Mamá, ¿por qué las mujeres son tan complicadas? (14 page)

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Authors: Jovanka Vaccari Barba

Tags: #Relato

Los humanos compartimos con los chimpancés rasgos genéticos, comportamientos y la anatomía masculina, que parece haber evolucionado así debido al condicionante de la competencia espermática. Tanto es así, que las Ciencias de la Vida estiman que el comportamiento sexual de los chimpancés se parece al de nuestros antepasados bastante más de lo que nos gustaría admitir.

Michael Ghileri es un antropólogo estudioso de los chimpancés africanos, concretamente de las formas esenciales de su comportamiento psicosexual. Él ha observado dos cuestiones de sumo interés para la comprensión de nosotros mismos, a saber: 1) los chimpancés son sexualmente muy abiertos, dándose la particularidad de que las hembras se aparean con los machos emparentados entre sí... ¡y ellos no se cabrean!; 2) a pesar de que durante mucho tiempo se les tuvo por seres tranquilos, los machos patrullan su territorio y pueden ser sorprendentemente agresivos, llegando incluso a matar a los chimpancés extraños al grupo.

En relación al primer punto, Ghileri ofrece una interpretación neodarwiniana: la aptitud masculina para compartir hembras favorece al grupo, debido a que muchos machos son familia y comparten genes. En relación al segundo, afirma que los chimpancés machos expanden su territorio para conseguir alimento... ¡y hembras! ¿Pero qué tiene que ver esto con las criaturas elegidas de Dios?

Al igual que otros muchos estudiosos, Ghileri piensa que, como los chimpancés, los primeros hombres también se agruparon en bandas familiares para matar a otros genéticamente extraños y para obtener, además de territorios, hembras genéticamente distintas. De este modo, pues, la inclinación humana hacia el racismo y el sexismo tendría elementos genéticos, que se confirman en comportamientos como la violación y el pillaje en tiempos de guerra, en que bandas de hombres emparentados asesinan a los rivales y violan o se casan con sus mujeres e hijas.

De ser cierta la teoría sociobiológica de Ghileri, significaría que la tendencia a odiar al extraño estuvo activa en fases tempranas de nuestra evolución y que «permitió» a los primeros
Homo sapiens
sobrevivir a los homínidos contemporáneos. Y la lectura genetista explicaría lo que la cultural o económica no pueden: que comportamientos tan odiosos como la violencia xenófoba persistan entre algunos individuos de
todas
las sociedades actuales, o que
todos
sintamos xenofobia a poco que las condiciones nos parezcan amenazantes.

Pero hay más: otras observaciones revelan que chimpancés hembras, monas rojas y macacas practican la xenofilia. Esto es, que les gusta aparearse con desconocidos y que es un factor clave en la elección de pareja, sobre todo cuando se trata de una infidelidad. Y lo hacen incluso cuando el recién llegado es de rango inferior al de los machos del grupo. El criterio es que, si dos machos satisfacen por igual a una hembra, ella seguramente preferirá al desconocido. ¿Por qué?

Básicamente por dos razones: a) porque si el nuevo macho llega a ocupar una posición de poder en el grupo, ella y su descendencia se verán favorecidas; y b) porque la variedad genética es clave en la evolución, y ésta está, a su vez, encarnada en las hembras, por lo que es su naturaleza promoverla.

En este sentido las mujeres nos comportamos como primates típicos y, probablemente, por las mismas razones: ¿Conocen casos de agresión xenófoba o racista en los que hayan participado mujeres?

Lógicamente, el conocimiento de la genética del comportamiento prehistórico no excusa vilezas actuales. Mas bien al contrario, nos ayuda a encontrar remedios radicales (de raíz) para mejorar culturalmente. Uno de ellos sería, propongo, dejar de llamar racismo al racismo; la raza humana es una sola, y sus variedades, etnias. Llamémosle, en todo caso,
etnismo
. Y otro, que podríamos sufragar entre todos por una módica cantidad: mandar al lengualarga gorilón de las dunas a la Universidad. En un tarro bien cerrado llenito de formol.

CARIÑO, ¿DE QUÉ ES ESTA MANCHA?

Tenía una erección tan grande que apenas podía moverse. En realidad parecía que le dolía más que le gustaba, y se hubiera provocado rápido alivio de no ser porque no podía dejar de mirar y desear las formas de ella, que se mostraba ante sí rotunda, caliente, con el trasero bien levantado gimiéndole sexo.

La habría embestido hasta desaparecer, la habría arañado, le habría mordido el cuello y habría chillado el clímax al mismo tiempo que ella para que la vida tuviera constancia de su entrega. Pero estaba atrapado: todo su cuerpo iba convirtiéndose en pene, la sensibilidad crecía y sólo quiso estallar cuando ella se le acercó sumisamente para que la penetrara. La convulsión le hizo pegar tales saltos que su ama se asustó y le despertó por si ocurría algo grave.

