No sin mi hija 2 (25 page)

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Authors: Betty Mahmoody,Arnold D. Dunchock

Tags: #Biografía, Drama

—¿Qué significa eso?

Christy trata de comprender, mientras media docena de personas da vueltas a su alrededor y la interrumpe sin cesar.

—Bien, que ha sido atacado.

—¡No comprendo! ¿La policía ha intentado arrestarlo y ha disparado contra él?

—No. Ha sido agredido por un desconocido.

Y la familia se pone a gritar:

—¿Quién ha disparado contra él? ¿Quién ha sido?

Christy se esfuerza por hacerles comprender lo que ella preguntaba y lo que le han respondido, pero nadie la escucha. Se produce un tumulto. Riaz ha sido asesinado, están convencidos de ello. La noticia se difunde fuera de la casa, y la familia se echa a llorar la muerte de su hijo pródigo. Llegan de todas partes, con el rostro despavorido, la mirada fija, golpeándose el pecho para expresar su pena.

La madre gime:

—Era un corazón puro. Tenía el corazón de un rey. Quería darlo todo a los demás.

Los llantos se van intensificando a lo largo de la semana, mientras la familia espera la repatriación del cuerpo. Pero el trámite es complicado, debido a que Riaz utilizaba un pasaporte británico. Un detalle más en este extraño caso.

Durante este período, Christy no encuentra consuelo más que en sus padres; los parientes de Riaz, comediantes histéricos de su propia tragedia, se muestran totalmente insensibles a su pena. Las atenciones de la familia hacia la viuda del hijo se revelan de pronto más curiosas que reconfortantes.

El primer gesto de Fiaz es hacer inscribir las propiedades de Riaz a su nombre. Arregla la herencia en beneficio suyo con dos simples llamadas telefónicas, el mismo día. En las horas siguientes, las hermanas le exigen a Christy que devuelva el brazalete y el collar de oro que Riaz le había regalado, afirmando que se trata de una herencia familiar procedente de su abuela. Y cada vez que Christy prorrumpe en sollozos, la riñen: «A ti te corresponde ser fuerte, y ayudarnos a nosotras a superar la pena.»

Fiaz, en cambio, utiliza otra táctica, dirigiéndose a Christy con un tono dulce e hipócrita: «Oh… mi querida hermana, no te preocupes, yo me ocuparé de todo. Tú eres mía ahora, y tus hijos son mis hijos…»

Al principio, Christy piensa que habla en sentido figurado, pero se trata de la costumbre de tomar bajo su «protección» a la viuda del hermano.

Incluso Ambreen, la gentil y adorable Ambreen, encuentra esto normal: «Los hombres de la familia te protegerán ahora.» ¿Proteger? ¿En qué sentido de la palabra?

Unos días más tarde, John, por entonces de tres años y medio de edad, corre hacia su madre gritando:

—¡Mamá, alguien me ha disparado, alguien quiere dispararme!

Ha debido de interpretar mal una discusión familiar violenta referente a la muerte de Riaz. Los hermanos hablan de ello sin cesar; quizás tienen alguna idea sobre el móvil del crimen, pero no hay nada menos seguro. Riaz era un disimulador, sus misteriosos asuntos no tenían seguramente nada que ver con la familia, la cual, sin embargo, reclama venganza, como es costumbre.

Entonces Christy instala a John sobre sus rodillas, aspira profundamente y le explica lo que ha pasado, a su manera.

—Papá no volverá a casa. Dios ha decidido que era hora de que fuera a vivir al paraíso. Ahora es verdaderamente feliz, es libre.

John adopta en principio un aire desorientado, dice «de acuerdo» y se marcha, pero luego vuelve:

—Pero, mamá, ¡papá nunca es feliz! ¡Siempre está enfadado!

