No sin mi hija 2 (21 page)

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Authors: Betty Mahmoody,Arnold D. Dunchock

Tags: #Biografía, Drama

—Perdóname. Estoy fatigado, angustiado por los problemas de dinero. Te amo…

En primavera, después del nacimiento de John, Christy tiene un aborto. Deprimida, telefonea a una de sus amigas y le explica que, si hubiera conseguido que la ayudaran en la casa, o no trabajar tanto en el bufete, habría podido conservar el bebé.

Riaz la oye y monta en una cólera terrible:

—¿Cómo te atreves a insultarme ante otra mujer?

Algún tiempo más tarde, ella llama a su madre, la cual le suplica que abandone el trabajo.

—¡Es imposible, mamá; no podemos permitírnoslo!

Al día siguiente, Riaz se muestra también enfurecido:

—¿Por qué vas a contarle a tu madre que nos hace falta dinero? ¡Ahora ella irá diciendo por ahí que soy un inepto!

¿Cómo sabe él lo que ellas han hablado? No estaba presente cuando Christy telefoneó. No es la primera vez que ella tiene la sensación de que la espía.

El secreto se descubre por casualidad. Su casa es atracada mientras Christy se encuentra en el bufete y Riaz ha viajado a Chicago para ciertos negocios. El salón y el dormitorio sufren una auténtica devastación. Y en medio de aquel desastre, aparece una pequeña grabadora que Christy no había visto nunca. Pulsa el botón de puesta en marcha, y oye su propia voz hablando por teléfono: una conversación con una amiga. Es terriblemente desagradable, incluso pavoroso… Tiene la impresión de encontrarse en una película de terror. ¿Quién ha hecho eso? ¿Riaz? ¿Los ladrones?

La policía, que ha venido para comprobar el robo, se lleva el magnetófono para comprobar las huellas. Son de Riaz. Evidentemente, los ladrones llevaban guantes. En cuanto a la instalación pirata, debía de ser astuta. Un hilo de teléfono rodeaba la cama. ¿Lo había conectado pasándolo por debajo del colchón? ¿Se había servido de una línea exterior? Al haberse descubierto el aparato desconectado en medio de la habitación, a la policía le resultaba difícil averiguar el sistema.

Desde Chicago, Riaz parece desolado ante la historia del robo, quería vender los muebles para comprar otros nuevos, y puso un anuncio, ahora teme que los malhechores hayan descubierto el buen negocio… Se preocupa mucho, como si temiera ser descubierto, y Christy se pregunta si no habrá organizado él mismo ese robo, con unos cómplices, para cobrar el seguro. Y finalmente le pregunta:

—¿De quién es la grabadora que he encontrado?

—¿Qué has hecho de ella?

—¿Es tuya? Se la he entregado a la policía.

—¿Por qué?

—Por las huellas, era preciso.

Parece inquieto, pero cuelga sin decir nada. El día siguiente, a su regreso, se decide:

—Querida, tengo que confesarte una cosa: la grabadora es mía. Tenía miedo de que hablases mal de mí a la familia, a causa de esas riñas por el dinero. Pero sé que tú eres una mujer leal, que no dices nada malo de mí. Te prometo que no volveré a hacerlo…

—Entonces, aquí la tienes, tírala a la basura.

Riaz coge el aparato, sale, se dirige al cubo de la basura, y Christy, crédula, ingenua incluso, no se da cuenta de que va a esconderla en alguna parte, y que la volverá a emplear más tarde…

El matrimonio está ya escindido. Pero la gran fisura no se ha producido todavía. Una pequeña disputa sin importancia desencadenará el furor.

Una noche, Riaz está acostado en la cama; sigue sin tener trabajo, y Christy se afana con el bebé y las tareas domésticas, tras una jornada de trabajo agotadora. Y pierde los nervios:

—¡Podrías echarme una mano en vez de arrellanarte!

—¡Soy paquistaní!

—¿Paquistaní? ¿Y qué?