El gato no dio las gracias. Con su habitual desdén, abandonó la alfombra calentita y se alejó de su entrometida dueña.

Los machos humanos no son los únicos que eyaculan espontáneamente mientras duermen. Se sabe de gatos y de ratas y, aunque no hay constancia documental, se cree que le ocurre a la mayoría de los mamíferos, sobre todo durante la pubertad.

Uno de cada cinco hombres tiene su primera eyaculación inesperadamente. Normalmente ocurre durante un sueño erótico, pero a algunos, pobrecitos míos, les pasa estando bien despiertos y en público, porque, a esa edad, cualquier cosa se convierte en desencadenante: da igual que sea por ponerse nervioso en clase que por ver a la abuelita recogiendo algo del suelo.

El caso es que, después de algunas vergüenzas incontrolables, lo normal es que las eyaculaciones espontáneas ocurran en privado, durante el sueño y hasta los veinte años, más o menos. El cuerpo de los adolescentes está programado para eyacular —atención encargados/as de cambiar las sábanas—
un mínimo
de 3 veces por semana; en el caso de que no haya habido relaciones sexuales (que casi nunca las hay) o masturbación (que siempre la hay, pero para este artículo vamos a imaginar que tiene las manos escayoladas, ¿vale?), el jovenzuelo tendrá poluciones nocturnas con toda seguridad, porque éstas tienen el mismo fin que la masturbación.

Una vez traspasada la adolescencia es más difícil que los episodios húmedos tengan lugar, a pesar de que, invariablemente, los hombres sigan teniendo erecciones nocturnas y sueños eróticos,
cada noche,
durante la fase más profunda del sueño.

En este sentido, la leyenda de que los hombres
siempre
están pensando en el sexo, se encarna en una constatación: ni siquiera enfermos dejan el sexo de lado porque, durante las gripes o las fiebres altas, los espermatozoides se deterioran y deben salir de su prisión corporal. ¿Y cuál es la manera natural de escapar? ¡Pues provocando que su portador sienta ganas de masturbarse! De no haber ocasión (los enfermos casi siempre están acompañados) o fuerzas, el cuerpo forzará un sueño erótico... y otro cambio de sábanas.

Dicen las teorías biosexuales, actualmente tan conscientes del
activísimo
papel de las hembras, que las poluciones nocturnas en los hombres se interrumpen cuando empiezan a dormir —aunque sea de vez en nunca— con una mujer, y que es ésta la que dirige los cambios en la función del sueño húmedo, pasando de ser un refuerzo eyaculatorio a convertirse en acontecimientos esporádicos.

Claro que también hay observadores vocacionales que afirman que la erección nocturna de los adultos se debe a las heces que se acumulan durante la noche en el último tramo del colon, estimulando la próstata. De ser cierto, tal mecanismo explicaría la exhibición canora de los reclutas que, me cuentan, se oye en los cuarteles cada despertar: «Todas las mañanas / cuando me levanto / tengo la pilila / más dura que un canto».

Puede parecerles una bobada, pero me da que esta teoría casera, que relaciona caca con eyaculación, también explicaría tres cuestiones más: a) el hecho de que casi todos los chicos se encierren en el baño tanto tiempo que parece que estén intentando memorizar la Enciclopedia Británica; b) que, para obtener pruebas de semen, los urólogos estimulen la emisión desde atrás; y c) que algunos hombres piensen que esa posibilidad no debe ser exclusivamente médica y la reclamen para su vida íntima.

Lo cierto es que, sea por poluciones o por masturbación, la frecuencia con que un hombre se deshace de sus espermatozoides da pistas cruciales acerca de sus planes sexuales. Por eso desaparecen las eyaculaciones espontáneas en cuanto hay compañera, y por eso es tan importante mantener en secreto cuándo se masturban. Pero han sido descubiertos. ¿A que les cuento la próxima semana?

¡DIME EN QUIÉN ESTÁS PENSANDO!

Seguro que han visto este documental: Una pareja de fieles monos busca alimento. Aunque van juntos, de vez en cuando se alejan un poco el uno del otro para capturar las tentadoras frutas que cuelgan de los árboles. Otros miembros del grupo también comen, juguetean o se despiojan alrededor. Como quien no se da cuenta, uno de los jóvenes va acercándose por detrás a la hembra de la pareja, mientras vigila con la mirada los pasos del entretenido macho.

Si no lo han visto es difícil de creer, pero lo que sigue es tan cierto como tronchante: el mono joven ya «padece» una erección que oculta al macho astutamente dándole la espalda, pero no así a la hembra a la que, cada vez que el macho adulto deja de mirar, toca en el hombro con una mano mientras se masturba con la otra. Aparentemente la hembra no presta caso, pero tras cinco o seis «llamadas», y en un visto y no visto, la fiel hembra acepta la proposición y copulan protegidos por los ramajes.

Todo era de esperar, ¿verdad?. Excepto una cosa: la masturbada. ¿Qué función cumplió?

