Osada (5 page)

Read Osada Online

Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Geary emitió un largo y lento suspiro.
Mierda. Esto va mal. ¿Adónde nos podría llevar actuar de ese modo? ¿A cuántos oficiales tendría que echar hasta estar seguro de dejar al mando solo a los que me son leales? Además, una vez echase a los suficientes, los demás no se atreverían siquiera a hablar conmigo, a decirme cuándo estoy equivocado. Entonces esta flota moriría; mis antepasados saben con qué frecuencia cometo errores, con qué frecuencia me equivoco
.

—Coronel Carabali, continúe, por favor.

La coronel asintió como si nada hubiese pasado y siguió con su explicación. No era nada extraordinario ni elaborado. La flota simplemente viajaría a velocidad constante a través de varias instalaciones síndicas en su camino al interior del sistema, destruyéndolas a su paso, utilizando el cañón de partículas cargado con lanzas infernales. Sin embargo, a medida que se acercasen a la cuarta luna del segundo gigante gaseoso, comenzarían a decelerar y, entonces, se lanzarían los transbordadores, que transportarían la fuerza de choque de los marines. Si las maniobras se realizaban adecuadamente, les llevaría menos de media hora llegar al punto de aterrizaje.

—Incluso aunque los síndicos, de algún modo, consiguiesen adivinar por qué la flota de la Alianza quiere tomar esas instalaciones, con suerte ni siquiera tendrán tiempo para organizar una defensa efectiva ni estropear las reservas que necesitamos —concluyó Carabali.

—Usaremos la división de naves de reconocimiento para que los apoyen si fuese necesario —añadió Geary—. La
Ejemplar
y la
Aguerrida
ya han demostrado su valía en esas situaciones.

También eran las únicas naves de reconocimiento que quedaban, pero nadie lo mencionó.

Señaló los arcos de curso que la flota seguiría, que se curvaban a través del sistema estelar Baldur como sables apuntando a las instalaciones síndicas.

—Nos llevará más tiempo que si simplemente avanzásemos hacia nuestro objetivo. No obstante, así podremos decelerar hasta cinco centésimas de la velocidad de la luz para hacer más simple el reabastecimiento de la flota. Recibirán el itinerario y el plan de reabastecimiento en una hora.

—Podríamos hacer más daño si la flota se dividiese en subformaciones —sugirió la capitana Crésida, de la
Furiosa
. No había dicho nada durante el debate, pero ahora no había podido resistirse a proponer una acción de combate más agresiva.

Geary asintió con la cabeza. Junto con Tulev y Duellos, Crésida era una de sus mejores comandantes.

—Es cierto, pero prefiero mantener el consumo de células de combustible al mínimo hasta que tengamos en nuestras manos las reservas de esos elementos traza. Y no quiero que nos dividamos en escuadrones y en divisiones para asegurarme de que todos se reabastezcan adecuadamente.

—¿Y qué pasa con los navíos de guerra síndicos? —preguntó el comandante Neeson, del crucero de batalla
Implacable
, incapaz de ocultar su desacuerdo con no formar parte de la fuerza de choque.

La capitana Desjani señaló el visor.

—Se han dividido. Dos de las corbetas se dirigen a uno de los puntos de salto fuera de Baldur que podríamos utilizar, y la otra corbeta y el crucero ligero se dirigen al otro.

El capitán Duellos asintió con la cabeza.

—Naves de vigilancia. Cada una de las corbetas saltará desde su punto para informar de nuestra presencia, mientras las otras naves esperarán para informar sobre qué punto hemos tomado.

No era difícil percatarse del descontento que reinaba en la mesa, pero no había forma de que la flota pudiese alcanzar las naves síndicas. Incluso aunque las corbetas fuesen más lentas que cualquier nave de la Alianza, exceptuando a las auxiliares, que llevaban ya demasiada ventaja.

—Causaremos un daño bastante importante a las instalaciones síndicas de este sistema —comentó Geary—, y, una vez más, los síndicos nos proveerán de las materias primas que necesitamos para seguir adelante.

Pudo sentir sin demasiada dificultad la falta de entusiasmo. Ni siquiera sus aliados más cercanos parecían contentos, pero ¿por qué iban a estarlo? Baldur no era más que un punto en el camino en su largo viaje a casa. Después de Baldur, tendrían que luchar para abrirse paso a través de Wendaya, y después lo mismo con otro sistema, y luego otro...

Habían despistado a los síndicos gracias a su estrategia en Sancere, pero ¿durante cuánto más podrían evitar que averiguasen su siguiente destino y reuniesen allí una fuerza aplastante?

Capítulo 2

Las baterías de lanzas infernales dispararon sus puntas con carga de partículas contra la base militar síndica y el astillero menor que habían orbitado las afueras del gigante gaseoso del sistema Baldur durante siglos. La mayoría de las instalaciones parecían estar abandonadas, probablemente desde hacía décadas, y tampoco parecían quedar demasiados conserjes para controlar las pocas que se mantenían operativas. En aquellos momentos el personal síndico viajaba hacia el interior del sistema en cápsulas de escape, mientras, tras ellos, tanto las zonas activas como las inactivas de la base y del astillero eran destrozadas por el fuego de las lanzas infernales disparadas a quemarropa.

