Read Marte Azul Online

Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Azul (36 page)

Regresaron a Arles. Era sábado por la noche y en el centro de la ciudad se desarrollaba una especie de fiesta gitana o norteafricana: las callejas estaban atestadas de puestos de comida y bebida, la mayoría instalados bajo los arcos del anfiteatro romano, en cuyo interior tocaba una banda. Maya y Michel pasearon tomados del brazo, inmersos en el aroma de las fritangas y las especias árabes. Se oían dos o tres idiomas distintos.

—Me recuerda a Odessa —comentó Maya—, sólo que aquí la gente es muy pequeña. Es agradable no sentirse como un enano.

Bailaron en el centro del anfiteatro, bebieron sentados a una mesa bajo las estrellas brumosas. Una de ellas era roja, y Michel tuvo sus sospechas, aunque no las expresó. Regresaron al hotel e hicieron el amor en la estrecha cama, y en cierto momento Michel sintió como si en su interior varias personas alcanzaran el orgasmo a la vez, y ese extraño éxtasis lo hizo gritar... Maya se quedó dormida y él se tendió a su lado, sumido en una
tristesse
reverberante, en algún lugar fuera del tiempo, bebiendo el olor familiar de los cabellos de Maya mientras la cacofonía de la ciudad se acallaba poco a poco. Al fin en casa.

En los días que siguieron, la presentó a su sobrino y al resto de sus parientes, reunidos por Francis, que la acapararon y, gracias a las IA traductoras, le hicieron montones de preguntas. También compartieron sus historias con ella. Sucedía a menudo; la gente quería conocer a una celebridad cuya historia creían conocer y narrarle sus historias personales como una manera de equilibrar la relación. Algo así como un testimonio o una confesión. Una acción recíproca. De todos modos la gente se sentía atraída por Maya. Ella los escuchaba y reía y preguntaba, siempre atenta. Le explicaron una y otra vez cómo había sobrevenido la inundación, cómo había destruido sus hogares y sus medios de vida y los había arrojado al mundo, a merced de amigos y familiares que no veían hacía años, forzándolos a adaptarse y a depender de otros, rompiendo el molde de sus vidas y dejándolos expuestos al mistral. El proceso los había mejorado, estaban orgullosos de su respuesta, de cómo todos se habían unido... y también muy indignados por los casos de rapiña o insensibilidad, manchas en el por lo demás heroico comportamiento.

—No sirvió de nada. Saltó a la calle una noche y todo ese dinero desapareció, ¿puede creerlo?

—Eso nos sacó del sueño, ¿comprende? Nos despertó después de tanto tiempo dormidos.

Hablaban en francés con Michel, esperaban que asintiera y entonces se volvían a esperar la respuesta de Maya cuando la IA repetía la historia en inglés. Y ella también asentía, atenta a ellos igual que con los jóvenes nativos en la Cuenca de Hellas, iluminaba sus confesiones con su expresión, con su interés. Ah, ella y Nirgal eran tal para cual, tenían carisma, por la manera en que prestaban atención a los demás, la manera en que permitían que la gente se exaltara con sus vivencias. Tal vez el carisma no fuera más que eso, una suerte de cualidad especular.

Unos familiares de Michel los llevaron a dar un paseo en barca y Maya se maravilló ante la violencia con que el Ródano invadía la extrañamente atestada laguna de la Camarga y los esfuerzos de la población por devolverlo a su cauce. Luego salieron a las aguas terrosas del Mediterráneo y avanzaron hasta alcanzar las azules aguas en mar abierto: el azul abrasado por el sol, el pequeño barco sacudiéndose sobre las crestas blancas levantadas por el mistral. Y sin ningún fragmento de tierra a la vista, sobre una centelleante lámina azul; asombroso. Michel se desnudó y saltó al agua salada y fría; chapoteó y bebió un poco de ese líquido, paladeando el sabor amniótico de sus baños en el mar de antaño.

