Rione asintió.
—Entiendo su preocupación, sobre todo en lo que se refiere al
Intrépido
. Llevar la llave hipernética, en poder de dicha nave, de vuelta al espacio de la Alianza es de vital importancia. —Realizó una pausa—: ¿Cuánta gente de esta flota sabe que el
Intrépido
transporta la llave?
—No lo sé. Seguramente demasiada.
Un supuesto traidor les había dado la llave, un medio con el que la flota de la Alianza podría lanzar un ataque sorpresa sobre el sistema natal síndico y les haría ganar la guerra de una vez por todas. Un cebo difícil de resistir para los siempre agresivos líderes de la flota de la Alianza. Los síndicos sabían que lo morderían y esperaron emboscados cuando la flota de la Alianza llegó. «Desastre» era una palabra demasiado suave para lo que había sucedido, pero por lo menos gran parte de la flota había escapado y conseguido sobrevivir hasta ese momento, y los síndicos tenían que estar aterrorizados al saber que su llave hipernética permanecía en poder de una de las naves de la Alianza.
—Me pregunto por qué los síndicos mataron a todos los oficiales de alto rango de esta flota que fueron a negociar. Habría tenido más sentido mantener a alguno vivo para interrogarlo.
—Puede que lo hayan hecho —apuntó Rione—. El vídeo puede estar trucado. No tengo dudas de que la mayoría de los oficiales que vimos asesinar murieron realmente, por eso quedó como el oficial de mayor rango de la flota. Sin embargo, no me sorprendería descubrir que, al menos, uno o dos de los que supuestamente han muerto están vivos precisamente para eso.
Eso significaría que los síndicos podrían saber que el
Intrépido
llevaba la llave y que tenía que ser destruida costase lo que costase.
—La cosa no hace más que mejorar —dijo Geary entre dientes con tono sarcástico.
—¿Perdón?
—Nada. Hablaba para mí.
Rione lo miró visiblemente molesta.
—Se supone que estamos hablando. La pérdida de cruceros de batalla es algo preocupante y trágico. No obstante, casi no hemos perdido acorazados.
—Exacto, casi. —Geary miró los nombres—. A la
Triunfante
en Vidha, y a la
Arrogante
en Kaliban.
Técnicamente, esta última había sido una de las tres naves de reconocimiento de la flota, algo a medio camino entre un crucero pesado y un acorazado, y le había costado dejar de verlos como cruceros. Geary se preguntaba qué extraño impulso burocrático había propiciado aquel diseño, que lo hacía demasiado pequeño para actuar como un acorazado, pero también demasiado grande para ser un crucero pesado.
—Y la
Guerrera
, la
Orión
y la
Majestuosa
están hechas un desastre. Recuperarlas para que puedan volver a luchar nos va a llevar un buen rato. Y eso si somos capaces. Requieren reparaciones muy importantes en el astillero.
Ni siquiera mencionó que uno de los astilleros de más importancia, más cercano, y que pudiese realizar dicha tarea estaba en el espacio de la Alianza. La flota necesitaba a todas y cada una de las naves para llegar a casa a salvo. Lamentablemente, lo más probable es que no pudiesen poner a punto las más dañadas precisamente hasta estar en casa.
Rione volvió a asentir.
—Por lo que sé, en Vidha, le hicieron casi tanto daño a la
Guerrera
como a la
Invencible
. ¿No sería más prudente abandonarla o destruirla como hizo con la última?
Era evidente que los espías que Rione tenía en la flota la habían mantenido al tanto de todo. Geary hizo una mueca.
—La
Guerrera
no sufrió el daño en el sistema de propulsión que sufrió la
Invencible
, por lo que puede seguir con la flota. No la abandonaré tan a la ligera. No puedo explicar la razón, pero duele mucho más abandonar una nave que perderla en combate. Además, he estado atento al progreso de su reparación, sus tripulantes se están dejando la piel para tenerla en perfectas condiciones. Ahora mismo, si las cosas empeoran, consideraría la opción de canibalizar a la
Majestuosa
para reparar con ella la
Guerrera
y la
Orión
. La reparación de esta última progresa adecuadamente, pero no se puede decir lo mismo de la
Majestuosa
. Tendré que mandar a las tres naves con las auxiliares, y no creo que les enorgullezca precisamente.
—Tampoco es que les quede demasiado orgullo —dijo Rione con dureza, en un tono tranquilo—; escapar de la flota, abandonar a sus compañeros en Vidha...
—Lo sé —la interrumpió Geary con voz dura, fruto del enfado—. ¡Pero no puedo hacerlo sin más! No solo tengo que reconstruir las naves, sino también sus tripulaciones, y eso implica que confíen en sí mismos, y por lo tanto su orgullo cuenta.
Rione se quedó en silencio, sonrojada.
—Lo siento.
