—Un momento, señor.
Hacha de Guerra
, señor.
Geary encontró el control de comunicaciones adecuado sin tener siquiera que buscarlo, y se sintió aliviado al ver que, por fin, dominaba aquel equipamiento del futuro, que tan poco familiar le resultaba.
—
Hacha de Guerra
, al habla el capitán Geary. Recoja la cápsula de escape síndica. Quiero interrogar a su tripulación.
La respuesta tardó un minuto en llegar, como era natural, ya que el destructor
Hacha de Guerra
se encontraba a unos veinte segundos luz del
Intrépido
. La transmisión tardó unos veinte segundos en llegar a su destino, y la respuesta otro tanto.
—Sí, señor. ¿Dónde debemos entregarla?
—En el
Intrépido
—respondió Geary.
Todavía estaba esperando la confirmación de
Hacha de Guerra
cuando escuchó una fría voz a sus espaldas:
—¿Qué espera sacar de la tripulación de un mercante, capitán Geary? Dudo mucho que el mando síndico les haya confiado información clasificada.
Geary miró hacia atrás y vio a Victoria Rione, copresidenta de la República Callas y senadora de la Alianza, que lo miraba extrañada.
—Esa nave iba a saltar fuera del sistema. Probablemente quiere decir que llegaron a este hace algunas semanas, por lo que no son comerciantes que se mueven solo dentro de él. Seguro que tienen noticias de otros sistemas estelares síndicos. Quiero saber lo que les han dicho sobre esta flota y sobre la guerra en general. También quiero ver si podemos averiguar algún rumor que hayan escuchado en sus viajes.
—¿Cree que esa información puede ser valiosa? —preguntó inquisitivamente Rione.
—No lo sé, pero si no lo intento, tampoco lo sabré, ¿verdad?
Ella asintió, sin dar pista alguna sobre lo que pensaba. Tampoco es que a Geary le extrañase. Él y Rione habían sido amantes durante unas semanas, en el sentido físico de la palabra, pero ella se había mostrado distante desde que abandonaron el sistema estelar Ilión, y todavía no sabía por qué.
—Entonces quizá debería entregarle los prisioneros a la
Vindicta
—dijo Rione—. Es el acorazado con las mejores dotaciones para interrogatorios de la flota, o eso he escuchado.
La capitana Tanya Desjani, que estaba sentada a un lado de Geary, se giró bruscamente y dijo en un tono frío:
—El
Intrépido
posee unas excelentes dotaciones para interrogatorios, por lo que el capitán Geary disfrutará de todo lo que necesite. —Desjani no iba a permitir que alguien insinuase que había una nave mejor en la flota que la suya.
Rione observó de forma impasible a la oficial al mando durante un momento y luego inclinó ligeramente la cabeza.
—No pretendía insinuar que el
Intrépido
no pudiese llevar a cabo la misión de forma eficaz.
—Gracias —respondió Desjani, con una voz ni un ápice más cálida.
Geary intentó no poner mala cara. A Desjani y Rione parecía quedarles poco para llegar a arrancarse los ojos desde lo de Ilión, y tampoco había sido capaz de averiguar la razón. Ya tenía suficiente con tener que preocuparse por la flota síndica como para tener también que ponerse a adivinar por qué dos de sus mejores consejeras se llevaban mal. Volvió a concentrarse en el visor, donde los sensores le avisaban de que había nueva información. Luego farfulló entre dientes.
—¿Qué sucede, señor? —preguntó Desjani, a la vez que centraba sus ojos en la pantalla—. ¡Oh, mierda!
—Sí —asintió Geary. Sabía que Rione estaba escuchando, preguntándose qué pasaba—. Hay otra nave mercante síndica llegando al punto de salto al otro lado del sistema. Tendrá tiempo de vernos antes de saltar e informará a las autoridades síndicas de otros lugares.
—Menos mal que no pensamos quedarnos aquí —añadió Desjani—. En Baldur no hay nada útil. Solo es un sistema estelar de segundo rango.
Geary asintió con la cabeza. Sus pensamientos retrocedían en el tiempo, cien años antes de la guerra; antes de luchar en una batalla desesperada contra el primer ataque sorpresa síndico; antes de escapar por los pelos lanzándose en una cápsula de salvamento dañada para ir a la deriva durante un siglo en hibernación para poder sobrevivir; antes de encontrarse de repente al mando de una flota cuya supervivencia dependía de él. Antes, cuando era solo John Geary, un simple oficial, no el héroe mítico
Black Jack
Geary, que, según los descendientes de la gente a la que había conocido, era capaz de conseguir cualquier cosa.
—La gente solía ir a Baldur antes de la guerra —dijo absorto en sus pensamientos—. Turistas, incluso de la Alianza.
Desjani lo miró sorprendida.
