No sin mi hija 2 (11 page)

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Authors: Betty Mahmoody,Arnold D. Dunchock

Tags: #Biografía, Drama

Está fuera de cuestión considerar la posibilidad de viajar sin Mahtob. Ella ha de permanecer conmigo. Me siento totalmente incapaz de soportar una nueva angustia, como la que viví dos meses atrás, bloqueada en Washington.

Mi familia considera que debí aprender la lección y no volver a abandonar el país. Mi madre, en particular, encuentra peligroso este viaje: «¡Si te marchas, no volverás!»

Pero eso sería renunciar a la libertad. Y yo estoy empeñada en que nuestra vida se desarrolle sin ninguna coacción de este tipo. Y si Mahtob empieza a tener miedo de los viajes, es como privarla de la libertad para el resto de sus días. Confieso que me resulta muy difícil reunir el valor para abandonar mi país natal, pero se trata de una etapa necesaria en el proceso de curación. Y el
No Ruz
(Año Nuevo persa) de 1988 lo pasamos en el aire, encima del Atlántico, en vuelo hacia París.

Todavía no sospecho que es allí donde encontraremos el éxito y la respuesta a una de mis preguntas esenciales.

Mi primer contacto en París con las
Madres de Argel
, esas mujeres francesas cuyos hijos han sido secuestrados por sus padres y llevados a Argelia, tiene lugar en un restaurante de las orillas del Sena. Nos encontramos en primavera, el sol es suave, y, como enamorada de la buena cocina, me siento plenamente satisfecha. Mahtob abre unos ojos maravillados a una ciudad que no conocía más que en postal, reducida a los Campos Elíseos y la Torre Eiffel.

Frente a mí, tres mujeres, dos militantes del movimiento
Madres de Argel
y una madre de familia que se llama Marie-Anne. Es una madre como yo, como todas aquellas cuya voz resuena en América a través de nuestra red, pero su actitud ante el problema de los niños secuestrados y llevados al extranjero es diferente de la nuestra.

Las
Madres de Argel
que este trío representa constituyen un grupo apiñado y combativo que milita desde hace siete años para obtener un tratado entre Francia y Argelia. Ellas han hecho verdaderamente la guerra a este muro de indiferencia que los gobiernos se resisten a demoler.

Los hijos de Marie-Anne, Farid y Amar, partieron en 1980 para las vacaciones de verano en Argelia con su padre Brahim, al que admiraban como pueden hacerlo unos niños, adolescentes ya, de doce y trece años. Lo que Marie-Anne y sus hijos ignoraban es que, pretextando su situación familiar y sus dificultades en Francia, Brahim lo había organizado todo para que esta estancia fuera definitiva. Tras algunas semanas, Farid y Amar, que no habían conocido otra cosa que Massy y la periferia parisiense, descubren que un pueblo situado a ciento cincuenta kilómetros de Argel se ha convertido en su prisión.

Las llamadas y las visitas de Marie-Anne y las lágrimas de Farid y Amar no han conseguido nada: Brahim ha superado el punto de no retorno. Los meses y los años han pasado sin progreso alguno. Marie-Anne obtuvo en los tribunales franceses su divorcio, para descubrir que, a fin de cuentas, esos papeles no tenían ningún valor en Argelia, donde la ley es clara: los hijos pertenecen al padre…

Mientras que Farid y Amar sufrían la ruptura con una mezcla de resignación y odio hacia aquel padre que les robaba su vida, Marie-Anne hizo un descubrimiento esencial: no estaba sola. Y es ahí donde nuestras historias, hasta entonces parecidas en muchos aspectos, se separan realmente. Marie-Anne descubrió antes que yo la necesidad de luchar en grupo en lugar de hacerlo individualmente.

Mi sorpresa deja paso a la admiración cuando descubro a las anónimas «heroínas» de este movimiento.

Annie Sugier es una fuente de energía inagotable de 1,55 metros de estatura. De las que son capaces de conseguirlo todo sólo con la fuerza de voluntad. Tiene una voz dulce, pero persuasiva, y una confianza y una determinación siempre al acecho.

Trabaja en la Comisión de la Energía Nuclear. Ha vivido en el extranjero y posee cierta comprensión de las demás culturas. Apasionada de las causas feministas, creó, con su amiga Linda Weil-Curiel, una abogada feminista, el Colectivo de Solidaridad de las Madres de Niños Secuestrados, conocida posteriormente como
Madres de Argel
.

Tres de sus amigas se les unieron: Chantal Hanoteu, agente literario; Odette Brun, física jubilada, y Anne-Marie Lizin, miembro del parlamento belga.

Estas mujeres se calificaron a sí mismas de «pastoras», más que de militantes. Se las llamó también «madrinas».

Ninguna de ellas tenía hijos, y, a pesar de eso, querían abogar fervorosamente contra los secuestros internacionales por parte de los padres. En tanto que feministas, naturalmente, pero partiendo de una tradición mucho más amplia, de un concepto de igualdad y de universalidad de los derechos del hombre.

