—¿Censuró la seguridad de la instalación esto? Debería.
—No, señor. —Íger logró evitar por bastante poco que se le escapase una sonrisa—. La persona que escribió esto era el jefe de la sección de seguridad de la instalación.
—Está de broma... —Geary volvió a mirar al teniente—. ¿Podría ser un truco, algo pensado para despistarnos?
—Por lo que sabemos, es real, señor.
—He hablado con los síndicos que capturamos. Usted los interrogó, y ninguno dijo nada parecido.
—No a nosotros, señor —dijo Íger—. Comentar asuntos de este tipo entre los suyos es una cosa, pero contárnoslo a nosotros sería casi un suicido para cualquier síndico que volviese a casa y fuese acusado. «¿Le dijo algo a la Alianza?» «¿Qué le contó al personal aliado?» Ese tipo de cosas. Entonces detectarían que mienten y los someterían a... métodos de interrogatorio más duros, y los acusarían de traición.
Parecía razonable.
—¿Qué opina entonces del hecho de que los civiles síndicos hablen de esto entre ellos, teniente?
Íger tardó un instante en responder, y adoptó de nuevo una actitud solemne.
—Hemos consultado el sistema experto en análisis sociales. Afirma que si esos mensajes son auténticos, y por lo tanto reflejan con exactitud el estado de los sentimientos del pueblo de Baldur, y no han sido penados con acciones en contra, o con arrestos, entonces el liderazgo político síndico no está en su mejor momento. El estrés derivado de la guerra debe de hacer cada vez más difícil mantener a raya a los insatisfechos y a los disidentes. Algunas de las demás cartas cuestionan los anuncios oficiales de las victorias síndicas sobre la Alianza, casi siempre con tono desdeñoso. No obstante, este no es más que un sistema olvidado por la red hipernética, por lo que podría existir una gran variación en la intensidad y en el grado de descontento en otros sistemas estelares. Pese a todo, no hay razón para pensar que la situación de Baldur sea única.
—En Sancere no observamos nada parecido —observó Geary.
—No, señor, pero Sancere es... o mejor dicho, era, antes de que lo hiciésemos trizas, un sistema rico y con astilleros militares. Contaba con muchos contratos con el gobierno, prioridad en los recursos, conexión con la hipernet, y probablemente la mayor parte de la gente trabajaba en puestos básicos relacionados con la guerra, por lo que estaban exentos de ser llamados a filas. No tenían demasiadas razones para quejarse. —El teniente Íger puso cara de circunstancia—. Yo procedo de un sistema aliado del mismo estilo, señor: Marduk. La vida es bastante buena en esos sistemas. Son los mejores en tiempos de guerra.
Geary clavó los ojos en el teniente.
—Pero, pese a todo, se unió a la flota en vez de optar por uno de esos buenos puestos exentos.
—Eh... así es, señor. —Íger miró a su suboficial, que sonreía en aquel momento—. La gente suele hacer bromas sobre eso, ya sabe, sobre que acabé en Inteligencia porque no demostré tener demasiada precisamente.
Obviamente los chistes sobre oficiales de Inteligencia no habían cambiado demasiado en un siglo. Geary volvió a centrar su atención en las cartas de Baldur. Parecía demasiado bueno para ser verdad. La moral enemiga por fin comenzaba a quebrarse.
—¿Qué dicen de la Alianza?
Ninguno de los dos respondió al momento, por lo que Geary miró tanto al teniente como al suboficial.
—¿Dicen algo sobre la Alianza?
Íger vaciló, claramente incómodo.
—Prácticamente solo repiten la propaganda síndica, señor. Uno de los últimos mensajes de la cola se firmó después de que nos detectasen, y es casi un testamento. Hay otros del mismo estilo, pero sin terminar y que no llegaron a confirmarse. Todos esperaban que nuestra flota eliminase todo lo que había en el sistema Baldur. Pensaban que no haríamos distinciones entre objetivos civiles y militares, y expresaban su temor por la seguridad de los suyos. Uno hablaba sobre un pariente que había sido capturado por nosotros, y creía que lo habíamos matado. Ese tipo de cosas.
—¿Propaganda? —repitió Geary—. Teniente, sé que las fuerzas de la Alianza han bombardeado objetivos civiles. Sé que han ejecutado a prisioneros.
Íger pareció sorprenderse.
—¡Pero fue algo coyuntural, señor! Nos vimos obligados a hacerlo. La política de la Alianza nunca ha sido como la de los síndicos.
—Parece que a la población síndica le cuesta encontrar la diferencia. —Geary señaló la tableta—. Puede que estén descontentos con sus líderes, pero nos temen. ¿No es verdad?
—Yo... sí, señor, es posible.
—De lo cual se podría deducir que la razón principal por la que la población síndica apoya a sus líderes y a la guerra es el miedo que sienten ante la Alianza, un miedo que nosotros alimentamos.
El suboficial tomó finalmente la palabra.
—Pero señor, lo hicimos porque debíamos hacerlo.
Geary intentó no resoplar.
