Northwest Smith (15 page)

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Authors: Catherine Moore

Tags: #Ciencia ficción,Fantasía

Entonces, sin saber cómo, aquella fuerza cedió durante un instante. Hubo un momento preciso en que se encontró de nuevo sobre la orilla del viscoso mar, empuñando una pistola con dedos inertes… Después, la negrura se cerró sobre él nuevamente, pero con una oscuridad diferente, inquieta, que no poseía totalmente el poder omnímodo de la otra pesadilla y que le dejaba con las suficientes fuerzas para luchar.

Y luchó, y fue un combate desesperado, inmóvil, mudo, en un negro mar de horror, mientras unos pensamientos como gusanos se retorcían en su mente bajo tensión y las nubes le rodeaban y se abrían para volver a rodearle. A veces, en los momentos en que aquella tenaza se debilitaba, tenía tiempo para sentir una tercera fuerza luchando entre aquella fuerza negra y ciega, que le arrastraba hacia abajo, y su propio esfuerzo cansado y frenético para liberarse, una tercera fuerza que estaba debilitando la negra atracción, de forma que él tenía momentos de lucidez cuando se hallaba libre a orillas del océano y sentía el sudor correrle por el rostro y era consciente de su corazón palpitante y de la respiración ahogada que torturaba sus pulmones; y entonces upo que estaba luchando con cada uno de sus propios átomos, en cuerpo, mente y alma, contra la intangible negrura que tiraba de él hacia abajo.

Después sintió que la fuerza contra la que luchaba se concentraba en un esfuerzo final —sintió la desesperación de aquel esfuerzo— y se desplomaba sobre él como una marea. Zarandeado, ciego, sordo y mudo, sumergido en la más completa negrura, se debatió en las profundidades de aquel infierno sin nombre donde pensamientos ajenos y repugnantes se retorcían en su cerebro. No tenía cuerpo ni asidero, y mientras se revolcaba en un cieno más repugnante que cualquiera de los terrestres, porque procedía de almas negras e inhumanas de eras anteriores del hombre, fue consciente de que unos pensamientos, como gusanos que se retorcieran en su cerebro, iban formando lentamente conceptos monstruosos… Una sabiduría parecida a un flujo informe se iba derramando a través de su cerebro incorpóreo, una sabiduría tan espantosa que no la podía comprender conscientemente, aunque subconscientemente todos los átomos de su cuerpo y de su alma se sentían asqueados e intentaban, inútilmente, olvidarla. Se vertía sobre él, le impregnaba, se extendía por él más y más con la mismísima esencia del horror… y sintió que su mente se fundía bajo su poder disolvente, fundiéndose y corriendo fluida en nuevos canales y nuevas formas…, formas horribles…

Y justo en ese instante, mientras la locura le envolvía y su mente daba vueltas en el umbral de la aniquilación, sonó un chasquido, y, como una cortina, la negrura desapareció y se encontró aturdido y pasmado en la galería, encima del negro mar. Todo daba vueltas a su alrededor, pero se trataba de cosas corpóreas que relucían y se alzaban ante sus ojos, la bendita roca negra y las olas tangibles que tenían forma y cuerpo… Sus pies pisaron con fuerza y su mente se recuperó, despejándose y volviendo a ser la de siempre.

Y en aquel momento, a través de la bruma de debilidad que aún le envolvía, una voz exclamó salvajemente: “¡Mata!… ¡Mata!”, y entonces vio al Alendar titubeando contra la balaustrada, con todos sus rasgos inexplicablemente borrosos e inciertos, y, detrás de él, a Vaudir, con ojos llameantes y el rostro terriblemente devuelto a la vida, gritando “¡Mata!”, con voz escasamente humana.