Geary había decidido distribuir, entre la flota, la diversión de destruir las instalaciones síndicas según avanzaban hacia la zona minera. Esta vez, le había permitido a la Octava División de Acorazados hacer los honores. La
Incansable
, la
Represalia
, la
Soberbia
y la
Espléndida
marcharon sobre la base síndica, mientras su fuerza destructiva destrozaba el equipamiento, las reservas de suministros y otras zonas, además del astillero, que les podría haber sido útil alguna que otra vez a aquellas obsoletas corbetas.

El siguiente objetivo era la instalación minera, que necesitaban capturar intacta. Dada la aparente e incesante voluntad de los humanos de construir y preservar cosas, a Geary le costaba comprender la ironía de que durante las guerras fuese siempre bastante más fácil destruir que intentar conseguir algo de una pieza.

—¿Se divierte?

Geary miró por encima de la pantalla que mostraba los acorazados destrozando las instalaciones síndicas y vio que Victoria Rione había entrado en su camarote sin decir nada. Podía hacerlo puesto que él mismo había cambiado la configuración de seguridad para permitírselo, lo cual constituía uno de los legados de los días en que compartieron cama. Había pensado en volver a cambiar la configuración, dada la distancia que ahora lo separaba de Rione, pero había evitado dar ese paso.

Se encogió de hombros en respuesta a su pregunta.

—Es necesario.

Rione le dirigió una mirada enigmática y se sentó enfrente, manteniendo la distancia que había marcado con Geary desde Ilión.

—La necesidad es una cuestión de decisiones, John Geary. No existe una línea clara que separe lo que debemos y lo que decidimos hacer.

Geary pensó que, de algún modo, se estaba refiriendo a algo implícito. Ojalá pudiese adivinar a qué.

—Soy consciente de ello.

—Sé que suele serlo —reconoció Rione, en un gesto poco habitual por su parte. Luego lo miró durante un momento antes de volver a hablar—. Suele. Los oficiales al mando de las naves de la República Callas y de la Federación Rift me han informado sobre la última reunión de la flota.

Geary reprimió un destello de irritación.

—No tiene que recordarme que esas naves seguirán sus recomendaciones por ser la copresidenta de la República Callas.

—No —respondió tajantemente Rione—. No creo que a Black Jack le guste que cuestionen su autoridad. Entiendo que se haya enfrentado a algo más que eso y que haya respondido con severidad.

—¡Tengo que mantener el control de esta flota, señora copresidenta! Podía haber reaccionado de un modo mucho más firme, y lo sabe.

En vez de responder ante su enfado, Rione hizo una mueca y se recostó.

—Podía, sí. Lo importante no es que yo lo sepa, sino que lo sepa usted. Está pensando en lo que podría haber hecho, en cómo podría haberse librado, como Black Jack, ¿no es así?

Geary vaciló. No quería admitirlo, pero Rione era la única persona con la que podía sincerarse al respecto.

—Sí, se me ocurren esas cosas.

—¿No suelen, no?

—No.

—¿Durante cuánto tiempo podrá aplacarlas, John Geary? Black Jack puede hacer lo que quiera porque es una leyenda viva, porque ha salido victorioso de batallas tremendas al mando de esta flota.

Geary la fulminó con la mirada.

—Si no salgo victorioso, esta flota desaparecerá.

Ella asintió.

—Y si lo hace, su leyenda se hará más grande, al igual que su poder. Con cada victoria la cosa se vuelve más peligrosa, porque también se vuelve más fácil para Black Jack. No tendría que convencer a nadie para que haga lo que dice, le bastaría con ordenar y castigar a quien no esté de acuerdo. No tendría que preocuparse por el honor o las normas. Podría hacer las cosas a su manera.

Geary se recostó también, mientras cerraba los ojos.

—¿Qué sugiere, señora copresidenta?

—No lo sé. Ojalá lo supiese. Temo por usted. No tenemos tanto control sobre nosotros mismos como nos gustaría pensar.

Geary abrió los ojos de repente y la observó, sorprendido por aquella muestra de debilidad. Rione miraba en otra dirección, con aspecto lóbrego. Después de un instante se recompuso como un acorazado que refuerza sus defensas y le devolvió la mirada a Geary, con una expresión dura.

—¿Qué sucederá si las instalaciones militares no tienen los materiales que la flota necesita?

Geary realizó un gesto fruto de la exasperación.

—Atacaremos otra. Necesitamos esos materiales. Odio moverme tan lentamente dentro de un sistema enemigo, pero no podemos entrar en el punto de salto sin reabastecer a las auxiliares. Incluso aunque distribuyésemos las células que hemos producido hasta ahora, la media de la flota estaría al setenta por ciento de sus reservas de combustible, y eso es demasiado poco para una flota que se enfrenta a un largo camino hasta casa.

