Authors: Kim Stanley Robinson
Regresó a la estación y partió hacia Echus. El tren voló sobre la pista, descendió por el gran cono de Pavonis y se internó en el inmaculado paisaje árido de Tharsis Este; llegaron a Cairo y con una precisión suiza enlazaron con el tren con destino al Mirador Echus. Llegaron cerca de medianoche; se inscribió en el hotel de la cooperativa y luego fue al Adler, animada por los últimos coletazos del pandorfo, una suerte de pluma en la gorra de su felicidad. Y allí estaban todos, como si no hubiese pasado el tiempo. Se alegraron de verla, la abrazaron, la besaron, le ofrecieron bebida y le preguntaron por su viaje. Le hablaron también del estado de los vientos y la acariciaron. El alba se les echó encima y bajaron en tropel a la cornisa, se vistieron y se arrojaron a la oscuridad del cielo y el estimulante embate del viento, y todo volvió al instante, como la respiración o el sexo: la negra mole del escarpe de Echus elevándose en el este como el borde de un continente, el suelo en sombras de Echus Chasma allá en las profundidades... el paisaje amado, con sus oscuras tierras bajas y el elevado altiplano, y el vertiginoso acantilado que los separaba, y sobre todo aquello los intensos púrpuras del cielo, lavanda y malva en el este, negro e índigo en el oeste, la bóveda que se aclaraba e iba adoptando sucesivamente todos los colores, las estrellas que abandonaban el escenario; en el oeste, unas fulgurantes nubes rosadas... Varios picados vertiginosos la llevaron muy por debajo del Mirador y se ciñó al acantilado, donde una poderosa corriente del oeste la atrapó y la elevó violenta y vertiginosamente hasta que emergió de la sombra del acantilado a los crudos amarillos del nuevo día, una gozosa combinación de sensaciones cinéticas y visuales. Y mientras volaba hacia las nubes pensó: «Al demonio contigo, Ann Clayborne. Tú y los de tu calaña podéis llenaros la boca con vuestros imperativos morales de issei, vuestra ética, valores, objetivos, críticas, responsabilidades, virtudes, grandes propósitos, podéis barbotar esas palabras cargadas de hipocresía y miedo hasta el fin de los tiempos, pero nunca experimentaréis una sensación como ésta, donde se conjugan perfectamente mente, cuerpo y mundo; podéis largar vuestros pomposos discursos calvinistas acerca de lo que los humanos deberían hacer en sus breves vidas hasta cansaros, como si fuera posible estar seguros de nada, como si al fin y al cabo no fuerais más que un puñado de crueles bastardos; pero hasta que no salgáis y voléis, escaléis, saltéis, hasta que no corráis el riesgo del espacio y la gracia pura del cuerpo, no lo sabréis. No tenéis derecho a hablar, sois esclavos de vuestras ideas y jerarquías, y no advertís que no hay nada más importante que esto, que el propósito último de la existencia, del cosmos, no es otro que volar en libertad».
Durante la primavera septentrional los alisios chocaban contra los vientos del oeste y sofocaban las corrientes ascendentes de Echus. Jackie estaba de viaje por el Gran Canal, distraída de sus maniobras interplanetarias por el tedio de la política local; parecía irritarla sobremanera tener que ocuparse de eso, y la presencia de su hija le sobraba. Zo fue a trabajar a las minas de Moreux unos días, y allí se reunió con unos amigos voladores en la costa del mar del Norte, al sur del Estrecho de Boone, cerca de Blochs Hoffnung, donde los acantilados se alzaban un kilómetro sobre las espumosas rompientes. Al caer la tarde las brisas que soplaban desde el mar embestían esas formidables paredes y levantaban a una pequeña bandada de hombres pájaro que luego revoloteaban entre los farallones sobre los tapices de blanca espuma que subían y bajaban en el mar vinoso.
La jefa de ese grupo era una joven que Zo no conocía, una muchacha de sólo nueve años marcianos llamada Melka. Zo nunca había visto a nadie volar así. Cuando estaba en el aire dirigiendo al grupo era como si un ángel los guiara: pasaba velozmente entre ellos, como una rapaz entre palomas, o les enseñaba arriesgadas maniobras. Zo pasaba el día trabajando en la cooperativa y luego iba a volar. Tenía el corazón ligero y todas las cosas la complacían. Una vez incluso llamó a Ann Clayborne y trató de transmitirle el verdadero significado del vuelo; pero la anciana casi no la recordaba y no pareció más interesada cuando Zo consiguió aclararle en qué circunstancias se habían conocido.