Hay algo que la antropología y la biología han descubierto: la vida sexual de un hombre consigo mismo es tan aburrida (los expertos la llaman
rutinaria
por cortesía) como suele serla con una compañera. La práctica masturbatoria, por tanto, se rige por unas pautas muy fáciles de seguir: a) o intenta evitar la guerra espermática manteniendo el útero de su compañera entretenido con unos espermatozoides sanos, o b) está preparando una infidelidad. Pero me explico.

Todos los hombres —y muchííísimos animales: ciervos, jirafas, ratas, elefantes, ballenas, puercoespines...— se masturban, aunque la frecuencia depende, básicamente, de la edad y de la frecuencia con que eyaculan por otras medios (coito y sueños húmedos). Contra lo que se ha creído tradicionalmente, la masturbación no es una sustituta del coito, sino «otra» manera de deshacerse de los espermatozoides. Pero una manera
que permite adaptar
la próxima eyaculación a circunstancias previsibles. Y aquí entramos en materia.

Aunque automático, mecánico y sin sutilezas, el cuerpo masculino también tiene su cerebrito, a qué negarlo, y ha aprendido a distinguir las eyaculaciones provocadas por la masturbación o por el coito, porque, lectores míos, no es lo mismo: el coito tiene el diáfano destino de perseguir la fecundación y, por consiguiente, factores como si la pareja es ocasional o fija, el tiempo transcurrido desde la última inseminación o la posibilidad de participar en una guerra espermática, influyen decisivamente en la cantidad y calidad del semen emitido.

La masturbación, por su parte, no tiene finalidad fecundadora, y el único factor que tiene en cuenta el cuerpo masculino para masturbarse es el tiempo transcurrido desde la última eyaculación. Los espermatozoides envejecen, se deterioran y pierden su fertilidad cada cierto tiempo. Sin embargo, los hombres —los machos—
deben
disponer permanentemente de ejércitos espermáticos sanos, vigorosos y en periodo fértil para poder afrontar con cierta posibilidad de éxito cualquier oportunidad reproductora que se les ponga entre pierna y pierna.

La masturbación, pues, es un mecanismo que «actualiza» y prepara las columnas de espermatozoides fecundadores, pero ¿en función de qué?

Pues de las expectativas refocilonas que albergue el sujeto: si es joven y/o no tiene pareja, estará fijo pegado porque, ya saben, en esas circunstancias
siempre
están esperando que ocurra el milagro. Si está emparejado, lo más probable es que ya esté inmerso en el fascinante universo del sexo rutinario; en estos casos, las parejas —normalmente— han adquirido costumbres horarias para el sexo (el sábado
sabadete
), por lo que la masturbación renueva
rutinariamente
los espermatozoides que han de inyectar a sus compañeras para mantenerles el útero ocupado. Lo corriente es que un hombre sienta ganas de masturbarse
dos días antes
de mantener relaciones con su compañera, que es el tiempo ideal para «fabricar» espermatozoides nuevitos y dinámicos.

Pero lo más divertido es cuando se está oliendo la posibilidad de una infidelidad. Entonces el onanismo, aun teniendo la misma función, activa alborotadamente la vida sexual del hombre, provocando cambios en sus hábitos que, ¡oh, mundo caótico!, no se basan en las certezas, sino en las expectativas. Sin embargo, si pudiéramos seguir por un agujerito las pautas masturbatorias de un hombre ilusionado, podría vaticinarse casi con exactitud el momento en que nos van a poner los cuernos. Por eso es tan importante mantenerlas en secreto.

Pero también hay más razones para el secreto, que no tienen que ver con las mujeres sino con la competencia entre los propios hombres.

¿Quedamos para contarnos?

Quedamos.

¡TE QUEDARÁS CALVO, SO GUARRO!

Hay algo aún más divertido que la masturbación masculina rutinaria y sus transparentes pautas: el secreto con que los hombres gustan de envolver tan sana y jacarandosa práctica.

Dado que la masturbación tiene la función de renovar los espermatozoides para que los ejércitos estén jóvenes y fértiles en todo momento, es comprensible que un hombre emparejado prefiera ocultar sus planes a su compañera si está preparando una infidelidad. No por cobardía, no, sino porque morir rajado por un pelapapas tiene poco
glamour
.

Pero a lo nuestro, que la cuenta de la vieja no engaña: si un hombre tiene previsto cometer cuernos, aumentará la frecuencia de sus clandestinos encuentros con Onán; por el contrario, un descenso en su rutina masturbatoria, de conocerla, alertaría a la compañera: podría significar que ya está inyectando sus genes en otra persona y que no necesita de la masturbación para fabricar nuevos espermatozoides.

Pero no siempre la situación es ésta. Es decir, que no siempre los hombres están emparejados
y que casi nunca,
je, je, aberrunta infidelidad. ¿Por qué, entonces, interesa a los hombres ocultar cuándo se masturban?

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