Silencio.

Christy murmura sola, fatigada:

—¡Holgazán, eso es lo que eres!

—¡Basta ya! ¡No lo soporto más!

¡Y de repente, Riaz salta sobre ella, le aprieta el cuello con las manos, y empieza a zarandearla violentamente! Asfixiándose, Christy trata de agarrarse a la puerta para escapar de él, consigue liberarse, se precipita hacia la habitación donde acaba de acostar al bebé, y echa el cerrojo. Allí, recobra el aliento sentada en el suelo, mientras él aporrea la puerta, gritando:

—¡Abre! ¡Abre o te mato!

El bebé se ha despertado. Christy siente pánico. Hay una ventana; ¿podrá escapar con el niño pasando por allí? Hay que intentarlo. Está a un metro de la ventana cuando Riaz logra derribar la puerta y se lanza sobre ella… para estrecharla en sus brazos sollozando, excusándose lastimeramente. Luego cae de rodillas, y le abraza los pies:

—¿Cómo puedo hacer cosas tan terribles?… ¿Cómo es posible?

Estupefacta, presa de las lágrimas, Christy no sabe qué pensar. Contempla a ese buen mozo acariciar al pequeño John y llorar:

—Nuestro hijo… ¡Es nuestro hijo!

Y luego se muestra cariñoso con ella, el rostro hinchado por la pena:

—Tengo tantas preocupaciones por el dinero…

¿Qué hacer? ¿Qué decirle? Sobre todo, no decirle que está otra vez encinta. Christy lo sabe desde hace unas semanas ya, y no es el momento de estar encinta. Por lo demás, ella tomaba la píldora, eso no debiera haber ocurrido. Una posibilidad entre un millón, le ha dicho el médico… Un segundo hijo en esta situación no es precisamente una suerte.

Al día siguiente, Christy decide escaparse:

—Nos vamos a separar por una temporada, me voy a casa de mis padres, eso nos calmará.

Riaz se echa a gemir:

—¿Vas a dejarme solo? No conozco a nadie, no tengo trabajo. ¿Quieres echarme a la calle y que tenga que mendigar para comer?

Entonces ella se queda. Riaz debe conocerla bien, pues maneja perfectamente las situaciones críticas con ella. Los días siguientes, se ocupa de la cocina, la ayuda en la limpieza, y Christy respira un poco. No por mucho tiempo, un par de semanas…

Cuando todo parece marchar mejor —él ha conseguido un trabajo nocturno en una gasolinera Mobil, tras haber sido bien recibido el segundo embarazo de Christy—, ¿qué razón tiene Riaz para encolerizarse con Christy y tratar otra vez de estrangularla? Y esta vez no suelta la presa hasta que Christy pierde casi el conocimiento. Lo que no le impide, a continuación, excusarse llorando: «Estoy desolado… Perdóname, siento asco de mí mismo…» Por una afrenta imaginaria sin duda, una falta de respeto, ese famoso respeto del que tiene tanta necesidad como un náufrago de un salvavidas.

Christy se escapa esa noche. Él la ha abofeteado, le ha abierto el labio; está encinta, John es aún un bebé, y ella no puede soportar esta vida. Esta continua alternancia de violencia y remordimientos es agotadora. Sus padres no viven muy lejos, y Christy llega a su casa hacia las diez de la noche. Su padre le abre la puerta y pregunta:

—¿Te ha pegado?

—Sí.

—Entra…

El padre va inmediatamente a decirle un par de cosas a su yerno.

—Puedes romper la casa, hacer lo que te dé la gana, ¡pero no toques a mi hija!

