Escuchó el sonido de la escotilla que anunciaba una visita. Era la capitana Desjani. Realizó un saludo militar, con cara seria.
—Quedan dos horas para llegar al punto de salto de Daiquón, señor. Me pidió que le informase al respecto.
—Sí, pero no hacía falta que viniese en persona a decírmelo.
Desjani se encogió de hombros, claramente incómoda.
—Usted es... tranquilizador, señor. Seguramente se dio cuenta de lo mucho que la flota agradeció verlo tan calmado mientras estábamos cerca del agujero negro. Le aseguro que sus palabras se extendieron por cada una de las naves y nos ayudaron a todos a templarnos.
—Ah. —Era extraño que lo elogiasen por no sentir miedo ante un agujero negro. No obstante, Geary había notado que cada vez se sentía más reacio a mirar a aquella cosa, influenciado por las supersticiones de los que lo rodeaban—. Gracias, pero tampoco me importaría decirle que no voy a echar de menos este lugar.
—Ni usted ni nadie de esta flota —dijo Desjani con una leve sonrisa en su boca—. Siento haberlo molestado, señor.
—No se preocupe. Solo estaba realizando una simulación, y tampoco es que fuese muy bien. —Geary se recostó y suspiró—. Siéntese. Me gustaría hablar de algo que no fuesen tácticas, estrategias, síndicos y guerra.
Desjani vaciló, luego entró y se sentó enfrente a Geary, tensa, como cada vez que estaba en aquel camarote.
—Esos temas han dominado la vida de la Alianza incluso desde antes de que yo naciese —comentó—. No sé de qué hablaríamos si no fuese por ellos.
—Hay otras cosas, cosas que nos hacen seguir adelante cuando la guerra parece ser lo único que hay en el universo. —Los ojos de Geary se posaron sobre las todavía distantes estrellas de la Alianza—. ¿Qué hará cuando vuelva a Kosatka, Tanya?
Desjani pareció sorprenderse ante la pregunta. Sus ojos parecieron perderse en el espacio estelar.
—Mi planeta natal —murmuró—. Hace mucho que no voy por allí. Es posible que no pueda hacerlo... incluso aunque volvamos al espacio de la Alianza.
—Entiendo. La guerra no se va a acabar por el mero hecho de que volvamos a casa. —Geary se mantuvo en silencio un momento—. ¿Todavía viven allí sus padres?
¿Todavía viven?
A eso se refería, pero no quería hacer una pregunta tan brusca.
Ella se percató de su intención, y asintió con la cabeza.
—Sí, viven allí los dos. Mi padre trabaja en una fábrica que abastece a los astilleros orbitales. Mi madre forma parte de las fuerzas planetarias de defensa.
Claro, economía de guerra, incluso en un planeta situado tan lejos del frente de batalla como Kosatka. ¿Qué otra cosa iba a esperar de un siglo de lucha continua?
—¿Cómo se sienten sabiendo que es capitana de un crucero de batalla?
La capitana Tanya Desjani, una regia veterana endurecida por docenas de batallas estelares, se ruborizó y bajó la cabeza.
—Están... orgullosos. Muy orgullosos. —La expresión de su cara cambió—. Conocen los riesgos que uno corre al ser oficial de la flota. Estoy segura de que han estado esperando la notificación de mi muerte en combate desde que me subí a mi primera nave. Hasta ahora he roto la estadística, y ellos lo han aguantado, pero es posible que ahora crean que estoy muerta, junto con el resto de la flota.
Aquellas palabras provocaron una mueca en Geary.
—¿No será eso lo que le ha contado el gobierno de la Alianza a la población, verdad? No es que la gente no tenga derecho a saberlo, pero los gobiernos tienden a creer que pueden mentir cuando se trata de malas noticias.
Había examinado una historia oficial de la guerra poco después de asumir el mando de la flota, y había descubierto que contenía interminables datos más que optimistas, además de una supuesta sucesión de victorias de la Alianza. No obstante, tampoco respondía a la pregunta de por qué aquellas victorias no les habían llevado ya a ganar la guerra. Geary se percató de que era preocupantemente similar a los sinsentidos que el mercante síndico les había contado. El mismo gobierno que se ocupaba de escribir la historia parecía no tener la intención de confesar que su flota principal había desaparecido tras las líneas enemigas y que posiblemente había sido destruida.
—Seguramente —admitió Desjani—, pero también lo habría anunciado la propaganda síndica. Envían unidades de emisión automáticas a las fronteras de nuestros sistemas estelares para lanzar tantas mentiras como pueden hasta que nuestros sistemas de defensa las destruyen. —Geary asintió con la cabeza, pensando que seguramente la Alianza hacía lo mismo en sus fronteras con los sistemas estelares síndicos—. Oficialmente —continuó Desjani—, se supone que nadie repite lo que dicen los síndicos, pero ya sabe, la gente habla. Al contrario que ellos, los ciudadanos aliados todavía pueden expresar su opinión y no creerse todo lo que le dicen sus políticos. —Se encogió de hombros, con expresión sombría—. Seguramente mis padres han escuchado afirmar a los síndicos que esta flota se perdió en su espacio. Seguramente no se lo creerán, pero tampoco se conformarán con lo que el gobierno diga para desmentirlo. Deben de estar preocupados.