—Supongamos que eso es realmente cierto, y no tengo ninguna duda de que el personal de la Alianza lo cree sinceramente. ¿Lo saben los síndicos? ¿Acaso los ciudadanos de los Mundos Síndicos no nos juzgan por nuestras acciones, y no por las justificaciones?
El teniente Íger miraba fijamente a Geary.
—Señor, detuvo los bombardeos sobre objetivos civiles y las ejecuciones de prisioneros en cuanto asumió el mando. Todos los sistemas síndicos en los que hemos estado saben que, bajo su mando, esta flota no es una amenaza para sus familias. ¿Cómo supo lo que sentían? ¿Cómo supo qué hacer?
Recuerda que el teniente, el suboficial y cada hombre y mujer de esta flota han pasado su vida en guerra con los síndicos. Recuerda que sus padres pasaron toda su vida en la misma situación. Recuerda las atrocidades, las venganzas, las interminables provocaciones y las represalias. Recuerda que yo no he tenido que aguantar lo que ellos, y que no tengo derecho a juzgarlos por pensar de un modo diferente
.
—Hice lo que hice —dijo en tono calmado— porque era lo correcto. Es lo que me enseñaron; lo que los antepasados y lo que nuestro honor nos piden. Sé por lo que han pasado. Lo que ha aguantado la Alianza durante esta guerra. Bajo esa presión, es fácil olvidar por qué luchamos realmente.
El suboficial asintió con la cabeza, como afligido.
—Tal y como usted nos dijo en Corvus, señor. Tal y como nos lo ha recordado. Nuestros antepasados tenían que decirnos que habíamos ido por el mal camino, por eso lo enviaron, porque sabrían que escucharíamos sus palabras.
Perfecto. No solo les recordaba lo que eran, también debía de ser el mensajero de los antepasados. Aunque en realidad lo era, ya que traía consigo lo que los antepasados creían un siglo atrás.
Era uno de esos antepasados. No le gustaba tener presente ese detalle porque le recordaba que su mundo se había perdido en el pasado, aunque fuese verdad.
El teniente Íger puso una mano sobre la mesa, mientras la miraba.
—Tenemos que convencer a los síndicos de que ahora es distinto, de que ya no somos más peligrosos para ellos que sus propios líderes. Es algo que podemos conseguir si seguimos demostrándoselo, ¿verdad, señor?
—Así es —afirmó Geary.
—Y si su moral sigue desmoronándose, y deciden que tienen menos que temer de nosotros que de sus propios líderes, podrían también quebrarse los Mundos Síndicos.
—Sería un resultado más que deseable. —Geary le dio la vuelta a la tableta que tenía en la mano mientras reflexionaba—. Debemos estar atentos ante estas cosas, y si su sistema experto sugiere algún modo de explotar este tipo de problemas que afectan a la moral síndica, háganmelo saber.
A lo mejor, solo a lo mejor, se veía realmente un poco de luz al final del túnel. La Alianza no tenía posibilidades de derrotar a los Mundos Síndicos mientras sus líderes siguiesen consumiendo de ese modo los recursos de los mundos bajo su dominio. Pero si un pequeño porcentaje de ellos se rebelaba y no apoyaba la guerra con su gente y sus recursos, le proporcionaría a la Alianza la ventaja que necesitaba para conseguir lo que había buscado durante todo un siglo.
Victoria Rione evitó a Geary con éxito durante los seis días que se necesitaban para llegar a Sendai. Él pasó el tiempo imaginando escenarios de batalla potenciales, intentando encontrar la manera de no perder cruceros de batalla, y a sus respectivos oficiales, hasta quedarse sin nada. Dejarlos fuera de combate con el fin de conservarlos, sin más, no era una buena excusa.
Volvió a sentarse en el puente del
Intrépido
cuando la flota salió del espacio de salto. Las posibilidades de que los síndicos colocasen minas a la salida, o incluso que hubiesen descubierto que la flota de la Alianza se dirigía a Sendai, eran bastante remotas. No obstante, Geary quería estar preparado para reaccionar en caso de que los líderes síndicos tuviesen suerte con sus especulaciones.
Se le aceleró el corazón al atravesar el espacio de transición hacia el espacio normal. El gris mate del espacio de salto desapareció al mismo tiempo que un mar de estrellas infinitas se hacía visible.
No podía permitirse perder el tiempo admirando el paisaje. Sus ojos se centraron en el visor del sistema estelar en busca de cualquier signo que representase naves o minas síndicas.
—Parece totalmente despejado —anunció Desjani—. Ni siquiera hay naves de vigilancia. Tenía razón, señor. Los síndicos ni se imaginaban que veníamos a Sendai. —Al terminar lo miró con una sonrisa de admiración.
—Gracias —masculló Geary, incómodo—. ¿Tampoco hay satélites monitorizando el sistema?
—No, señor —dijo un consultor—. La razón es esa —dijo señalando el centro de la pantalla. Parecía nervioso.