Esa tarde voló con una extraña opresión. El pasado era letra muerta, pero esas personas podían convertirse en verdaderos fantasmas.
A ese sentimiento no podía oponer más que el sol y el aire salado, el flujo siempre cambiante de la espuma marina que lamía los acantilados. Allí iba Melka, bajando en picado; Zo la siguió, embargada por una súbita oleada de afecto hacia aquel espíritu hermoso. La muchacha la vio y salió del picado, pero al virar la punta de un ala rozó uno de los farallones y Melka empezó a caer como un pájaro herido. Sobrecogida, Zo se lanzó hacia el farallón, alcanzó a la joven herida y la sostuvo en los brazos, y una de sus alas rozó las aguas azules. Melka se debatió y Zo comprendió que tendrían que nadar.
Paseaban por los acantilados bajos que dominaban La Florentina. Había anochecido, el aire era fresco y las estrellas brillaban a millares en el firmamento. Caminaban por el sendero, contemplando las playas que se extendían a sus pies. El oscuro espejo de las aguas quietas reflejaba las estrellas, y la larga línea trazada por Pseudofobos al ponerse en oriente atraía la mirada hacia la oscura masa de tierra del otro lado de la bahía. Estoy preocupado, sí, muy preocupado, en verdad estoy asustado.
¿Por qué?
Se trata de Maya, de sus problemas mentales y emocionales. Están empeorando.
¿Cuáles son los síntomas?
Los mismos, sólo que agravados. No puede dormir por la noche y detesta su aspecto. Aún sigue con su ciclo maníaco-depresivo, pero está cambiando de un modo que no sabría precisar. Es como si no siempre pudiera recordar en qué estadio del ciclo se encuentra. Va rebotando. Y olvida cosas, demasiadas.
Eso nos ocurre a todos.
Lo sé. Pero Maya olvida cosas que yo creía esenciales para ella, y lo peor es que no parece importarle.
Me cuesta imaginarlo.
A mí también. Tal vez sólo sea que la parte depresiva de su ciclo anímico es la dominante ahora, pero hay días en que pierde toda afectividad.
¿Lo que tú llamas jamáis vu?
No, no exactamente, aunque también experimenta esos episodios. La verdad es que no sé qué es, pero estoy asustado. Padece jamáis vus semejantes a los síntomas precursores de una embolia, y presque vus durante los que parece a punto de recibir una importante revelación. Algo semejante sucede con frecuencia en las auras preepilépticas.
A mí me sucede.
Sí, supongo que nos ocurre a todos. A veces se tiene la sensación de que todo va a aclararse, y de pronto la sensación desaparece. Pero en el caso de Maya son particularmente intensas, como todo lo demás.
Es mejor que la ausencia de afectos.
Por supuesto. El presque vu no es tan angustioso, lo realmente malo es el deja vu, un estado que en el caso de Maya puede prolongarse una semana. Para ella es devastador, porque le quita al mundo algo sin lo cual no puede vivir.
Contingencia. Libre albedrío.
Quizá. Pero la suma de todos esos síntomas la hunde en una apatía casi catatónica. Trata de evitarlo apagando sus emociones, no sintiendo.
Dicen que uno de los trastornos más comunes de los issei es caer en un estado de temor.
En efecto, he leído sobre ello. Pérdida de la función afectiva, anomia, apatía. El tratamiento, el mismo que para la catatonía o la esquizofrenia, consiste en un cóctel de serotonina-dopamina, estimulantes límbicos y otras sustancias, pero la química cerebral es compleja. Debo admitir que, a veces con su cooperación y otras sin su conocimiento, la he medicado con todo lo que tenía a mano, y ha pasado tests... Tengo todo un dosier sobre su caso. He hecho cuanto he podido, puedo jurarlo.
No lo dudo.
Pero todo ha sido inútil, sigue empeorando. Oh, Sax... Se detuvo y se apoyó en el hombro de su amigo.