En noviembre de 1983, durante una visita oficial del presidente argelino Chadli Benjedid, las madrinas se manifestaron delante de la embajada argelina en París, y la policía intervino violentamente. Varias mujeres fueron arrestadas y metidas en un coche de policía. Fue allí donde Annie conoció a Marie-Anne Pinel. Esta manifestación marcó el nacimiento de las
Madres de Argel
.

En absoluto desalentada por estos arrestos, la asociación decidió poner el listón más alto. La próxima acción debía llamar la atención del público de manera más espectacular. Las
Madres de Argel
iban a fletar un barco, el
Libertad
, con destino a Argel, para tratar de entrevistarse con los funcionarios
in situ
y ver a sus hijos. Treinta madres, algunas de ellas originarias del norte de África, debían subir a bordo de lo que los medios de difusión llamaron «el barco para Argel».

Se reunieron en los muelles de Marsella, nerviosas y sobreexcitadas por la aventura, pues, si bien Marie-Anne conseguía ver a sus hijos cada seis meses, otras madres no tenían noticias de ellos desde hacía años.

¿Las arrestarían? ¿Verían a sus hijos? ¿En qué estado de ánimo estaban ahora? ¿Sería este encuentro una nueva perturbación en su vida? ¿Reconocerían a sus madres? ¿Cómo costearían sus necesidades si se les permitía llevárselos consigo?

Pero la operación se detuvo en seco. Convencida por la promesa de negociaciones entre los dos gobiernos, Annie Sugier anuló la salida, cometiendo, según dijo, «un gran error, a la par que asumiendo una gran responsabilidad…».

A partir de ese momento, redobla sus esfuerzos para ganar en nombre de estas mujeres la única victoria importante: restablecer los lazos con sus hijos.

Para esta batalla era preciso ante todo seleccionar un grupo de base, cinco mujeres, cinco madres representativas con las que se pudiera contar en toda circunstancia. Y, dentro de esta óptica, Annie y Linda deciden que sólo las mujeres que luchan son dignas de confianza. Es necesario que demuestren, además, un comportamiento irreprochable, una lealtad indiscutible, que se comprometan a trabajar juntas y estén dispuestas a sacrificarlo todo para alcanzar el objetivo común. Marie-Anne forma parte de ese grupo, desde el comienzo.

Linda me lo resume sonriendo:

—No se puede pedir a todo el mundo que sea perfecto, pero sabíamos en todo caso que, para triunfar, estas madres debían mostrarse perfectas.

La información se difundió, y docenas de madres llegaron para unirse al grupo. Todas aquellas mujeres cuyos hijos están retenidos en Argelia encuentran en la organización una especie de terapéutica positiva, con la que canalizar las energías, reducir la angustia y ayudarles a desenvolverse.

Después del fiasco del barco, deciden una nueva estrategia. Es impensable pedir el regreso de los niños, son bien conscientes de ello; más vale negociar y reclamar cosas posibles de obtener.

La principal reclamación de las madres tiene por objeto el derecho de visita y una base jurídica para hacerlo valer. Pero los circuitos de las administraciones francesa y argelina son terriblemente largos y complicados. Entonces, las
Madres de Argel
levan anclas en el Mediterráneo. Es el 17 de junio de 1985.

El pequeño grupo de base llega a Argel, y luego a la embajada de Francia, e irrumpe en ella cogiendo por sorpresa a una secretaria, que no lo puede evitar…

Y se instalan simplemente en el césped con sus mochilas, negándose a moverse.

Al principio, los empleados de la embajada les sugieren amablemente que se marchen. «¿Pero qué quieren ustedes exactamente? ¿Saben que esto es una embajada? No se pueden quedar aquí.»

Pero ellas se quedan.

Por torpe que sea, esta acción tiene una ventaja: toda tentativa de desalojar a estas madres sería un desastre para las relaciones públicas internacionales, pues la suerte está con ellas: un avión desviado acaba de aterrizar en Argel, y toda la prensa lo ha seguido.

Unas horas más tarde, arreglado el problema del desvío, los periodistas se quedan sin material, y entonces se precipitan sobre el problema de las madres que ocupan la embajada.

Cada una cuenta su historia, despertando el interés y la compasión general, y luego, a medida que las anécdotas se repiten y se parecen, el interés vuelve a decaer.

Al cabo de cuatro meses de ocupación, una de las madres se derrumba. Hélène Montetagaud decide que no podría aguantar ni un día más en la embajada. Para preservar la imagen de su grupo, las demás anuncian que Hélène tiene que dejarlas para convertirse en su portavoz en París.