Como una criatura con vida propia, la mano que empuñaba la pistola fue alzándose —no la había soltado a pesar de todo lo que le había sucedido—, y fue escasamente consciente de la violencia del retroceso en su mano y del fogonazo azul que llameó en su boca. Alcanzó de lleno a la oscura figura del Alendar, y entonces hubo un silbido y un resplandor…

Smith cerró los ojos con fuerza y volvió a abrirlos, para quedarse mirando con incredulidad mezclada de disgusto; pues, a menos que la lucha hubiese afectado a su cerebro y que los retorcidos pensamientos aún se revolcasen por su mente, tiñendo todo lo que veía con un horror no terreno…, a menos que aquello fuese verdad, no estaba contemplando a un hombre que acababa de ser acertado entre los pulmones, y que hubiera debido derrumbarse en el suelo, en una masa sangrante, sino… sino… ¡Dios! ¿Qué era eso? La oscura figura había resbalado junto a la balaustrada y, en lugar de un borbotón de sangre, una repugnante, innombrable e informe negrura manaba de ella: fango como el del viscoso mar de abajo. Toda aquella forma oscura de hombre se estaba fundiendo, derramándose sobre el charco de negrura que se iba formando a sus pies, en el pavimento de piedra.

Smith empuñó con más fuerza su pistola y esperó con muda incredulidad, y todo aquel cuerpo fue cayendo y fundiéndose lentamente, hasta que perdió toda forma —algo repugnante, horripilante— y en donde se encontrara el Alendar, hubo un montón de cieno viscoso sobre el suelo de la galería, espantosamente vivo, que se hinchaba y ondulaba, en un esfuerzo para levantarse y asumir nuevamente una apariencia de humanidad. Y mientras miraba, perdió incluso aquella forma, y sus bordes se fundieron de modo nauseabundo, y toda la masa se aplanó y volvió a formar un charco de horror espantoso, y, entonces, fue consciente de que iba goteando lentamente por la balaustrada hacia el mar. Siguió observando, inmóvil, cómo aquel montículo rodante y reluciente se fundía, se adelgazaba y pasaba a través de los barrotes, hasta que el suelo estuvo limpio nuevamente, sin que una mancha oscureciese la piedra. Una dolorosa opresión en los pulmones le hizo volver a la realidad y comprendió que había estado conteniendo el aliento, sin creer apenas en lo que veía. Vaudir se había apoyado de nuevo contra el muro, y vio que sus rodillas se doblaban bajo su cuerpo. Entonces se abalanzó hacia ella, cojeando sobre sus inciertos pies para cogerla antes de que cayera.

—¡Vaudir! ¡Vaudir! —la zarandeó con suavidad—. Vaudir, ¿qué ha sucedido? ¿Estoy soñando? ¿Estamos a salvo? ¿Ya… estás despierta?

Muy lentamente, sus blancos párpados se abrieron, y los ojos negros se encontraron con los suyos. Y vio en ellos la sabiduría de aquel vacío reptante que él había vislumbrado, la sombra que jamás podría expulsar. Estaba impregnada y mancillada por aquello. Y la mirada de sus ojos fue tal que, involuntariamente, la soltó y retrocedió. Ella se tambaleó un poco y después recobró el equilibrio y le miró con los párpados entornados. El grado de inhumanidad de su mirada repercutió en su alma, aunque le pareció ver un reflejo de la joven que había sido, torturada aún en medio de la negrura. Y supo que estaba en lo cierto cuando dijo, con voz lejana y sin inflexiones:

—¿Despierta?… No, todavía no, terrestre. He llegado muy abajo en el infierno… Me infligió la peor tortura que conocía, pues aún queda en mí la suficiente humanidad para comprender en qué me he convertido, y para sufrir…

“Sí, se ha ido, ha vuelto al fango que le alimenta. Yo he sido parte de él, una con él y la negrura de su alma, ahora lo sé. Han transcurrido eones desde que la negrura cayó sobre mí, he morado durante eternidades en los mares oscuros y ondulantes de su mente, absorbiendo su conocimiento… y fui una con él, y ahora que se ha ido, debo morir; pero, si está en mi mano, desearía verte a salvo fuera de aquí, pues fui yo quien te arrastró hasta este lugar. Si pudiera recordar…, si pudiese encontrar el camino…

Se volvió, indecisa, y dio un paso titubeante en el camino por donde había venido. Smith saltó hacia ella y deslizó el brazo que tenía libre a su alrededor, pero ella se estremeció por el contacto.

