Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón (22 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

—Pero sin comprensión no puede haber fe —dijo el padre Antonio—, y por eso queda en el terreno de los hombres.

—Está la comprensión de la razón, en la que los hombres destacan, y la comprensión de la compasión, en la que las mujeres son muy superiores. ¿Qué pensáis que da paso a la fe?

Colón los dejó discutiendo sobre el tema y terminó sus preparativos para el viaje a Córdoba, donde los reyes habían establecido su corte mientras continuaban su guerra más o menos permanente contra los moros. Toda aquella charla sobre lo que las mujeres quieren y necesitan y admiran era ridícula, lo sabía... ¿qué podían saber de las mujeres unos sacerdotes célibes? Pero claro, Colón había estado casado y no sabía nada sobre ellas, y el padre Pérez y el padre Antonio habían oído las confesiones de muchas mujeres. Así que tal vez sabían.

«Felipa creía en mí —pensó Colón—. No le daba ninguna importancia, pero ahora comprendo que la necesitaba, que dependía de ella para eso. Creyó en mí aunque no comprendía mis argumentos. Tal vez el padre Pérez tiene razón y las mujeres pueden ver más allá de lo superficial y comprender el meollo más profundo de la verdad. Quizá Felipa veía la misión que la Santísima Trinidad puso en mi corazón, y eso la hizo apoyarme a pesar de todo. Quizá la reina Isabel lo verá también, y como es una mujer en un lugar normalmente reservado a los hombres, podrá volver el curso del destino para permitirme cumplir la misión de Dios.»

A medida que oscurecía, Colón se fue sintiendo más solitario, y por primera vez que pudiera recordar, echó de menos a Felipa y quiso tenerla a su lado. «Nunca comprendí lo que me diste —le dijo, aunque dudaba que pudiera oírlo. ¿Pero por qué no podía? Si los santos pueden oír las oraciones, ¿por qué no las esposas?—. Y si ella no me escucha ya (¿por qué iba a hacerlo?), sé que estará escuchando las oraciones de Diego.»

Con este pensamiento recorrió el monasterio iluminado por las antorchas hasta que llegó a la pequeña celda donde dormía Diego. Colón lo cogió en brazos y lo llevó a su propia habitación, a su cama más grande, y allí se acostó, con su hijo acurrucado. «Estoy aquí con Diego —dijo en silencio—

¿Me ves, Felipa? ¿Me oyes? Ahora te comprendo un poco—le dijo a su esposa muerta—. Ahora conozco la grandeza del regalo que me diste. Gracias. Y si tienes alguna influencia en el cielo, toca el corazón de la reina Isabel. Deja que ella vea en mí lo que tú viste. Deja que me ame una décima parte de lo que tú lo hiciste y tendré mis barcos y Dios llevará la cruz a los reinos de Oriente.»

Diego se agitó, y Colón le susurró:

—Sigue durmiendo, hijo mío. Sigue durmiendo.

Diego se acurrucó contra él, y no se despertó.

Hunahpu caminaba con Diko por las calles de Juba como si pensara que los niños desnudos y las chozas de paja fueran la forma más natural de vivir; ella nunca había visto un visitante de fuera de la ciudad que no hiciera comentarios, que no formulara preguntas. Algunos pretendían aparentar indiferencia, y preguntaban si la paja utilizada para las chozas era local o importada, o alguna otra tontería que realmente fuera una forma de dar rodeos para decir: ¿De verdad viven ustedes así? Pero Hunahpu no parecía pensar nada de eso, aunque ella advertía que sus ojos lo abarcaban todo.

