Desjani frunció el ceño al ver la imagen proyectada ante su asiento.
—Lo único que pueden esperar es retrasarnos. A menos que los que se encuentren al mando de este sistema estén locos. Si no, esa debe de ser su misión.
Retrasarnos. Geary volvió a analizar lo que había en la pantalla con la visión táctica, preguntándose qué era lo que realmente pasaba. Entonces se dio cuenta.
—No están saboteando nada. ¿Por qué no han volado las reservas? Ni siquiera estamos detectando los apagones del equipo que deberían producirse después de apagar los sistemas operativos.
—¿Una trampa?
—No sería la primera vez. —Geary contactó con la coronel Carabali mediante su visor.
—Coronel, parece una trampa.
Carabali vaciló, agobiada.
—Así es, señor, eso es lo que parece. He ordenado a todas mis fuerzas de asalto que busquen cualquier elemento que pueda explotarnos en la cara. Podría haber un montón de explosiones a pequeña escala, pero mis expertos afirman que una instalación como esta no debería ser capaz de generar una gran explosión, sobre todo con tan poco tiempo como han tenido.
—No parece que eso la tranquilice, coronel.
Ella respondió con una sonrisa leve y seca.
—No, señor. Con su permiso, señor, me gustaría poder volver a supervisar el asalto.
—Por supuesto, coronel. Lo lamento.
Geary intentó tranquilizarse, molesto consigo mismo por haber violado una de sus propias normas al molestar a un oficial que estaba llevando a cabo las órdenes que él mismo le había dado.
—El almirante Bloch siempre mantenía al comandante de infantes de marina en pantalla —comentó Desjani en voz baja—. Le gustaba hacer comentarios y sugerencias, y por supuesto quería que respondiesen a sus preguntas de inmediato.
—Está de broma.
Desjani negó con la cabeza.
Geary se rió durante un instante.
—Al menos no soy tan malo.
—Pensé que debería saber que la coronel Carabali seguramente está contenta con su modo de llevar la flota, señor.
Por supuesto, con respecto a Desjani, Geary no hacía nada mal. No obstante, él todavía se estremecía ante la idea de estar trabajando para un comandante que lo mantenía en pantalla durante una operación, pidiéndole que le prestase toda la atención que un combate requería.
Con respecto a la batalla, los transbordadores estaban deslizándose a ras de tierra para desembarcar. Sus puertas se abrieron y salieron infantes de marina uniformados con traje de combate mientras los vehículos avanzaban, poco a poco, de modo que los marines se esparcieron en lugar de apelotonarse en un mismo punto. Doce transbordadores depositaron veinte líneas de infantes. Después aceleraron y volvieron a subir.
—Buen trabajo —observó Geary—. ¿Usaron pilotos automáticos?
Desjani frunció el ceño dubitativa, señaló a un consultor y esperó la respuesta.
—No, señor. Los pilotos de los transbordadores prefieren hacerlo ellos mismos. Los infantes de marina tienen un acuerdo con ellos. Siempre que hagan un buen trabajo, les dejan que ellos mismos vuelen con sus pájaros.
—Parece razonable. Y si alguno mete la pata, ¿les obligan a usar el piloto automático la siguiente vez?
—Eh, sí, señor —afirmó el consultor—. Eso después de que alguno de los que sobrevivió al aterrizaje coja al piloto y le dé una paliza. Y no es que los hayan visto hacer eso, señor.
—Por supuesto que no —dijo Geary, evitando sonreír. Las líneas de marines avanzaban hacia el complejo, moviéndose de cobertura en cobertura, en secciones, de forma que unos se cubrían a otros.
No parecía que aquellas precauciones fuesen necesarias. Geary miraba la pantalla cada vez más incómodo al ver que los símbolos que representaban grupos de enemigos retrocedían más rápido de lo que los marines avanzaban. Los defensores que más ventaja llevaban estaban ya desapareciendo, adentrándose en algunos de los pozos mineros que ensuciaban la superficie de la luna.
—¿Qué cojones?
Un instante después, la coronel Carabali contactó con Geary.
—Señor, los defensores no tienen intención de mantener la posición. Se están internando en algunos de los pozos mineros.
—Ya me he dado cuenta. ¿Tiene idea de por qué no pelean?
—Señor, creo que pretenden evacuar la instalación antes de que pase algo. También hemos especulado con la posibilidad de que sea una trampa.
¿Los defensores abandonan la zona de combate?
—¿Qué recomienda, coronel?
—Señor, por mucho que odie esto, creo que deberíamos retroceder hasta que realicemos un escaneo de esta roca átomo a átomo para descubrir qué han planeado los síndicos.
Geary vaciló. ¿Cómo iban a esperar tanto tiempo? Eso implicaría retrasar la flota más todavía, lo cual les costaría más combustible. Pero tampoco podía enviar a los infantes de marina a lo que parecía, cada vez más claramente, una trampa.
