de seis amiguitos de cuatro a doce años, más o menos, una tarde dominguera nos disponíamos a terminar el merecido asueto con una sesión de tele, a modo de somnífero.

—¿Hay algo que valga la pena?, pregunté.

—¡Un documental sobre costumbres sexuales de los animales!, dijo alguien.

—¡¡Bieeeeen!!, gritamos todos.

Tras 20 minutos de ejemplos diversos de apareamientos, una de las niñas, de 11 años, se apartó del grupo y se puso a leer. Lógicamente, le pregunté por el motivo de su aislamiento.

—Es que me aburre, porque siempre es lo mismo: hagan lo que hagan las hembras, los machos las montan, se mueven y ya está, las montan, se mueven y ya está. ¡Como a mí me pase eso me voy a coger un cabreo...!

«¡Todos los hombres son iguales!». Locución popular que piensan, asienten o manifiestan a coro las mujeres, señalando, no sin reproche, la ausencia de singularidad y sutileza en el comportamiento masculino.

Pero, con sinceridad, ¿es realmente cierto? ¿Se puede insistir en el aserto, a la luz de la moderna biología y de la psicología evolutiva, sin temor a ofender las legítimas ansias de individuación de nuestros amigos, compañeros e hijos?

Eh... ejem... estooo... pues sí: en origen —es decir, en lo referente al sexo— los hombres
son
mucho más parecidos entre sí que las mujeres. ¿Por qué?

Porque las diferencias de diseño morfológico entre hembras y machos —evolucionadas así para buscar la reproducción
desde estrategias distintas
— condicionan
ad nucleam
la conducta de unas y otros: nosotras, portadoras de un bien escaso, los óvulos, hemos de ser celosas custodias de los mismos y chinchosamente selectivas con los candidatos a fecundarlos. La conducta femenina, por tanto, aparece como «esquiva», «caprichosa», «voluble», «difícil de entender», porque
necesariamente
ha de disponer de una tan variada como sutil galería de comportamientos para despistar a los machos y evitar fecundaciones inconvenientes.

Ellos, sin embargo, portadores de un producto abundante, los espermatozoides, sólo tienen que quitárselos de encima, so riesgo de intoxicación cerebral, y para ello bastan gestos
mecánicos
, condicionando una naturaleza conductual también mecánica, monocorde, sin variaciones ni sutilezas.

Así, mientras todos los hombres eyaculan (salvo anomalías orgánicas), no todas las mujeres tienen orgasmos; mientras prácticamente todos los hombres se masturban, una cuarta parte de las mujeres no lo hace; mientras casi todos los hombres tienen poluciones nocturnas, el 60% de las mujeres no las tienen nunca. En lo que sí se diferencian los hombres, en cambio, es en las formas de buscar el éxito en la reproducción. En términos generales, existen cuatro estrategias distintas: la bisexualidad (raro, ¿verdad?; pero ya hablaremos de ésta), la violación (también hablaremos, vive diosa) y, en los extremos del espectro, los que se especializan en la competencia espermática o los que la evitan.

En medio de estas dos últimas se encuentra la mayoría de los hombres, combinando, de la manera más productiva posible, una y otra.

¿Pero cómo se especializa cada hombre? ¿Es una decisión personal? ¿Es una elección librealbédrica? ... No. Nada más lejos de la bioquímica masculina que la libertad —entendida como
consciencia de la necesidad
. La estrategia concreta que un varón
está programado
para adoptar depende, en gran medida, de su tasa de producción de espermatozoides y ésta, a su vez, depende ... ¿Lo digo? ... ¿He oído «sí»? Bien: ¡¡Del tamaño de sus testículos!! ¡Ea! ¡Ya está dicho!

Los hombres tienen un par de testículos de tamaño desigual que... Pero no, no. Mejor dejo esta información para la próxima semana, que tiene sustancia. Tanta, que puede afirmarse que «por su tamaño les conoceréis». ¿A que mola?

DIME QUÉ TALLA GASTAS Y TE DIRÉ...

