Read Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón Online
Authors: Orson Scott Card
Tags: #Ciencia Ficción
—Y sin embargo —dijo—, ¿por qué nos hizo Dios reina, si no para traer a sus hijos a la Cruz?
El cardenal Mendoza asintió.
—Si las ideas de Colón tienen mérito, entonces cumplirlas merecerá cualquier sacrificio, majestad. Mantengámoslo aquí en la corte para que pueda ser examinado, para que sus ideas pueden ser discutidas y comparadas con el conocimiento que tenemos de los antiguos. Creo que no hay prisa. Cathay seguirá todavía allí dentro de un mes o dos, o de un año.
Isabel reflexionó unos instantes.
—Ese hombre no tiene posesiones —dijo—. Si lo retenemos aquí, deberemos unirlo a la corte. —Miró a Quintanilla—. Debe permitírsele que viva como un caballero.
Él asintió.
—Ya le di una pequeña suma para que viviera mientras esperaba esta audiencia.
—Quince mil maravedíes de mi propio bolsillo —dijo la reina.
—¿Eso es para un año, majestad?
—Si requiere más de un año, volveremos a hablar del tema.
Hizo un gesto con la mano y desvió la mirada. Quintanilla se marchó. El cardenal Mendoza también se excusó y salió. Santángel se volvió para imitarlo, pero ella lo llamó.
—Luis —dijo.
—Majestad.
Esperó hasta que el cardenal Mendoza terminó de marcharse.
—Qué extraordinario que el cardenal Mendoza decidiera escuchar todo lo que ese Colón tenía que decir.
—Es un hombre notable —dijo Santángel.
—¿Quién? ¿Colón o Mendoza?
Como el propio Santángel no estaba seguro, no tenía ninguna respuesta preparada.
—Lo habéis escuchado, Luis Santángel, y sois un hombre obstinado. ¿Qué pensáis de él?
—Creo que es un hombre honrado. Aparte de eso, ¿quién puede saberlo? Océanos, barcos de vela y reinos al este... no sé nada de eso.
—Pero sabéis cómo juzgar cuándo un hombre es honrado.
—No ha venido a robar los cofres reales —dijo Santángel—. Y sentía cada palabra que os ha dicho hoy. De eso estoy seguro, majestad.
—Yo también —dijo la reina—. Espero que pueda defender su caso ante los eruditos.
Santángel asintió. Y entonces, contra su mejor juicio, añadió un osado comentario.
—Los eruditos no lo saben todo, majestad.
Ella alzó las cejas. Luego sonrió.
—También os ha ganado a vos, ¿verdad?
Santángel se ruborizó.
—Como decía... creo que es un hombre honrado.
—Los hombres honrados tampoco lo saben todo.
—En mi línea de trabajo, majestad, he llegado a considerar que un hombre honrado es una preciosa rareza, mientras que los eruditos abundan.
—¿Y eso es lo que le diréis a mi esposo?
—Vuestro esposo —dijo él con cuidado— no me hará las mismas preguntas que vos.
—Entonces acabará sabiendo menos de lo que debería saber, ¿no creéis?
Era lo máximo que la reina Isabel podía decir para admitir abiertamente la rivalidad entre las dos coronas de España, a pesar de la cuidadosa armonía de su matrimonio. No valdría para nada que Santángel se comprometiera en una pregunta tan peligrosa.
—No soy capaz de imaginar qué deben saber los soberanos.
—Ni yo tampoco —dijo la reina en voz baja. Apartó la mirada, mientras un aire de melancolía cruzaba su rostro—. No será bueno para mí verlo demasiado a menudo —murmuró. Entonces, como si recordara que Santángel estaba allí, lo despidió con un gesto.
