Papeles en el viento (27 page)

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Authors: Eduardo Sacheri

Tags: #Relato

El pobre Ventura se queda callado, como si no supiese cómo procesar la arremetida de su jefe. De repente el Ruso repara en que Fernando se ha puesto de pie, como hace cuando, en el relato radial, Independiente tiene a favor una jugada de riesgo. Prieto sigue:
Tenga en cuenta que el campeonato ya termina. Mejor para River, por otra parte. Pero me llegó el dato, mi estimado, de que River está preparando una incorporación… pero una incorporación…

Ahora el Ruso también se pone de pie.

“Bueno, no sé en qué está pensando usted, Armando, pero me llegó el dato de que un delantero que juega en Europa, un ex River…” Frío, frío, Ventura. Ni de cerca. Mejor dicho: el jugador del que me hablaron juega mucho más cerca de acá. Aunque no tan cerca, si lo pienso… “¿Usted dice de acá de la Argentina?” Ay, Ventura. La idea es que usted, que es un hombre empapado en las cosas de River, en su cotidianeidad, me informe a mí, y no que yo le informe a usted.
Se escuchan algunas exclamaciones de los que acompañan a Prieto en estudios y celebran el sarcasmo. “
Bueno… me hablaron de un mediocampista de Banfield que…” Frío… frío…
Ventura. Se me va a terminar congelando, y más ahí cerca de la costanera como anda usted, que hace tanto frío. ¿Llevó abrigo? Le pregunto porque me interesa sinceramente su salud, Ventura…

