Osada (7 page)

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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

El oficial de Inteligencia respondió con un saludo militar, mostrando su habilidad a la hora de usar los gestos de respeto que Geary había reintroducido en la flota.

—Por supuesto, señor. Pero esa tripulación mercante no es más que una gota en el océano síndico, por lo que aunque nos estuviesen agradecidos, no nos ayudaría.

—Quizá no. —Geary se volvió para irse, pero entonces se paró y miró atrás—. No obstante, suficientes gotas pueden formar una ola. Quizá con tiempo podamos minar algo el liderazgo síndico. Además, a veces a nuestros antepasados les gusta vernos hacer cosas sin esperar nada a cambio, ¿no le parece?

Geary estaba sentado de nuevo en el puente de mando del
Intrépido
, observando las imágenes de las instalaciones síndicas según la flota avanzaba a una velocidad de cero con cero dos c. Habían tenido que reducir para asegurarse de que los transbordadores fuesen capaces de aminorar para poder frenar sin sobrepasar los objetivos del asalto. Al lado de la imagen del complejo, en una ventana virtual, apareció la coronel Carabali, con expresión grave.

—La fuerza de desembarco está ya embarcada y lista, señor.

—Gracias, coronel. —Geary miró de arriba abajo a Carabali—. ¿Quiere ir con ellos?

Carabali dudó, claramente sorprendida por la oferta.

—Debo permanecer en una nave coordinando el combate desde el centro de control de la fuerza de desembarco, capitán Geary.

Extraño
, pensó Geary. Para los oficiales de la flota, subir de rango no tenía demasiado peso a la hora de cambiar el riesgo al que se exponían durante un combate. En una situación como esa, incluso el almirante de mayor rango correría el mismo riesgo de ser alcanzado que el tripulante de menor categoría, puesto que compartían nave. Para los infantes de marina era distinto. Cuando la fuerza de desembarco entraba en combate, los comandantes de más rango tenían que tener la disciplina suficiente para no llegar al combate físico y así poder supervisar la batalla. Era extraño pensar que, en el caso de las batallas de los marines, evitar entrar en el combate requería una mayor disciplina y, de algún modo, más coraje del que se necesitaría para acompañar la fuerza de choque. Enfrentarse a la muerte podía ser más fácil que ver que tus tropas mueren mientras flotas sobre ellas.

No obstante, todo lo que dijo fue:

—Muy bien, coronel. ¿Arengo a las tropas antes de entrar en combate?

Carabali dudó de nuevo, pero esta vez por otra razón.

—Ya van a salir, señor. Una distracción en este momento no sería prudente.

Geary estuvo a punto de echarse a reír. Una distracción. Ojalá fuese eso lo peor que podía provocar.

—Muy bien, coronel. Si necesita algo, hágamelo saber de inmediato. Si no, la dejaré en paz para que pueda dirigir la batalla.

—Gracias, señor. —Carabali respondió con una sonrisa.

Se despidió con un estricto saludo militar. Los infantes de marine nunca habían abandonado esa costumbre, al contrario que el resto de la flota, por lo que no habían tenido que volver a aprenderla.

—Le avisaré en cuanto tengamos las instalaciones en nuestro poder, capitán Geary.

La imagen de la coronel se desvaneció, y Geary se recostó en su silla de comandante con una sensación de desamparo. Esos momentos le hacían sentirse así. Las naves habían fijado su velocidad y su rumbo. Los cuerpos de infantería estaban preparados para el asalto, y todo lo que podía hacer era observar lo que sucedía y ver si todo iba bien.
Al mando de una flota, e incluso así estoy atado a las leyes del tiempo y del espacio. En mi época conocí a algunos comandantes que pensaron que su rango les permitía ignorar esos detalles, pero supongo que murieron al principio de la guerra. Mientras tanto, yo permanecía en hibernación y la Alianza me convertía en un héroe mítico. Me pregunto cuál de los dos ha tenido más suerte
.

—No se ha detectado nada abandonando las instalaciones —comentó la capitana Desjani.

Geary dirigió su atención de nuevo al visor y asintió.

—Ni una cápsula de escape. Incluso ese viejo remolcador sigue en su sitio. Sea quien sea que está allí, se ha quedado en vez de huir.

—Seguramente tienen miedo de que destruyamos a cualquiera que lo intente —dijo Desjani de modo que Geary pudo deducir que esas prácticas habían sido comunes antes de que él asumiese el mando.

