Read Marte Azul Online

Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Azul (44 page)

Se trataba evidentemente de una provocación, un desafío al nuevo sistema.

—Esto es un examen —murmuró Art cuando cruzaban la plaza—, sólo es un examen. Si fuese una verdadera crisis oirías un pitido por todo el planeta.

Un examen, justo aquello para lo que Nadia ya no tenía paciencia. Atravesó la ciudad de un humor de perros. Y no ayudó que la plaza, los bulevares y el muro de la ciudad en el borde del cañón, que se conservaban como entonces, le trajesen a la memoria los espantosos días de 2061 con tanta nitidez. Decían que la memoria más débil era la que abarcaba los años intermedios, y de buena gana habría perdido aquellos recuerdos si hubiera podido; pero el miedo y la rabia debían de actuar como una suerte de fijadores de pesadilla. Porque allí estaba todo: Frank tecleando como un loco delante de los monitores, Sasha comiendo pizza, Maya gritando furiosa por un motivo u otro, las tensas horas de espera, cuando no sabían si los pedazos de Fobos caerían sobre ellos. Veía el cuerpo de Sasha, con los oídos ensangrentados, y a ella misma accionando el transmisor que había derribado Fobos.

Por consiguiente apenas pudo controlar su irritación cuando entró en la sala donde se mantendría la primera reunión con los cairotas y encontró a Jackie entre ellos, respaldándolos. Estaba embarazada de algunos meses, sonrosada, radiante, hermosa, y nadie sabía quién era el padre, porque ella había actuado a su manera, una tradición de Dorsa Brevia, transmitida a través de Hiroko, que irritaba profundamente a Nadia.

La reunión se celebró en un edificio contiguo al muro de la ciudad que miraba sobre el cañón inferior, llamado Nilus Noctis. La materia en disputa era visible cañón abajo, un ancho embalse de agua recubierta de hielo contenida por una presa, que no alcanzaba a verse desde allí, justo delante de las Puertas Ilirias y el nuevo caos del acuífero Compton.

Charlotte, sentada de espaldas a la ventana, preguntaba a los cairotas lo mismo que Nadia habría preguntado, pero sin el menor rastro de la irritación de ésta.

—Ustedes estarán siempre bajo una tienda. Las posibilidades de crecimiento serán limitadas. ¿Por qué inundar Marineris si no les va a reportar ningún beneficio?

Nadie parecía interesado en contestar. Finalmente Jackie dijo:

—Quienes viven en la zona se beneficiarán, y ellos forman parte de Cairo. El agua en cualquier estado es un recurso en estas altitudes.

—El agua discurriendo libremente por Marineris no es ningún recurso —replicó Charlotte.

Los cairotas defendieron la utilidad del agua en Marineris.

Entre los presentes había representantes de los colonos ribereños, la mayoría egipcios, que insistían en que llevaban generaciones viviendo en Marineris y eso les daba derecho a estar allí, que era la mejor tierra de cultivo de todo Marte, que lucharían antes de abandonarla, y más de lo mismo. Jackie y los cairotas parecían defender unas veces a sus vecinos y otras su propio derecho a utilizar Marineris como depósito de aguas. Pero sobre todo defendían su derecho a hacer lo que les viniera en gana. La ira de Nadia crecía por momentos.

—El tribunal emitió un veredicto —dijo—. No estamos aquí para volver a discutirlo, sino para hacerlo efectivo. —Y abandonó la reunión antes de decir algo de lo que después se arrepentiría.

Esa noche se sentó con Charlotte y Art, tan irritada que no pudo saborear la deliciosa comida etíope que le sirvieron en el restaurante.

—¿Qué es lo que quieren? —le preguntó a Charlotte.

Charlotte, con la boca llena, se encogió de hombros. Después de tragar dijo:

—¿Has notado que la presidencia de Marte no es una posición particularmente ventajosa?

—Vaya que sí. Habría sido difícil no caer en la cuenta.