Dentro de Vigilancia del Pasado, naturalmente, todo sería familiar, y cuando llegaron a su estación Hunahpu inmediatamente se sentó ante su terminal y empezó a recuperar archivos. No había pedido permiso, pero ¿por qué habría de hacerlo? Si estaba allí para enseñarle a ella algo, ¿por qué debería solicitar el uso de lo que ella obviamente pretendía que utilizara? No estaba siendo descortés. De hecho, había dicho que estaba aterrado. ¿Podría ser esta tranquilidad, esta impasibilidad la forma en que trataba con el miedo? ¡Tal vez si se relajara de verdad, parecería más tenso! Riendo, bromeando, mostrando emociones, reaccionando. Quizá sólo parecía completamente en paz cuando sentía temor.

—¿Cuánto sabe ya? —preguntó—. No quiero desperdiciar tiempo exponiendo un material con el que ya está familiarizada.

—Sé que los mexica llegaron a su cima imperial con la conquista de Ahuitzotl. Eso demostró esencialmente los límites prácticos del imperio mesoamericano. Las tierras conquistadas estaban tan lejos que Moctezuma II tuvo que reconquistarlas, y aun así siguieron sin permanecer en su poder.

—¿Y sabe por qué ésos fueron los límites?

—Por el transporte —dijo ella—. Estaba demasiado lejos, era demasiado difícil abastecer a un ejército. La mayor hazaña de los guerreros aztecas fue hacer la conexión con Soconusco, en la costa del Pacífico. Y eso sólo funcionó porque no sacrificaron a sus víctimas en Soconusco, sino que comerciaron con los nativos. Fue más una alianza que una conquista.

—Ésos fueron los límites en el espacio —replicó Hunahpu—. ¿Qué hay de los límites sociales y económicos?

Ella sintió como si la estuvieran examinando. Pero él tenía razón: si probaba primero sus conocimientos, sabría hasta qué grado podía profundizar en lo que importaba, los nuevos hallazgos que responderían a la gran pregunta de por qué la Intervención había encomendado a Colón la misión de navegar hacia el oeste.

—Económicamente, el culto mexica de los sacrificios era contraproducente. Mientras seguían conquistando nuevas tierras, tomaban tantos cautivos de la guerra que el territorio cercano podía mantener una fuerza de trabajo suficiente para proporcionar comida. Pero en cuanto empezaron a volver de las batallas con veinte o treinta cautivos en vez de con dos o tres mil, se enfrentaron a un dilema. Si realizaban sus sacrificios en los territorios cercanos que ya controlaban, la producción de alimento bajaría. Pero si dejaban a esos hombres en los campos, tendrían que reducir sus sacrificios, lo que significaría aún menos poder en la batalla, aún menos favor del dios del estado... ¿cómo se llamaba?

—Huitzilopochtli —dijo Hunahpu.

—Bueno, decidieron aumentar los sacrificios. Como una especie de prueba de fe. Así que la producción cayó y hubo hambre. Y los pueblos que gobernaban se inquietaron más y más por los sacrificios, aunque todos creían en la religión, porque en los viejos tiempos, antes de los mexica con su culto a Witsil.. Huitzil...

—Huitzilopochtli.

—Sólo había unos pocos sacrificios cada vez, comparativamente hablando. Tras la guerra ceremonial, o incluso después de la guerra de la estrella. Y después de los juegos de pelota. Los mexica, con sus prolíficos sacrificios, eran nuevos. La gente odiaba eso. Las familias estaban siendo destrozadas y, como se sacrificaba a tanta gente, ya no parecía haber ningún honor sagrado en ello.

—¿Y dentro de la cultura mexica?

—El estado se desarrolló porque proporcionaba movilidad social. Si te distinguías en la guerra, ascendías. Las clases comerciantes podían comprar su estatuto de nobleza. Se podía progresar. Pero eso terminó inmediatamente después de Ahuitzotl, cuando Moctezuma acabó virtualmente con toda posibilidad de comprar con dinero el ascenso social, y cuando el fracaso de una guerra tras otra indicó que había pocas posibilidades de ascender a través del valor demostrado en batalla. Moctezuma se encontró en un punto muerto, y eso fue desastroso, ya que toda la estructura económica y social mexica dependía de la expansión y la movilidad social.