—¿Turistas? —Después de un siglo de guerra encarnizada, la idea de realizar viajes de placer a lo que había sido territorio enemigo durante toda su vida le parecía incomprensible.
—Sí. —La mirada de Geary se desvió hacia la ventana del principal mundo habitado—. Hay paisajes espectaculares ahí abajo. Incluso después de haber colonizado tantos planetas, ahí hay algo único; uno tiene que haber estado allí para comprenderlo. Bueno, es lo que todos decían.
—¿Algo único? —preguntó Desjani, mostrando claramente sus dudas.
—Sí —repitió Geary—. Vi una entrevista que le hicieron a alguien que había estado allí. Dijo que tenía algo increíble, como si los antepasados volviesen a tu lado mientras miras a tu alrededor. Puede que sucediese algo, al fin y al cabo, Baldur no tiene puerta hipernética.
Luego dirigió su mirada hacia Desjani, que seguía desconcertada, pero también, como de costumbre, dispuesta a creer a aquel hombre, de quien pensaba que había sido enviado por las mismísimas estrellas del firmamento para salvar la Alianza.
Ella señaló su visor.
—¿Entonces prefiere que no bombardeemos el planeta principal?
Geary casi se emocionó. Después de un siglo intercambiando atrocidades con los síndicos, incluso los oficiales de la Alianza podían mostrar bastante sangre fría.
—Sí —consiguió decir finalmente—. Si es posible.
—Muy bien —respondió Desjani—. Las instalaciones militares parecen ser básicamente orbitales, por lo que, aunque tengamos que destruirlas, no será necesario bombardear la superficie.
—Perfecto —asintió Geary con sequedad.
Luego se recostó en su sitio y trató de tranquilizarse. Se había alterado desde que la flota entró en Baldur.
—Avistados combatientes síndicos orbitando el tercer planeta —anunció el consultor de combate del
Intrépido
en el momento oportuno—. Localizado otro combatiente síndico en un puerto espacial que orbita el cuarto planeta.
Geary, esperando que no se notase su agitación al escuchar aquella información, con su teleobjetivo acercó la imagen de las naves enemigas. Puesto que no las habían detectado antes, debían de ser más bien pequeñas. Y así era.
—Tres corbetas de níquel obsoletas y un crucero ligero más viejo incluso.
Geary se percató de que el crucero todavía era más antiguo que él.
Aquí estamos los dos, luchando en una guerra durante más tiempo del que cualquiera de los dos hubiera pensado. Bueno, por lo menos es probable que esté en mejor estado que esa vieja nave
.
—Se encuentran a cinco horas y media luz —le confirmó Desjani—. Orbitan entre el tercer y el cuarto planeta. Tardarán en detectarnos otras cinco horas aproximadamente. —Sonrió—. Es evidente que no nos esperaban.
Geary respondió con otra sonrisa. Se sintió liberado. Cada vez que la flota realizaba un salto, tenía que preocuparse por si les tendían una emboscada. La única manera de evitarlo era que el mando síndico no supiese adónde se dirigían. El hecho de que ni siquiera hubiese naves de vigilancia apostadas cerca del punto de salto de Baldur quería decir que a los síndicos ni se les había pasado por la cabeza que la flota de la Alianza fuese a aparecer por ahí, o por lo menos que no habían pensado en ese sistema como posible destino con el tiempo suficiente como para enviar una nave con el aviso.
—Lo más probable es que escapen. Si no lo hacen, quiero un análisis de lo que podrían estar custodiando.
—Sí, señor —asintió Desjani, y al instante realizó un gesto hacia uno de los consultores—. ¿Algo más, señor?
—¿Qué? —Geary se percató de que estaba mirando la pantalla con mucha atención, por lo que intentó parecer tranquilo—. No.
Sin embargo, Desjani había adivinado a qué se debía su preocupación.
—Parece que la flota guarda formación.
—Sí, eso parece. —Si alguna de sus unidades más alejadas decidía cargar contra los síndicos, el
Intrépido
tardaría casi medio minuto en darse cuenta. Sin embargo, parecía que todos estaban manteniendo la formación—. Quizá lo que intento enseñarles a nuestros oficiales sobre la disciplina en combate está dando realmente sus frutos. —Qué pensamiento tan alentador.
Pero Rione no tardó en volver a ponerle los pies en la tierra.
—También es posible que estén manteniendo la formación porque el enemigo síndico está compuesto por cinco naves situadas a cinco horas y media luz. Incluso aunque acelerasen al máximo, les llevaría un rato largo interceptarlos.
Desjani miró a Rione con semblante frío mientras simulaba en el sistema de navegación la maniobra.
—Si los síndicos mantuviesen su curso sin escapar, interceptarlos requeriría unas veinticinco horas en aceleración y deceleración máxima —anunció Desjani a regañadientes—; pero puedo asegurarle, señora copresidenta, que si actuásemos como lo hacíamos antes de que el capitán Geary tomase el mando, ya habría naves en camino.