Él se marchó de inmediato, pero las palabras de la reina permanecieron fijas en su mente. No será bueno verlo demasiado a menudo. Así que Colón la había impresionado más de lo que imaginaba. Bueno, eso era algo que el rey no tenía necesidad de saber. No había ningún motivo para decirle al soberano algo que acabaría con el pobre genovés muerto en una noche oscura con un cuchillo entre las costillas. Santángel le diría al rey Fernando sólo lo que éste preguntara: ¿merecia la pena invertir en la idea de Colón? Y a eso, Santángel respondería sinceramente que en ese momento era más de lo que la corona podía permitirse, pero que dentro de algún tiempo, cuando la guerra hubiera concluido con éxito, podría ser factible e incluso deseable, si se juzgaba que tenía alguna posibilidad de éxito.
Y mientras tanto, no había necesidad de preocuparse por la última observación de la reina. Era una mujer cristiana y una reina astuta. No pondría en peligro su puesto en la eternidad o en el trono por un breve capricho con este genovés de pelo blanco; ni Colón parecía tan loco para buscar una loca aventura donde convertirse en favorito. Sin embargo, Santángel se preguntaba si en el fondo de la mente de Colón no habría una leve esperanza de ganar más que la mera aprobación de la reina.
Bueno, ¿qué importancia tenía? No llegaría a nada. Si Santángel era un juez de hombres, estaba seguro de que el cardenal Mendoza había dejado la corte esa noche decidido a que el examen de Colón fuera un infierno. Los argumentos del pobre hombre acabarían hechos pedazos; después de que los eruditos terminaran con él, sin duda marcharía de Córdoba avergonzado.
«Lástima —pensó Santángel—. Había empezado bien.»
Y entonces pensó: «Quiero que tenga éxito. Quiero que consiga sus navios y realice su viaje. ¿Qué me ha hecho? ¿Por qué debería importarme? Colón me ha seducido igual que ha seducido a la reina.»
Se estremeció ante su propia fragilidad. Creía que era más fuerte.
Para Hunahpu quedó claro desde el principio que a Kemal le molestaba tener que perder el tiempo escuchando a aquel joven mexicano desconocido. Se mostró distante e impaciente. Pero Tagiri y Hassan fueron bastante agradables, y cuando Hunahpu miró a Diko advirtió que estaba completamente tranquila; su sonrisa fue cálida y alentadora. Quizá Kemal era siempre así. «Bueno, no importa —pensó Hunahpu—. Lo que importa es la verdad.» Y Hunahpu la tenía, o al menos más verdad de lo que nadie había logrado recopilar todavía respecto a esos asuntos.
Tardó una hora en exponer todo lo que le había mostrado a Diko en la mitad de tiempo, sobre todo porque al principio Kemal no paraba de interrumpirlo, desafiando sus declaraciones. Pero a medida que fue pasando el tiempo, cuando quedó claro que todo lo que cuestionaba Kemal era resuelto mediante pruebas que Hunahpu pretendía incluir un poco más tarde en su presentación, la hostilidad empezó a menguar y se le permitió continuar con menos preguntas.
Había alcanzado el punto al que había llegado con Diko, y como para recalcar ese hecho ella acercó su silla a la zona de visión del TruSite II. Los otros que habían observado el día anterior también mostraron más atención.
—Les he mostrado que los taráscanos tenían la tecnología para establecer un imperio más dominante que el mexica, y los tlaxcalanos buscaban esa tecnología. Su pugna por la supervivencia los había vuelto más abiertos a la novedad... lo vimos un poco después, por supuesto, cuando se aliaron con Cortés. Pero esto no fue todo. Los zapotecas de la costa norte del istmo de Tehuantepec también estaban desarrollando una nueva tecnología.
De repente el TruSite II empezó a mostrar la construcción de unos barcos. Hunahpu les enseñó la canoa habitual de los tainos y caribes de las islas del este y luego las diferencias con los nuevos barcos que estaban construyendo los zapotecas.
—Timones —dijo, y todos observaron que la caña del timón estaba siendo transformada en un aparato más eficaz—. Y ahora, miren cómo hacen los barcos más grandes.