No podría soportar que se fuera. Siempre ha sido un espíritu ligero. Somos tierra y agua, fuego y aire, y el espíritu ligero de Maya ha estado siempre en el aire, cabalgando sobre sus tormentas, muy lejos de nosotros, ¡Y no soporto verla caer de esta manera!
En fin...
Siguieron paseando.
Me alegro de que Fobos vuelva a estar ahí arriba. Sí, fue una buena idea.
En realidad fuiste tú quien me la sugirió.
¿Ah, sí? No lo recuerdo. Pues lo hiciste.
A sus pies el mar susurraba en las rocas.
Los cuatro elementos, tierra, agua, fuego y aire. Otro de tus recuerdos semánticos, ¿no?
Procede de los griegos.
¿Como los cuatro temperamentos?
Sí, Tales, el primer científico, planteo la hipótesis. Pero tú me dijiste que siempre había habido científicos, desde los tiempos de la sabana.
Y es cierto.
Sin embargo, los griegos siempre se han llevado la palma. No cabe duda de que fueron grandes pensadores, pero sólo eran un pequeño segmento de una línea ininterrumpida de científicos. Desde aquellos tiempos se ha avanzado algo más.
Lo sé.
Y parte de ese trabajo posterior podría servir para que ajustaras tus esquemas conceptuales. Podría enseñarte a enfocar las cosas de otro modo, incluso los problemas de Maya. Porque en vez de cuatro hay tal vez ciento veinte elementos, y seguramente también existen más de cuatro temperamentos. Y la naturaleza de esos elementos... en fin, todo se ha vuelto muy extraño después de los griegos. ¿Sabías que las partículas subatómicas tienen un atributo llamado spin que se mide sólo en múltiplos de un medio, y que si un objeto de nuestro mundo visible realiza un spin de trescientos sesenta grados, vuelve a su posición original? Verás, una partícula con spin
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, como un protón o un neutrón, tiene que rotar setecientos veinte grados para recuperar su configuración original.
¿Y eso qué significa?
Tiene que pasar por una doble rotación en relación con los objetos ordinarios para retornar a su estado de partida.
Bromeas.
No, no. Hace siglos que se sabe. La geometría del espacio es diferente para las partículas de spin
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, viven en un mundo diferente.
Así pues...
Mira, me parece muy interesante. Si utilizas modelos físicos para representar nuestros estados mentales y combinarlos en diferentes esquemas, quiza deberías tomar en consideración estos modelos físicos relativamente nuevos. Pensar en Maya como un protón, una partícula de spin
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que vive en un mundo dos veces mayor que el nuestro.
Ah.
Y aún es más extraño. Verás, Michel, este mundo tiene diez dimensiones, diez. Las tres del macroespacio que percibimos, la del tiempo y seis microdimensiones compactadas alrededor de las partículas fundamentales de una manera que podemos describir matemáticamente lo que no podemos visualizar. Circunvoluciones y topologías, ametrías diferenciales, invisible pero real hasta el nivel último del espaciotiempo. Medítalo. Podría guiarte a sistemas de pensamiento nuevos, una vasta extensión de tu mente.
Me trae sin cuidado mi mente, sólo me importa Maya. Sí, ya lo sé.
Contemplaron las aguas en las que titilaban las estrellas y escucharon el suspiro del aire sobre ellos y el murmullo del mar abajo. El mundo era una vastedad salvaje y libre, oscura y misteriosa.
Al rato iniciaron el regreso.
Una vez tomé el tren de Da Vinci a Sheffield, y hubo no sé qué problema en la pista y nos detuvimos en la Colina Subterránea. Me apeé y paseé por el viejo parque de remolques, y sin proponérmelo, sólo mirando alrededor, empecé a recordar cosas.
Un fenómeno común.
Sí, eso tengo entendido. Pero me pregunto si no ayudaría a Maya hacer algo así. No tiene por qué ser la Colina Subterránea, pueden ser por ejemplo los lugares donde fue feliz, donde ambos fuisteis felices. Vivís en Sabishii, ¿por qué no os mudáis a Odessa?
No ha querido.
