Northwest Smith (14 page)

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Authors: Catherine Moore

Tags: #Ciencia ficción,Fantasía

Continuaron a lo largo de la galería en súbito silencio, desde el momento en que las voces musicales se callaron, extrañadas. Al parecer, el Alendar era un personaje familiar, pues ellas le dedicaron poca atención. En lo referente a Vaudir, volvían la cabeza con un espasmo de repulsión, prefiriendo no reconocer su existencia. Pero Smith era el primer hombre que veían, aparte del Alendar, y la sorpresa les hacía enmudecer.

Prosiguieron su camino en medio de aquel aire vibrante, y las últimas jóvenes adorables, que los miraban fijamente, quedaron atrás. Un portal de marfil se abrió ante ellos, sin que lo tocasen. Ya en su interior, bajaron por unas escaleras y recorrieron otro pasillo, mientras la embriaguez del aire moría y un murmullo de voces musicales surgía a su espalda. Siguieron avanzando hasta que el sonido se perdió. El pasillo quedó a oscuras hasta que reanudaron nuevamente la marcha en medio de la penumbra.

En ese momento, el Alendar se detuvo y se volvió hacia ellos.

—He dispuesto mis joyas más costosas —dijo— en aderezos diferentes. Como éste…

Alargó un brazo y Smith vio una cortina que colgaba del muro. Había otras, más lejos, manchas oscuras en la penumbra. El Alendar apartó los negros pliegues y la luz interior se derramó suavemente a través de una verja para arrojar sombras floreadas sobre el muro opuesto. Smith avanzó y miró fijamente.

A través de una ventana enrejada, observó una habitación tapizada de terciopelo negro. Era muy sobria. Apoyado en el muro de enfrente había un diván y en él —el corazón de Smith dio un salto y se detuvo— yacía una mujer. Y si las jóvenes de la galería le habían parecido diosas, aquella mujer era más adorable que todo lo que los hombres se hubiesen atrevido a imaginar, incluso en las leyendas. Sobrepasaba la divinidad: largas piernas blancas sobre terciopelo, dulces formas curvas y planas marcándose bajo el vestido, cabello de bronce derramándose como lava sobre uno de sus hombros, y su rostro, tranquilo como la muerte, de ojos cerrados. Era una belleza pasiva, como de alabastro perfectamente moldeado. Y un encanto, una fascinación totalmente tangible emanaban de ella como en un hechizo mágico. Un encantamiento hipnótico, magnético, poderoso. No podía apartar sus ojos de ella. Era como una avispa atrapada en la miel…

El Alendar dijo algo por encima del hombro de Smith, con voz vibrante que estremeció el aire. Los cerrados párpados se abrieron. La vida y la belleza recorrieron el rostro en calma como una ola, iluminándolo de modo insoportable. Aquel encantamiento magistral la despertó y animó con una peligrosa viveza…, atractiva y fascinante. Se levantó, deslizándose lentamente como una ola sobre las rocas; sonrió (los sentidos de Smith cedieron a la belleza de aquella sonrisa) y después se hundió lentamente con una profunda reverencia en el terciopelo del suelo, con el cabello ondulando y cayendo a su alrededor, hasta que yació prosternada en un llamear de belleza bajo la ventana.

El Alendar dejó caer la cortina y se volvió hacia Smith cuando se desvaneció la deslumbrante visión. De nuevo, el destello aguzado se clavó en el cerebro de Smith. El Alendar sonrió una vez más.

—Vamos —dijo, y avanzó por el pasillo.