Y ella lo hace. En el Parlamento francés cuenta su compromiso, su vida en el interior de la embajada de Argel. Todos los miércoles, Hélène hace enviar rosas blancas al presidente de la República, al primer ministro, al ministro de Justicia y a los presidentes de las dos asambleas. ¡Cuarenta rosas blancas en total, cada día en que había sesión del Consejo de Ministros!

Al principio, Hélène elige flores frescas, pero luego, al cabo de algún tiempo, envía pétalos de rosa marchitos, simbolizando la esperanza que se extingue poco a poco.

Gracias a una importante mediación internacional, la ocupación de la embajada les ha proporcionado, sin embargo, una reputación. Los mecanismos de la Administración, oxidados hasta el momento, comienzan a rechinar en la buena dirección. Tanto del lado francés como del argelino, han propuesto un acuerdo: si las madres detienen su manifestación, cada gobierno nombrará un mediador para acelerar las demandas de derecho de visita y elaborar una reglamentación judicial, a fin de resolver el problema y organizar un viaje de los niños por Navidad.

El 24 de noviembre, cinco meses después de su entrada en la embajada, las cuatro madres obstinadas la abandonan. La aventura ciertamente no ha terminado, pero pueden considerar esta difícil experiencia como el punto más importante de su trabajo en común.

Las madres están cansadas de esperar. Las vacaciones se acercan, y los niños siguen en Argelia, tan inaccesibles como antes. El gobierno argelino ha aceptado organizar el viaje de vacaciones, con una condición: la garantía oficial francesa del regreso de los niños. Entonces las madres juran, ante un juez francés, devolver los niños al final de las vacaciones.

Reunidas todas las condiciones, el gobierno argelino acepta aplicar el acuerdo.

El primer viaje no incluye a muchos niños: seis solamente, entre ellos Amar y Parid, los hijos de Marie-Anne.

Las familias francesas han celebrado este retorno con cierta reserva; todo el mundo lo siente sólo como un breve respiro en la pena de la separación.

Dos semanas más tarde, la situación resulta atroz. Más duro aún que arriesgarse a un arresto, más duro que manifestarse, que dormir cinco meses en el suelo. Para demostrar que no menoscabarán la autoridad paterna, para permanecer fíeles a la «palabra de honor», para demostrar también su solidaridad indefectible, las madres devuelven a los niños tal como estaba previsto, cuando todo en su interior les impulsa a hacer lo contrario.

Amar, el hijo de Marie-Anne, tiene dieciocho años, y era legalmente adulto en Francia, pero aún menor en Argelia, donde la mayoría de edad se alcanza a los diecinueve años. Ha tenido que firmar por sí mismo en Ghardaia su propia declaración de honor, prometiendo su regreso a Argelia. Habría podido quedarse en Francia, pero no ha querido faltar a su palabra.

Tras el éxito de esta visita de la esperanza, parece llegado el momento de que Francia negocie un acuerdo bilateral sobre los secuestros paternos, pero en marzo de 1986 los socialistas pierden el control del gobierno, y el avance se detiene una vez más.

Para los niños de Argel, no más «viaje invernal». (No se llama ya a estos viajes «visitas de Navidad», para no ofender la sensibilidad musulmana.) Por otra parte, no más viaje en absoluto: los padres argelinos se niegan a dejar salir nuevamente a los niños.

Las
Madres de Argel
se sienten traicionadas y están furiosas. Han hecho todo lo que se les pidió, pero los niños siguen prisioneros.

Entonces las
madrinas
traman un nuevo plan. Una marcha de protesta durante tres semanas, de París a Ginebra. El grupo deberá caminar a lo largo de 525 kilómetros, en medio del frío invernal.

En un comunicado, lanzan un vibrante llamamiento:

«En el momento en que los padres y las madres se desgarran a través de sus hijos, la marcha quiere mostrar que un secuestro no es nunca una prueba de amor, sino un acto de violencia que destruye a un niño. La ley del más fuerte no debe gobernar las relaciones íntimas en el seno de una familia.»

Las peticiones de las
Madres de Argel
son ambiciosas: libre circulación de los niños; derechos de visita para los dos progenitores; designación de un mediador europeo; nombramiento de un nuevo mediador francés, cuyo puesto está vacante; reconocimiento oficial por la Comisión de las Naciones Unidas para los Derechos del Hombre; acuerdo formal y definitivo entre Francia y Argelia.

Esta vez, el presidente Miterrand las recibe y promete «tratar personalmente este asunto con el presidente Chadli».

El 10 de febrero de 1987, escoltadas por un batallón de periodistas y por las cámaras de la televisión, las
Madres de Argel
salen de París. Seis días después, dan un rodeo por Estrasburgo. Los argelinos han decidido una reunión improvisada, organizando un chárter de niños para un encuentro familiar de cuarenta y ocho horas.

Pero al llegar al aeropuerto, las madres tienen la desagradable sorpresa de que los padres han venido también. Y otros hombres con ellos, que tienen todo el aspecto de guardaespaldas…

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