Geary iba a abrir la boca de nuevo para poner objeciones, pero entonces lo entendió, como si sus antepasados se lo susurrasen al oído. Le había fallado a las tripulaciones de las naves perdidas en Lakota. Era algo terrible. Pero sería todavía peor fallarle también a las tripulaciones de las naves supervivientes, echar por tierra la fe y las creencias que había depositado en él, cuando era precisamente eso lo que hacía que siguiesen adelante. Contaban con él, era consciente de ello, del mismo modo que las tripulaciones de la
Audaz
, la
Atrevida
y la
Infatigable
eran conscientes de que el resto de la flota contaba con ellas. Debía superarlo, y tanto Desjani como Rione tenían razón en que debía ser él.
La fe que los demás depositaban en él lo convertía en el único con posibilidades reales de mantener la flota unida, aunque evitar que la destruyesen fuese una tarea más que complicada. Pero tenía que hacerlo, y eso implicaba averiguar cuál era la mejor opción para continuar.
Se enderezó ligeramente en su asiento, asintió con la cabeza, y respondió con tono firme.
—Tengo una responsabilidad. —
Me guste o no, y la verdad es que no me gusta nada de nada
—. Gracias por recordármelo.
Ella se reclinó ligeramente, y sonrió, liberada.
—No me necesitaba, señor.
—Sí, está claro que sí. —Comenzó a forzar una sonrisa en su boca, pero al final acabó saliendo sola—. Gracias. Me alegro mucho de estar en su nave.
Desjani le respondió con una sonrisa, luego tragó saliva y pareció algo desconcertada. Luego se levantó de repente.
—Gracias, señor. Debo volver al puente de mando.
—Claro. Si ve a la copresidenta Rione, dígale que estoy bien.
—Así lo haré, señor.
Se despidió con un saludo militar y salió de la estancia sin dilación.
Geary permaneció sentado durante un buen rato, reflexionando. Luego se acercó al panel de control del visor. Un instante después apareció la imagen del sistema estelar Ixion, con la flota de la Alianza desordenada, tal y como había entrado en el punto de salto de Lakota, y tal y como saldría por el de Ixion.
Tiene que ocurrírseme algo, pero ¿qué?
—Señor, le habla el teniente Íger, de Inteligencia. Tenemos algo importante que nos gustaría mostrarle.
Geary, que volvía a notar que la depresión se adueñaba de él al no ver ningún curso de acción adecuado para Ixion, se tomó un momento para pensar si responder o no. Tenía una responsabilidad sobre sus hombros, y no se libraría de ella hasta que no contestase al mensaje.
—¿A qué se refiere con algo importante?
—Eh..., es algo difícil de explicar, señor, algo que no esperábamos en absoluto, y tampoco sabemos qué significa realmente, pero podría ser más que importante.
A la sección de Inteligencia le encantaban expresiones como «podría ser», pero era extraño que admitiese claramente que no sabían lo que significaba.
—Tenemos todo preparado para mostrárselo aquí, pero si lo prefiere puedo subir y presentarle un resumen, señor —continuó Íger—. Como quiera.
Geary miró en todas direcciones. Encontrarse con la tripulación del
Intrépido
de nuevo, después de la huida desesperada de Lakota, todavía le resultaba bastante incómodo. No obstante, cada vez se sentía más agobiado en su camarote, como si fuese una prisión en la que él mismo se hubiese confinado. Pasó algún tiempo hasta que se decidió a salir y volver a ser el comandante de la flota.
—Bajo yo ahora mismo, ¿le parece?
—Sí, señor. Lo estaré esperando, señor.
Geary se levantó y comprobó su aspecto. Hizo una mueca y luego pasó un rato arreglándose y poniéndose un uniforme limpio. No importaba lo que hubiese sucedido en Lakota. No podía aparentar ser un comandante derrotado.
Los miembros de la tripulación del
Intrépido
con los que se encontró se mostraban preocupados, aunque sus caras se iluminaban, llenas de esperanza, cuando lo veían pasar. Geary intentó aparentar confianza pese a la tristeza que lo invadía, y pareció convencer a la mayoría, sino a todos. En su época de oficial de bajo rango había aprendido que si aparentabas saber lo que estabas haciendo, los demás asumirían que realmente sabías lo que hacías.
—¿Señor, cuál será nuestro plan de acción en Ixion? —le preguntó impaciente un tripulante.
—Todavía estoy considerando las opciones que tenemos —respondió Geary, como si tuviese un montón donde elegir y todas fuesen buenas. El tripulante sonrió, se tranquilizó y se despidió enérgicamente.
Mientras llegaba a la sección de Inteligencia, sellada tras múltiples escotillas de alta seguridad, Geary reflexionó sobre el hecho de que hubiese sido un oficial de dicha sección el que había sido capaz de convencerlo para salir de su camarote, algo que ni la oficial de combate Desjani ni la política Rione habían conseguido. Aquello debía de estar bastante alto en la escala de ironías de la vida.