Nuevas risas en estudios. El Ruso se pregunta si el tal Prieto está especialmente hijo de puta ese día, o si siempre se comporta igual y él no se había percatado.
“Bueno, si me tira alguna punta…”
—el tono de voz del pobre pibe hace equilibrio entre la resignación y el fastidio—.
Quédese tranquilo, Ventura, que lo voy a ayudar para que usted pueda después recorrer un poco los pasillos y confirmarme este chimento. Resulta que en los últimos tiempos River ha tenido muchos problemas defensivos. Pero muchos problemas. Y alguien allegado al club, pero muy, muy allegado al club, este sábado me comentó… Este sábado me comentó… ¿seguro que no está al tanto, Ventura?
—más risas en el estudio—.
Bueno, como le decía.
Me comentaron… me comentaron que está en carpeta, y que lo vienen siguiendo con mucha, pero mucha atención, a un muchacho que juega de marcador central en un equipo del Torneo Argentino A.
¿Necesita más datos, Ventura, o con eso ya tiene para arrancar? “¿Del Argentino A? Es raro que una institución como River tenga en la mira…” Ya lo sé, mi estimado. Ya lo sé. Por eso le digo que es un caso raro. En realidad se trata de un muchacho cuyo pase pertenece a un club del Nacional B, cuya cancha está en el Gran Buenos Aires…
“¿Almagro?” No, joven amigo
—más risotadas—.
Almagro no es,
joven... Yo creo que si le doy el dato que tengo en la punta de la lengua usted lo saca. Pero no sé si dárselo, qué quiere que le diga. Lo pienso, pero no quiero meterme en asuntos que son de su competencia, Ventura. “La verdad que me deja sorprendido, Armando.” Ya sé,
Ventura, ya sé. Por eso el conductor del programa soy yo y el que se muere de frío cubriendo entrenamientos es usted, m’hijo. Pero lo tengo de muy, pero de muy buena fuente. Por eso me animo a decírselo. Yo le doy las piezas del rompecabezas. Y vemos si usted lo completa. El jugador del que le hablo ahora tiene veinte, veintiún años.
No más que eso. Y jugó en la selección juvenil Sub-17 que jugó el mundial de Indonesia.
El Ruso y Fernando se miran. El Cristo alza los brazos.
“¿Puede ser Felipe Castaño, Armando?” Déjeme terminar, Ventura. Felipe Castaño no es. Castaño oscuro está su panorama,
Ventura. Pero el jugador no se llama así. El jugador se llama… el jugador se llama… Capaz que mejor lo dejamos en suspenso hasta dentro de un rato. Termine nomás su informe, Ventura. “Y, Armando, ahora me deja con la duda.” No se preocupe, joven amigo. Es entendible su ignorancia, si me permite que le ponga ese nombre.
Esto lo sé por una reunión que tuve en el fin de semana. Y la verdad que me sorprendió. Obvio que salí de ese almuerzo que tuve y de inmediato lo chequeé, no sé si me entiende. Y parece que lo que me informó este allegado a River era completa, pero completamente cierto. “Un defensor, dice usted.” Defensor central. Una historia original,
Ventura. Este pibe jugó, en esa selección juvenil, como delantero de punta. Pero desde hace un tiempo lo ubicaron como zaguero y parece que rinde una barbaridad… “Tíreme el equipo en el que juega, por lo menos, Armando…” Tiene razón, Ventura. Mire si de tanto trabajar le sale una hernia. Un equipo del Noroeste… “¿San Martín de Mendoza?” Ay, Ventura. Lo voy a mandar a rendir Geografía Argentina del secundario, m’hijo. Mendoza queda en Cuyo, no en el Noroeste.
De la provincia natal del caudillo Taboada, Ventura. “Este…” Ay,
Ventura. Ay, Ventura. Veo que no sólo hay que mandarlo a estudiar Geografía. Historia Argentina tampoco le vendría mal, muchacho.
“¿Gimnasia y Tiro de Salta?” Ay, Ventura. Ay, Ventura. “¿Presidente Mitre? ¿Juega en Santiago del Estero?” Por fin, Ventura. En Presidente Mitre. Pero ya que estoy se la doy completa. “Si quiere yo averiguo el resto…” No, mi querido. Ahora ya estamos bailando. En Presidente Mitre está a préstamo. Los derechos federativos le pertenecen a Platense. Y el jugador se llama… el jugador se llama… ¿todavía no lo saca? “La verdad que no, Armando…” Es natural, porque River se está moviendo con el mayor sigilo para que no se lo soplen. “Pero acá no se sabe nada, Armando, le juro que…” Ultrasecreto, Ventura. Lo están manejando desde el mayor secreto. Pero usted sabe que a nosotros nos importa dar la información. No nos interesa el bienestar de los dirigentes. Que nadie los ha mandado a ser dirigentes. De manera que lo siento si esto les complica la maniobra, pero no vamos a quedarnos sin la primicia porque sí. ¿No le parece? “Seguro, Armando,
como usted diga.” Desde la dirigencia lo que le van a decir es que no hay nada. Ningún interés. Le van a decir que es un rumor infundado. Una bola echada a rodar sin consistencia. Pero usted confíe en lo que yo le digo. Usted confíe en mi fuente. Haga una cosa. “Sí, Armando.” Usted vaya y dígaselo en la cara. Pregúnteles con nombre y apellido. Después me cuenta qué cara le ponen. Lo van a querer matar. Así que estoy pensando si mejor no le mando a alguno de los muchachos acá de la mesa, para que lo defiendan…
Nuevas risas. Algún comentario jocoso.
No, es que tanto cuidarlo del frío y ahora capaz que me lo boxean, Ventura. La verdad es que no querría. ¿Puedo confiar en que no me lo fajen? “Quédese tranquilo, Armando.”
Bueno. Pero después no diga que no le advertí, mi joven amigo. Usted vaya… busque algún dirigente… y pregúntele qué hay del pase de Mario Juan Bautista Pittilanga. ¿Se lo repito? Pittilanga. Vaya. Vaya y después me cuenta.

Sicarios

—Yo ya los tengo incorporados, pero es cierto. Escuchás quince minutos de
Los padrinos mágicos
y te empiezan las alucinaciones, te juro.

—¿En nuestra época eran así los dibujitos?

—Ni en pedo, Ruso. Nada que ver.

—Las Rusitas me tuvieron loco con
El laboratorio de Dexter
.

