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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Azul (16 page)

—¿Ha sufrido una apoplejía? —preguntó—. ¿Creen que ha sufrido una apoplejía?

La mujer bajita pareció sorprendida.

—No creo. Se desmayó y se golpeó la cabeza.

—Pero ¿por qué se ha desmayado?

—No lo sé.

La doctora miró a la mujer alta, sentada junto a la puerta. Sax comprendió que eran las máximas autoridades del refugio.

—Ann dejó instrucciones de que no la conectáramos a ningún sistema de soporte vital si alguna vez se encontraba incapacitada.

—No —se opuso Sax.

—Instrucciones muy explícitas. Lo prohibió. Lo dejó todo por escrito.

—Utilizarán lo que sea para mantenerla con vida —dijo Sax, con la voz ronca por el esfuerzo. Todo lo que decía desde que Ann se desmayara era una sorpresa para él. Era testigo de sus propias acciones tanto como aquellas mujeres. Se oyó decir—: Eso no significa que tengan que mantenerla conectada si no recupera la conciencia. Me refiero sólo a un mínimo razonable, para estar seguros de que no se va por una tontería.

La doctora puso los ojos en blanco ante aquella distinción, pero la mujer alta parecía pensativa.

Sax se oyó continuar:

—Me mantuvieron con soporte vital durante cuatro días, por lo que sé, y me alegro de que nadie decidiera desconectarme. Ella debe decidir, no ustedes. Cualquiera que desee morir puede hacerlo sin necesidad de comprometer el juramento hipocrático de ningún médico.

La doctora puso los ojos en blanco con más disgusto que antes. Pero después de una mirada fugaz a su colega, empezó a conectar a Ann a los sistemas de soporte vital de la cama. Sax la ayudó; la doctora activó la IA médica y empezó a despojar a Ann del traje. Una anciana esbelta, que respiraba con una mascarilla de oxígeno. La mujer alta se levantó y empezó a ayudar a la doctora, y Sax fue a sentarse. Sus propios síntomas fisiológicos eran alarmantes, sobre todo la sensación general de calor y una especie de hiperventilación incompetente y un dolor que le hacía desear llorar.

Después de un rato la doctora se le acercó. Ann estaba en coma, le dijo. Al parecer una pequeña anomalía en el ritmo cardíaco había provocado el desmayo. De momento permanecía estable.

Sax se quedó sentado en la habitación. Más tarde la doctora regresó. La consola de muñeca de Ann había registrado un episodio de latidos rápidos e irregulares en el momento del desmayo. Ahora persistía una ligera arritmia. Y al parecer, la anoxia o el golpe en la cabeza, o ambos, habían iniciado el coma.

Sax quiso saber qué era exactamente un coma, y sintió un profundo desaliento cuando la doctora se encogió de hombros. Era un término genérico para ciertos estados de inconsciencia. Pupilas fijas, cuerpo insensible y a veces paralizado en posturas indicativas de falta de actividad cortical. El brazo y la pierna izquierdos de Ann estaban torcidos. Y además la inconsciencia, por supuesto. A veces algunos vestigios de respuesta, puños apretados o algo por el estilo. La duración del coma variaba mucho. Algunas personas no salían nunca de él.

Sax se miró las manos hasta que la doctora lo dejó solo. Se quedó en la habitación después de que todos se hubieran ido. Entonces se levantó y se acercó a Ann, observando su rostro bajo la máscara. No había nada que hacer. Le tomó la mano; el puño no se cerró. Apoyó su mano en la cabeza, como le dijeron que había hecho Nirgal cuando él estaba inconsciente. Se dio cuenta de que era un gesto inútil.

Se acercó a la pantalla de la IA y pidió un programa de diagnóstico y el historial médico de Ann, y volvió a leer los datos del monitor cardíaco sobre el incidente en la antecámara. Una ligera arritmia, sí; un latido rápido e irregular. Incluyó los datos en el programa de diagnóstico y buscó información sobre las arritmias cardíacas. Existían numerosas aberraciones del ritmo cardíaco, pero por lo visto Ann tenía una predisposición genética a padecer un trastorno llamado síndrome de QT larga, caracterizado por una onda larga anormal en el electrocardiograma. Solicitó el genoma de Ann y dio instrucciones a la IA para que llevara a cabo un escaneo en las regiones pertinentes de los cromosomas 3, 7 y 11. En el gen llamado HERG, en el cromosoma 7, la IA identificó una pequeña mutación: una inversión de la adenina-timina y la guanina-citosina. Pequeña, pero el HERG contenía las instrucciones para la síntesis de una proteína que actuaba como canal de los iones de potasio en la superficie de las células cardíacas, y esos canales de iones permitían desactivar la contracción de las células del corazón. Sin ese freno, el corazón podía entrar en arritmia y empezar a latir demasiado deprisa para bombear sangre de manera efectiva.

Ann tenía también otro problema, en un gen del cromosoma 3 llamado SCN5A. Ese gen codificaba una proteína reguladora de canales de iones de sodio en la superficie de las células cardíacas, canales que funcionaban como aceleradores, y la mutación aquí agravaba el problema del latido rápido. En resumen, a Ann le faltaba un bit CG.