Finalmente, John se toma la noticia bastante bien, en tanto que Adam, que tiene dos años, apenas reacciona. Es demasiado pequeño para comprender la muerte. De suerte que ninguno de los dos niños siente una emoción particular cuando sus tíos los toman en sus brazos chillando: «¡Riaz Khan! ¡Riaz Khan!» Una invocación al fantasma de un padre que se ha mostrado repugnante en su papel.

El 16 de agosto, el cuerpo de Riaz llega al pueblo en un ataúd forrado de seda, pagado por el padre de Christy. La primera reacción inquietante viene del suegro. No habla de su hijo, pero parece obsesionado por John y Adam, y repite llorando: «No volveré a ver a estos niños…»

Christy quema que acabara con eso. Tras la muerte de Riaz, la familia no tiene ningún interés por retenerla, ni el poder de hacerlo. Pero la situación de los niños, que poseen la doble nacionalidad según la ley paquistaní, es más problemática. Si la familia decide reclamar su custodia ante un tribunal local, Christy sabe perfectamente que tendrá dificultades para defenderse.

Hasta el momento la han tratado como una mujer de luto, parecida en eso a los demás miembros de la familia. El comportamiento de los Khan cambia radicalmente tras la lectura del certificado de defunción que acompaña el cuerpo, que revela que Riaz fue abatido por una bala. No da más detalles, pero en Estados Unidos hay una investigación en marcha. Sin embargo, la palabra «abatido» es suficiente para poner a Christy en una posición incómoda. Los hermanos la atacan inmediatamente:

—¡Nos has mentido!

—¡Os he dicho lo que me dijo la policía!

La oleada de odio, mal contenida hasta entonces, se libera en el momento de la celebración del rito mortuorio musulmán. Tradicionalmente, el cuerpo debe ser desvestido, bañado y envuelto en un paño de algodón blanco para la inhumación. Pero Christy acaba de tener por teléfono una conversación inquietante con el empresario de pompas fúnebres en Estados Unidos:

«Cuando hay autopsia, ¡los médicos forenses no se toman muchas molestias en dejar el cuerpo en buenas condiciones! Les aconsejo que no lo expongan y lo entierren inmediatamente.»

La familia no cree a Christy. No sólo quieren efectuar la ceremonia conforme al rito, sino que quieren «ver» cómo ha muerto Riaz.

La ceremonia se celebra en casa de Fiaz. Los restos mortales son expuestos en una habitación; las plañideras entran y salen continuamente, y sus gemidos aterrorizan a los niños. A pesar de sus laboriosas tentativas de explicar qué es una autopsia, y por qué el cuerpo de Riaz ha sido abierto, Christy no logra convencerles; y tampoco están habituados a los ataúdes. La habitación es fría y húmeda, y han traído kilos de hielo para conservar el cadáver. Potentes perfumes arden a fin de neutralizar el olor…

La costumbre exige que toda la actividad se detenga durante las exequias. Ni cocina, ni limpieza. Pero la pieza húmeda, la falta de aire, las moscas, el dulce perfume del incienso, el hielo que se funde formando enormes charcos dudosos sobre el sucio cemento… Christy no puede soportar este horror. Y empieza a limpiar la habitación. Esta actividad intempestiva escandaliza a la familia. Una mujer grita:

—¿Es así como demuestras tu pena?

—¿Y vosotros? ¿Es así? ¿No veis en qué estado está la habitación? ¿No sentís este olor? ¡Es indecente!

—¡Es preciso que los niños vean lo que le han hecho a su padre!

—¡Ah, eso no! Lo prohíbo, ¿me oís?

Christy abandona la limpieza, para arrancar a sus hijos a la mujer que había ido a buscarles, y la echa de la pieza sin miramientos. ¿Mostrar a unos niños de esta edad a un padre que ya no es tal? ¿Aterrorizarles para toda la vida? Para la propia Christy, esta máscara no quiere decir nada. ¿Riaz? No, es una broma lúgubre. Es algo irreal y espantoso. Todo está confuso en su cabeza, y se dice a sí misma: «No volverá a pegarme, se acabó… Debería sentirme aliviada…» Y luego, inmediatamente: «He amado a este hombre, es el padre de mis hijos… Cuatro años, para llegar a este desastre. ¿Cómo ha sido posible? Soy viuda de este hombre… Me ha dado tres hijos…»

No siente miedo, ni pena, ni rebeldía. Christy está solamente paralizada, inmóvil como una piedra.