—Lo lamento. —Una frase tan corta era inadecuada, pero en aquel momento no se le ocurrió nada mejor—. Supongo que, cuando vuelva, tendrán dos motivos para contentos.
Desjani sonrió.
—Sí, claro. —Miró a Geary casi con timidez—. Y cuando mi mundo natal escuche que la nave de su hija llevó al mismísimo
Black Jack
Geary, que comandó la flota desde mi puente de mando y nos llevó a casa contra todo pronóstico, serán las personas más famosas de Kosatka. Estoy segura.
Geary se rió para no mostrar la vergüenza que sentía.
—He pensado en ir a Kosatka cuando volvamos. —Se le vinieron a la cabeza las palabras que una vez le dijo Victoria Rione: «Kosatka no es suficientemente grande para ti, John Geary»—. De visita, quiero decir.
—¿En serio? —Desjani pareció asombrada.
—Ya le dije que había estado allí una vez. Hace mucho. —Geary consiguió no darse un golpecillo en la frente fruto de la exasperación. Había pocas cosas en su vida que no se encuadrasen en un «hace mucho»—. No me importaría volver a verlo.
—Seguro que ha cambiado, señor.
—Seguro. Supongo que necesitaría un guía.
Desjani vaciló.
—Podríamos ir, quiero decir, si quiere venir cuando yo... es decir...
—Estaría bien —respondió Geary—. Quizá lo haga.
Tener una cara familiar cerca, alguien conocido, podría estar muy bien. Y ya había empezado a plantearse cómo se sentiría una vez llegase con la flota a casa y la dejase, una vez completada su misión, e incluso más. Lo que en una ocasión había sido un grupo de naves desconocidas y gente anónima se habían vuelto, poco a poco y cada vez más, su flota, llena de gente a la que conocía y, en algunos casos, a la que quería y admiraba. Qué coño, si incluso después de ver a las tripulaciones del
Intrépido
, el
Arrojado
y la
Diamante
mantenerse firmes mientras la puerta hipernética de Sancere colapsaba, Geary había comenzado a sentirse realmente orgulloso del coraje y la dedicación que demostraban aquellas personas. ¿De verdad quería cambiar aquello por un mundo civil desconocido, en el que le sería incluso más difícil escapar de la adoración a
Black Jack
Geary?
¿Debería siquiera hacerse esa pregunta? No podía seguir al mando de la flota una vez que volviese al espacio de la Alianza. No era ya que no se sintiese competente para lo que esa posición requería; temía que Victoria Rione tuviese razón cuando le habló de las tentaciones a las que tendría que enfrentarse.
Black Jack
Geary, el héroe mítico, que había vuelto de entre los muertos para salvar a la Alianza, con la flota bajo su mando. Podría tener todo lo que desease. Le resultaría tan simple como estirarse y cogerlo.
—¿Señor? —preguntó Desjani—. ¿He dicho algo malo?
—¿Cómo? No, lo siento. Estaba pensando en otra cosa. —Geary volvió a sonreír tranquilizadoramente—. Vamos al puente a prepararnos para despedirnos de Sendai.
Todos los que estaban en el puente de mando intentaban evitar mirar al visor desde el que se veía el agujero negro, que dominaba el espacio. Al entrar se dio cuenta de que todo el mundo lo observaba del mismo modo, con aquella mezcla de esperanza y confianza. Al igual que Desjani, lo veían como una especie de talismán contra cualquier demonio que acechase desde el interior del agujero.
Una lástima que no tuviese dicho talismán.
Quedaba una hora y media para que la flota llegase al punto de salto. Geary tardó un momento en ordenar sus pensamientos. Después manipuló los controles para hablar con toda la flota. Cuando estuviesen en el espacio de salto, se limitarían bastante las comunicaciones, como mucho unas pocas palabras por cada mensaje entre las naves. Necesitaba decirles algunas cosas mientras estuviesen en el espacio normal, eso siempre y cuando al espacio que rodea un agujero negro se le pueda llamar normal.
—A todas las naves de la Alianza, al habla el capitán Geary —dijo con un tono deliberadamente tranquilo—. No sabemos lo que nos aguarda en Daiquón. Los síndicos no esperaban que viniésemos a Sendai, pero probablemente ya han descubierto que no hemos ido a ninguno de los demás destinos posibles desde Baldur. Por lo tanto, es posible que sepan con suficiente antelación que nuestro rumbo actual es uno de los posibles objetivos, por lo que podrían posicionar sus fuerzas en poco tiempo gracias a la ventaja de poder usar la hipernet. Quiero que todas las naves estén preparadas para el combate en cuanto abandonemos el espacio de salto en Daiquón. Podríamos tener que enfrentarnos a los síndicos nada más salir, y si así fuese, quiero enviarlos de una patada al sol más cercano, tan rápido, que ni siquiera sepan lo que ha pasado. —Realizó otra pausa, pensando en la mejor manera de terminar la transmisión—. Por el honor de nuestros antepasados.