—Nada que ver, Ruso. Prefiero mil veces a Dexter antes que a los padrinos mágicos. ¿Sabés qué haría si tuviera mucha pero mucha guita, Ruso?

—¿Qué, Mono?

—Abriría una cuenta en Banco Nación, ¿viste como se hace por solidaridad, cuando alguien necesita guita para un trasplante, una cirujía jodida, un tratamiento en la loma del orto, esas cosas? Bueno, pero yo juntaría guita para contratar un sicario.

—¿Un qué?

—Un sicario, boludo. Un asesino a sueldo que los cague a tiros.

—¿A los padrinos mágicos?

—A los padrinos mágicos… a Timmy…

—¿Quién es Timmy?

—El pibe, el protagonista, Mauri. El que tiene justamente a los padrinos mágicos.

—Ah, veo que no te perdés un capítulo…

—¿Y qué querés, si te perforan los tímpanos?

—La verdad es que son insoportables.

—Yo unos mangos pongo, Mono. No te digo una fortuna, pero con unos pesos colaboro.

—Yo también. Si es para callar a esos hijos de puta, me prendo.

—Así me gusta. ¿Para qué somos amigos, si no?

38

En el aula no hay más sonido que los pasos de Fernando, de ida y vuelta por los pasillos que separan los bancos, hasta que se detiene en el frente y gira para mirar a sus alumnos mientras responden la evaluación. Retrocede sin dejar de observarlos, se apoya en la pared junto al pizarrón y se arrepiente de inmediato: seguro que tiene toda la espalda sucia de tiza. Vuelve a preguntarse, por enésima vez, cuál de sus estúpidos colegas le quita el polvo al borrador golpeándolo contra la pared, en lugar de hacerlo en un sitio ventilado y fuera del aula.

—¿Ven bien o necesitan que encienda la luz? —pregunta en voz alta.

Varios le responden a coro que no, que mejor no, que así está bien. Pero a Fernando le pesan las antiguas admoniciones de su abuela, cuando le encendía de prepo la luz de la pieza porque este chico se la pasa leyendo y va a terminar quedándose ciego. Por eso camina hasta el interruptor y enciende la luz. De los doce tubos fluorescentes encienden únicamente cuatro. Dos de ellos comienzan inmediatamente a parpadear sin pausa porque tienen el arrancador dañado.

—Mejor apague, profe, porque así marea —opina Castillo, sin levantar los ojos de la prueba.

Fernando le hace caso, aunque se promete ventilar el tema de los tubos de luz en la próxima reunión plenaria de personal. Titulará su intervención: “La gran disyuntiva docente: la clase a oscuras o la aventura de las fotopercepciones psicodélicas”. Es posible que su posición no coseche demasiadas adhesiones, y que sólo sirva para confirmar la opinión que de él tienen casi todos sus colegas, a saber: que es un mal llevado y un pedante.

La mano levantada de Cáceres lo saca de sus ensoñaciones.

—Venga, profe —dice el chico.

—A ver, Cáceres. Intentalo: “Por favor, profesor. ¿Puede venir?”.

—Por favor, profe. Venga.

Fernando considera que pudo ser peor y se aproxima.

—¿Qué significa “vislumbrar”?

—Significa entrever, advertir algo que permanecía oculto. ¿Entendés?

—No.

—Eh… significa que algo que no veías, de a poco, gradualmente, empezás a verlo. Vislumbrar es cuando te das cuenta de algo, o te empezás a dar cuenta. Algo que no entendías, y que de repente empezás a comprender. ¿Ahora te queda más o menos claro?

Cáceres asiente y vuelve a lo suyo; que es, en la sospecha de Fernando, perpetrar una evaluación que merezca una calificación de entre uno y tres puntos.

Tal vez las dos cosas son ciertas. Él es un pedante y un mal llevado y la directora y la vice unas idiotas, y la mayoría de sus colegas unos reverendos pelotudos, empezando por el pelotudo (o pelotuda, que bien podía darse el caso) que sacude el borrador contra la pared, la mancha toda, y de paso prepara las cosas para que él se ponga a la miseria uno de los pocos suéteres presentables de que dispone. Otra mano alzada.