El visor solía centrarse en la estrella principal, el objeto con suficiente masa como para combar el espacio a su alrededor y crear las condiciones necesarias para los puntos de salto. Sendai había sido una de esas estrellas, pero en el pasado. Una muy grande. Seguro que había tenido un montón de planetas por aquel entonces, hace millones de años.
Una vez se quedó sin combustible, explotó en una supernova que convirtió los planetas en restos carbonizados, y finalmente se contrajo sobre sí misma, haciendo que la materia de Sendai se comprimiese cada vez más, volviéndose cada vez más densa, hasta que toda la masa de aquella estrella gigante quedó comprimida en poco más que una esfera del tamaño de un planeta pequeño, tan denso que su gravedad ni siquiera dejaba escapar la luz.
La capitana Desjani asintió con la cabeza y tragó saliva, también nerviosa.
—Un agujero negro.
El ojo humano era incapaz de apreciar nada de lo que todavía quedaba de Sendai. No obstante, en las pantallas de amplio espectro se podía ver la radiación emitida desde el agujero negro, en dos haces procedentes de los polos norte y sur de la estrella muerta, gritos agónicos de la materia siendo succionada hacia el agujero a velocidades increíbles.
Geary miró a su alrededor y vio a cada hombre y mujer presentes en el puente de mando observar las pantallas del mismo modo. Incluso los veteranos curtidos en innumerables batallas parecían inquietos ante la presencia del agujero.
—¿Alguna vez visitan las naves los agujeros negros?
Desjani negó con la cabeza.
—¿Por qué iban a hacerlo?
Buena pregunta. Cuando utilizaban los saltos, las naves pasaban por cada estrella intermedia entre ellos y su destino. Con la hipernet, las naves iban directamente de una a otra. Los sistemas estelares de agujeros negros, que en realidad ya no eran sistemas estelares dado que absorbían con avidez toda la materia que los había orbitado, ofrecían a las naves poco más que el peligro de la radiación emitida al espacio. Ni siquiera los escudos modernos podían aguantarla indefinidamente.
Pese a todo, no era más que eso. No iban a quedarse allí, sino avanzar con rapidez hasta el siguiente punto de salto, evitando los haces de radiación de los polos del agujero. Geary se inclinó hacia Desjani.
—¿Cuál es el problema?
Ella bajó la vista, y dijo a regañadientes.
—Es... antinatural.
—¿Antinatural? Los agujeros negros son totalmente naturales.
—No me refería a eso. —Desjani suspiró profundamente—. Se dice que si miras un agujero negro durante demasiado tiempo... acabas sintiendo unas ganas irrefrenables de adentrarte, de llevar a tu nave más allá del horizonte para ver qué hay al otro lado. La que una vez fue una estrella te llama, intentando consumir las naves humanas igual que hace con todo.
Nunca había escuchado historias como aquella, pero los tripulantes con los que Geary había servido cuando era oficial disfrutaban contándole todo tipo de invenciones de fantasmas y otros relatos sobre amenazas misteriosas que devoraban a las naves y a la gente en los fríos confines del espacio. Cien años habían sido tiempo suficiente para crear nuevas historias.
—Nunca he estado cerca mucho tiempo, pero sí un poco, y nunca me pasó nada parecido.
—Apostaría a que es usted el único que ha estado cerca de uno —respondió Desjani.
Lo desconocido. El suelo más fértil para los miedos humanos. Cuando Geary echó otro vistazo a la pantalla, esta vez al tanto de las creencias de los que lo rodeaban, casi pudo sentir un escalofrío producido por la masa invisible del corazón de Sendai. Algo más que simple gravedad, y tan potente que podía encarcelar la luz.
—Por eso no hay síndicos —dijo Desjani de repente—. Sabían que si intentaban dar la orden de situar naves vigía aquí, las tripulaciones se sublevarían en lugar de permanecer tanto tiempo cerca de un agujero negro.
—Buena conjetura. —Geary elevó el tono de voz y dijo calmadamente—: He estado cerca de agujeros negros. —Se podría decir que todo el mundo del puente le estaba prestando atención—. Siempre que no nos acerquemos demasiado, no hay peligro, y no lo haremos. Dirijámonos al siguiente punto de salto.
Se percató de que la orden de salir de Sendai seguramente sería la única con la que incluso sus peores enemigos de la flota estarían de acuerdo incondicionalmente.
—Mierda. —Acababan de explotar otros tres cruceros de batalla aliados.
Geary apagó la simulación dando un golpe en los controles, irritado. La táctica que había probado parecía un poco alocada, y en apariencia lo era. De hecho, no había valido para nada. En lugar de reducir el riesgo al que estaban expuestos los cruceros, estos se habían visto inmovilizados por fuerzas síndicas superiores y habían saltado por los aires. Era muy posible que la simulación fuese más lista que los comandantes síndicos con los que la flota de la Alianza se encontraría, pero los que Geary había conocido y respetado hacía cien años le aconsejaron no basar nunca sus planes en el supuesto de que el enemigo fuese estúpido. Una trampa ingeniosa solía funcionar mejor que imaginar que el enemigo era tonto y no veía lo evidente.
Todo lo que necesito ahora es una trampa ingeniosa
.