En tierra salían en coche. Una vez fueron a visitar el Pont du Gard, y allí estaba, el mismo de siempre, la obra de arte más importante de los romanos, un acueducto: tres hileras de piedra, los gruesos arcos inferiores firmemente asentados en el lecho del río, orgullosos de sus dos mil años de resistencia al paso del agua; encima, unos arcos más ligeros y estilizados, y por último los más pequeños. La forma en armonía con la función hasta alcanzar el corazón de la belleza, utilizando piedra para transportar agua sobre el agua. La piedra se veía ahora carcomida y del color de la miel, muy marciana: parecía la galería de Nadia en la Colina Subterránea, irguiéndose en el verde polvoriento y la caliza del desfiladero del Gard, en Provenza, pero ahora, para Michel, casi más marciana que francesa.

A Maya le encantó su elegancia.

—Observa qué humano es, Michel. Eso es lo que les falta a nuestras estructuras marcianas, son demasiado grandes. Pero esto... esto fue construido por manos que empuñaban herramientas que cualquiera puede fabricar y utilizar. Bloques y poleas y matemática humana, y tal vez algunos caballos. Y no nuestras máquinas teleoperadas y sus extraños materiales, que hacen cosas que nadie puede comprender o ver.

—Sí.

—Me pregunto si no sería bueno que construyésemos cosas con las manos. Nadia debería ver esto, le encantaría.

—Eso fue lo que pensé.

Michel se sentía feliz. Comieron el contenido de la cesta de picnic allí y luego visitaron las fuentes de Aix-en-Provence. Se asomaron a un mirador que daba sobre el Gran Cañón del Gard. Vagaron por las calles-muelle de Marsella. Visitaron las ruinas romanas de Orange y Nimes. Pasaron junto a los centros turísticos inundados de la Costa Azul. Y una noche visitaron el
mas
en ruinas de Michel y pasearon por el viejo olivar.

Y todas las noches de esos breves y preciosos días regresaban a Arles y comían en el restaurante del hotel, o si hacía bueno, en las terrazas de los cafés, bajo los plátanos; y después subían a la habitación y hacían el amor; y al alba se despertaban y volvían a hacer el amor o bajaban sin dilaciones a buscar
croissants
y café recién hechos.

—Es maravilloso —dijo Maya una tarde azul que habían subido a la torre del anfiteatro y contemplaban los tejados de la ciudad; se refería a todo, a la Provenza. Y Michel se sintió feliz.

Pero recibieron una llamada. Nirgal estaba enfermo, muy enfermo; Sax, muy agitado, lo había instalado en una nave en órbita terrana, con gravedad marciana y en un medio estéril.

—Me temo que su sistema inmunitario no está a la altura, y la gravedad no ayuda. Tiene una infección, edema pulmonar y una fiebre muy alta.

—Alérgico a la Tierra —dijo Maya con expresión sombría. Informó a Sax de sus próximos movimientos y concluyó la llamada aconsejándole secamente que no perdiese la calma. Después abrió el pequeño armario de la habitación y empezó a arrojar ropa sobre la cama.

—¡Vamos! —gritó cuando vio a Michel allí plantado—. ¡Tenemos que irnos!

—¿Tenemos que hacerlo?

Ella hizo un ademán despectivo y siguió escarbando en el armario.

—Yo sí me voy. —Tiró la ropa interior en la maleta y le echó un rápida mirada.— De todas maneras, es hora de irse.

—¿De veras?

Ella no contestó. Tecleó en su consola de muñeca y pidió al equipo local de Praxis transporte a la órbita. Allí se reunirían con Sax y Nirgal. Su voz era tensa, fría, práctica. Ya había olvidado la Provenza.

Cuando vio a Michel de pie como un pasmarote, estalló:

—¡Oh, vamos, no te pongas tan dramático! ¡Que ahora tengamos que irnos no significa que no vayamos a regresar! ¡Vamos a vivir mil años, puedes regresar las veces que quieras, por Dios! Además, ¿qué tiene este lugar que lo haga mejor que Marte? A mí me parece igual que Odessa, y tú fuiste feliz allí, ¿no es cierto?