Rione sonrió ligeramente y asintió con la cabeza.
—No pongo en duda sus palabras, capitana Desjani.
—Gracias, señora copresidenta.
—No, gracias a usted, capitana.
Geary agradeció por un instante que sus oficiales no desenvainasen sus espadas ceremoniales. Por la expresión en los ojos de Desjani, Rione también debería estar agradecida.
—De acuerdo entonces —dijo en voz alta con el fin de distraer a ambas—. Por lo que parece, este sistema estelar no está en absoluto preparado para nuestra llegada. Eso significa que tenemos la oportunidad de intimidarlos si actuamos sin cometer estupideces.
Desjani asintió al momento, y un poco más tarde Rione hizo lo mismo.
—Capitana Desjani, por favor, transmita a todas las instalaciones síndicas el aviso de que esta flota responderá con toda su fuerza ante cualquier ataque o acción en contra de la misma.
—Sí, señor. ¿Quiere que lo nombre al final del mensaje?
—Sí. —Geary nunca se había planteado que su nombre inspirase miedo, pero, por lo que parecía, incluso en el bando síndico había gente que creía en Black Jack, el legendario héroe de la Alianza.
Victoria Rione volvió a tomar la palabra.
—Sus mensajes suelen ser más largos.
Geary se encogió de hombros.
—Estoy probando algo nuevo. Seguramente no tengan ni idea de lo que pretendemos, por lo que estarán alerta y preocupados. Quizá sea suficiente como para que permanezcan quietos sin meterse con nosotros.
Claro que tampoco es que yo esté planeando hacer otra cosa que no sea ir al siguiente punto de salto
.
Luego comenzó a estudiar el visor, observando el camino que lo llevaría al punto de salto de Wendaya, avanzando a través de un largo arco sobre el plano del sistema estelar Baldur. La flota no tendría que pasar cerca de ninguna instalación síndica, y estos últimos no poseían nada en el sistema para perseguirlos.
Todo parecía tan perfecto que a Geary le entraron dudas, como si no estuviese dispuesto a creer que no existía la más mínima amenaza.
No obstante, y pese a todo, no parecía que hubiese ningún problema. Al final volvió a relajarse, reflexionó sobre la información de la que disponía, y luego puso la nave en modo informe de errores. No había mucha información que intercambiar durante el espacio de salto, pero desde el preciso instante en que había llegado allí, no había parado de llegar información al
Intrépido
sobre el estado de cada una de las naves. Si Geary lo hubiera deseado, podría haber averiguado el número exacto de tripulantes que tenían dolor de cabeza en cada una de las naves en ese mismo momento. Había conocido a comandantes que se concentraban en asuntos como ese, esperando que, de algún modo, la flota se dirigiese a sí misma mientras ellos se ocupaban con ahínco de detalles triviales por el estilo.
Sin embargo, lo que él hacía no era trivial. Geary no pudo evitar suspirar al ver uno de los informes principales. Luego dirigió su mirada hacia las personas que se encontraban en el puente.
—Logística —le dijo de forma concisa a Desjani.
Ella, en respuesta, asintió con la cabeza.
—El
Intrépido
también se está quedando por debajo de la reserva de combustible recomendada.
—Eso ya lo sabía, pero no me había fijado en cuántas de las demás naves estaban al mismo nivel, o incluso en uno más bajo. —Geary sacudió la cabeza con un gesto de reprobación—. Y hemos gastado mucha munición, además de muchas minas en Sancere y en Ilión. Por si fuese poco, las reservas de misiles espectro andan bastante bajas en la mayoría de las naves. —Volvió a recostarse, y suspiró larga y tranquilizadoramente—. Gracias a las estrellas del firmamento que tenemos las naves auxiliares. Sin ellas, que pueden fabricar nuevo armamento y células de combustible, hace varios sistemas estelares que esta flota habría quedado atrapada y desamparada.
Eso simplificaba sus planes de atravesar el sistema estelar Baldur. Tendrían que mantenerse unos cerca de otros, gastar el mínimo combustible posible, evitar usar el armamento, y conceder a las naves auxiliares el tiempo suficiente como para reponer las reservas de combustible y munición de las demás unidades.
No obstante, el sentimiento de satisfacción desapareció en cuanto comprobó el estado de las cuatro naves auxiliares de alta velocidad, que eran de alta velocidad solo en la mente de los que las habían puesto ese nombre. Eran difíciles de proteger y muy lentas. Pero las instalaciones autopropulsadas de manufacturación, llamadas auxiliares, eran vitales para poder llevar la flota a casa. Eso siempre y cuando pudiesen proveerla, claro.
—¿Por qué estoy viendo informes críticos que alertan sobre escasez en las auxiliares?
Geary reflexionó en un tono de voz más alto de lo normal.