—Bueno, pues ocurre lo mismo con el consejo ejecutivo. Da la impresión de que el verdadero poder reside en el Tribunal Medioambiental, que se le confió a Irishka como parte del gran gesto. Y ella ha hecho mucho para legitimar a los rojos moderados, lo que permite un gran desarrollo bajo el límite de los seis mil metros, pero por encima de éste el tribunal se muestra muy estricto. Todo eso está respaldado por la constitución, y así pueden validar todas sus disposiciones. El cuerpo legislativo se mantiene al margen, todavía no ha puesto reparos a ninguna de sus decisiones. Es decir, que ha sido una sesión de apertura impresionante para Irishka y el equipo de jueces.

—Y Jackie está celosa —dijo Nadia. Charlotte se encogió de hombros.

—Es probable.

—Es más que probable —dijo Nadia con aire sombrío.

—Y luego está la cuestión del consejo. Jackie tal vez piense que con el apoyo de tres miembros conseguirá el control del consejo. Cairo es una refriega en la que Jackie espera que Zeyk la apoye a causa de la parte árabe de la ciudad. Entonces sólo le faltarán dos votos. Y tanto Mijail como Ariadne defienden encarnizadamente la autonomía local.

—Pero el consejo no puede impugnar las decisiones del tribunal —dijo Nadia—, sólo el cuerpo legislativo, ¿no es así? Aprobando nuevas leyes.

—Así es, pero sí Cairo continúa desafiando al tribunal, el consejo se verá obligado a ordenar a la policía que detenga a sus representantes. Eso es lo que se supone que el ejecutivo debe hacer. Y si el consejo no lo hiciera, la autoridad del tribunal quedaría socavada y Jackie se haría con el control efectivo del consejo. Dos pájaros de un tiro.

Nadia soltó el trozo de pan esponjoso que estaba comiendo.

—Que me maten si permito que eso suceda —dijo. Guardaron silencio.

—Detesto esta clase de cosas —dijo Nadia al fin.

—Dentro de unos años se habrá reunido todo un cuerpo de procedimientos, instituciones, leyes, enmiendas a la constitución, temas que la constitución nunca contempló, como por ejemplo el papel de los partidos políticos. En este momento estamos elaborando todo eso.

—Sí, pero sigue repugnándome.

—Piensa en ello como meta-arquitectura. Construir la cultura que permita la existencia de la arquitectura. Eso lo hará menos frustrante para ti.

Nadia soltó un bufido.

—Éste debería ser un caso claro —dijo Charlotte—. El veredicto se ha emitido, sólo tienen que acatarlo.

—¿Y si no lo hacen?

—La policía tendrá que intervenir.

—¡En otras palabras, la guerra civil!

—No forzarán tanto la situación. Aprobaron la constitución como todo el mundo, quedarían al margen de la ley, como los ecosaboteadores rojos. No creo que lleguen tan lejos. Sólo le están tomando el pulso a los poderes.

La mujer no estaba irritada. Su expresión parecía decir: así son los humanos. No culpaba a nadie, no se sentía frustrada. Charlotte era una mujer muy tranquila, relajada, segura de sí, capaz. Desde que se hiciera cargo de la coordinación, el trabajo del consejo ejecutivo había sido si no fácil, sí organizado. Si esa competencia era el resultado de la educación en un matriarcado como Dorsa Brevia, pensó Nadia, habría que darles más poder. No pudo evitar comparar a Charlotte con Maya y sus cambios de humor, sus ataques de ansiedad y su teatralidad. Bueno, cada cultura tenía sus rasgos específicos, pero de todas maneras sería interesante tener más mujeres de Dorsa Brevia para asumir los cargos de importancia.

En la reunión de la mañana siguiente Nadia se puso de pie y dijo:

—Ya se ha dictado una prohibición de extraer agua. Si persisten en el bombeo, las nuevas fuerzas policiales de la comunidad global tendrán que intervenir. No creo que nadie quiera llegar a ese extremo.

