Finalmente, Khalid acepta. Yo, por mi parte, permanezco en contacto con la embajada, que nos confirma que hay otro vuelo a Detroit. Podemos cambiar las reservas.
El consejero no piensa dejar a Khalid a sol ni a sombra. Le acompañará, le llevará las maletas, se asegurará de que esté en el avión, hasta el despegue.
Nueva espera y nuevo problema: el avión hará escala en Canadá. Khalid podría muy bien desaparecer allí con Adam. Tiene un permiso de residencia válido para el Canadá. ¿Y si decide instalarse allí y escapar de nosotros?
El consejero, que le sigue como si fuera su sombra, previene al embajador, el cual llama al Departamento de Estado. Un funcionario me telefonea:
—No hay plaza para Detroit; toma un vuelo directo a Nueva York. Deben ustedes ir a recogerle allí; su llegada está prevista para el miércoles. Vuelo dos seis uno, a las veinte horas locales.
Más enloquecimiento. Mariann y yo volamos a Nueva York, tomamos una habitación en el hotel del aeropuerto, y esperamos. Yo estoy al límite de mis fuerzas: ya van dos noches sin dormir, y la siguiente tampoco será muy tranquila…
Lunes 25 de mayo. Arnie se reúne con nosotras con la sentencia de divorcio y la solicitud de la custodia de los niños. Mariann los firma ante la cámara de Bob, que nos sigue a todas partes. Arnie se marcha otra vez a Michigan para hacer autenticar los documentos.
Una nueva dificultad nos aguarda. A la llegada de Khalid a Nueva York, Mariann deberá convencerle de que le acompañe a Michigan pero ocultándole la verdadera razón. Pues se trata de una razón legal: el divorcio ha sido dictado por un juez de Michigan y la custodia concedida en ese Estado. Por tanto, es en Michigan donde Mariann puede anunciar a Khalid que ya no están casados, y recuperar legalmente a Adam.
Martes 26 de mayo. En nuestra habitación del hotel de Nueva York transformada en cuartel general, el teléfono está siempre sonando. Me siento en plena tensión. Esta situación me recuerda demasiadas cosas. La angustia de Mariann es pesada de sobrellevar.
En Detroit, Arnie se esfuerza por obtener una orden de detención contra Khalid, por rapto. Ésta sería la única salida para que Adora fuera devuelta a su madre… Pero el consejero del tribunal para asuntos familiares le ha escuchado impertérrito hablar de los peligros que la niña corre en Irak. Se ha inmutado tan poco que anuncia de sopetón: «Perdóneme, ¡pero llego retrasado a una comida!»
El porvenir de una niña de cuatro años le preocupa menos que una comida.
Y nosotros, mientras tanto, esperamos la confirmación de la salida de Khalid.
Le telefoneamos desde Nueva York; es la una de la madrugada. Para él, la mañana. Mariann suda, muestra unas grandes ojeras, y tiene los dedos crispados sobre el auricular:
—¿Adam ha dormido bien? ¿Y tú?
—Todo va bien. Voy a donde tú sabes…
Mariann me lanza una mirada inquisitiva. ¿Qué quiere decir «donde tú sabes»?
Adam se pone al aparato; está tranquilo.
—He tomado una ducha, mamá; ¡nos vamos al aeropuerto! ¡Te quiero, mamá!
Nueva espera. Mariann da vueltas por la habitación, como una leona enjaulada, incapaz de dormir. Yo tampoco puedo. ¡Con tal de que Khalid suba al avión y no invente una nueva exigencia!
Las tres de la madrugada. ¡Ha emprendido el viaje! Esta vez es seguro. El consejero de la embajada de Ammán ha tomado incluso la precaución de llevar personalmente las maletas, y luego ha subido a un taxi con Khalid y Adam. Él mismo ha confirmado los billetes, les ha acompañado al pasar la aduana y la policía, y ha esperado a que subiesen por la pasarela y a que la puerta del avión se cerrara y a que el aparato despegara. ¡Adam vuela hacia Nueva York, finalmente!