Pasaron ante tres cortinas y franquearon una cuarta. Posteriormente, Smith recordó que debió de haber apartado la cortina para mirar a través de los barrotes de la ventana, pero el espectáculo que vio borró de su mente cualquier otro recuerdo. La joven que vivía en aquella habitación tapizada de terciopelo estaba de puntillas cuando corrió la cortina, y su belleza y su gracia, de pies a cabeza, dejaron sin aliento a Smith, como si un rayo le hubiese alcanzado en el corazón. Y su encanto irresistible y doloroso le lanzó hacia delante, hasta que se encontró agarrando los barrotes con los nudillos en blanco, ajeno a nada que no fuese aquel deseo acuciante que destruía el alma…

Ella se movió, y el espejismo de gracia que recorrió como una canción cada uno de sus gestos causó un tremendo dolor en sus sentidos, por lo puro e inalcanzable de su encanto. Sabía, incluso en aquel torbellino de arrebato, que aunque pudiera estrechar entre sus brazos y para siempre aquel suave y redondeado cuerpo, todavía seguiría ansiando la plenitud que la carne no podría darle. Aquella belleza suscitó un ansia en su alma más enloquecedora que cualquier apetito carnal. El cerebro le daba vueltas por el deseo de poseer esa intangible e irresistible belleza que sabía que nunca podría poseer ni alcanzar mediante los sentidos de que disponía. Aquel deseo incorpóreo bramó en su interior como la locura, con tanta violencia que la habitación osciló y el blanco contorno de la belleza tan inalcanzable como las estrellas se desdibujó ante él. Se quedó sin aliento, se ahogó y retrocedió ante la visión intolerable y exquisita.

El Alendar rió y dejó caer la cortina.

—Vamos —dijo de nuevo, con una sutil hilaridad completamente perceptible en su voz, y Smith le siguió, aturdido.

Recorrieron un largo trecho, pasando junto a cortinas que colgaban a intervalos irregulares a lo largo de los muros. Cuando, finalmente, hicieron un alto, la cortina ante la que se detuvieron apareció levemente iluminada en su contorno, como si algo rutilante se encontrase tras ella. El Alendar apartó sus pliegues.

—Nos estamos aproximando —dijo— a la pura claridad de la belleza, apenas estorbada por las ataduras de la carne. Mira.

Smith sólo echó una mirada para ver quién se hallaba dentro. Y la exquisita impresión de lo que vio sacudió como una tortura cada uno de sus nervios. Durante un instante de locura, su razón vaciló ante la terrible fascinación que emanaba de quien vivía allí, y sus ondas le calaron hasta el alma… Belleza hecha carne que atenazaba con férreos dedos cada uno de sus sentidos y nervios, y algo más intangible, irresistible y profundo que buscaba a tientas las raíces de su ser, arrancándole el alma…

Sólo echó una mirada, pero en aquella mirada sintió cómo su alma respondía a aquella atracción, y un deseo terrible se abrió camino, inútilmente, a través de él. Después, levantó un brazo para cubrirse los ojos y retrocedió tambaleándose hacia la oscuridad. Un lamento sin palabras subió hasta sus labios, y la tiniebla se cernió sobre él.

La cortina cayó. Smith se aplastó contra el muro y tomó aire entre largos y estremecedores jadeos, mientras los latidos de su corazón iban calmándose gradualmente y la impía fascinación le abandonaba. Los ojos del Alendar resplandecían con fuego verde cuando él se volvió hacia la ventana, y un ansia innombrable se extendió como una sombra sobre su rostro. Y dijo:

—Podría mostrarte otras, terrestre. Pero, al final, sólo conseguirías volverte loco (has estado muy cerca hace sólo unos instantes), y tengo otros planes para ti… Me pregunto si comienzas a comprender, ahora, el propósito de todo esto.

El resplandor verde se fue apagando de aquella mirada cortante como un puñal, a medida que los ojos del Alendar miraban fijamente a Smith. El terrestre sacudió levemente la cabeza para expulsar los vestigios de aquel deseo devorador, y llevó nuevamente su mano a la culata de su pistola. En cierta medida, su familiar contacto le produjo seguridad y, con ella, una nueva conciencia del peligro que le rodeaba. En aquel momento sabía que allí no podría encontrar ninguna gracia para él, a quien los secretos más recónditos de Minga habían sido inexplicablemente revelados. Le esperaba la muerte…, una muerte extraña, en cuanto el Alendar, cansado de hablar… Pero si mantenía los oídos y los ojos bien abiertos no podría —si Dios quería— cogerle tan rápidamente que muriera solo. Una ráfaga de aquella llama azulada como la hoja de una espada era todo lo que pedía en aquel momento. Sus ojos, alerta y hostiles, se enfrentaron resueltamente con la afilada mirada. El Alendar rió y dijo:

—La muerte está en tus ojos, terrestre. Sólo hay asesinato en tu cerebro. ¿Tu mente no puede comprender otra cosa que no sea batallar? ¿No hay curiosidad en ella? ¿No te preguntas por qué te he traído hasta aquí? Sí, la muerte te espera. Pero no una muerte desagradable. Además, de una forma u otra, siempre espera a todos. Atiende, permíteme que te diga… que tengo motivos para desear penetrar en ese caparazón animal de autoprotección que sella tu mente. Déjame que te mire más profundamente… si es que aún te queda algo profundo. Tu muerte será… útil y, en cierta forma, agradable. De otro modo… Bueno, las bestias de las tinieblas tienen hambre. Y la carne sirve para alimentarlas, lo mismo que a mí una bebida más dulce… Atiende.

Smith entornó los ojos. Una bebida más dulce… Peligro, peligro, su aroma llenaba el aire; instintivamente, sintió el peligro de abrir su mente a la penetrante mirada del Alendar, mientras la fuerza de sus impositivos ojos latía en su cerebro como unas luces tremendas…

—Vamos —dijo en voz baja el Alendar, y se desplazó sin hacer ruido en medio de la penumbra. Ellos le siguieron, Smith alerta hasta límites dolorosos, la muchacha caminando con la mirada baja y entornada, su mente y su alma muy lejos, en alguna tiniebla nefanda cuya sombra se mostraba infame bajo sus pestañas.

El pasillo se ensanchó para formar una bóveda y, de repente, al otro lado, un muro desapareció en el infinito y ellos se detuvieron ante el vertiginoso extremo de una galería que daba a un mar negro y viscoso. Smith musitó un juramente de sorpresa. Un momento antes, el camino les había conducido a través de unos túneles de techo muy bajo que se hundían en las profundidades; al instante siguiente se detenían ante la orilla de un vasto cúmulo de ondulante tiniebla, mientras un tímido viento tocaba sus rostros con el hálito de cosas innombrables.

Abajo, muy lejos, las oscuras aguas se agitaban. La fosforescencia las iluminaba de manera incierta, y él no estuvo seguro de que fuera agua lo que hervía en la oscuridad. Una fuerte consistencia parecía ser inherente al oleaje, como fango negro que se agitase.

El Alendar contempló las olas encrespadas de fuego. Permaneció un instante sin hablar y luego, a lo lejos, en las cenagosas ondas, algo rompió la superficie con un salpicar aceitoso, algo velado piadosamente por la negrura, que volvió a sumergirse, produciendo sobre la superficie un oleaje de señales progresivas.

—Atiende —dijo el Alendar, sin volver la cabeza—. La vida es muy antigua. Hay razas más viejas que el hombre. La mía es una de ellas. La vida surgió del negro fango de las profundidades del mar y se elevó hacia la luz a lo largo de muchas líneas divergentes. Algunas alcanzaron la madurez y la profunda sabiduría cunado el hombre aún se balanceaba en los árboles de la jungla.

“Durante muchos siglos, si contamos el tiempo como hacéis los humanos, el Alendar habitó aquí, cultivando la belleza. En los últimos años ha vendido algunas de sus beldades menores, quizá para explicar a gusto de la humanidad lo que jamás podría comprender si se le contase la verdad. ¿Comienzas a darte cuenta? Mi raza es remotamente afín a aquellas razas que absorban la sangre del hombre, más próxima a aquellas que beben sus fuerzas vitales para alimentarse. Yo he refinado mi gusto aún más. Bebo… la belleza, vivo de la belleza. Sí, en sentido literal.