Michel no respondió. Pasó junto a las maletas y se plantó frente a la ventana. Fuera, una calle arlesiana corriente, azul en el crepúsculo: paredes de estuco de tonos pastel, adoquines. Cipreses. El tejado de enfrente tenía algunas tejas rotas. Del color de Marte. En la calle gritaban en francés, voces que algo enfurecía.

—¿Y bien? —exclamó Maya—. ¿Piensas venir?

—Sí.

Sexta Parte
Ann en las tierras salvajes

Verás, decidir no volver a recibir el tratamiento de longevidad es una actitud suicida.

¿Y qué?

Pues que el suicidio se considera normalmente un signo de disfunción psicológica.

Normalmente.

Me parece que descubrirías que eso es cierto en la mayoría de los casos. En el tuyo, como mínimo eres infeliz.

Como mínimo.

Justamente. ¿Porqué? ¿Qué es lo que te falta? El mundo.

Cada día sales a ver la puesta de sol. Hábito.

Afirmas que la destrucción del Marte primigenio es la causa de tu depresión. Y yo creo que las razones filosóficas aducidas por quienes sufren de depresión son máscaras que los protegen de otras heridas más crueles.

Todo puede ser cierto.

¿Te refieres a todas las razones?

Sí. ¿De qué acusaste a Sax? ¿De monocausotaxofilia?

Touché. Pero siempre hay algo que origina esos procesos, entre todas las razones reales existe una que te hizo seguir ese camino. A menudo es necesario retroceder hasta ese punto para poder emprender un nuevo camino.

El tiempo no es como el espacio. La metáfora del espacio no es cierta en lo referente a aquello que es de verdad posible en el tiempo. Uno nunca puede volver atrás.

No, no. Se puede volver atrás, metafóricamente. En los viajes mentales uno puede regresar al pasado, volver sobre sus pasos, descubrir dónde torció y por qué, y después avanzar en una dirección que es distinta porque incluye esos bucles de comprensión. Una mayor comprensión da más sentido. Tu insistencia en que es el destino de Marte lo que más te preocupa es para mí indicio de un desplazamiento tan fuerte que te ha confundido. También es una metáfora, tal vez cierta, sí, pero hay que identificar los dos términos de la metáfora.

Yo veo lo que veo.

Pero eres incapaz de ver cómo es la realidad. Hay tantas cosas del Marte rojo que todavía están ahí. ¡Tienes que salir y mirar! Salir y dejar la mente en blanco y ver lo que hay afuera. Ve al exterior en las zonas bajas y camina con una simple máscara para el polvo. Sería bueno para ti, bueno en el aspecto fisiológico. Y significaría beneficiarse de la terraformación, experimentar la libertad que nos da, el vínculo que establece con este mundo. ¡Es extraordinario que podamos caminar desnudos sobre su superficie y sobrevivir! Nos integra en una ecología. Ese proceso merece consideración, y deberías salir para poder considerarlo, para estudiarlo como una forma de areoformación.

Eso no es más que una palabra. Hemos destripado este planeta. Se está derritiendo bajo nuestros pies.

Pero al derretirse libera agua nativa, no importada de Saturno o cualquier otro sitio. Ha estado aquí desde el principio, es parte de la acreción original, ¿no es cierto? Evaporada de la mole de Marte, y ahora parte de nuestro cuerpo. Nuestros propios cuerpos son formas de agua marciana. Sin los marcadores minerales, seríamos transparentes. Somos agua marciana, y ha habido agua circulando por la superficie de Marte antes, saliendo al exterior en un apocalipsis artesiano. ¡Esos canales son tan grandes!

Fue permafrost durante dos mil millones de años.

Y nosotros la ayudamos a volver a la superficie. La majestuosidad de las grandes inundaciones eruptivas. Estuvimos allí, presenciamos una con nuestros propios ojos, casi perecimos en ella...

Sí, sí...

Sentiste cómo las aguas arrastraban el coche, tú ibas al volante...

¡Sí! Pero se llevaron a Frank. Sí.

Arrastró al mundo entero. Y nos dejó varados en la playa. El mundo sigue aquí. Si sales podrás verlo.