Hunahpu asintió.

—Bien —dijo Diko—, ¿en qué está en desacuerdo de todo esto?

—No estoy en desacuerdo con nada.

—Pero la conclusión que se obtiene de todo esto es que incluso sin Cortés, el imperio azteca se habría derrumbado en cuestión de años.

—De meses, en realidad —dijo Hunahpu—. Los más valiosos pueblos indios aliados de Cortés fueron los pueblos de Tlaxcala. Fueron los que ya habían roto la maquinaria militar mexica. Ahuitzotl y Moctezuma lanzaron ejército tras ejército contra ellos, pero siempre conservaron su territorio. Para los mexica fue una humillación, porque Tlaxcala estaba al este de Tenochtitlán, completamente rodeado por el imperio mexica. Y todos los otros pueblos, los que aún se resistían a los mexica y los que estaban siendo reducidos a cenizas bajo su gobierno, empezaron a ver en Tlaxcala la esperanza de su liberación.

—Sí, he leído su trabajo al respecto.

—Es como el imperio persa después de los caldeos. La caída de los mexica no tenía por qué implicar la de toda la estructura imperial. Los tlaxcalanos habrían actuado y se habrían apropiado de ella.

—Es un resultado posible —dijo Diko.

—No —corrigió Hunahpu—. Es el único resultado posible. Algo que ya estaba en marcha.

—Ahora llegamos a las pruebas, me temo.

Él asintió.

—Mire.

Se volvió hacia el TruSite II y empezó a recuperar escenas cortas. Obviamente se había preparado con mucho cuidado, pues pasaba de una escena a otra casi con la rapidez de una película.

—Aquí está Chocla —dijo, y le mostró breves imágenes de la reunión del hombre con el rey tlaxcalano y con otros hombres en otros contextos; luego nombró a otro embajador tlaxcalano y le mostró lo que estaba haciendo.

La imagen se reveló rápidamente. Los tlaxcalanos eran bien conscientes de la inquietud de los pueblos sometidos y de las clases guerreras y comerciantes dentro del territorio mexica. La situación era propicia para un golpe de estado o una revolución, y lo que sucediera primero sin duda conllevaría lo segundo. Los tlaxcalanos se estaban reuniendo con líderes de todos los grupos, forjando alianzas, preparándose.

—Los tlaxcalanos estaban preparados. Si Cortés no hubiera llegado para desbaratar sus planes, habrían intervenido para apoderarse de todo el imperio mexica. Estaban preparando que todas las naciones sometidas de importancia se rebelaran a la vez y apoyaran a Tlaxcala a causa de su enorme prestigio. Al mismo tiempo, iban a dar un golpe para derribar a Moctezuma, lo que rompería la triple alianza cuando Texcozo y Tacuba abandonaran Tenochtitlán y se unieran a una nueva alianza de gobierno con Tlaxcala.

—Sí —dijo Diko—. Creo que eso está claro. Creo que tiene usted razón. Eso es lo que planeaban.

—Y habría funcionado —dijo Hunahpu—. Así que toda esta charla de que el imperio azteca estaba a punto de caer no tiene sentido. Habría sido sustituido por un imperio más nuevo, más fuerte, más vigoroso. Y, he de señalar, tan viciosamente dedicado a los sacrificios humanos como el mexica. La única diferencia entre ellos era el nombre del dios: en vez de Huitzilopochtli, los tlaxcalanos cometían sus masacres en nombre de Camaxtli.

—Todo esto es muy convincente —dijo Diko—. ¿Pero qué diferencia hay? Los mismos límites que se aplican a los mexica se aplicarían también a los pueblos de Tlaxcala. Los límites de transporte. La imposibilidad de mantener un programa sistemático de sacrificios e intensa agricultura al mismo tiempo.

—Los tlaxcalanos no eran los mexica.

—¿Y eso significa...?