Ya solo quedaba esperar. Geary pasó el tiempo repasando los informes de la flota. Las auxiliares habían estado produciendo células de combustible y munición a una velocidad vertiginosa, como si los ingenieros quisiesen maquillar los errores que habían propiciado la escasez de elementos traza. No obstante, incluso sin lo que se había producido, las naves de combate de la flota estaban en un estado suficientemente bueno como para enfrentarse a los síndicos que los esperasen en Daiquón. Todas excepto la
Orión
, la
Majestuosa
y la
Guerrera
, claro. La mayoría del daño que había sufrido el crucero de batalla del capitán Tulev se había subsanado, y la
Leviatán
, la
Decidida
, la
Dragón
y la
Valiente
volvían a estar preparadas para el combate.
—Capitán Geary —Desjani interrumpió su flujo de pensamiento—, la flota ha llegado al punto de salto hacia Daiquón.
—Bien. Larguémonos de aquí de una vez. —Volvió a usar los controles de comunicación—. A todas las naves de la flota de la Alianza, salten hacia Daiquón.
En cuanto la flota entró en el punto de salto y dejó atrás el agujero negro llamado Sendai, un sentimiento de liberación inundó al
Intrépido
, tan potente, que Geary podría haber afirmado que la misma nave suspiró de satisfacción.
Quedaban cuatro días y unas cuantas horas para llegar a Daiquón. Victoria Rione consiguió evitarlo durante todo ese tiempo, por lo que empleó su tiempo en hacer más simulaciones, viendo como sus cruceros de batalla explotaban a la vez que se sentía cada vez más frustrado en todos los sentidos de la palabra.
Había síndicos en Daiquón.
Justo enfrente del punto de salto.
Al ver los símbolos de las naves enemigas aparecer en la pantalla del sistema estelar, Geary se centró en los dos acorazados y los dos cruceros de batalla, que aparentemente estaban vigilando la salida.
—¡Están colocando minas! —dijo Desjani.
El camino que la flota de la Alianza iba a seguir pasaba parcialmente por las zonas en las que ya había minas, por lo que Geary pensó en una maniobra para evitarlo.
—A todas las unidades de la flota de la Alianza, giren inmediatamente a estribor cuarenta grados, dirección ascendente veinte grados. —Se volvió hacia los consultores, y emitió bruscamente otra orden—: ¡Rápido, marquen el trazado por el que las naves síndicas pueden haber dejado minas al avanzar!
Cuatro acorazados mayores. Los ojos de Geary recorrieron a gran velocidad el visor, buscando el resto de la fuerza síndica. Tres cruceros pesados, cinco cruceros ligeros, y una docena de naves de caza asesinas. Seguramente habían sido enviados para colocar las minas enfrente del punto de salto, y después dejarían solo algunas unidades ligeras para informar sobre si la flota de la Alianza había pasado por el sistema. No obstante, los habían pillado colocando el campo de minas. Los acorazados no constituían una amenaza importante para la flota de la Alianza, no al menos si tenían tiempo para preparar el enfrentamiento. Pero la flota estaba ya sobre los acorazados síndicos, con ambas formaciones enzarzadas ya en un combate cuerpo a cuerpo, por lo que no había tiempo para planes elaborados.
—A todas las naves, disparen a las unidades síndicas más cercanas.
Un escuadrón de destructores emergió justo frente a de los acorazados síndicos. Las naves ligeras se apartaron desesperadamente, mientras disparaban su escaso armamento, que hacía poco más que emitir destellos según chocaba con los poderosos escudos de los acorazados enemigos. Estos respondieron. Su potente armamento atravesó las débiles defensas de los destructores, casi como burlándose de ella. El
Kethen
explotó a causa del ataque, y el
Espada
quedó reducida a un montón de escombros.
Lo que salvó al resto de destructores fue la aparición del escuadrón de cruceros ligeros de la Alianza, que salió del espacio de salto justo sobre el armamento de los acorazados síndicos. Estos cambiaron de objetivo y dispararon sobre los recién llegados. El
Glacis
quedó reducido a añicos, más o menos igual que el
Égida
y el
Hauberk
.
Pero en ese momento los cruceros pesados y los cruceros de batalla de la Alianza alcanzaron los acorazados síndicos, pertrechados con unos escudos suficientemente resistentes como para entablar combate, y con un poder ofensivo tan potente como para reducir drásticamente las posibilidades del enemigo.