Miércoles 27 de mayo. Mariann y yo tomamos un taxi hasta la terminal. El rostro de Mariann aparece descompuesto por el estrés de los últimos días. Yo ya no me tengo en pie. Queda aún lo más difícil para ella: no delatar su estado de ánimo a Khalid, y llevarle a Michigan. Las dos tenemos la desagradable sensación de estar preparándole una trampa, pero Arnie ha encontrado las palabras adecuadas para tranquilizarnos; «¡Él mismo cayó en la trampa el día en que raptó a los niños!»
En el taxi, le doy los últimos consejos a Mariann:
—Esta noche, descansad en el hotel antes de tomar el avión a Michigan… Presta atención. En presencia de Khalid no debes dormirte. He conocido casos en los que el padre ha aprovechado el sueño de su mujer para desaparecer con los niños. Una vez en Nueva York, aún podría hacerlo, e instalarse en otro Estado para continuar chantajeándote…
—No me dormiré…
—Estás tan fatigada que puedes dormirte a pesar tuyo.
—Voy a dejar cosas por el suelo, la maleta, zapatos… Si se levanta, sus pies tropezarán con ello… Siempre he sido un poco desordenada; eso no le sorprenderá…
—Y, sobre todo, ni una palabra de divorcio antes de estar en Flint… Yo me mantendré oculta desde que se anuncie la llegada del vuelo. De momento, vale más que no sepa quién soy. Estarás sola. ¿Te ves capaz? Bien, nos veremos en Flint.
—Seré capaz. Lo haré por mi hijo, seré capaz…
La cámara de Bob nos sigue hasta el vestíbulo del aeropuerto. Llegamos demasiado temprano. Aprovecho para hablar con Arnie; las noticias son decepcionantes:
—No se puede obtener una orden de detención. Además, él ya no es su marido. No podrá residir en Estados Unidos. Ahora es un extranjero. Ya no puede obtener un visado definitivo…
—Yo tomaré el mismo avión que ellos, mañana. Lo que me inquieta es esta noche en el hotel. Mientras ella conserve la calma…
El anuncio resuena en medio del guirigay del vestíbulo: «El vuelo 261 procedente de Ammán anuncia su llegada por la puerta G.»
Mariann se pone lívida. Avanza sin darse la vuelta, como hipnotizada, mientras yo retrocedo a las barreras del control de inmigración.
Hay mucha gente, y yo no conozco a Khalid más que por las fotos que me mostró Mariann. Estatura mediana, tez pálida, bigote y cabello moreno oscuro. Una especie de retrato robot. Intento descubrir a Adam, con un nudo en la garganta. Todo me recuerda mi propia historia, sobre todo, Adora, la cual no estará allí. Adora sigue en Irak, a pesar de que su padre había prometido…
Finalmente veo a Mariann, cuya elevada estatura sobresale por encima de la multitud, con los brazos en alto como celebrando una victoria. Y, siguiendo su mirada, descubro esa victoria: un niño de once años, de cabellos castaños y lacios sobre una frente pálida, de cuerpo delgado y espigado.
Adam salta la barrera de inmigración de un brinco y se abalanza sobre su madre. Ha saltado tan alto que queda aprisionado entre los brazos de Mariann, sus piernas alrededor de la cintura de su madre y el rostro hundido en su cuello. Ella baila mientras lo lleva, lo acuna, se besan, sus dos cabelleras se mezclan, las dos frentes chocan.
Mis lágrimas brotan inconteniblemente, tan emocionante es el espectáculo que ofrecen madre e hijo, plenos de felicidad. Una inmensa oleada de emoción inunda mi pecho. Con los ojos clavados en ellos, comparto, como espectadora anónima, este momento intenso, esta recompensa sin par.
A unos metros de distancia, Khalid, con sus maletas, acaba de pasar el control de inmigración. Con el rostro impasible, se abre camino entre la multitud, sin una mirada para ellos dos, como si este estallido de afecto no le concerniera.