—No es culpa mía, me ha humillado. No gano bastante dinero, y aquí no estoy en mi lugar, echo de menos a mi familia, tengo nostalgia… ¿Comprende? Usted, que es un hombre, estoy seguro de que me comprende… Soy incapaz de mantener a la familia, no sirvo para nada… Estoy deprimido…

—Vuelve a Pakistán, si quieres…

Riaz consigue convencer a su suegro de su frustración, y consigue también convencer a Christy. Acepta, incluso, siguiendo su consejo, consultar a un médico y seguir una terapia. Christy se queda aún dos semanas más en casa de sus padres, y luego vuelve al domicilio conyugal. Sabe que se equivoca, pero espera otro hijo. A fin de cuentas, quizás Riaz puede curarse. Cuando se ha querido a un hombre, hay que apoyarle en los malos momentos… Y además, no siempre está así, a veces se muestra encantador, maravilloso, enamorado como el primer día… La clase de hombre que de repente se precipita en la cocina para preparar una comida, o masajea tiernamente los hombros de su mujer fatigada.

Éstos son los argumentos que Christy les da a sus padres, inquietos al verla retornar a lo que les parece una trampa infernal… Según el médico, Riaz sufre una tensión nerviosa extrema, y depresión. Eso explica, al parecer, las crisis de violencia. Le prescribe un tratamiento, que él seguirá concienzudamente durante una temporada. Riaz está tranquilo, trabaja de noche, y Christy durante el día. La economía no es, sin embargo, suficiente para acoger bien al segundo niño. Se mudan de casa a un apartamento más pequeño para reducir así los gastos.

Noviembre de 1987. El frágil equilibrio se ve nuevamente perturbado por una curiosa llamada telefónica. Christy descuelga, y una voz femenina pregunta:

—¿Está Riaz?

Christy pregunta si quiere dejar algún mensaje en su ausencia, y la mujer añade:

—¿Quién es usted?

—Su mujer, Christy.

—¿Ah, sí? Yo soy Nicole, su amiguita.

—¿Es una broma?

Christy cree realmente que se trata de una broma. Riaz está siempre en su trabajo, incluso cuando ella le llama en plena noche, y él mismo le telefonea cada tarde. ¿Dónde encontraría el tiempo para tener una amante? Le haría falta una energía sobrehumana.

—No, se lo aseguro… ¡No sabía que estaba casado!

—¿Y le ha dado a usted nuestro número de teléfono?

—No, lo he encontrado en una maleta que ha dejado en mi casa. ¡Yo creí estar llamando a casa de su tío!

—¿Su tío? ¡Pero si vive en Pakistán!

—¡A mí me dijo que vivía en casa de un tío muy rico, en Detroit! ¡Me juró que no estaba casado ni tenía hijos!

—Pues bien, soy su mujer, tiene un hijo de dieciocho meses, ¡y estoy encinta de otro!

Christy cuelga, ciega de rabia. ¿Cómo ha podido Riaz renegar de su hijo? ¿Cómo se ha atrevido a engañarla, a humillarla hasta ese punto?

Ante la evidencia, Riaz pasa inmediatamente a la ofensiva:

—De todas maneras, se está mejor en casa de Nicole… ¡Estoy harto de tus náuseas todas las mañanas! Además, si me acuesto con ella, es culpa tuya ¿Y tu aventura con tus abogados, en el bufete?

—¿Yo, una aventura con los abogados? ¡Estás loco! ¡Todos tienen más de sesenta años!

Tras algunos intercambios hirientes, Riaz acaba por admitir que su acusación carece de fundamento y dice con aire avergonzado:

—Bien, ¿quieres divorciarte?

—¿Divorciarme? Eso sería demasiado fácil, ¡estoy embarazada de seis meses! Debes hacerte cargo de tu familia… Quiero salvar nuestro matrimonio, con dos condiciones: romperás hoy mismo con esa Nicole y no volverás a levantarme la mano.

Riaz acepta las condiciones, sollozando.

—Te lo juro, no volveré a hacerlo…

Pero Christy no está tranquila.

—Te lo advierto, si algún día tenemos que divorciarnos, seré intransigente con respecto a los niños. Ya he oído hablar de padres como tú, que se han llevado sus hijos al extranjero.