No puede más y va a sentarse en el suelo de otra habitación, lejos de ese espectáculo inhumano. Incapaz de llorar. Y ahora debe sufrir el repulsivo consuelo de Fiaz, al cual acaban de contar hasta qué punto es monstruosa su cuñada. Se sienta a su lado; es el único hombre presente en la casa, el amo, el propietario, el protector…

—¿Tienes algún problema, Christy? Lo sé… Estas mujeres están locas. Cuando tengas un problema, has de venir a verme…

La rodea con un brazo y le acaricia el rostro…

—Soy yo quien cuidará de ti ahora… No tengas miedo…

En otro lugar, estos gestos podrían parecer anodinos, pero en Paquistán ningún hombre, aparte del marido, tiene derecho a posar la mano sobre una mujer, y el comportamiento de Fiaz es una insinuación muy clara. ¡Afirma así su derecho de propiedad sobre el cuerpo de Christy!

¡Es repugnante! El primer reflejo de Christy es replicar con aspereza, pero se detiene por una idea que se le ocurre: si siente tanto deseo por ella, quizás llegue a convencerle de que la deje marchar, En tal caso, no hay que rechazarlo tan de prisa. Soportar su presencia, ese cuerpo casi pegado al suyo, esa mano sobre su mejilla, ese rostro sombrío, esa nariz aguileña, esa mirada ya concupiscente…

Un minuto ya le resulta demasiado. Christy no puede continuar. Es insoportable. Por lo demás, es tan estúpido y peligroso como Riaz, una vana esperanza de su parte. Así que le mira fijamente y le dice con aspereza:

—Métete bien en la cabeza que tengo intención de marcharme inmediatamente después de las exequias.

Christy acaba de hacerse un enemigo para toda la vida. Rechazado de esta manera, Fiaz sólo podrá mostrarse odioso. Y no se privará de hacerlo.

Ahora, los invitados llegan para contemplar el cadáver antes del entierro. Vienen a centenares, orando, llorando, gritando su pena, como si Riaz fuera su propio hijo.

La familia aguarda en el salón a que el ritual acabe. Los hombres, tras haber comprobado que Riaz ha muerto de un balazo en la cabeza, están enfurecidos. Un tío se precipita al salón y violentamente se lanza sobre Christy gritando: «¡Los americanos son sanguinarios! ¡Asesinos!»

Antaño considerado como un aliado próximo, Estados Unidos han perdido los favores de Pakistán.

Otros hombres desconocidos para Christy dan vueltas a su alrededor, la mirada amenazadora, cargada de rayos de ferocidad. Ella es la americana. Ella es la culpable.

Al final de las exequias, a la puesta del sol, Christy ya no es más que una extranjera, una sospechosa de la que hay que desconfiar. ¿Por qué Riaz estaba tan nervioso antes de salir de Pakistán? Según Fiaz, porque tenía miedo de la familia de Christy.

«He hablado con los investigadores; han reducido las sospechas a dos personas. En lo que concierne a nosotros, hemos llevado a cabo nuestra propia investigación, y sabemos que tu padre es el culpable. ¡Sólo es cuestión de días para que lo arresten!»

A Christy le está prohibido telefonear a su casa o a la policía de Michigan, y no puede siquiera defenderse contra este torrente de amenazas. «Lo arreglaremos a nuestra manera. ¿No sabes que cuando nuestro abuelo fue muerto, vengamos su muerte ejecutando a doce personas?», dice Fiaz, el ex gentil Fiaz.

Christy contraataca valerosamente ante la familia reunida en tribunal:

—¿Creéis realmente que mi padre ha podido hacer una cosa así?