De repente, descubre la cámara de Bob. Se detiene, sorprendido, desconfiando. Mariann se reúne con él, con Adam pegado a ella, caminando al mismo paso, la mirada levantada hacia el rostro de su madre.
Mariann tiene que explicar ahora a su marido la presencia de esta cámara. Creo que se las arregla bien. Ha debido de decir que la televisión se interesa por su reencuentro, que no tiene nada que temer. Por otra parte, Bob y su objetivo son rápidamente engullidos por la muchedumbre. Bob decide volver hacia mí y entrevistarme rápidamente para la conclusión del reportaje.
Son las nueve de la noche. Khalid y Mariann se van al hotel a pasar la noche. Yo también. Ya no podemos comunicarnos.
Por la mañana, en el aeropuerto, sólo hay disponibles tres plazas en el vuelo a Flint, ¡el avión está completo! Eso quiere decir que no puedo acompañarlos, cuando he prometido a Mariann estar con ella en el momento en que anuncie a Khalid que ha obtenido el divorcio y la custodia de los niños… Enloquecida, me precipito al mostrador de una compañía privada para contratar un vuelo privado. Me prometen que el piloto llegará dentro de una hora. Es justo. Muy justo. Incluso aunque volemos más de prisa que el avión de línea regular.
Pasa una hora y el piloto no aparece. Tiemblo de desesperación. Les he visto subir a los tres en el avión sin poder hacer otra cosa que continuar esperando.
Finalmente llega el piloto, sofocado:
—¡Me han pillado en varios embotellamientos! ¡Nueva York es realmente infernal a esta hora!
No sé qué hora es, ni en qué día estamos. Cinco días, cuatro noches sin dormir, ¡todas estas emociones!
He llamado a Mahtob diariamente. Ella se preocupa por mí: «Haces demasiado, mamá. Deberías tomarte unas vacaciones. ¿Has visto a Adam? ¿Ya está aquí? ¡Magnífico!»
El avión despega sin que yo repare en ello, y trato de relajarme. Imposible. Mariann es tan frágil… Tan nerviosa… Imagino a Khalid poniéndose violento ante ella. Amenazándole con las peores represalias, o bien huyendo con Adam… o convenciéndola otra vez de que se marche con él… ¿Qué habrá pasado entre ellos durante la noche? ¿Una reconciliación, o una batalla?
Mi avión aterriza unos minutos después del de línea. Corro al vestíbulo, corro hacia el aparcamiento en el exterior. Arnie está allí, con Adam; Mariann permanece un poco apartada con Khalid. Están hablando. Ella se muestra vehemente, y él parece que baja la cabeza, se mira los pies, la maleta. Señala a Arnie; debe de estar preguntando quién es ese hombre, y Mariann debe de contestar «Es mi abogado». Como yo me acerco a Arnie, y Khalid me descubre, seguro que le pregunta quién soy yo.
Nos reunimos con ellos, ya que es evidente que Mariann se lo ha dicho todo. La trampa se ha cerrado sobre Khalid Saieed, sus exigencias, su chantaje.
Pero se ha cerrado también sobre Adora.
Khalid me mira con cierta curiosidad. Mariann, que parece muy tranquila, me presenta como la representante de la organización Un Mundo para los Niños, sin más detalles.
Es la primera vez que me encuentro con un padre secuestrador. Los hay a centenares en el ordenador de la oficina: nombres, edades, países… pero siempre irreales, muy lejanos.
Khalid, en cambio, es muy real. Me parece abrumado por lo que acaba de saber, pero curiosamente tranquilo, como resignado. En este siniestro póquer ha perdido sus ambiciones. Trato de tranquilizarle, de entablar una conversación que no le contraríe:
—Señor Khalid, estoy aquí sólo en representación de mi organización. No estoy implicada en su historia personal más que por los niños. Los niños son mi única preocupación, ¿comprende usted?