En efecto, los zapotecas estaban consiguiendo una capacidad de transporte mayor de lo que sería posible con una canoa tallada a partir de un solo árbol. Al principio consistía en amplias planchas montadas sobre los costados de la canoa que se extendían hacia afuera, pero esto hacía que el bote fuera inseguro, fácil de volcar. Una solución mejor fue dar forma a un segundo árbol en extensión vertical a los lados de la canoa, sujeto al casco por el uso de agujeros abiertos en los lados. Para que fuera estanco al agua cubrían las superficies de savia antes de unirlas, creando una especie de engrudo que las sujetaba.
—Ingenioso —dijo Kemal.
—Duplica la capacidad de los barcos. Pero los frena también.... tienden a encallarse. Pero lo que importa es que han aprendido a unir la madera y hacerla resistente al agua. La construcción con un solo árbol se ha acabado. Sólo es cuestión de tiempo antes de que las canoas originales de un árbol se conviertan en la quilla, y se usen tablas para crear un casco más ancho.
—Cuestión de tiempo —dijo Kemal—. Pero no se ve cómo lo hacen.
—Carecen de las herramientas adecuadas —dijo Hunahpu—. Cuando Tlaxcala se apodere del imperio azteca, el bronce de los taráscanos será de los zapotecas y podrán hacer bordas más eficaces y con superficies más lisas y dignas de confianza. Lo importante es que cuando crean una innovación, ésta se extiende rápidamente. Y los zapotecas también viven bajo la presión de los aztecas. Tienen que encontrar provisiones porque los ejércitos mexicas los han expulsado de sus territorios. En esta tierra pantanosa, la agricultura es siempre precaria. Miren hacia dónde navegan.
Les mostró los torpes y burdos barcos zapotecas transportando grandes cargamentos desde Veracruz y el Yucatán.
—Por lentos que sean estos barcos, llevan la suficiente carga en cada viaje para permitir que éstos sean beneficiosos. Han navegado lo suficiente hacia el norte por la costa de Veracruz para entrar en contacto con los tlaxcalanos y los taráscanos. Y aquí —la imagen cambió otra vez—, ésta es la isla de La Española. Y miren quién ha venido de visita.
Tres barcos zapotecas se acercaron a la orilla.
—Por desgracia —dijo Hunahpu—, Colón ya estaba allí.
—Pero si no hubiera estado —intervino Diko—, el alcance del imperio tlaxcalano podría haberse extendido hasta las islas.
—Exactamente.
—Ya había extensos contactos entre Mesoamérica y las islas del Caribe —dijo Kemal.
—Por supuesto —contestó Hunahpu—. La cultura taina era en realidad un residuo de saqueadores anteriores del Yucatán. Trajeron consigo el deporte de pelota, por ejemplo, y se establecieron como clase gobernante. Pero adoptaron el lenguaje arahuaco y pronto olvidaron sus orígenes, y desde luego no establecieron ninguna ruta de comercio regular. ¿Para qué? Sus barcos no podían cargar lo suficiente para que eso produjera beneficios. Sólo saquear merecía la pena, y los caribes eran los saqueadores, no los tainos, y como surgieron del sureste caribeño, Mesoamérica quedaba lejos de su alcance. Los tainos conocían Mesoamérica como una tierra fabulosa de oro y riquezas y dioses poderosos... a eso se referían cuando le hablaron a Colón de la tierra de oro que había al oeste, pero no mantenían ningún contacto regular. Estos barcos zapotecas lo habrían cambiado todo. Sobre todo a medida que se hacían más grandes y mejores. Habría sido el comienzo de una tradición marinera que habría hecho que los barcos pudieran cruzar el Atlántico.
—Muy especulativo —dijo Kemal.
—Perdóneme —intervino Diko—, ¿pero no trata de eso todo su proyecto? ¿De especulación?
Kemal la miró con mala cara.