—Coronel...
Se escuchó una voz fría detrás de Geary.
—Es un farol.
Se giró y vio a la copresidenta Rione inclinarse hacia él desde su asiento de observadora, solicitando su atención.
—¿Ninguno de ustedes apuesta? Los síndicos han creado una situación que parece una trampa. No obstante, todavía no han mostrado su capacidad para hacer volar por los aires la instalación, de hecho la han dejado intacta. Si escapamos, habrán salvado la mina y nosotros no tendremos lo que queremos. Si reducimos la velocidad y esperamos, estaremos más tiempo en este sistema. En cualquier caso, los síndicos salen ganando.
La coronel Carabali pareció dudar.
—Lo que dice la copresidenta Rione tiene sentido, pero...
—Coronel —dijo Rione—, ¿suelen los síndicos preocuparse por el bienestar del personal de bajo rango como esos mineros?
—No, señora copresidenta. En absoluto.
—Entonces, ¿por qué no les han ordenado que mueran y así retrasen la ocupación de la instalación, y atraigan a más infantes de marina a la trampa? ¿Por qué se han escondido en los pozos, donde no tienen escapatoria, y donde, de hecho, ahora mismo son poco más que cadáveres si decidiésemos dispararles?
La capitana Desjani respondió controlando con cuidado su tono de su voz.
—Con el debido respeto, usted no está ahí abajo con los infantes de marina, señora copresidenta.
Rione entreabrió los ojos mientras observaba a Desjani.
—Para que vea que no digo esto a la ligera, tenga en cuenta que algunos de los marines que participan en el asalto pertenecen a la República Callas. No los expondría a un peligro mayor si creyese que es el caso.
Carabali frunció el ceño. Desjani hizo lo mismo. Ambas miraron a Geary.
Bien, vale. Rione cree lo que dice, pero ¿puedo hacerlo yo? Después de todo, no es una militar. Tampoco está al mando de nada, que es precisamente la razón por la que todos me están mirando. Es mi decisión. Quiero creer que Rione tiene razón porque, si es así, sucederá lo que quiero que suceda. ¿Será por eso que estoy deseando que tenga razón? ¿Y si se equivoca? ¿Y si no es un farol?
Perderíamos un montón de infantes de marina y aquello a por lo que hemos venido.
Y pese a todo, ¿por qué habrán mostrado los síndicos de repente esa preocupación por el bienestar de esos obreros, para después enviarlos a una posición en la que no tienen ninguna oportunidad?
Tengo que tomar una decisión. Si me equivoco, podría ver morir a muchos marines. Por otra parte, si la otra opción es la errónea, vería a la flota retrasarse todavía más mientras los síndicos reúnen fuerzas en los sistemas estelares circundantes.
Antepasados, por favor, enviadme una señal.
Si lo hicieron, Geary ni vio ni sintió nada. Miró a Desjani y sintió que confiaba en que iba a tomar la decisión correcta. Fuese la que fuese. Rione, por su parte, miraba a Geary con expresión severa, casi exigiéndole que la creyese. La coronel Carabali esperaba, sin más, con sus sentimientos escondidos tras una máscara de impasibilidad profesional. Cuanto más esperase, más probable sería que la situación se le fuese de las manos. Tenía una obligación con aquellos infantes de marina, la responsabilidad de dar una orden, de dejar claro quién era el responsable si sucedía lo peor. Era extraño, pues normalmente era Rione quien lo alarmaba ante el hecho de que eso podía ocurrir.
Esa solía ser la situación. A Rione no le gustaba tener nada que ver con los riesgos que corría la flota. No obstante, en ese instante estaba discutiendo el plan de acción con su comandante de infantes de marina y una de sus mejores capitanas, que recomendaban cautela.
O Rione se había vuelto loca, o los antepasados le han enviado una señal
, pensó Geary.
Luego suspiró.
—Creo que la copresidenta Rione tiene razón. Que los cuerpos de infantería se queden allí y ocupen la instalación.
Carabali, con aspecto impasible, se despidió con un saludo militar.
—Sí, señor. —Después su pantalla se puso en blanco.
Geary miró hacia abajo deseando que la presión que sentía, fruto de la urgencia, no hubiese nublado su sentido común. Cuando enderezó la cabeza, el visor configurado con la visión militar mostraba a los marines avanzando como un enjambre hacia las profundidades de la mina. Poco a poco los sectores en los que se dividía la instalación fueron adquiriendo un color verde, lo que significaba que habían sido despejados y ocupados.
Hasta el momento, nada había saltado por los aires.