—Me lo merezco —afirmó Rione bruscamente, evidenciando que se sentía enojada sobre todo consigo misma—. Soy política. Debería entender la importancia de las creencias de la gente. —Suspiró profundamente para tranquilizarse—. No soy ajena al dolor que se siente ante la pérdida de naves tan importantes como los cruceros de batalla, o cualquier nave, pero debería tranquilizarle el hecho de que no pierde tantos acorazados.
Geary negó con la cabeza.
—No. Si sigo perdiendo cruceros de batalla, perderemos también más acorazados.
Rione pareció no entenderlo.
—¿Por qué?
—Porque los cruceros de batalla cumplen tareas puntuales —comenzó a explicar Geary—, tienen la potencia de artillería de los acorazados, pero además pueden acelerar, maniobrar y decelerar como cruceros pesados. No poseen los escudos ni las defensas de los acorazados porque, a cambio, son más rápidos. Eso los hace muy útiles en determinadas situaciones que requieren velocidad y potencia de artillería. No obstante, si pierdo muchos cruceros de batalla, tendré que usar los acorazados para esas tareas, y son demasiado lentos. Los alcanzarán los cruceros de batalla síndicos, y aunque un acorazado supera a un crucero de batalla, no puede aguantar ante cuatro o más oponentes más ligeros. También puedo usar cruceros pesados y sufrir todavía más bajas hasta que al final tenga que recurrir a los acorazados de todos modos.
Rione terminó por fruncir el ceño al entenderlo.
—Así que tendremos cada vez más pérdidas si nos vemos obligados a usar naves en tareas para las que no han sido diseñadas.
—Exacto. —Geary señaló la pantalla—. Y si las naves más potentes, los acorazados y los cruceros de combate, se mantienen en retaguardia, los cruceros y los destructores serán reducidos a escombros. Todo está relacionado. No dispongo de repuestos para las unidades perdidas, por lo que debo evitar gastar lo que tengo.
Observó los nombres de las naves con la imagen de los restos de la
Terrible
, empotrada en un crucero de batalla síndico en Ilión, alojada en su retina. O mejor incluso, la imagen del haz de luz que fue todo lo que quedó de las dos naves después de que chocasen a una velocidad más que decente. No solo la nave desapareció en un instante, también toda su tripulación.
—Que los ancestros me ayuden —murmuró.
Geary sintió la mano de Rione en su hombro durante bastante tiempo, un gesto que le proporcionaba la tranquilidad de un apoyo firme. Luego desapareció de nuevo.
—Lo siento.
—Victoria...
—No. —Se levantó bruscamente, apartando la mirada—. Victoria no está aquí. Es la copresidenta Rione la que le ofrece sus condolencias y su apoyo. Lo siento, capitán Geary.
Rione salió de la habitación a toda prisa, antes de que él pudiese decir nada.
—¿Qué tenemos? —preguntó Geary mientras miraba la sala de interrogatorios a través del cristal unidireccional. Allí estaba sentado el capitán de la nave mercante síndica que había destruido al llegar a Baldur. El hombre estaba sudando a pesar de la temperatura más bien fresca del compartimento. Los informes y las pantallas del lugar revelaban todo lo revelable sobre el estado físico del síndico y sus patrones cerebrales. Si mentía, lo sabrían al ver los escáneres mentales, y el mero hecho de enfrentar a alguien en esa situación solía dar resultado.
El oficial de Inteligencia, el teniente Íger, puso mala cara.
—No demasiado. Los síndicos no le dan demasiados detalles a la población civil sobre operaciones militares o pérdidas.
—¿Algo parecido a lo que hace la Alianza? —sugirió fríamente Geary.
—Bueno, sí, señor —admitió el teniente—, pero es incluso peor que eso. De hecho, los síndicos no permiten libertad de prensa ni discusiones abiertas, por lo que a los civiles les resulta difícil saber qué es lo que pasa realmente. Prácticamente toda la tripulación nos ha dicho lo mismo, es decir, lo que les han inculcado mediante la propaganda síndica. La victoria está cerca, casi no ha habido bajas, y esta flota ha sido totalmente destruida.
—Por lo menos saben que eso último no es verdad —comentó Geary—. ¿De dónde procedía su nave?
—De Tikana, otro sistema ignorado por la hipernet. Su nave se dedicaba a comerciar en los márgenes, trabajando para una empresa que vivía de lo poco que las grandes corporaciones ignoran.
—No es demasiado. ¿Alguna noticia reciente o alguna observación?
—No, señor. —El teniente señaló hacia la figura del capitán del mercante síndico—. Está aterrorizado, pero no parece que pueda decirnos nada más.
—Supongo que no ha escuchado ningún rumor sobre esta flota.
—No, señor —repitió el oficial de Inteligencia—. Sus negaciones al respecto son veraces. Cuando le hemos mencionado nombres de sistemas en los que hemos estado, como Corvus o Sancere, los reconoció, pero nada más.