—En su desesperada pugna por sobrevivir ante un enemigo implacable y poderoso (una pugna que los mexica nunca habían conocido, debo añadir), los tlaxcalanos abandonaron la fatalista visión de la historia que había lastrado a los mexica, los toltecas y los mayas antes que ellos. Buscaban un cambio, y el cambio tenía que producirse.

A estas alturas, empezaba a hacerse tarde y otras personas, terminada su jornada de trabajo, comenzaron a acercarse para ver la presentación de Hunahpu. Diko advirtió que el miedo le había abandonado y que se volvía apasionado y animoso. Se preguntó si era así cómo había comenzado el mito del indio estoico: la respuesta cultural al miedo entre los indios parecía impasibilidad a los europeos.

Hunahpu empezó a efectuar otra ronda de breves escenas que mostraban a mensajeros del rey de Tlaxcala, pero en este caso no acudían a disidentes mexicas o a naciones sometidas.

—Es bien sabido que los taráscanos al oeste y al norte de Tenochtitlán habían desarrollado recientemente bronce auténtico y estaban experimentando con otros metales y aleaciones —dijo Hunahpu—. Lo que nadie parece haber advertido es que los mexica eran completamente inconscientes de esto, pero Tlaxcala estaba muy al tanto. Y no van a tratar sólo de comprar el bronce. Van a tratar de coproducirlo. Están negociando una alianza y llevar a los herreros taráscanos a Tlaxcala. Sin duda tendrán éxito, y eso significa que tendrán armas devastadoras y terribles que ninguna otra nación de la zona posee.

—¿Crearía una gran diferencia el bronce? —preguntó uno de los espectadores—. Quiero decir que las hachas de pedernal de los mexica podían decapitar a un caballo de un golpe, no se puede decir que no tuvieran ya armas devastadoras.

—Una flecha con punta de bronce es más liviana y puede volar más lejos y con más precisión que una con punta de piedra. Una espada de bronce puede taladrar la armadura acolchada que resistía las puntas y las hojas de pedernal. Es una gran diferencia. Y no se habría acabado con el bronce. Los taráscanos eran serios en su trabajo con muchos metales diferentes. Estaban empezando a trabajar con el hierro.

—No —dijeron varios a la vez.

—Sé lo que dice todo el mundo, pero es cierto.

Mostró una escena donde un metalúrgico tarascano trabajaba con hierro más o menos puro.

—Eso no funcionará —dijo un curioso—. No está lo suficientemente caliente.

—¿Duda que encontrará un medio de hacer que su fuego sea más intenso? —preguntó Hunahpu—. Esta imagen es de la época en que Cortés se abría ya paso hacia Tenochtitlán. Por eso el trabajo con el hierro no llegó a nada. No se recordó porque no había tenido éxito cuando la conquista española. Lo descubrí porque soy el único que pensó que merecía la pena tratar de buscarlo. Pero los taráscanos estaban a punto de trabajar con hierro.

—¿Y entonces la edad de bronce mesoamericana habría durado menos de diez años? —preguntó alguien.

—No hay ninguna ley que diga que el bronce tiene que llegar antes que el hierro, o que el hierro tenga que esperar siglos tras el descubrimiento del bronce —dijo Hunahpu.

—El hierro no es la pólvora —señaló Diko—. ¿O nos va a mostrar a los taráscanos trabajando con ella?

—Mi razonamiento no es que alcanzaran la tecnología europea en unos pocos años... creo que eso sería imposible. Lo que estoy diciendo es que al aliarse con los taráscanos y controlarlos, los tlaxcalanos habrían tenido armas que les darían una ventaja devastadora sobre todas las otras naciones cercanas. Causarían tanto miedo que esas naciones, una vez conquistadas, podrían permanecer bajo su dominio más tiempo, podrían enviar libremente a los taráscanos el tributo que los mexica tenían que conseguir por medio de un ejército. Los lazos de sometimiento habrían aumentado y con ellos la estabilidad del imperio.

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