Se rindió a la tentación y activó la perspectiva del visor desde uno de los oficiales de infantería de menor rango. En ese momento tenía una pantalla flotante ante él con la visión que le ofrecía el casco del oficial. Aquella parte de la instalación estaba a cielo abierto, por lo que los infantes estaban avanzando por un área sin atmósfera. De vez en cuando una luz iluminaba parte del equipamiento entre el que se movían, con el afilado haz apuntando a aquello que necesitaban ver, puesto que la luz no se extendía al no haber aire. Las zonas oscuras eran tan afiladas y negras como brillantes las zonas iluminadas.
Los lugares abandonados siempre tenían algo aterrador. Producían una extraña impresión, como si sus antiguos ocupantes no se hubiesen ido realmente y en lugar de eso siguiesen escondidos en alguna parte, observando a los intrusos que se internan en su mundo. Teniendo en cuenta que las instalaciones abandonadas en mundos sin aire prácticamente no cambian, un lugar desierto desde hace poco tiempo produciría un efecto similar a uno abandonado hace un siglo. ¿Habría alguien caminando por aquel lugar hace una hora, o ayer, o hace cien años? Incluso aunque habían visto como los obreros se internaban allí hacía unos momentos, la instalación minera daba aquella sensación, vacía y silenciosa, incluso aunque en el interior de sus construcciones enterradas funcionase todavía algún equipamiento.
Una puerta hermética apareció ante el oficial de marines. Geary vio que dos soldados rasos introducían unas válvulas en el mecanismo de cierre y se saltaban el sistema de cifrado de la entrada. Apuntaron con sus armas hacia el interior mientras se abría la escotilla. Después, uno de los soldados cercanos a la puerta lanzó un pequeño objeto al interior y se retiró al detonarse la carga magnética que habría de inutilizar los circuitos del armamento cercano, los trajes de supervivencia enemigos y los detonadores de posibles trampas.
Luego entraron y avanzaron a través de pasillos, pateando puertas abiertas, buscando algo sospechoso, algo que pareciese una bomba.
Geary se golpeó la cabeza al darse cuenta de que había olvidado algo que podría serles útil. Acto seguido, pulsó con fuerza el sistema de comunicaciones.
—Capitana Tyrosian. Desde ahora sus naves tienen acceso a lo que ve la fuerza de desembarco, que está ocupando la instalación. Supongo que los ingenieros de las auxiliares conocen el tipo de equipamiento con el que nos estamos encontrando y podrían identificar algo que no debería estar ahí. Ordene a algunos de sus hombres que observen lo que ven los infantes de marina cuanto antes.
La respuesta de Tyrosian tardó en llegar más de lo que debería, ya que las naves auxiliares estaban en ese momento situadas en el centro de la formación de la Alianza.
—Señor —respondió titubeante—, mi personal no suele participar directamente en este tipo de operaciones.
Geary respondió con firmeza después de calmarse ante esa respuesta.
—Este es el momento de que lo hagan. Quiero que personas cualificadas los observen tan pronto como lleguen, y quiero que me avise inmediatamente si descubren algo sospechoso.
Antes de que llegase la respuesta de Tyrosian, Geary vio que aparecía una ventana con la coronel Carabali en ella.
—Alguien está enviando la información de mi fuerza de asalto a los ingenieros de las auxiliares —dijo frunciendo el ceño.
—He sido yo, coronel.
—Debo oponerme, señor. Se trata de personal de apoyo no combatiente que no tiene necesidad de participar directamente en la fuerza de asalto.
Geary trató de no mostrar su malestar.
—No van a hacer ningún daño.
—Con el debido respeto, señor —dijo Carabali con frialdad—, los ingenieros podrían causar un caos tremendo si no los supervisamos de cerca, y el tiempo para hacerlo es un lujo del que ahora mismo no dispongo.
La capitana Tyrosian respondió en la misma dirección que Carabali.
—Capitán Geary, no tenemos una lista que especifique lo que deberíamos buscar.
La tensión que hasta ese momento estaba sintiendo se convirtió en dolor de cabeza. Geary apretó los dientes.
—Espere, coronel. Capitana, sus ingenieros deben buscar elementos que no deberían estar en una instalación minera. —Tyrosian asintió con la cabeza, pero sus ojos seguían delatando asombro—. Bombas. Bombas trampa. Cosas que exploten.
Su sorpresa aumentó.
—Hay mucho equipamiento que podría fallar de forma catastrófica si...
—Capitán Geary —dijo la coronel Carabali, mostrando su desacuerdo tanto con su expresión como con su voz—, me opongo totalmente a...
—Mis hombres necesitan hablar directamente con los oficiales del cuerpo de infantería situados en la instalación que van a supervisar —sugirió Tyrosian, vacilante—. Si no se los guía...
—¡Muy bien! —dijo Geary, interrumpiendo a las dos.
Mala idea. Podía decirles que lo hiciesen y punto, o cancelar la orden. Estaba lo suficientemente enojado como para hacerlo, para decirles «¡Obedezcan!», lo cual indicaba que probablemente no debía hacerlo. Tenía que encontrar un punto medio entre aquellas dos actitudes.