Esas anomalías genéticas eran raras, pero para la IA de diagnóstico no eran un obstáculo. Contenía la sintomatología de todos los problemas conocidos, aun de los más raros. Parecía considerar el caso de Ann bastante sencillo, y daba una lista de los tratamientos existentes. Había muchos.

Uno de los sugeridos era la recodificación de los genes problemáticos en el curso del tratamiento gerontológico corriente. La reiterada recodificación de los genes durante varios tratamientos de longevidad erradicaría la causa del problema. Le parecía extraño que no lo hubiesen hecho antes, pero entonces Sax advirtió que la recomendación sólo tenía dos décadas de antigüedad; era posterior al último tratamiento de Ann.

Sax estuvo sentado delante de la pantalla largo tiempo. Después se dedicó a investigar la clínica roja, instrumento por instrumento, habitación por habitación. Las enfermeras de guardia lo dejaron hacer; seguramente pensaban que estaba trastornado.

En un refugio importante como aquél era probable que una de las salas estuviese habilitada para administrar el tratamiento gerontológico. Y en efecto así era. Una pequeña habitación al fondo de la clínica. No se necesitaba mucho: una IA voluminosa, un pequeño laboratorio, las proteínas y sustancias químicas indispensables, incubadoras, aparatos de resonancia magnética, el equipo de intravenoso. Sorprendente, cuando uno consideraba lo que hacía. Pero la vida misma era sorprendente: nada más que simples secuencias de proteínas al principio, y después allí estaban ellos.

La IA principal tenía el genoma de Ann archivado. Pero si ordenaba al laboratorio que empezara a sintetizar las cadenas de DNA que ella necesitaba (añadiendo la recodificación de los genes HERG y SNC5A) seguramente alguien lo advertiría. Y entonces tendría problemas.

Volvió a su reducida habitación e hizo una llamada codificada a Da Vinci. Pidió a sus colegas que iniciaran la síntesis y ellos accedieron sin hacer más preguntas que las puramente técnicas. A veces amaba a aquellos saxaclones con todo su corazón.

Después de eso, era cuestión de esperar. Las horas pasaron, interminables. Y luego los días, y el estado de Ann no experimentó ningún cambio. La expresión de la doctora se fue tornando cada vez más sombría, aunque no volvió a proponer que desconectaran a Ann. Sax empezó a dormir en el suelo de la habitación de Ann. Llegó a conocer el ritmo de su respiración. Pasaba mucho tiempo con una mano en la cabeza de Ann, como Nirgal había hecho con él, según le había contado Michel. Dudaba de que aquello curase alguna vez a nadie, pero aun así lo hacía. Sentado durante largas horas en aquella actitud, tuvo ocasión de pensar en el tratamiento de plasticidad cerebral que le habían administrado Vlad y Ursula después de la apoplejía. Naturalmente, una apoplejía no era lo mismo que un coma. Pero un cambio mental no tenía por qué ser malo, si la mente de uno sufría atrozmente.

Pasó más tiempo y no se produjo ningún cambio, cada día más lento, confuso y terrible que el anterior. Hacía ya mucho que las incubadoras de los laboratorios de Da Vinci habían cocinado toda una batería de cadenas de DNA específicas de Ann corregidas, con refuerzos antisentidos y enlaces... el tratamiento gerontológico completo en su última versión.

Una noche llamó a Ursula y mantuvo una larga consulta. Ella contestó a sus preguntas con calma, a pesar de no aprobar lo que él pretendía hacer.

—El paquete de estimulación sináptica que te aplicamos provocaría un crecimiento sináptico excesivo en un cerebro no dañado —afirmó con rotundidad—. Alteraría la personalidad de un modo imprevisible. — Creando locos como tú, le indicó su mirada alarmada.

Sax decidió renunciar al suplemento sináptico. Salvarle la vida a Ann era una cosa, cambiarle la mente, otra. El cambio azaroso no era lo que pretendía. Él quería la aceptación, la felicidad, ahora tan lejana, tan inimaginable, que Ann fuese verdaderamente feliz, fuera cual fuese el procedimiento. Le dolía pensar en todo aquello. Cuánto dolor físico podía generar el pensamiento; el sistema límbico era un universo anegado en dolor, como la materia oscura que anegaba el universo.

—¿Has hablado con Michel? —le preguntó Ursula.

—No; buena idea.

Llamó a Michel, le explicó lo que había sucedido y lo que se proponía.

—Dios mío, Sax —dijo Michel, sorprendido. Pero poco después le prometía ir. Le pediría a Desmond que lo llevara en avión hasta Da Vinci para recoger el tratamiento, y luego volarían hasta el refugio.

Sax esperó en la habitación de Ann, con una mano apoyada en la cabeza de ella. Un cráneo lleno de bultos; un frenólogo encontraría abundante materia de estudio.