“En cierto modo, la belleza es tan tangible como la sangre. Es una fuerza localizada, propia, que habita en los cuerpos de hombres y mujeres. Habrás notado la vacuidad que en tantas mujeres acompaña la perfecta belleza…, la fuerza tan enorme que se sobrepone a todas las demás y vive vampíricamente a expensas de la inteligencia, la bondad, la conciencia y todo lo demás.

“Aquí, en el origen (pues nuestra raza ya era vieja en los comienzos de este mundo, engendrada en otro planeta, sabia y antigua), cuando nos despertamos de nuestro sueño en medio del cieno, decidimos alimentarnos con la fuerza de la belleza inherente a la humanidad, incluso en los días en que ésta vivía en cuevas. Pero como era un magro alimento, estudiamos la raza para determinar dónde podrían descansar nuestros grandes proyectos, y después seleccionamos especímenes para criarlos, construimos este bastión y nos dedicamos a la tarea de hacer que la humanidad evolucionase hasta el límite de su belleza. Con el paso del tiempo, fuimos desechando todos los tipos hasta llegar al actual. Este último tipo de belleza lo desarrollamos para la raza humana. Es interesante ver lo que hemos conseguido sobre otros mundos, con razas completamente diferentes…

“Bien, aquí lo tienes. Mujeres criadas como campo de cultivo para la devoradora necesidad de belleza de que vivimos.

“Pero… la dieta se hizo monótona, como suele suceder con la comida que se repite. Me quedé con Vaudir porque vi en ella una chispa de algo que, excepto en muy raras ocasiones, había sido cultivado en las jóvenes de Minga. Pues la belleza, como ya he dicho, devora las demás cualidades, excepto a ella misma. Sin embargo, de alguna forma, la inteligencia y el coraje sobrevivieron en estado latente en Vaudir. Ella disminuye su belleza, pero su sabor supone un cambio entre la eterna repetición de las demás. Y eso fue lo que pensé hasta que te vi.

“Entonces me acordé de todo el tiempo que había pasado desde que probé la belleza del hombre. Es tan rara, tan diferente de la belleza femenina, que casi había olvidado que existía. Pero tú la tienes, muy tenue, de un modo crudo, agreste…

“Te he contado todo esto para degustar la cualidad de esa… de esa agreste belleza tuya. Si me hubiera confundido en lo referente a las profundidades de tu mente, hubieses ido a alimentar a las bestias de la oscuridad, pero veo que no estaba confundido. Detrás de tu caparazón animal de autoconservación se encuentran esas fuerza y energía profundas que alimentan las raíces de la belleza masculina. Creo que debiera darte un respiro para dejar que crezcan, mediante los métodos coercitivos que conozco, antes… de que beba. Será delicioso…

La voz se extinguió en el silencio de un murmullo, el agudo resplandor sondeó los ojos de Smith. Él intentó evitarlo, aun sin estar totalmente seguro, pero sus ojos se volvieron involuntariamente hacia la penetrante mirada, y la desconfianza murió en él, gradualmente, mientras la imperiosa atracción de aquellos puntos que relucían en pozos de negrura le mantenía completamente inmóvil.

Y mientras miraba fijamente aquellos destellos de diamante, vio desvanecerse y apagarse lentamente su fulgor, hasta que los puntos luminosos se convirtieron en pozos que rielaban, y se encontró mirando una negra maldad tan elemental y vasta como el espacio entre los mundos, una nada vertiginosa donde moraba un horror innombrable…, profundo, muy profundo… y a su alrededor se fue cerrando la negrura. Se insinuaron en su mente unos pensamientos que no eran suyos, que salían de aquella negrura inmensa y elemental…, pensamientos que se arrastraban, que se retorcían… hasta que tuvo un atisbo de aquel lugar sombrío donde se revolcaba el alma de Vaudir, y algo tiró de él hacia abajo, cada vez con más fuerza, hasta una pesadilla consciente contra la que no podía luchar…

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