—¿Qué necesitás, Mendoza?

—Vis…

—Vislumbrar.

—Eso, profe. ¿Qué es?

—A ver, muchachos —alza la voz, para que todos atiendan—. Lo explico para todos —veinticinco cabezas se alzan hacia él—. Vislumbrar significa ver algo… empezar a verlo, darte cuenta de algo, de la solución a un problema que tenías, o algo que todavía no sabías. Eso es vislumbrar. ¿Está claro? ¿Lo entendés, Mendoza?

—Sí, profe. Gracias.

Mientras intenta recordar en qué parte de la evaluación utilizó ese verbo, lo sobresalta la vibración, en la cintura, de su teléfono celular. El origen de la llamada lo desconcierta un poco, y Fernando lo atribuye a que hace muy poco que usa un móvil, y no está muy ducho en el asunto. Es un número muy largo, mucho más que los habituales. De súbito se percata de que los primeros números corresponden al código de área de Santiago del Estero.

—Chicos. Escúchenme un segundo: tengo un llamado importante en el celular. ¿Les molesta si atiendo?

Varias cabezas se mueven indicando que no.

—Atienda tranquilo, profe. Pero capaz que le conviene ir al pasillo porque hay mejor señal —sugiere Sierra, y varios se ríen.

—Te agradezco, Sierra. Pero si me voy en una de esas te sentís tentado de copiarte. Y como seguro que no sabés ni qué copiarte, ni de dónde, te confundís y te angustiás. Mejor me quedo.

Se hace a un costado y habla en un murmullo. En una de esas, alguno está efectivamente pensando y no quiere interrumpirlo.

—Hola.

—Hola… con Fernando, por favor. Fernando Raguzzi.

—Sí, soy yo.

—Ah, qué dice. Habla Bermúdez, el director técnico de Mitre.

—Qué sorpresa, Bermúdez. ¿Cómo le va? ¿Algún problema?

—Bien, bien, problema no: pero con novedades.

—¿Novedades? Cáceres, hacé el favor de mirar tu hoja. Disculpe, Bermúdez, ¿qué me decía?

—Si está ocupado lo llamo en otro momento, si no.

—No, no, no se haga problema. Me decía…

—Me avisó recién el presidente que llamaron de Europa. De Ucrania. Parece que querían pedir condiciones por el pibe, por Pittilanga.

—¿Qué?

—De Ucrania, llamaron. Por el pibe. El nombre del club no lo entendí. Pero querían pedir condiciones…

Fernando traga saliva. Se apoya de nuevo en la pared junto al pizarrón. Esta vez no le importa llenarse de tiza.

—¿Hola? ¿Me escucha?

—Sí, sí, Bermúdez. Está, está bien —es la primera vez que escucha lo que hace un año y medio está esperando escuchar, y ahora no sabe cómo sentirse—. Supongo que volverán a hablar.

—Sí, seguro. Yo les di el teléfono suyo. El suyo y el de su amigo Daniel. Pero los quería poner sobre aviso. Bah, yo digo, porque supongo que capaz que les interesa.

—Sí, sí. En principio sí. Por supuesto que depende de lo que ofrezcan —tiene la presencia de ánimo como para guardar las formas—. Pero sí. Claro que nos interesa.

—Bueno, bueno. No le quiero robar más tiempo.

—No, por favor. Gracias. Hablamos.

—Hablamos.

—Chau, Bermúdez. Gracias.

—Chau, que le vaya bien.

Fernando guarda el celular en su estuche.

—Disculpen la interrupción, chicos, pero era importante —dice en voz alta.

—No hay problema, profe —responden unos cuantos.

Ahora sí advierte que ha vuelto a mancharse. Se gira para sacudirse unas cuantas palmadas enérgicas sobre el pulóver.

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