—¿Capitán Geary? Al habla el teniente Íger, de Inteligencia.
Pulsó el panel de control para aceptar la llamada.
—Al habla Geary. ¿Qué sucede?
—Hemos analizado las comunicaciones realizadas por las cápsulas de salvamento procedentes de las naves de batalla síndicas que hemos destruido y, por lo que sabemos, todos los oficiales de alto rango han muerto en combate. Ninguna de las personas a bordo de las cápsulas parece reivindicar ningún tipo de autoridad ni coordinar su actividad.
No tenía sentido desviar las naves para recoger a unos prisioneros sin información útil.
—¿Siguen en dirección a las instalaciones abandonadas de este sistema?
—Sí, señor —le confirmó Íger—. No tienen otro sitio adonde ir.
—¿Cuánto tiempo podrían sobrevivir con lo que tienen en las cápsulas y lo que pueda haber en la base?
Hasta ahora, la Alianza siempre había encontrado en las instalaciones síndicas que había examinado raciones de emergencia o, simplemente, comida, congelada en mundos sin aire.
—Las cápsulas contienen provisiones para un par de semanas, suponiendo que vayan llenas. Y siempre pueden estirarlas, claro. Incluso aunque las naves estuviesen aquí para comprobar si aparecíamos, el procedimiento síndico consiste en mandar una nave mensajera para informar de que la misión se ha completado, que en este caso era colocar los campos de minas. Cuando los líderes de los sistemas cercanos vean que no reciben información de las naves de Daiquón, mandarán a alguien para comprobar qué sucede. De hecho, podría haber ya una nave en camino.
—Entiendo. Gracias.
Tampoco tenía mucho sentido la idea de desviar una nave para recoger unas cápsulas que solo tenían tripulantes sin cargo. Podía ordenar que su flota les enviase un mensaje a las autoridades síndicas del planeta habitado del sistema Ixion cuando llegasen, solo para asegurarse de que los síndicos sabían que había personas esperando que las rescatasen.
Geary intentó volver a sus ensoñaciones, pero un instante después sonó la alarma de su escotilla.
—Entre —dijo sin abrir los ojos siquiera.
Después de un momento, escuchó una voz seca.
—Enhorabuena por haber conseguido otra victoria.
Los ojos de Geary se abrieron bruscamente. La persona que estaba en la entrada no era otra que Victoria Rione. Cuando vio que la miraba, entró. La escotilla se cerró tras ella, se acercó y se sentó frente a Geary. Al contrario que Desjani, Rione se acomodó, casi de modo informal, pero de la misma manera en que lo haría un gato para poder salir corriendo en cualquier momento.
—¿Qué le trae por aquí?
—Ya se lo he dicho. Vengo a felicitarlo.
—Y una mierda. —Geary hizo una mueca, enfadado—. Te has pasado semanas evitándome. ¿Por qué has decidido finalmente dejarte ver?
Rione desvió la mirada.
—He tenido mis razones. Hemos perdido una nave de la República Callas en el reciente combate.
—Lo sé, la
Glacis
. Lo lamento. Perdimos a la mitad de su tripulación, pero hemos conseguido rescatar al resto. Los supervivientes han sido distribuidos en otras naves de tu república.
—Gracias. —Rione apretó los dientes—. Tendría que haber estado ahí. Es mi responsabilidad.
—No, es la mía, como comandante de la flota. No obstante, habría agradecido tu ayuda. Además, para ser francos, señora copresidenta, las naves de la República Callas se preguntan por qué has estado tan ausente.
—Tengo mis razones —repitió Rione después de un largo rato en silencio.
—Podrías compartirlas —le sugirió Geary—. ¿No me recomendaste una vez hablar de mis problemas?
—¿Lo hice? ¿Se ha sentido solo? —preguntó Rione bruscamente.
—Te he echado de menos, sí.
—No soy la única mujer de esta nave, capitán Geary.
—Eres la única a la que puedo tocar —respondió Geary, sin apuro—. Y lo sabes. El resto de la flota trabaja bajo mis órdenes.
Ella lo miró, ocultando sus sentimientos, como era habitual.
—¿No tiene a nadie más con quien hablar?
—A veces sí; con la capitana Desjani o con el capitán Duellos.
—¡Ah! —Seguía siendo imposible averiguar qué pensaba Rione—. ¿La capitana Desjani? ¿Habla con ella sobre los modos con los que masacrar a los síndicos?
Aquello casi había sonado como las viejas y mordaces burlas de Rione.
Geary pensó la respuesta, y finalmente decidió ser sincero.
—Hablamos mayormente de asuntos estratégicos, sí. Una vez hablamos de Kosatka. Le dije que me gustaría ir cuando volviésemos.
Rione hizo una mueca, arqueando una ceja.
—¿Por qué no? Es un lugar interesante. Es posible que no pueda quedarme, pero me gustaría verlo de nuevo.
—Ha cambiado, capitán Geary.
—Eso mismo dijo Desjani. —Geary se encogió de hombros—. A lo mejor quiero comprobar yo mismo cuánto ha cambiado, para ayudarme a interiorizar el hecho de que ha pasado un siglo desde la última vez que estuve allí.
