Geary miró hacia atrás y vio a Victoria Rione observándolo como si de repente se encontrase en un manicomio.
—Capitán Geary —dijo protestando con la voz ahogada—, a su flota casi no le queda munición ni células de combustible, y muchas de las naves están dañadas ¿y aun así vuelve a Lakota?
—Exacto —afirmó Geary—. No podemos resistir aquí, ni podemos escapar, así que vamos a atacar.
Rione, horrorizada, dirigió su mirada de Geary a la tripulación del
Intrépido
, que celebraba las nuevas órdenes.
—¡Eso es una locura! ¿Qué pasa si continúa allí una fuerza síndica superior a la nuestra?
—Pues supongo que lo lamentarán —respondió Geary, a sabiendas de que lo que dijese acabaría sabiéndose en toda la flota. No era momento para la cautela, ni para la reflexión excesiva, ni para la duda.
Tengo que liderar la flota de la Alianza. Que las estrellas del firmamento me guíen para no destruirla, pero si finalmente es ese nuestro final, moriremos luchando, no huyendo
. Desjani lo miraba con una sonrisa en los labios, orgullosa de él, mientras las naves de la Alianza alcanzaban el punto de salto de nuevo. Era una de sus oficiales de la flota, y muy buena, por cierto; había entendido algo que Rione seguramente nunca habría podido comprender.
—A todas las naves —dijo Geary a través del sistema de telecomunicación—, nos vemos en Lakota.
»Salten.