—Lo que importa no son los detalles —dijo Hunahpu, ansioso por no enfrentarse a Kemal—. Lo que importa es que los zapotecas estaban innovando, llegaron a las islas con barcos que podían transportar cargamentos mayores y eran conocidos por los tlaxcalanos a lo largo de la costa de Veracruz. Es impensable que los tlaxcalanos no se aprovecharan de esta nueva tecnología como hicieron con el bronce de los tarascanos. Fue una época de invención e innovación en Mesoamérica, la única barrera era el ultraconservador liderazgo mexica y éste estaba condenado (todo el mundo lo sabe). Me parece obvio a partir de estas evidencias que los tlaxcalanos se habrían convertido en el imperio sucesor y, como los persas con el imperio de los caldeos, el innovador y políticamente sofisticado imperio tlaxcalano habría ampliado el imperio de los mexica.
—Ha defendido usted muy bien sus argumentos —dijo Kemal.
Hunahpu casi se permitió un suspiro de alivio.
—Pero sostiene mucho más que eso, ¿verdad? Y para eso no tiene ninguna prueba.
—El descubrimiento de Colón borró todas las otras pruebas —dijo Hunahpu—. Pero claro, la Intervención también borró la cruzada de Colón al este. Creo que estamos en el mismo terreno.
—Igualmente inestable.
—Kemal encabeza los aspectos especulativos de nuestra investigación —dijo Tagiri—, precisamente porque es profundamente escéptico al respecto. No cree que sea posible una reconstrucción precisa.
Esa idea nunca se le había ocurrido a Hunahpu: que Kemal estuviera predispuesto a rechazar todas las especulaciones. Había supuesto que su única tarea era hacer que Kemal considerara otro escenario posible, no que tuviera que persuadirle de que era posible construir un escenario después de todo.
Diko pareció advertir su consternación.
—Hunahpu —dijo—, dejemos a un lado el tema de lo que puede y no puede ser demostrado. Seguro que ha desarrollado el resto de la historia en su mente. Considerémosla tan probable como que Tlaxcala ha conquistado y unificado todo el antiguo imperio azteca, que ahora navega en los barcos zapotecas comerciando a todo lo largo y ancho, y con los tarascanos haciendo para ellos armas y herramientas de bronce. ¿Y luego qué?
Su guía le ayudó a recuperar la confianza. Tratar de convencer al gran Kemal contra su voluntad era una posibilidad demasiado remota; pero sí podía exponer sus ideas.
—Primero —dijo Hunahpu— tienen que recordar que había un problema con los mexica que los tlaxcalanos no superaron. Igual que los mexica, la práctica tlaxcalana de los sacrificios sistemáticos a su dios sediento de sangre habría acabado con el caudal humano necesario para alimentar a su población.
—¿Y entonces? ¿Cómo lo resuelve? —preguntó Kemal—. No habría venido aquí si no tuviera una respuesta.
—Tengo una posibilidad. No hay ninguna evidencia, puesto que Tlaxcala no había tenido que gobernar un imperio todavía. Pero no podrían haber tenido éxito si cometieran el mismo error que los mexica, matar a los hombres capaces de sus poblaciones sometidas. Así es como pienso que lo habrían resuelto: hay un atisbo de doctrina entre la clase sacerdotal de que su dios guerrero Camaxtli se vuelve especialmente sediento de sangre después de que haya concedido a Tlaxcala una victoria. La existencia de esta idea hace posible que los tlaxcalanos desarrollaran la práctica de sólo ofrecer grandes sacrificios en masa después de una victoria militar, porque ése es el único momento en que Camaxtli necesita especialmente sangre. Así que si una tribu o nación se alia voluntariamente con Tlaxcala, sometiéndose a su soberanía y permitiendo que la burocracia tlaxcalana administre sus asuntos, sus hombres, en vez de ser sacrificados, se encargan de trabajar en los campos. Quizá, si demuestran ser dignos de confianza, puedan incluso unirse al ejército tlaxcalano, o luchar junto a él. Los sacrificios en masa sólo se realizan utilizando cautivos de los ejércitos que se resisten. Aparte de eso, los sacrificios en tiempo de paz permanecerían en un nivel tolerable... como lo eran antes de que los mexica se alzaran para formar el imperio azteca en primer lugar.