—Seguramente ni siquiera podría pasear en público, ya sabe. —Rione hizo una mueca con la boca—. Acosarían a Black Jack.
—Sí. Desjani se ofreció a mostrarme el lugar. Podría ayudarme a evitar a la gente. Sus padres todavía viven. Nos ayudarían a pasar desapercibidos, supongo.
Victoria Rione se mantuvo en silencio otro rato, con aspecto impasible.
—Así que —dijo finalmente—, Tanya Desjani lo ha invitado a su casa para conocer a sus padres.
No se le había ocurrido que el ofrecimiento de Desjani pudiese verse de ese modo.
—¿Y qué pasa? ¿Estás celosa?
Rione arqueó las cejas.
—Difícilmente.
—Bien, porque lo último que quiero es que alguien piense que estoy interesado en ella, o al revés. —¿Habría Rione escuchado los rumores infundados sobre él y Desjani que Duellos le había comentado? ¿Cómo no iba a hacerlo teniendo en cuenta los espías que tenía informándole sobre todo lo que pasaba en la flota?
Rione sonrió ligeramente.
—Oh, claro que no, John Geary. Piense en las ventajas de tener a una mujer que cree que ha sido enviado por las mismísimas estrellas del firmamento para salvarnos a todos. Muchos hombres desean tener a alguien que los adore. Usted dispone de una, preparada y esperando.
Geary se levantó, cada vez más enfadado.
—No le encuentro la gracia por ninguna parte. Tanya Desjani es una buena oficial. No quiero que nadie piense que podríamos tener una relación más allá de lo profesional. Los enemigos que tengo en la flota ya intentan causarme problemas y fastidiarme afirmando que Desjani y yo compartimos algo más. No me gustan esos rumores. No quiero hacerle daño.
La sonrisa de Rione desapareció, y miró al suelo durante un momento. Cuando volvió a levantar la cabeza, su aspecto era sereno.
—Lo siento, tiene razón.
—Vale, joder. —Geary no fue capaz de callarse, y añadió—: Una mujer que admite que tengo razón. Muchos hombres rezan para que así sea.
—Que yo me esté comportando como una zorra no quiere decir que tú tengas que comportarte como un cabrón.
Entonces fue Geary quien desvió la mirada y asintió.
—Tienes razón.
—Además —continuó Rione—, soy mucho mejor que tú en eso. —Se hundió sobre su asiento, con una expresión que era una mezcla entre cansancio y desdicha.
Geary se inclinó hacia ella.
—¿Qué coño pasa Victoria? Sé que te preocupa algo, y creo que no soy yo. He intentado adivinar por qué has descuidado tus obligaciones con la Alianza y con la República Callas y, francamente, estoy más que asombrado. —Ella seguía sentada, con expresión impasible—. ¿Acaso soy yo? No me has tocado siquiera desde Ilión. Nunca nos comprometimos a nada, pero la verdad es que no entiendo qué ha pasado.
Rione se encogió de hombros, mirando en otra dirección.
—Soy una zorra. Ya lo sabías. De todos modos, solo era algo físico.
—No, no lo era. —Rione seguía sin mirarlo directamente, por lo que continuó—: Ya te lo he dicho antes, y te lo vuelvo a decir: me gusta tenerte cerca.
—Veo que no niegas que soy una zorra.
—Y sigues queriendo cambiar de tema. —Frunció el ceño—. ¿Tiene eso que ver con cómo os comportáis Desjani y tú cada vez que estáis juntas?
Ella se rió con tono burlesco.
—Qué hombre tan observador. Si Desjani y yo fuésemos dos formaciones de guerra síndicas seguro que te habrías dado cuenta hace mucho tiempo.
Geary decidió no entrar en ese juego.
—Os respeto a las dos. Y me gustáis las dos, pero en sentidos distintos. También respeto vuestras formas de pensar. Esa es precisamente la razón por la que me preocupa bastante no saber por qué parece que os odiáis desde Ilión.
Rione desvió la mirada un momento antes de responder.
—La capitana Desjani tiene miedo de que le haga daño al hombre que idealiza.
—No me jodas, Victoria...
—No es broma, John Geary. —Suspiró profundamente y, finalmente, le devolvió la mirada—. ¡Utiliza la cabeza! —dijo Rione con dureza—. ¿Qué conseguimos en Sancere?
—Muchas cosas.
—Entre ellas una larga lista desactualizada de prisioneros de guerra de la Alianza. —Para sorpresa de Geary, Rione parecía temblar un poco mientras hablaba—. Sabes que los síndicos dejaron de compartir con nosotros las listas de prisioneros de guerra desde hace bastante. Sabes que muchos de los que aparecen en esa lista supuestamente estaban muertos. ¡Deberías haberte dado cuenta de que algunos de los nombres que hay en ella podrían pertenecer a personas que se dieron por muertas!
Finalmente lo comprendió.
—Tu marido. ¿Estaba su nombre en la lista?
Rione apretó los puños. Estaba temblando claramente.
—Sí.