—¿Es lo único que le preocupa?

—¿Quiere decir si me preocupa algo además de usted? —preguntó Geary con brusquedad.

Ella lo miró fijamente.

—Sí.

Habría tenido más suerte interrogando prisioneros síndicos que intentando sonsacarle algo a Victoria Rione. Por alguna razón, Geary sintió como se dibujaba una sonrisa irónica en su boca.

—Efectivamente, hay algo más.

Geary dirigió su mirada hacia el visor que estaba estudiando antes de que ella llegase.

—¿Qué? —Victoria Rione se puso de pie, caminó hasta situarse detrás de él y se inclinó levemente para poder ver la pantalla. Sus cabezas estaban a escasa distancia, y ella sintió su fragancia, que le traía a la mente recuerdos de sí misma entre sus brazos. A Geary no era una distracción que le agradase demasiado, teniendo en cuenta que ella había evitado el contacto físico durante semanas sin aclararle la razón. No es que su cuerpo le perteneciese, pero Rione le debía una explicación. Tampoco es que se hubieran hecho ninguna promesa, por lo que nadie la había roto. No obstante, él lo sentía de ese modo.

Geary frunció el ceño, enfadado tanto con ella como consigo mismo.

—Me preocupa el estado de las naves.

Ella lo miró fijamente.

—Está disgustado por las pérdidas —dijo con total naturalidad.

Ella, al igual que Desjani y algunos otros, sabía el modo en el que Geary se había acostumbrado a la pérdida de naves y de tripulación. Un siglo antes, la pérdida de una sola nave suponía una tragedia, pero en los baños de sangre en los que se habían convertido los combates desde aquella, perder una nave era fácil. Tan solo era otro nombre que revivir cuando otro navío que la reemplazase entrase en servicio. Sin embargo, los sentimientos de Geary seguían donde habían estado con aquella gente cien años antes, para él hacía solo unos meses, gracias a la hibernación que lo había mantenido intacto durante todo ese tiempo.

—Claro que estoy disgustado por las bajas —afirmó Geary secamente, intentando controlar su carácter.

—Y eso juega en su favor —dijo Rione, mirando la lista de naves—. Todavía temo el día en que Black Jack se acostumbre a esas pérdidas.

—No es Black Jack quien está al mando de esta flota. Todavía soy yo. —Geary la miró directamente, inquieto porque volviese a sacar ese tema—. Black Jack no me controla. Aunque no niego que me tiente. Sería mucho más fácil creer que soy esa especie de héroe mítico cuyas acciones justifican las estrellas del firmamento y la bendición de nuestros antepasados, pero eso no tiene sentido, y soy consciente de ello.

—Bien. Entonces sabrá también que habríamos tenido muchas más pérdidas si el que estuviese al mando fuese otro. ¿Necesita que se lo diga? No he puesto en duda sus dotes de comandante desde Sancere.

No se había dado cuenta, pero era verdad.

—Gracias. Espero que valga de algo.

—Debería, John Geary.

Él sacudió la cabeza.

—¿Porque podría haber sido peor? Perfecto. Puedo entenderlo si me paro a pensarlo, pero no lo siento así. No obstante, eso no es lo importante. No podemos seguir con tantas pérdidas. —Geary señaló los informes de las naves y su estado—. Observe. Los cruceros de batalla que sobrevivieron a la emboscada síndica en su sistema natal han sido reorganizados en seis divisiones. Normalmente, una división tiene seis naves. Estas divisiones, para ser mínimamente sólidas, están formadas por cuatro naves, y la Séptima División solo cuenta con tres. A la emboscada sobrevivieron veintitrés naves. De entre estas, sufrimos la pérdida de la
Resistente
cuando salíamos del sistema natal síndico.

Geary tuvo que hacer una pausa. «Pérdida.» Una simple palabra. El epitafio de una nave, su tripulación y su oficial al mando, un hombre mayor que Geary, que había sido su resobrino. Tragó saliva, a sabiendas de que Rione estaba mirándolo, y continuó:

—Perdimos a la
Polaris
y a la
Vanguardia
en Vidha, y después a la
Invencible
y a la
Terrible
en Ilión. Cinco menos de un total de veintitrés, y todavía nos queda un largo camino hasta llegar a casa. Y eso sin contar el daño que han sufrido las naves de la Segunda División de Cruceros de Batalla de Tulev, algunas de las cuales todavía no han sido reparadas.

Other books

Obession by Design by Ravenna Tate
Zombie Sharks with Metal Teeth by Stephen Graham Jones
War of the World Views: Powerful Answers for an "Evolutionized" Culture by Ken Ham, Bodie Hodge, Carl Kerby, Dr. Jason Lisle, Stacia McKeever, Dr. David Menton
The Trials of Phillis Wheatley by Henry Louis Gates
Cartas sobre la mesa by Agatha Christie