—No creo que puedas hablar en nombre del consejo ejecutivo —dijo Jackie.

—Naturalmente que puedo —dijo Nadia secamente.

—No, no puedes —replicó Jackie—. Sólo eres una entre siete. Y además esta cuestión no concierne al consejo.

—Eso ya lo veremos —dijo Nadia.

La reunión no se acababa nunca. La táctica de los cairotas era el obstruccionismo, y cuanto más comprendía Nadia lo que pretendían, menos le gustaba. Sus líderes ocupaban posiciones importantes en Marte Libre, y aunque no consiguieran llevar adelante aquel desafío, de la situación se derivarían concesiones a Marte Libre en otras áreas, y el partido habría ganado ascendiente. Charlotte coincidía en que aquél debía de ser el objetivo último del grupo. El cinismo implícito de la estrategia indignaba a Nadia y le resultó muy difícil mostrarse civilizada con Jackie cuando ésta se dirigía a ella con aire benevolente, como una reina embarazada que navegaba entre sus favoritos como un destructor entre barcas de remo:

—Tía Nadia, lamento tanto que hayas tenido que malgastar tu tiempo en una tontería como ésta...

Esa noche Nadia le dijo a Charlotte:

—Quiero un gobierno del que Marte Libre no pueda sacar nada. Charlotte soltó una risa breve.

—¿Ha estado hablando con Jackie, no es así?

—Sí. ¿Por qué es tan popular? ¡No comprendo por qué!

—Se muestra amable con la gente, y cree que le cae bien a todo el mundo.

—Me recuerda a Phyllis —dijo Nadia. Los Primeros Cien otra vez...— Bueno, tal vez no. De todos modos, ¿existe alguna sanción para pleitos y demandas frívolas?

—Las costas del juicio, en algunos casos.

—Pues a ver si puedes cargárselas a Jackie.

—Primero veamos si podemos ganar.

Las reuniones se prolongaron una semana más. Nadia dejó las discusiones para Art y Charlotte y pasaba el tiempo mirando por la ventana el cañón que tenían debajo y frotándose el muñón, que mostraba un bulto. Era extraño: a pesar de haber estado pendiente del muñón, no podía recordar cuándo había asomado aquel bulto caliente y rosado como los labios de un bebé, y parecía que había un hueso en el interior. Le daba miedo apretarlo demasiado; seguro que las langostas no lo hacían con los miembros que volvían a crecerles. La proliferación de las células la perturbaba: era como un cáncer, sólo que gobernado, el milagro de la capacidad instructora del ADN, la vida misma en toda su complejidad emergente. Y un dedo meñique no era nada comparado con un ojo o un embrión...

Frente a aquel proceso, las reuniones políticas le parecían vergonzosas. Nadia salió de una sin haber prestado atención a casi nada, aunque estaba segura de que no se había dicho nada significativo, y dio un largo paseo que la llevó a un mirador del extremo occidental del muro de la tienda. Llamó a Sax. Los cuatro viajeros se aproximaban a Marte y la demora en las transmisiones se reducía a unos pocos minutos. Nirgal había recuperado su aspecto saludable y estaba de buen humor. Michel parecía más agotado que el joven; la visita a la Tierra debía de haberle resultado dura. Nadia colocó el dedo delante de la pantalla para animarlo, y lo consiguió.

—Un botoncillo, ¿no?

—Sí.

—No pareces creer que vaya a dar resultado.

—No, la verdad es que no.

—Estamos en un período de transición —dijo Michel—. A nuestra edad nos cuesta creer que sigamos con vida, y por eso actuamos como si fuésemos a morir en cualquier momento.

—Lo cual puede suceder. —Pensaba en Simón, en Tatiana Durova, en Arkadi.

—Naturalmente. Pero también podemos seguir vivos durante décadas o incluso siglos. Al final tendremos que empezar a creerlo. —Parecía que también intentaba convencerse a sí mismo.— Te mirarás la mano y la verás completa, y entonces lo creerás. Y será muy interesante.