Al llegar, vio al teniente Íger esperándolo. Este lo observó, nervioso, mientras el comandante tomaba asiento y esperaba lo que tuviese que decirle.
—Señor, hemos analizado los mensajes que se pasaron las naves de la flotilla síndica que llegó a través de la puerta hipernética mientras estábamos en el sistema estelar Lakota.
—¿Cuánto han podido captar y descifrar? —preguntó Geary.
—No mucho, pero siempre se escapan algunas señales residuales, y si nos mantenemos en el sistema el tiempo suficiente como para alcanzarlas, podemos almacenarlas para intentar romper la encriptación —comenzó a explicarle Íger—. No es, ni remotamente, una fuente de inteligencia en tiempo real, aunque si consiguiésemos desencriptar a tiempo un mensaje relevante para un combate, le informaríamos al respecto durante el mismo.
—Supongo que me dejaría decidir si realmente es relevante, ¿no? —preguntó Geary, sabiendo que seguramente era algo que ya habrían decidido ellos mismos.
—Eh, sí, señor —respondió el teniente Íger, quien sin duda estaba ya planeando algo para que fuese lo que pasase en el futuro.
—Me dijo que habían encontrado algo importante entre las señales que captaron en Lakota.
—Sí, señor —repitió Íger—. Es algo inusual, muy inusual. —Hizo una pausa, se mordió ligeramente el labio, y luego habló con rapidez—. Señor, según las conclusiones a las que hemos llegado, los síndicos estaban tan sorprendidos de haber llegado a Lakota como nosotros.
Geary se preguntó si realmente había escuchado lo que creía haber escuchado.
—¿Quiere decir que los síndicos que ya estaban en el sistema estelar Lakota se sorprendieron ante la llegada de refuerzos? —¿Por qué le importaría algo como eso a un oficial de Inteligencia?
—No, señor. La única interpretación que encaja con los mensajes que hemos podido desencriptar es que las naves síndicas que llegaron a través de la puerta hipernética estaban más que sorprendidas de haber llegado a Lakota. Ellos pensaban que iban al sistema estelar Andvari.
A Geary le llevó un momento darse de cuenta de que seguía mirando al teniente.
—¿Con qué frecuencia suceden estas cosas durante los viajes hipernéticos? —Nunca nadie le había dicho nada sobre naves que se perdían en la hipernet.
—Con ninguna, señor —afirmó el teniente Íger—. El uso de la llave es tremendamente simple. En el panel de control lo único que tiene que hacer es seleccionar el sistema estelar al que quiere ir. Durante el tiempo que pasa entre puertas, la llave sigue mostrando el rumbo. Fallar requeriría una demostración de estupidez extrema, o negarse a saber cuál es el destino. Según nuestros archivos, y son bastante detallados, ninguna nave que haya usado la puerta hipernética ha ido a otro sistema que no fuese el deseado. El proceso es tan sencillo que ni siquiera un idiota podría hacerlo mal.
—No subestime a los idiotas, teniente. ¿Es posible que hubiese algún problema con su llave hipernética?
Íger hizo una mueca, frustrado.
—Le repito, señor, que, por lo que sabemos, cualquier error capaz de producir un fallo de ese tipo dejaría el dispositivo inoperante.
Geary se recostó, pensativo, mientras el teniente Íger esperaba, incómodo.
Seguramente esperaba que me ensañase con él y con su análisis, por lo que no me lo haría saber si no estuviese seguro de que está en lo cierto
.
—Supongamos que su análisis es correcto —comenzó a decir Geary, lo cual hizo brotar en la cara de Íger una expresión de alivio—. ¿Cómo puede ser que el destino de las naves fuese distinto del de la llave?
Íger negó con la cabeza.
—Según nuestros expertos, no es posible.
—¿Ha hablado con la capitana Crésida?
Íger pareció sorprenderse de que Geary supiese que Crésida era una de las expertas de la flota en sistemas hipernéticos.
—No, señor, no podemos mandar un mensaje tan largo y tan complejo a su nave mientras estemos en el espacio de salto. No obstante, hemos realizado una simulación de conocimientos basada en las investigaciones de muchos de los mayores expertos de la Alianza en el tema, y les preguntamos si era posible. Todos los avatares de la simulación coincidieron en que no era posible.
—¿No hay ningún modo de cambiar el destino durante el viaje por la hipernet? ¿Ninguno en absoluto?
—No, señor —afirmó Íger, seguro de lo que decía—. Y solo hay otra posibilidad para explicar lo que ha sucedido: que los síndicos intentasen engañarnos y emitiesen deliberadamente muchos mensajes para desorientarnos, sabiendo que al final decodificaríamos algunos de los que fuésemos capaces de captar.
—¿Y por qué no cree que ha sido eso lo que ha pasado?