Michel y Desmond llegaron al fin, sus hermanos, de pie junto a él. La doctora estaba allí, escoltándolos, y la mujer alta y otras; de manera que todo tuvo que ser comunicado a través de miradas, o de la ausencia de miradas. De todas formas, estaba perfectamente claro. El rostro de Desmond era diáfano. Habían traído el paquete de longevidad de Ann. Sólo tenían que esperar que se presentara la oportunidad.

Y se presentó pronto; como Ann estaba en coma, la situación en el hospital era rutinaria. Los efectos del tratamiento de longevidad en un coma, no obstante, no eran del todo conocidos. Michel había estudiado la literatura existente y los datos eran escasos. Había sido empleado experimentalmente en algunos casos de coma sin respuesta y habían conseguido despertar al cincuenta por ciento de los pacientes. Por eso Michel era optimista.

Poco después de su llegada, los tres hombres se levantaron en mitad de la noche y pasaron de puntillas ante la enfermera de guardia dormida en el vestíbulo. La formación médica había tenido el efecto usual, y la mujer dormía profundamente, aunque en una mala posición sobre la silla. Sax y Michel acometieron la conexión de Ann al sistema de infusión intravenosa introduciendo las agujas en las venas del dorso de la mano, trabajando despacio, con cuidado y precisión. En silencio. Poco después el sistema estaba en marcha y las nuevas cadenas de proteínas se incorporaban a la corriente sanguínea. La respiración de Ann se volvió irregular y una oleada de miedo reflejada en calor inundó a Sax. Gimió para sus adentros. Era reconfortante tener a Michel y Desmond allí, agarrándole los brazos, como si trataran de evitar que cayera. Pero ansiaba desesperadamente la presencia de Hiroko. Eso era lo que ella hubiera hecho, estaba seguro, lo cual le hacía sentirse mejor. Hiroko era una de las razones por las que lo estaba haciendo. Sin embargo, ansiaba su apoyo, su presencia física, deseaba que apareciera para ayudarlo, como en Daedalia Planitia. Para ayudar a Ann. Ella era la experta en ese tipo de experimentación humana radicalmente irresponsable, aquello habría sido una menudencia para ella...

Cuando la operación concluyó, retiraron las agujas intravenosas y guardaron el equipo. La enfermera de guardia seguía dormida, con la boca abierta, como la niña que era. Ann aún estaba inconsciente, pero a Sax le pareció que respiraba mejor, con más fuerza.

Los tres hombres la contemplaron. Entonces salieron sigilosamente y regresaron de puntillas a sus habitaciones. Desmond bailaba sobre las puntas de los pies como un loco, y los otros dos lo hicieron parar. Se metieron en las camas pero no pudieron conciliar el sueño, ni tampoco hablar; se quedaron tendidos en silencio, como hermanos en una gran casona después de una exitosa expedición al nocturno mundo exterior.

La mañana siguiente, la doctora entró en la habitación.

—Sus constantes vitales han mejorado. Los tres hombres expresaron su alegría.

Más tarde, en el comedor, Sax sintió la imperiosa necesidad de relatar a Michel y Desmond su encuentro con Hiroko. La noticia significaría para esos dos hombres mucho más que para cualquier otro. Pero temía hacerlo, temía parecer sobreexcitado, incluso alucinado. El momento en que Hiroko lo había dejado en el rover y había desaparecido en la tormenta... no sabía qué pensar. En sus largas horas velando a Ann, había pensado mucho, y había investigado; sabía que no era infrecuente que escaladores terranos, solos en las alturas, por la falta de oxígeno fueran víctimas de alucinaciones en las que veían a compañeros. Una especie de figura
doppelganger
. El alma al rescate. Y el tubo de aire estaba parcialmente obstruido por el hielo.

Por eso dijo:

—Creo que esto es lo que hubiera hecho Hiroko. Michel asintió.

—Es audaz, lo admito. Es de su estilo. No, no me interpretes mal, me alegro de que lo hicieras.

—Ya era hora, si me lo preguntan —dijo Desmond—. Alguien debería haberla amarrado y obligado a recibir el tratamiento hace mucho tiempo. Oh, Sax, Sax... —Rió de felicidad.— Sólo espero que cuando recupere la conciencia no esté tan loca como tú.

—Pero Sax sufrió una apoplejía —arguyó Michel.

—Bueno —dijo Sax, siempre preocupado por recordar las cosas con exactitud—, en realidad yo ya era un poco excéntrico.

Sus dos amigos asintieron, con los labios apretados. Se sentían muy alegres, aunque la situación seguía siendo incierta. Entonces, la doctora alta entró; Ann había salido del coma.

Sax pensaba que tenía el estómago demasiado agarrotado por la tensión para admitir comida, pero descubrió que estaba dando cuenta de una pila de tostadas con mantequilla con notable facilidad; en realidad, devorándolas.

—Pero se pondrá muy furiosa contigo —señaló Michel.

Sax asintió. Era, ay, muy probable. Una mala perspectiva. No quería que ella le volviera a golpear. O peor aún, que rechazara su compañía.

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