Nadia meneó el dedito rosa. Todavía no se apreciaba ninguna huella dactilar en la piel nueva y translúcida. Cuando apareciera, sería la misma que había tenido en su antiguo dedo. Muy extraño.

Art regresó preocupado de una reunión.

—He indagado por ahí sobre este asunto —dijo—, tratando de averiguar por qué se han metido en este fregado. Asigné algunos detectives de Praxis al caso, en el cañón y en la Tierra, y en la cúpula de Marte Libre.

Espías, pensó Nadia. Ahora tenían espías.

—...parece que están llegando a acuerdos con algunos gobiernos terranos, acuerdos relacionados con la inmigración. De hecho, están construyendo asentamientos y concediendo tierras a gente de Egipto y probablemente también de China. Tiene que tratarse de un quid pro quo, pero no sabemos lo que obtienen de esas naciones a cambio. Tal vez dinero.

Nadia gruñó.

Durante los dos días siguientes se reunió por pantalla o en persona con los otros miembros del consejo ejecutivo. Marión desde luego se oponía a que siguieran arrojando agua en Marineris, de manera que Nadia sólo necesitaba dos votos más. Pero Mijail, Ariadne y Peter se mostraban reacios a hacer intervenir a la policía si podían arreglarlo de otro modo, y Nadia sospechaba que les dolía tan poco como a Jackie la debilidad del consejo. Parecían deseosos de hacer concesiones para evitar la revalidación de un fallo judicial que en realidad no apoyaban.

Zeyk quería votar contra Jackie, pero se sentía constreñido por el electorado árabe de Cairo y la presión de toda la comunidad árabe; el control de la tierra y el agua era de suma importancia para ellos. Sin embargo, los beduinos eran nómadas y Zeyk, además, un firme defensor de la democracia. Nadia confiaba en que conseguiría su apoyo. Por tanto, sólo tenía que convencer a otro miembro.

La relación entre Mijail y ella nunca había sido buena, pues Mijail parecía empeñarse en ser el custodio de la memoria de Arkadi, función que Nadia, según él, había abandonado. Peter era un misterio para ella. Ariadne no le caía bien, aunque en cierto modo eso facilitaba las cosas, y además también estaba en Cairo. Nadia decidió empezar su labor de persuasión con ella.

Ariadne se había comprometido con la constitución tanto como la mayoría de los habitantes de Dorsa Brevia, pero ellos también eran localistas y sin duda pensaban en cómo conservar una cierta independencia con respecto al gobierno global. Y además se encontraban lejos de cualquier depósito de agua. Por eso Ariadne se andaba con evasivas.

—Mira, Ariadne —le dijo Nadia en una pequeña sala situada frente a las oficinas de la ciudad, al otro lado de la plaza—, tienes que olvidarte de Dorsa Brevia y pensar en Marte.

—Ya lo hago, por supuesto.

Aquella reunión la irritaba y habría despachado a Nadia sin contemplaciones. La esencia del asunto no le importaba, para ella sólo contaban las jerarquías, no tenía por qué escuchar a un issei. Nadia se dijo que todo se reducía a poder político para aquella gente, habían olvidado lo que en realidad estaba en juego, y en aquella maldita ciudad de pronto perdió la paciencia y casi gritó:

—¡No, no lo haces! ¡Nos enfrentamos al primer desafío a la constitución y tú andas viendo qué puedes sacar de la situación! ¡No lo toleraré! —Agitó un dedo ante la cara de la sorprendida Ariadne:— Si no votas para ratificar el fallo del tribunal, la próxima vez que algo para ti importante se presente ante el consejo habrá represalias. ¿Comprendes?

Other books

Love and Peaches by Jodi Lynn Anderson
The Burden by Agatha Christie, writing as Mary Westmacott
Scorpion Soup by Tahir Shah
White Heat by de Moliere, Serge
The G File by Hakan Nesser
The Double Hook by Sheila Watson
The Favourite Child by Freda Lightfoot