Se abstuvo de preguntar qué honor había en disparar contra cápsulas de escape indefensas. Unas prácticas que Geary encontraba horrendas se habían hecho comunes después de un siglo de guerra. Los síndicos habían cometido atrocidades cada vez peores, y la Alianza había respondido del mismo modo. Después de mucho tiempo, los descendientes de aquellos oficiales y tripulantes que Geary había conocido habían olvidado muchas cosas, hasta que el reverenciado
Black Jack
Geary trajo al presente valores en los que se había creído en el pasado. Desjani había sido de las primeras en darse cuenta de lo que se había perdido intentando ponerse a la altura de la falta de humanidad de los síndicos, por lo que no tenía sentido comentárselo. Por lo tanto, Geary asintió de nuevo.

—O quizá se hayan dado cuenta, al vernos decelerar, de que vamos a tomar las instalaciones en lugar de destruirlas. No obstante, no pueden pretender siquiera repeler nuestro ataque.

—No —asintió Desjani—, pero pueden causar bajas. Podrían retrasarnos. Los líderes síndicos estarían encantados de intercambiar a los trabajadores de una mina a cambio.

—Sí. —Había visto evidencias de esa actitud en casi todos los sistemas por los que habían pasado. Los síndicos habían arriesgado mundos enteros solo para tener la oportunidad de hacer daño a la Alianza.

Volvió a estudiar el complejo.

—Usan rieles maglev para transportar el mineral, los rieles de levitación magnética.

Desjani asintió.

—Eliminarlos a distancia podría poner en peligro las reservas.

—¿Qué posibilidades hay de que los síndicos puedan utilizarlos como armas?

La oficial de encogió de hombros.

—Podrían intentarlo, pero los veríamos elevar las vías para convertir los rieles maglev en armas con las que apuntar a nuestras naves o a los transbordadores.

Geary volvió a asentir, mientras comprobaba que las dos naves de reconocimiento, la
Ejemplar
y la
Aguerrida
, estaban frenando a fin de colocarse sobre la instalación minera, maniobrando de forma precisa, de modo que pudiesen disparar con exactitud desde corta distancia con las lanzas infernales. En teoría, un proyectil cinético de pequeño tamaño podía apuntarse con facilidad desde larga distancia para destruir un objetivo pequeño situado en una órbita fija, pero Gary quería conservar las reservas de lo que los infantes de marina llamaban «rocas». Además, se mantenía fiel a las viejas teorías que afirmaban que cuanto más cerca estuvieses del objetivo, más alta sería la probabilidad de acertar. Y tampoco tenía mucho sentido usar demasiada munición, por lo que las lanzas infernales serían suficiente.

Había aprendido que la nueva teoría, fruto de un siglo de guerra, se fundamentaba en usar grandes cantidades de proyectiles cinéticos y así destruir no solo el objetivo, sino gran parte de lo que hubiese alrededor, que, después de todo, pertenecía también al enemigo, aunque incluyese colegios, hospitales o casas. Geary no tenía la menor intención de sucumbir a tal lógica.

En aquel momento las naves de reconocimiento no estaban disparando, puesto que no había ningún objetivo. Sin embargo, estaban situadas encima, a corta distancia, para cuando los cuerpos de infantería aterrizasen.

—Ejecutando lanzamiento de la fuerza de desembarco —anunció un consultor.

Una docena de transbordadores se separaron de sus naves, y trazaron un arco descendente en dirección a la instalación minera.

—¿Por qué solo una docena? —preguntó la copresidenta Rione desde su sitio, situado detrás de Geary—. No parece propio de la coronel Carabali desaprovechar toda la fuerza posible.

¿Pretendía Rione que lo que acababa de decir sonase como que Geary había limitado las fuerzas que podía usar Carabali? Se giró para mirar a la copresidenta.

—Es una instalación pequeña, señora copresidenta. No hay suficiente espacio como para aterrizar y emplear más efectivos.

Al girarse para volver a su postura inicial, vio a la capitana Desjani con el ceño fruncido, aparentemente molesta por la pregunta de Rione. No obstante, al hablar utilizó un tono neutro.

—Se ha detectado movimiento cerca de los rieles maglev.

Geary se volvió rápidamente y observó los rieles de levitación magnética que empleaban para transportar el mineral, los contenedores y otros materiales a lo largo del complejo. Sus sensores ópticos y los de amplio espectro eran suficientemente precisos como para rastrear objetos de pequeño tamaño al otro lado del sistema estelar. Tan cerca del objetivo, si lo deseasen, podrían contar con facilidad cuántos granos formaban la arena. Por lo tanto, algo del tamaño de un humano era un blanco excepcionalmente fácil.

No había duda, se había formado un grupo alrededor de uno de los rieles, que elevaba uno de sus extremos en dirección a la
Aguerrida
y a la
Ejemplar
, que se encontraban sobre ellos.
Estúpido
, pensó en alto Geary, sin poder evitarlo.

Desjani sacudió la cabeza.

—La
Ejemplar
está disparando lanzas.