—No, no. No lo soporto, el roce de la carne humana sin tacha… Rompe el hilo de mis recuerdos… No puedo ver en el interior de su mente como cuando habitaba en ella, y debo, debo…

Ella le apartó y se tambaleó, echando un último vistazo al ondeante mar, y después echó a andar. Avanzó a lo largo del muro de piedra con paso vacilante, apoyando una mano en él para sostenerse; su voz era un susurro discontinuo, que a él le obligaba a caminar muy cerca de ella para oírla, y la mayoría de las veces deseó no haberla oído.

—Cieno negro… Negrura alimentándose de la luz… Todo se agita… El cieno, el cieno y un mar ondulante… Salió de él, ya lo sabes, antes de que la civilización comenzase aquí. Es muy viejo, nada hubo antes sino el Alendar… Y de algún modo (ahora no puedo ver precisamente cómo, ni recordar por qué) descolló sobre los demás, como hicieron en otros planetas algunos de su raza, y tomó forma humana y comenzó a criar a los suyos…

Siguieron por el oscuro corredor, pasaron cortinas que ocultaban la encarnación de la belleza, y los tambaleantes pasos de la joven acompasaron sus tambaleantes palabras, casi incoherentes…

—Vivió aquí durante todas estas eras, alimentando y devorando la belleza (sed de vampiro, qué repugnante deleite beber la fuerza de la belleza), lo sentí y lo recordé cuando era una con él… Espesas capas negras de limo primordial… apagando la belleza humana en el cieno, absorbiendo… Ciega sed negra… Y esta sabiduría era antigua, espantosa y llena de poder… Así podía absorber un alma a través de los ojos y sepultarla en el infierno, y ahogarla en él, como hubiera hecho conmigo si yo no hubiese sido, sin saber por qué, algo diferente de las demás. ¡Gran Shar, desearía no haberlo sido! Mejor hubiera sido haberme hundido en él y no haber sentido en cada uno de mis átomos la horrible suciedad de… de lo que conozco. Pero, en virtud de aquella oculta fuerza, no me rendí del todo, y cuando él empleó todo su poder para subyugarte, pudo luchar en lo más recóndito de su mente, creando una perturbación que le distrajo mientras luchaba contigo, haciendo posible que te liberases lo suficiente para destruir la carne humana con que se había revestido, y así regresó nuevamente al fango. No comprendo totalmente por qué sucedió todo esto… Sólo sé que su debilidad, contigo asaltándole desde fuera y yo luchando encarnizadamente con él en el mismísimo centro de su alma, fue tal que se vio obligado a utilizar la energía que le mantenía con forma humana, lo que le debilitó tanto que se disgregó cuando su forma humana fue atacada. Y así volvió a caer de nuevo en el limo de donde salió, limo negro…, consistente…, viscoso…

Su voz se perdió en un murmullo y tropezó, a punto de caer. Cuando hubo recobrado el equilibrio se colocó delante de él a gran distancia, como si su misma proximidad le resultase repugnante, y el débil balbuceo de su voz le llegó en frases entrecortadas y sin sentido.

Poco después, el aire comenzó a crepitar, y ambos franquearon la puerta de plata y entraron en la galería donde el aire burbujeaba como el champán. El estanque azul seguía tan claro como una joya en su aderezo dorado. De las jóvenes no había ni rastro.

Cuando llegaron al extremo de la galería, la muchacha se detuvo, volviendo hacia él un rostro contorsionado por el esfuerzo que hacía al recordar.