Mahreen, una de las hermanas de Riaz, de diecinueve años, la más bella y la más agresiva, ha encajado esta muerte particularmente mal. Y le responde crudamente, mirándola de arriba abajo con maldad:

—Poco importa lo que creamos. Si no te hubieras casado con mi hermano, él aún estaría vivo. Yo sólo deseo una cosa: ¡beber la sangre de tu familia!

—¿Queréis asustarme?

—Sí.

Y lo consiguen. En particular cuando toman como blanco a los hijos de Christy.

—Eric fue traído a este mundo por Satanás.

Al parecer, es culpa del niño el que Riaz esté muerto. Y como este hijo de Satanás les ha hecho sufrir, les toca a ellos hacer sufrir a John y Adam impidiéndoles volver a Estados Unidos con su madre. Si John y Adam son criados allá por su madre, se convertirán ellos mismos en demonios…

He aquí finalmente el proceso que tanto temió Christy.

—¿Así que decidís hacer sufrir a John y Adam porque estáis enfurecidos con Eric? ¿Queréis hacer de un bebé de dieciocho meses el responsable de la estúpida imprudencia de su padre?

Como respuesta, una de las hermanas de Riaz la abofetea, gritando:

—¡Era un gran hermano! ¡No hables de él de esa manera!

Riaz acaba de penetrar en el mundo irreprochable de los muertos. Cuando él estaba vivo, la familia le había prometido a Christy que jamás le dejaría separarse de sus hijos. Cuando él estaba vivo, planteaba problemas a todo el mundo; ¡le temían y le exiliaban! Y, menos de diez días después de su muerte, han hecho de él un mártir.

Fiaz alienta enérgicamente a Christy a marcharse de Pakistán, dejando a sus hijos:

—Este es el país de su padre.

—Pero su padre ya no está, y Estados Unidos es el país de su madre.

—Nos hemos mostrado suficientemente tolerantes conservándote en la familia; ¡no nos exijas más!

El tono de Fiaz es perverso. Pero Christy se obstina. No se marchará sin sus hijos. Un día, John, que comprende mejor el urdú que su madre, se refugia a su lado:

—No me dejarás nunca, ¿verdad, mamá?

Para consolar a su hijo, Christy emplea unas palabras que pronto lamentará:

—No tengas miedo, cariño, nunca nos separaremos.

El 26 de agosto de 1990, Christy vaga todavía por los siniestros limbos de la casa de Fiaz. El aire está cargado de animosidad. Todos se mueven con lentitud. Una sorda amenaza planea por encima de su cabeza, como una tempestad de verano a punto de estallar.

Y estalla.

A las cinco de la tarde, veinte hombres de la familia toman por asalto el gran porche de la casa de Fiaz, y rodean a Christy para arrancarle violentamente al pequeño Adam, que ella tenía en sus brazos. Y se lo entregan a una criada, El pequeñín mira desesperadamente a su madre durante unos segundos, la criada se retira y el niño vomita. John, por su parte, no se somete tan fácilmente. Fiaz vocifera horrores, el niño emite agudos gritos de protesta, y se agarra a Christy con una fuerza increíble. Locos de furia, los hombres tiran de él por un brazo, e incluso llegan a pegarle en la espalda para que suelte la presa. Christy los rechaza, tratando de proteger a su hijo lo mejor posible.

Uno de los hermanos grita:

—¿Te atreves a pelear contra los hombres?

—¡No os entregaré a mis hijos!

Christy está asombrada de ver, entre sus agresores, al tío de Riaz, Hyatt, el hombre de la familia que se había mostrado más amable con ella, casi un amigo, una especie de protector. Pero ha sido engañado como los demás. Christy le da puñetazos, cegada por el miedo. Hyatt cae gimiendo, y la cohorte de locos furiosos pierde un poco su energía ante aquella inesperada resistencia de parte de una mujer. Y salen finalmente de la habitación gruñendo amenazas, mientras Adam es devuelto a Christy unos minutos más tarde.

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