Un sistema de control de puntería diseñado para acertar a un objetivo en movimiento, a una velocidad de miles de kilómetros por segundo, en un instante, no tenía el más mínimo problema en conseguir un disparo perfecto contra un enemigo casi en reposo a corta distancia. Geary no pudo ver en la pantalla el rayo de partículas que destrozó el segmento de riel maglev, pero sí el resultado. El riel quedó hecho trizas, los obreros que había a su alrededor volaron por los aires debido a la fuerza de los fragmentos que saltaron hacia ellos, y un nítido cráter apareció en la superficie de la luna sobre el punto en el que había caído la lanza, apenas obstaculizada en su trayectoria.

Luego saltaron por los aires otros segmentos, y luego otros. Geary maldijo y golpeó los controles de comunicación.


Ejemplar, Aguerrida
, al habla el capitán Geary. Abran fuego solo ante amenazas identificadas.

—Señor, están utilizando los maglev como armas —protestó la
Ejemplar
.

Antes de responder, Geary se aseguró de que el bombardeo hubiese cesado. Para su alivio, así era.

—Lo han intentado, y han hecho un gran trabajo eliminándolos. Sin embargo, puede que nuestros ingenieros necesiten el resto de esos rieles. —Hizo una pausa, y luego continuó—: Buen trabajo. Han demostrado una gran puntería con sus armas.

—Gracias, señor. Entendido. La
Ejemplar
abrirá fuego solo en caso de amenaza.

Está bien
. Geary comprobó los datos de la flota buscando información sobre el oficial al mando de la
Ejemplar
, el comandante Veding, que poseía muy buenas notas. Había sido recomendado para ocupar un puesto de comandante de un crucero de batalla. ¿Por qué no de un acorazado? Geary frunció el ceño en cuanto se percató, por primera vez, de que todos y cada uno de sus mejores oficiales eran capitanes de cruceros de batalla. En cambio, muchos de los que le daban problemas eran capitanes de acorazados, incluyendo a los más molestos, como la capitana Faresa, Numos y los nuevos quebraderos de cabeza como el capitán Casia.
No me había dado cuenta, no había visto ese patrón, y es algo que podría ser obvio para los oficiales actuales de la flota. En mi época no había tantos acorazados y, además, por aquel entonces, eran vistos como aquello a lo que un buen comandante debía aspirar. Algo ha pasado durante este siglo para que eso cambie. Será mejor que averigüe qué es
.

Los transbordadores se aproximaban a la instalación minera como aves de presa cayendo en picado sobre sus objetivos, con los motores a toda potencia para alcanzar la instalación lo antes posible. Geary estaba atento a todo, fijándose en la pantalla que mostraba el estado de la flota y su formación al completo; un instante más tarde, en la que mostraba el área alrededor de la instalación, y luego en la visión táctica que los marines emplearían. Entonces empezaron a destacar aquí y allá símbolos que representaban fuerzas enemigas. Eran defensores moviéndose entre el equipamiento minero.

Geary inspeccionó uno de los símbolos de amenaza, y apareció una imagen estática acompañada de un texto con información al respecto.
Puto sistema casi a prueba de tontos
, pensó Geary, admirando la simplicidad del sistema. Después frunció el ceño al ver que cada vez aparecían más ventanas de información, demasiado rápido como para asimilarla, teniendo en cuenta la cantidad exhaustiva de datos que ofrecían, tales como el armamento estimado del enemigo, el tiempo de resistencia, el uso de sistemas de energía, las armaduras, y otra docena de datos que en realidad un comandante no necesitaba. Alguien lo había configurado para que toda esa basura apareciese en la pantalla.
Siempre hay un montón de idiotas dispuestos a descubrir cómo cagarla de algún modo
.

Geary maldijo mientras cerraba, laboriosamente y una a una, aquellas ventanas llenas de información meticulosa, hasta que, por fin, pudo ver la imagen y algún que otro dato valioso. La estudió hasta que pudo vislumbrar a alguien dentro de lo que parecía ser un traje de supervivencia, no de batalla. El texto así lo confirmaba, y además comentaba que coincidía con una versión obsoleta de los trajes de supervivencia síndicos estándar. Con respecto al arma que portaba, según el texto, era algún tipo de rifle de pulso, empleado para la seguridad interna, pero sin suficiente potencia como para considerarlo una amenaza real para los infantes de marina, ataviados con sus armaduras de combate.
¿Seguridad interna? ¿En un complejo tan pequeño? Ah, necesitaban gente que mantuviese a raya a los habitantes de la instalación. Teniendo esos rieles, no sería demasiado inteligente permitir que los rebeldes tomasen un equipamiento que podía lanzar rocas al planeta habitado del sistema
.

Comprobó los demás símbolos y confirmó que todos eran iguales.

—No son soldados. Han enviado a luchar a las fuerzas de seguridad interna y a los ocupantes de la instalación armados. ¿Qué sentido tiene eso?

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