El tamaño de los testículos determina la estrategia en que se especializará cada hombre en la lucha por tener hijitos. Básicamente, existen cuatro estrategias: la bisexualidad, la violación, la promiscuidad y la fidelidad, siendo estas dos últimas las más practicadas. Como el número de espermatozoides emitidos es fundamental para la fecundación y éstos son producidos por los testículos, está claro que su tamaño condicionará la tasa de producción espermática, y ésta, a su vez, el empleo de una u otra estrategia. ¿Cómo?

Los hombres que tienen testículos más grandes fabrican más espermatozoides, eyaculan más a menudo e introducen más espermatozoides en cada coito. Por tanto, la estrategia para la que están
programados
es la promiscuidad, es decir, para buscar o provocar guerras entre espermas distintos porque vencerán, con toda probabilidad, debido a la cantidad de espermatozoides que producen.

Los hombres altos y más pesados (pero no obesos) tienen testículos más grandes. Aunque no es una regla general, lógicamente. En realidad, y en el caso de no poder realizar una inspección genital detenida, es más fácil reconocerles por otros rasgos: además de ser un poco chulillos, pasan menos tiempo con su pareja, son más propensos a ser infieles y a elegir a una compañera también propensa a la infidelidad.

Los hombres de testículos pequeños, por su parte, están
programados
para todo lo contrario: debido a que su tasa de producción de espermatozoides es baja, en la competencia espermática llevarían todas las de perder. Defender a la pareja, practicar la fidelidad y exigirla —intentando evitar que se desencadenen guerras de espermatozoides— es, por tanto, la estrategia con la que pueden conseguir mejores resultados reproductivos.

Pero, entonces ¿cuál de los dos grupos tiene más posibilidades de éxito?

Pues, por los estudios realizados, parece que... ninguno de los dos. Bueno, las cosas como son: si se trata sólo de
mojar
es evidente que los promiscuos tendrán una contabilidad más saneada; pero tratándose del «éxito reproductivo», da la impresión de que la evolución ha logrado tal finísimo equilibrio, que no existen diferencias entre los niveles de éxito de unos y otros, pues los de testículos grandes tienen mayor potencial, pero los de testículos pequeños tienen mayor certeza.

El asunto tiene su lógica, cómo no: si uno de los grupos, pongamos que el de mayor potencial, tuviera más éxito que el otro, en unas pocas generaciones el número de hombres con testículos grandes crecería, debido a que este rasgo es genético y se puede heredar. Esta situación, paradójicamente, encerraría desventajas serias porque: a) en la guerra espermática, los hombres de testículos grandes tendrían que jugársela con otros de su mismo tamaño; b)
sus
mujeres también estarían siendo inseminadas por otros; c) el riesgo de contraer enfermedades es mayor en una población promiscua.

Así pues, en una comunidad con demasiados hombres de testículos grandes quien tendría ventajas, en realidad, serían los hombres peor dotados, ya que dedicarse a una sola pareja ofrece más probabilidades de reproducción; la ausencia de promiscuidad, menos riesgos de enfermar; la fidelidad de su pareja, garantía de que la cría será suya; y, por último, y aunque parezca irrelevante: los testículos pequeños son menos vulnerables a los accidentes.

Pero además hay que tener en cuenta otra cosa: la mayoría de los hombres tiene, cuenten lo que cuenten, un tamaño intermedio y practican, por tanto, la estrategia del «sopito y sorber». Esto es: intentar conseguir el mejor acuerdo posible entre fidelidad y promiscuidad. Ya sé, ya sé que conceptualmente parece contradictorio, pero no se puede negar que la contradicción y la paradoja coadyuvan al desarrollo de la inteligencia. Y si no, que nos pregunten a las mujeres.

El caso es que la presencia de esta «mayoría mixta» tampoco modifica los niveles de éxito de unos u otros. De hecho, la conclusión es que siempre que un hombre emplee la estrategia adecuada al tamaño de sus testículos, le irá bien.

Bueno... «Bien, bien» en el caso de que no existieran las mujeres y su infinita —infinita, ¿eh?— variedad de comportamientos sexuales. ¿Pero por qué los hombres son tan iguales entre sí y las mujeres tan distintas que «no hay quien las comprenda»? ¡No se pierdan el próximo episodio!