Tal vez Maya se equivoca. ¿Por qué no pruebas a vivir en Odessa y visitar de cuando en cuando la Colina Subterránea o Sheffield, Cairo, o incluso Nicosia, las ciudades polares del sur, Dorsa Brevia, una inmersión en Burroughs o un recorrido turístico en tren por la Cuenca de Hellas?
Regresar al lugar donde empezó nuestra historia, donde nos formamos, para bien o para mal, en la mañana del mundo, puede ayudarla a recomponerse. Puede ser lo que ella necesita.
Humm.
Regresaron al cráter tomados del brazo, siguiendo el sendero en sombras entre oscuros heléchos.
Bendito seas, Sax, bendito seas.
Las aguas de la bahía de Isidis eran del color de una clemátide y cabrilleaban a la luz del sol. El viento soplaba del norte y el yate de recreo cabeceó mientras salían del puerto de Dumartheray con rumbo noroeste. Un espléndido día de primavera, L
s
51, año marciano 79, 2181 A.D.
Sentada en la cubierta superior, Maya disfrutaba del aire marino y la lluvia solar. Era estupendo alejarse de la bruma y los desperdicios de la orilla y salir a mar abierto. El mar azul, indómito e inalterable, los mecía en sus brazos y los llevaba lejos de las cuitas terrenas. Habría podido vivir así eternamente.
Pero ése no era el propósito de la salida. A proa se abría una amplia zona de aguas revueltas, y el piloto redujo la velocidad. Las aguas bravas eran la cima de Double Decker Butte, ahora un arrecife señalado por una boya negra que resonaba con estrépito.
Otras boyas delimitaban esa ciudad sumergida y el barco se aproximó a la más cercana. No se veían más embarcaciones, ni ancladas ni navegando, como si estuviesen solos en el mundo. Michel se unió a ella en la cubierta y le apoyó una mano en el hombro. El piloto redujo aún más la velocidad mientras un marinero se asomaba por la proa, acercaba la boya con un gancho y amarraba, y luego paró el motor. La embarcación se meció levantando abanicos de espuma blanca con sonoros chasquidos. Habían anclado sobre Burroughs.
Maya bajó a la cabina y cambió sus ropas por un flexible traje de buceo de color naranja: el cuerpo y la capucha, las botas, el tanque y el casco, y por último los guantes. Había aprendido a bucear para esa ocasión, y todo era aún novedoso. Sin embargo, en cuanto bajó por el costado de la nave y se sumergió, las sensaciones le resultaron familiares, porque recordaban la ingravidez del espacio. Arrastrada por las pesas del cinturón, se hundió en las tinieblas, consciente del frío del agua, pero sin sentirlo en realidad. Empezó a nadar, alejándose del pequeño botón del sol. Descendía. Dejó atrás el borde de la mesa y sus hileras de ventanas plateadas y cobrizas, semejantes a extrusiones minerales o a los espejos unidireccionales de observadores de otra dimensión, se perdieron en las tinieblas, y continuó su veloz descenso como en sueños. Michel y otros dos buceadores la seguían a distancia, pero estaba tan oscuro que no podía verlos. Una barredera robótica que parecía un grueso armazón de cama le dejó atrás en su camino hacia las profundidades; los largos conos de cristalino fluido originados por sus potentes faros se convertían en un difuso cilindro que flotaba aquí y allá mientras la red descendía y se sacudía, golpeando ora las ventanas metálicas de una mesa lejana, ora el lodo oscuro de las azoteas del antiguo Niederdorf. El Canal Niederdorf tenia que estar cerca... Allí, el centelleo de unos dientes, las columnas Bareiss, que conservaban su blancura bajo el revestimiento de diamante, medio enterradas en arena y lodo negros. Detuvo el descenso con unos cuantos aletazos, apretó el botón que aligeraba su cinturón de lastre para estabilizarse y flotó sobre el canal como en el sueño del señor Scrooge; la red barredera era un fantasma navideño que iluminaba el mundo sumergido del pasado, la ciudad que tanto había amado. Unas súbitas punzadas de dolor la acometieron, aunque parecía embotada, incapaz de experimentar ninguna sensación. La extrañeza era excesiva y le costaba creer que aquello fuera Burroughs, su ciudad, ahora una Atlántida en el fondo de un mar marciano.