Riaz está dolido, y cae de rodillas ante su mujer:

—Alá es mi Dios, no te quitaré jamás a los niños, jamás, te lo juro. Yo no conozco los dolores del parto. Tú llevas al bebé en tu cuerpo, tú le das de comer, tú cuidas de él. Eres la mejor madre del mundo. Podría tener muchas mujeres, pero ninguna sería una madre mejor.

Christy se sienta vagamente tranquilizada por esta declaración, cuando menos melodramática. Riaz no violaría deliberadamente un juramento hecho a su dios, pues es verdaderamente musulmán; su pretendida conversión al catolicismo no era más que falsa apariencia. Entonces decide olvidar, de momento, que está casada con un hombre para el cual hay pocas cosas sagradas…

A principios de 1988, Riaz empieza a hablar constantemente de su familia, a evocar Pakistán con cualquier motivo. ¡Curioso cambio en un hombre que ha denigrado tanto su país natal, que habla de sus compatriotas tratándoles de asnos retrasados, y que siente tanta atracción por América!

Reserva plaza de avión para marzo, un mes antes de la fecha prevista para el parto de Christy. En el momento de ir a acompañarle al aeropuerto, Christy tiene un repentino acceso de angustia.

—Llevaré a John a casa de mis padres; no hace falta que venga al aeropuerto.

—¿Qué te imaginas? ¿Que voy a arrancártelo de los brazos en el aeropuerto y huir con él? ¡Christy! ¡Jamás haría una cosa así! ¡El niño pertenece a su madre! Jamás podría hacer lo que tú haces por él.

Sola, en su casa, Christy no echa de menos el ambiente tenso que provocaba Riaz, pero espera, con todo, que él vuelva para el parto.

Pues bien, él se niega a acortar su estancia, no tiene ganas de estar cerca de ella durante el difícil trance: «Te he hecho demasiado daño, no soportaría verte sufrir de este modo.»

Adam nace el 6 de abril de 1988. Riaz regresa un mes más tarde. Se muestra curiosamente suspicaz a propósito del recién nacido:

—¡No es mi hijo! Yo tengo los ojos castaños, ¿cómo podemos tener un hijo de ojos azules?

Christy le hace notar que su hermano y su abuelo tienen también los ojos azules, pero él no queda convencido, y, a partir de ese momento, se aparta del bebé. Riaz no ha recurrido aún a la violencia física, pero Christy siente que algo no funciona. Ha dejado de tomar los medicamentos durante su estancia en Pakistán, y se muestra cada vez más depresivo. Desde hace tiempo encuentra consuelo en el whisky y ha empezado a beber demasiado.

Lo increíble, para Christy, se produce de nuevo. Queda encinta por tercera vez. ¡Cuando está amamantando a Adam, cuando éste sólo tiene seis semanas, y ella no tiene reglas, y el médico le ha certificado que el amamantamiento la protegía más eficazmente que la píldora!

Riaz encaja muy mal la noticia:

—¡Una boca más que alimentar! No lo conseguiré, no podré soportarlo. ¡Tú tienes la culpa!

En cambio, se muestra muy feliz y pleno de entusiasmo cuando habla por teléfono con alguien de su familia. Por lo demás, le llaman regularmente para convencerle de que haga otro viaje a Peshawar.

—Es necesario que vuelva allí…

—Espera a que haya dado a luz; en abril próximo haremos el viaje en familia.

El embarazo de Christy es difícil, sufre contracciones dolorosas; viajar es imposible. Riaz vacila:

—Ya veremos, pero de momento necesito marchar solo, para airearme un poco, hacer una pausa, ¿comprendes?

Quiere viajar para marzo, como hizo el año anterior. Y dejar que Christy se las arregle sola. Los embarazos y los bebés no son su fuerte, eso no va con su educación paquistaní. Historias de mujeres que no conciernen a los hombres. El hombre tiene un papel
antes
, pero no durante ni después del nacimiento…

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