¡¡NO HAY QUIEN LAS ENTIENDA!!

Una araña común europea, hembra, se deja inseminar sucesivamente por varios machos mientras engulle las presas que le ofrecen a cambio. Cuando ella olisquea el presente, el primer macho la monta; pero, antes de acabar, se lo quita de encima con sus patas traseras y, entonces, termina de comerse la apetitosa mosca. Cuando llega el segundo macho, se zampa la polilla que trae, se deja montar, realiza movimientos arriba-abajo y, literalmente, lo expulsa. Con el tercero el ritual inicial es el mismo, pero ella le retiene con su abdomen, prolongando muchíííísimo el coito. Al cuarto, que quiere permanecer más tiempo del que quiere ella, se lo come. Con el quinto... Bueno... Creo que el quinto decidió estudiar Filosofía, a ver si entendía algo.

En comparación con los hombres, tan iguales entre sí (prácticamente todos alcanzan orgasmos, se masturban y tienen sueños húmedos), las mujeres presentan una variedad desconcertante de características sexuales: un 3% nunca tiene un orgasmo; el 5% tiene orgasmos múltiples y encadenados; el 10% nunca alcanza el clímax durante el acto sexual; otro 10% llega siempre; algunas son totalmente pasivas; otras prefieren ser activas; el 50% se masturba con regularidad; un 20% no lo hace nunca; de los orgasmos nocturnos disfruta un 40%; otras ni saben lo que son...

Encima, a estos «patrones» orgásmicos hay que sumarles características
individuales
de sensibilidad corporal (hay a quien la nuca le hace estremecer; quien no siente nada en los pezones; quien tiene el bulbo del clítoris demasiado sensible; quien no responde a la estimulación...) las cuales, a su vez, están relacionadas con los planes reproductivos
inconscientes
de la mujer, con la pareja elegida y con la atmósfera creada en
cada
coto, dando lugar a cambios de ánimo impredecibles para nosotras mismas pero, sobre todo, exasperantes para ellos.

Y lo más gracioso es que no podemos hacer nada,
nada
, por aliviar el desconcierto masculino, ya que las características reproductoras y eróticas a las que hemos ido a parar como especie, tras millones de años de evolución, están basadas en una consigna irreversible:
confundir al macho todo lo que se pueda en todas las situaciones que se pueda:
en la seducción, en el cortejo, en la conquista, en la fecundación, en la paternidad, en la crianza, en la manutención, en la fidelidad...

Se llega a comprender, pues, que el papel de «tonto de la especie» haya terminado por derrotar a muchos hombres, parapetados tras un defensivo «No hay quien las entienda», a pesar de que los que se han empeñado en conocer/entender a sus mujeres afirman tener una vida afectiva, erótica e intelectual infinitamente más apasionante y una imagen de La Mujer mucho más respetuosa.

Pero dado que no es sólo a título individual que las mujeres confunden a sus compañeros, sino que es
la población femenina
la que, en su conjunto, está
programada
para confundir mediante la variedad, es fácil deducir que, diferenciándose de las otras, las mujeres obtienen beneficios.

En primer lugar, se consiguen datos sobre la experiencia y competencia del hombre. Su comportamiento, experto o ingenuo, nos dirá rápidamente si tiene iniciativa o es pasivo, si ha conocido a muchas mujeres o a pocas, si resulta atractivo a otras o indiferente... Esta información es crucial porque, en función de ella, podremos elegir al hombre que mejor le vaya a nuestros planes, conscientes o inconscientes.

En segundo lugar, mientras el hombre intenta conocer los variables comportamientos de la mujer para sintonizar sexualmente con ella, ésta controla y maneja la situación, disponiendo de un tiempo precioso para juzgar si el hombre le gusta realmente o no.

En tercer lugar, y una vez que acepta a un hombre como compañero, la mujer puede instruirle sobre sus necesidades eróticas, obteniendo de él un tiempo y una atención que le impida, prácticamente, ser infiel. ¿A que no era tan difícil?

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