No sé si lo comprende. Tiene un aire de total indiferencia hacia mis palabras. No está realmente intimidado por este comité de bienvenida. Un hombre curioso.
—Arnold Dunchock es el abogado de Mariann —prosigo—, y está dispuesto a discutir con usted sobre sus proyectos en Estados Unidos.
La presencia de Arnie no le asombra; ha hablado con él por teléfono en varias ocasiones cuando pedía todas las garantías para un regreso a Estados Unidos con los dos hijos.
—¿Qué piensa hacer ahora?
—He previsto alojarme en casa de un amigo, en Pontiac. Voy a instalarme allí por unos días.
Mariann se muestra sorprendida:
—¡No me lo habías dicho!
—Tú tampoco me habías dicho que querías divorciarte.
—Tuve que hacerlo. ¡Era la única manera de conseguir para ti un visado de turista! ¡De haber seguido casados, Inmigración no te hubiera aceptado!
—¿Por qué?
—Porque no quieren más iraquíes residentes en Estados Unidos. De hecho, no conceden siquiera visados turísticos. Gracias al Departamento de Estado y a mi abogado te has podido beneficiar de ello.
—Me alojaré unos días en casa de mi amigo, y luego me marcharé.
—¿Y Adora?
—Adora está en casa de mi madre; mi cuñada se ocupa de ella. La niña está muy bien allí.
Arnie interviene con su calma habitual y su sentido de las negociaciones.
—Cuando se halle de regreso en Irak, le sugiero que el contacto se haga por intermedio de nuestra oficina. Estoy dispuesto a escucharle. Usted no ignora que la custodia legal de los niños ha sido concedida a Mariann en Estados Unidos…
—Necesito un taxi…
¿Ha escuchado? Comprendo ahora lo que me contaba Mariann: el hombre del silencio, el hombre encerrado en sí mismo, indiferente a los demás, a sus sentimientos, a su discurso.
Se acabó. Por seguridad, Khalid no sabrá dónde reside Mariann, aunque ni siquiera lo ha preguntado.
Sube a un taxi y se va. Con su maleta, solo, a casa de ese amigo de Pontiac del que no había hablado a nadie. Tiene su billete de regreso pagado por mi organización. Me da un poco de pena. Yo me esperaba agresividad, cierta rebeldía por su parte; a fin de cuentas, Mariann le quita su hijo legalmente. Pero no muestra nada de eso. ¿Quizás sólo está interesado en su hija? O en nada, excepto el triunfo social y el dinero.
Adam se despide de su padre sin más. Sin agresividad. A su madre le ha susurrado: «¡Mamá, no me dejes jamás solo con él!»
Por el momento, la historia de Khalid y de Mariann se acaba aquí, en este aparcamiento de un aeropuerto de Michigan. Él se aleja en un taxi, pero ¿con qué ideas en su cabeza? Ella, partida en dos: de un lado, felicidad con Adam; del otro, desesperación por Adora.
Los días siguientes, mientras la prensa cuenta el desenlace de la aventura, Adam se muestra sorprendido por el comentario de un periodista:
—Mamá, ¿por qué dice que yo fui raptado? Papá no hizo eso, dijo que tenía derecho de llevarme a ver a su familia en Irak… ¡Dijo que tú estabas de acuerdo!
—Ahora ya sabes que eso no es verdad. Él no me había dicho nada; se marchó con vosotros sin que yo lo supiera…
—Ya veo. Pero cuando tú te marchaste de Mossul, nos dijo que nos habías abandonado. Nos lo repitió durante semanas.
—¿Y tú le creíste?
—No; te lo había prometido.
Adam ha tenido igualmente que asumir esta verdad: su padre le mintió durante dos años, fingiendo que Mariann estaba de acuerdo en que Adora y él vivieran en Irak. Luego, culpó a su madre de haberlos abandonado. Es duro, para un niño, enterarse de que su padre es un embustero.