—Fundamentalmente por la navaja de Occam, señor. En una situación como esta, un engaño de ese tipo sería algo demasiado complejo e incierto. La explicación más simple, la de que los mensajes son reales, es la mejor. Además es que lo parecen. Nada de lo que pone en ellos nos lleva a pensar que sean mentira. Su contenido coincide con la experiencia que tenemos de las comunicaciones síndicas, y tampoco se nos ocurre ninguna explicación de por qué los síndicos iban a intentar engañarnos de ese modo.
—Quizá para evitar que usemos su hipernet, para sembrar la duda de que eso es posible.
—Pero no pueden saber qué señales vamos a captar, señor. Algunas de ellas fueron emitidas en cuanto llegaron a Lakota, antes incluso de tener noticias de que nuestra flota estaba allí.
Geary asintió.
—¿Cómo está tan seguro de su explicación de que Lakota no era el destino de la flota síndica que finalmente llegó allí?
—Porque es lo único que cuadra con el tráfico de mensajes que captamos, señor —afirmó Íger abatido—. Hemos buscado otras explicaciones, pero ninguna tiene sentido.
—Está bien. —Geary se levantó—. Buen trabajo, tanto por el análisis como por ofrecerme la explicación que considera más adecuada. No obstante, ha ignorado un detalle.
El teniente pareció sentirse todavía más inquieto.
—¿A qué se refiere, señor?
—Me acaba de decir que no hay forma de modificar el destino de las naves en medio de un viaje hipernético. Si los datos que ha conseguido son reales, y no tengo razones para ponerlo en duda, tiene que haber un modo de hacerlo. Simplemente no sabemos cuál es.
Íger se sorprendió ante aquello. Luego asintió. Parecía desconcertado.
—Pero si los síndicos saben cómo hacer eso, ¿por qué estaban sorprendidos de haber llegado a un sistema estelar distinto del esperado?
—A lo mejor no son los síndicos los que saben hacerlo, teniente. —Geary hizo una pausa para darle tiempo a percatarse de las implicaciones de aquello—. ¿Tiene usted acceso a algún tipo de información de la que yo no dispongo? ¿Algún tipo de información demasiado secreta como para que yo esté al tanto?
—No, señor —contestó al instante—. Como comandante de la flota, tiene acceso a todo. No podría afirmarlo en lo que respecta a los archivos de las demás naves, pero tiene acceso a todo lo que hay en esta, sin importar su clasificación o sus restricciones.
Había un visor estelar flotando cerca del mamparo. Geary se acercó a él y lo observó con atención.
—Teniente, ¿está al tanto de las informaciones que afirman que existe otra especie inteligente en el extremo del territorio síndico opuesto al de la Alianza?
Se dio la vuelta para ver a Íger, que lo miraba.
—No, señor —dijo, sorprendido—, nunca he escuchado nada al respecto.
Geary volvió a asentir con la cabeza.
—Hágame un favor, teniente. Reúna toda la información concerniente a los extremos del espacio síndico. Investigue aquellos que guarden relación con sistemas estelares, tanto ocupados como abandonados, y con la situación de puertas hipernéticas. Luego dígame qué le parece.
En aquel momento era Íger el que estaba mirando el visor.
—¿Usted ya lo ha hecho, señor?
—Sí, y quiero ver si llega a la misma conclusión que yo.
Cuando Geary volvió a su camarote, se encontró allí a Rione. Esta se levantó y lo miró inquisitivamente.
—Este camarote no parece el mismo sin ti derrumbado sobre una silla, irradiando tristeza. ¿Estás bien?
—Sí, creo que sí.
—Así que la capitana Desjani ha sido capaz de darte algo que yo no pude.
—Eso no es... me ayudó. Ambas me ayudasteis.
—Ya, ya. —Rione se acomodó en su asiento. Parecía cansada—. Da igual, está bien, fuese quien fuese. Me dieron ganas de arrearte unas cuantas bofetadas para que te movieses.
—Imagínate que al final empieza a gustarme —respondió Geary.
—¿Estás de broma? ¿Has pasado de la desesperación a las bromas?
—No, en realidad no. —Se sentó cerca de Rione y se encogió de hombros—. La verdad es que no sé cómo pudo funcionar, pero las responsabilidades pueden hundirte u obligarte a despertar. A veces ambas cosas a la vez. ¿Qué te parece, le ves sentido?
—Sí, claro —dijo Rione, con un tono de voz inusualmente amable—. ¿Dónde has estado?
—Vengo de las instalaciones de Inteligencia. —Geary ejecutó un visor estelar y le explicó lo que el teniente Íger le había dicho. Rione escuchó con atención, pero sin dar una sola pista sobre lo que pensaba.
—¿Cómo crees que ha sido capaz de llegar por la hipernet la flotilla grande a Lakota, justo a tiempo para machacarnos? —preguntó al final de la exposición.
Rione permaneció en silencio durante unos segundos, con los ojos clavados en el visor.