—Aquí está la señal —dijo, vehemente—. Si sólo pudiera recordar… —se cogió la cabeza entre ambas manos, la agitó violentamente, y añadió—: Ahora no tengo fuerzas… Ya no puedo… No puedo —y aquel débil y lastimero susurro llegó incoherente a los oídos de Smith.

Luego se irguió con resolución, vacilando un poco, y se dirigió hacia él, extendiendo las manos. Él se las cogió, dudando, y vio cómo se estremecía ante aquel contacto y su rostro se contorsionaba de dolor. Y entonces él, a través de aquel contacto, también sintió un estremecimiento y una oleada de asco. Vio cómo ponía los ojos en blanco y su rostro se marcaba con las arrugas de la tensión; un fino rocío perló su frente. Permaneció así durante un largo momento, con un rostro como el de la muerte, y unos profundos estremecimientos recorrieron todo su cuerpo. Sus ojos estaban tan vacíos como la nada que separa los planetas.

Cada uno de los estremecimientos que la recorrían se transmitía por entero a él, a través del contacto de sus manos, como una negra ola de espanto, por eso volvió a ver una vez más el viscoso mar, y se revolcó en el infierno del que había luchado por salir mientras estaba en la galería, y supo por vez primera qué tipo de tortura debía estar sufriendo ella, agazapada en lo más profundo de aquel mar inquieto. El pulso se le aceleró y, durante algunos momentos, penetró en la ciega negrura y en el fango, y sintió el cosquilleo de los primeros pensamientos retorcidos en las raíces de su cerebro…

Entonces, súbitamente, una completa oscuridad se cerró sobre ellos y, nuevamente, todas las cosas se desdibujaron, como si los átomos de la galería estuvieran cambiando; y cuando Smith abrió los ojos siguió entrando en el oscuro e inclinado corredor, con el olor a sal y a antigüedad que impregnaba fuertemente el aire.

Vaudir gimió imperceptiblemente a su lado, y él se volvió para verla apoyada contra el muro, temblando tanto de pies a cabeza que pensó que iba a caerse al suelo en cualquier momento.

—Estaré mejor… dentro de unos instantes —balbució—. Tuve que usar… casi toda mi fuerza para… que pudiéramos salir… Aguarda…

De tal suerte, permanecieron en la oscuridad, en el corrupto aire salobre, hasta que su temblor se apaciguó y ella dijo, con su vocecita vacilante:

—Vamos.

Y reanudaron la marcha. Ya sólo quedaba un corto trecho hasta la barrera de negro vacío que guardaba la puerta de la habitación donde habían visto por vez primera al Alendar. Cuando llegaron a aquel lugar, ella se estremeció levemente, se detuvo, y extendió con decisión las manos. Cuando él las tocó, sintió una vez más las repugnantes y viscosas olas correr por su cuerpo, y se sumió nuevamente en aquel fangoso infierno. Como antes, la completa negrura relampagueó sobre él en el tiempo de un suspiro. Entonces ella apartó sus manos y ambos volvieron a encontrarse en el portal, mirando la habitación tapizada de terciopelo que habían dejado… hacía eones, o eso le parecía.

Se mantuvo alerta, mientras las ondas de cegadora debilidad invadían a la joven, tras aquel supremo esfuerzo. La muerte era visible en su rostro cuando se volvió, finalmente, hacia él.

—Vamos… Oh, vamos, deprisa —susurró, y echó a andar, titubeando.

Él la siguió pegado a sus talones a través de la habitación, y franquearon la gran puerta de hierro y siguieron el pasillo hasta el comienzo de la escalera de plata. Allí se le encogió el corazón, porque tuvo el presentimiento de que la joven no podría subir la larga escalera de caracol hasta arriba del todo. Pero ella puso un pie en el primer peldaño y subió con decisión; mientras la seguía, oyó que hablaba consigo misma:

—Espera… Oh, espera… Déjame llegar hasta arriba… Déjame arreglar al menos esto… y entonces… ¡No, no! Por favor, Shar, ¡no, el cieno negro otra vez no!… ¡Terrestre, terrestre!

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