No quiero ver. ¡Ya lo he visto!

Tú no. Un tú anterior. Tú eres el tú que vive ahora. Lo sé, lo sé.

Creo que tienes miedo. Miedo de intentar una transmutación, de metamorfosearte en algo nuevo. El alambique está ahí fuera, alrededor de ti. El fuego es intenso. Te derretirás, renacerás; ¿quién sabe si después de eso seguirás aquí?

No deseo cambiar.

No deseas dejar de amar a Marte. Sí. No.

Nunca dejarás de amar a Marte. Después de la metamorfosis, la roca aún es roca, y por lo general más dura que la roca madre, ¿no es así? Tú siempre amarás a Marte. Tu tarea consiste ahora en ver el Marte que perdura, denso o tenue, cálido o frío, húmedo o árido. Eso es efímero, pero Marte perdura. Esas inundaciones ya se habían producido antes, ¿no es cierto? Sí.

El agua de Marte. Todos esos elementos volátiles provienen del mismo Marte.

Excepto el nitrógeno de Titán. Sí, sí. Hablas igual que Sax. No digas tonterías.

Ustedes dos se parecen más de lo que crees, y todos nosotros somos elementos volátiles de Marte.

Pero la destrucción de la superficie... Está destrozada. Todo ha cambiado.

Eso es la areología. O la areofanía.

Es destrucción. Teníamos que haber intentado vivir en Marte tal como era cuando llegamos.

Pero no lo hicimos. Y por eso ahora ser rojo significa luchar para mantener el planeta en las condiciones lo más semejantes posible a las primitivas en el marco de la areofanía, es decir, el proyecto de creación de biosfera que concede al humano la libertad de la superficie por debajo de una altitud determinada. Eso es lo único que puede significar ser rojo ahora. Y hay muchos rojos de esa clase. Creo que te preocupa que se opere en ti un cambio, aunque fuese el más mínimo, porque eso podría implicar el fin del espíritu rojo en todas partes. Pero el espíritu rojo es más grande que tú. Tú lo expresaste y ayudaste a definirlo, pero nunca fuiste la única. Si lo hubieses sido, nadie te habría escuchado.

¡Y no lo hicieron!

Algunos sí. Muchos. El espíritu rojo continuará vivo sin importar lo que hagas. Puedes retirarte, puedes transformarte en una persona totalmente distinta, en verde lima, y el espíritu rojo seguirá adelante. Podría incluso convertirse en algo más rojo de lo que nunca imaginaste.

He imaginado todo lo rojo que puede llegar a ser.

Todas esas alternativas. Vivimos una de ellas y seguimos adelante. El proceso de coadaptación en este planeta se prolongará durante miles de años. Pero aquí estamos ahora. Deberías preguntarte en todo momento: ¿qué me falta?, y procurar conseguir una cierta aceptación de tu realidad actual. Eso es cordura, así es la vida. Tienes que imaginar tu vida de aquí en adelante.

No puedo, lo he intentado pero no puedo.

De veras que deberías salir a echar un vistoso, dar un paseo y observarlo todo con atención, incluso los mares de hielo, aunque no sea más que para confrontar. Pero no sólo eso. La confrontación no es necesariamente perjudicial, pero primero hay que mirar, reconocer. Después podrías subir a las colinas, Tharsis, Elysium. Subir a las zonas altas es viajar al pasado. Tu labor debe ser encontrar el Marte que perdura en las cosas. Es extraordinario, de veras. No puedes imaginarte la cantidad de gente que no tiene por delante una labor tan extraordinaria como la tuya. Eres muy afortunada.

Other books

Stolen Vows by Sterling, Stephanie
Blood Land by Guthrie, R. S.
Laced Impulse by Combs, Sasha
AWAKENING THE SHY MISS by SCOTT, BRONWYN
Dead Serious by C. M. Stunich
The Judas Rose by Suzette Haden Elgin
The Year of Luminous Love by Lurlene McDaniel
Anyone Who Had a Heart by Burt Bacharach
The Centaur by John Updike