Durante un momento Geary reflexionó sobre si debería hablar con el síndico. Finalmente decidió que sí.
—Voy a entrar. ¿Cómo se llama?
—Reynad Ybarra, señor. Es oriundo de Meddak.
—Gracias.
Geary atravesó las tres escotillas que llevaban al compartimento de interrogatorios. Dentro vio al mercante observándolo. Parecía demasiado asustado como para moverse, e incluso aunque decidiese realizar un ataque suicida, habría dado igual. Las dotaciones de la sala tenían suficientes armas paralizantes apuntando al prisionero como para dejarlo fuera de combate antes de que diese siquiera un paso hacia Geary.
—Saludos en nombre de la Alianza, capitán Ybarra —dijo Geary con educación.
El síndico no se movió ni dijo nada. Tan solo miraba, nervioso, al otro hombre.
—¿Cómo va la guerra? —preguntó Geary.
El síndico se mantuvo en silencio durante un rato y, a continuación, comenzó a recitar algo que obviamente había escuchado tantas veces que se lo sabía de memoria.
—Las fuerzas de los Mundos Síndicos avanzan de victoria en victoria. Nuestro triunfo sobre los agresores de la Alianza está asegurado.
Geary se sentó frente al hombre.
—¿Nunca se pregunta por qué no han ganado ya la guerra si sus fuerzas han avanzado de victoria en victoria durante un siglo?
El síndico tragó saliva, pero no dijo nada.
—La Alianza no es el agresor. Lo sé porque estuve allí. —Los ojos del síndico se abrieron de par en par fruto de una incredulidad teñida de miedo—. Supongo que le habrán dicho que soy el capitán John Geary. —El hombre sintió crecer su miedo—. ¿Quiere que la guerra termine?
Sintió más miedo. No era un tema que le agradase. No había duda, incluso el hecho de hablar sobre ese tema podría usarse para acusar a un síndico de traición.
¿Qué podía hacer para que el síndico le dijese algo? Geary recurrió a una vieja estrategia.
—¿Tiene todavía familia en Meddak?
Al final sirvió de algo.
—Solo a mis padres. Mi hermana murió en el bombardeo de Ikoni. —El síndico hizo una pausa, afectado—. Mi hermano murió hace cinco años cuando su nave fue destruida en combate.
Geary hizo una mueca. Había perdido a un hermano y a una hermana, una circunstancia demasiado frecuente en una guerra caracterizada por batallas sangrientas y bombardeos a civiles.
—Lo siento. Ojalá descansen en los brazos de sus antepasados. —El síndico miró a Geary extrañado de aquella muestra de simpatía—. Le voy a decir algo, y después seguramente les dejemos marcharse. No voy a darle la lata intentando convencerlo de que le lo que han dicho sus líderes es mentira, porque debería deducirlo por el mero hecho de estar en una nave que supuestamente había sido destruida. No, lo que quiero es que se dé cuenta de que nosotros también queremos que esta guerra termine. Ha habido demasiadas muertes, que además no han servido para nada. En lo que respecta a la flota a mi cargo, su hogar está a salvo. Vuelva a cualquier sistema en el que ya hayamos estado desde que abandonamos el sistema natal síndico y verá que solo hemos destruido instalaciones militares o relacionadas. La Alianza seguirá luchando tanto como sea necesario para garantizar la seguridad de los suyos, pero lo hará con honor. Puede contárselo a quien quiera.
Geary se levantó y abandonó el compartimento ante la atenta mirada del síndico. Una vez en la sala de observación, vio al teniente hojeando los informes.
—¿Algo digno de mención?
—No le cree —observó el oficial.
—Tampoco esperaba que lo hiciese. ¿Estima que podemos conseguir algo útil?
—No, señor.
—Entonces devuélvalos a su cápsula de escape y envíelos a un lugar seguro.
—Sí, señor. —El teniente Íger titubeó durante un instante—. Capitán Geary, el personal que atendió la cápsula ha informado de que sufre varios fallos importantes en el sistema debido al uso de materiales baratos y a lo que parecen ser controles de mala calidad.
—¿Lo ha comprobado? —preguntó Geary impresionado.
—Sí, señor. La nave pertenece a la gama más económica, e incluso su estado físico nos ofrece información sobre la situación de la economía síndica en general.
Geary asintió.
—No recuerdo que las cápsulas de escape síndicas que hemos capturado hasta el momento tuviesen esos problemas.
—No —concordó el teniente—. Los militares tienen preferencia y prioridad en todo. Solo los líderes gozan de una prioridad mayor a la hora de equiparse.
—Supongo que no me sorprende. ¿Podemos arreglar los sistemas defectuosos de la cápsula de escape del mercante?
—Sí, señor, eso creo.
—Entonces quiero que hagan eso antes de lanzarla —ordenó Geary—. Que sepan que están a salvo gracias a nosotros.