—Pero dijiste que sabías que estaba muerto.
—¡Los que consiguieron escapar de la nave dijeron que eso era lo que había ocurrido! —dijo, gritando. Geary supo que no era a él a quien le gritaba. Luego se calmó y respiró profundamente varias veces—. En la lista que conseguimos aparecen nombres y números de identificación. Pone que, cuando lo capturaron, estaba gravemente herido, pero todavía vivo.
Geary esperó un rato, pero Rione no dijo nada más.
—¿Eso es todo?
—Eso es todo, John Geary. Sé que los síndicos lo capturaron cuando todavía estaba vivo. Sé que estaba gravemente herido. No sé siquiera si llegó a vivir para ver otro día. No sé si sobrevivió, fuese el tratamiento médico que fuese el que le proporcionaron los síndicos. No sé si lo enviaron a un campo de trabajo. No sé si después de todo eso, murió. —Hizo una pausa—. No lo sé.
En ese momento Victoria Rione, que normalmente gozaba de un gran autocontrol, irradiaba dolor. Geary se acercó a ella, la abrazó, y pudo sentir que temblaba en su interior.
—Lo siento, joder. Lo siento.
Su voz sonó apagada.
—No sé si está vivo. No sé si está muerto. Si sobrevivió de algún modo... Si está en un campo de trabajo en alguna parte, las posibilidades de que vuelva a saber de él, de volver a verlo, son pocas, por no decir ninguna. Pero podría seguir vivo. Mi marido, el hombre al que todavía amo.
Entonces Geary lo entendió. Rione se había dado cuenta de ello semanas después de ir a su cama por primera vez. La triste ironía de aquello hacía que se preguntase por qué las estrellas del firmamento podían haberle hecho eso a aquella mujer.
—Vale, no tienes que decir nada más.
—Sí, claro que sí. Después de diez años de mantener viva su memoria me entregué a ti, y luego me enteré de que podía seguir vivo. —Rione apartó a Geary y miró a un lado—. Menudas bromas gasta el destino, ¿eh? Pensé que había hecho lo correcto, John Geary. Pensé que había honrado a mi marido muerto, y que había hecho lo que él habría querido que hiciese. Ahora resulta que puedo haberlo deshonrado. Y a mí también, pero sobre todo a él.
—No —respondió casi sin pensar. Geary se tomó una pausa para ordenar sus ideas—. No has deshonrado a nadie. Dime la verdad: ¿si descubriésemos que está en un campo de trabajo del siguiente sistema estelar que visitemos, te irías con él o te quedarías conmigo?
—Me iría con él —dijo sin vacilar un instante—. Lo siento, John Geary, pero esa es la verdad, y no va a cambiar. Ya te he dicho dónde estará siempre mi corazón. —Rione volvió a suspirar profundamente, en un intento por controlar sus emociones—. Desjani también lo sabe. Encontró el nombre de mi esposo en la lista y vino a decírmelo obligada por su sentido del deber. Tu capitana Desjani se entrega a sus valores. Me hizo daño, y no la traté precisamente bien. Se sorprendió bastante cuando le dije que ya lo sabía, pero que todavía no te lo había contado. —Rione miró a Geary directamente a los ojos—. Cree que no debería ocultártelo. No quería que sufrieses cuando te enterases.
No había razón para dudar de lo que Rione le decía. Parecía algo propio de Desjani.
—Y cuando te negaste a decírmelo...
—No va a contar mi secreto. Es algo que la noble y honorable Desjani nunca haría. —Rione hizo una mueca y sacudió la cabeza—. No se merecía que la tratase de ese modo. Solo intentaba protegerte. Tanya Desjani goza de honor. Si alguien merece ser tuya, es ella.
—¿Qué? —El tema de la conversación había cambiado de repente—. ¿Que se merece qué? Desjani es una de mis subordinadas. Nunca me ha dado pie a...
—Ni lo hará —le interrumpió Rione—. Ya te lo he dicho, es una mujer honorable. Incluso aunque estuviese dispuesta a comprometer su honor, no haría lo mismo con el tuyo. Yo, al contrario, soy una política. Manipulo a la gente. A ti te he manipulado.
—No nos comprometimos a nada —repitió Geary—. Coño, Victoria, ¿se supone que debería sentirme utilizado? Pero si eres tú la que está destrozada.
Rione perdió el control y volvió a gritar.
—¡Te has expuesto al compartir cama con una mujer cuyo marido podría seguir vivo! ¡He mancillado tu honor y he dejado la puerta abierta para que tus enemigos se aprovechen! ¿Por qué no te enfadas?
—¿Quién más lo sabe? —preguntó Geary, algo agitado.
—Yo... —Rione extendió la mano airadamente—. Tú, yo y la noble capitana Desjani. Al menos eso seguro. Puede que otros lo hayan visto y estén esperando para hacerte daño. Debes tener en cuenta que podría pasar. Debes tener en mente que tu honor podría verse cuestionado antes o después por mi culpa.
—Creo recordar que una vez me dijiste que podías cuidar de tu honor tú sola. Pues yo puedo hacer lo mismo con el mío.