Pasillo oculto (18 page)

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Authors: Arno Strobel

—Creía que la policía podía averiguar esa clase de cosas en solo un par de segundos.

—Pues no es tan sencillo. Además, ahora mismo no me encuentro en la comisaría.

—¿Su amigo el desagradable está con usted?

—Eh... No. ¿Por qué?

—Me lo he encontrado hace poco.

—¿Sí? Imaginé que nos había descubierto usted. Ya vi que de repente le entró mucha prisa por marcharse.

Lo dijo en un tono coloquial y sin dejar traslucir sorpresa alguna. Sibylle estaba sorprendida.

—Y si me vio, ¿por qué no impidió usted mi huida?

El vaciló antes de contestar.

—Lo expresaré del siguiente modo: hay ciertas pruebas de que al menos en algunos puntos pudiera haber dicho usted la verdad.

—¿Pruebas? ¿A qué pruebas se refiere?

De nuevo una pausa, y Sibylle supuso que el comisario estaba decidiendo cuánto de lo que habían averiguado podría revelarle sin peligro alguno.

—Por ejemplo, lo que hallé en ese sótano. No había ni una mota de polvo en el suelo, de hecho, era evidente que acababa de ser limpiado a fondo muy recientemente. Lo cual de por sí ya es extraño en un sótano al que apenas se le da uso. Pero, pese a la pulcritud, se advierte también algo de apresuramiento, pues sí descubrí, en una de las esquinas, unos extraños restos que el laboratorio ha identificado como un tipo especial de pegamento. La clase de pegamento que se emplea en los hospitales para fijar electrodos en la cabeza, por ejemplo.

El corazón de Sibylle se aceleró.

—¿Quiere decir con eso que me cree? ¿Que cree realmente que desperté en aquel sótano tumbada sobre una cama de hospital, conectada a unos monitores...

—Lo que quiero decir es que sí creo que exista una posibilidad de que poco antes de que nosotros apareciésemos por allí en aquel sótano hubiera alguna persona conectada a algún tipo de aparato médico.

—Pero sigue sin aceptar que yo sea Sibylle Aurich, ¿verdad?

Transcurrieron unos segundos antes de que el comisario se decidiera a contestar aquella pregunta.

—Soy policía. He aprendido a atenerme a los hechos. No soy capaz de evaluar qué es posible lograr hoy en día médicamente en el plazo de dos meses, pero, definitivamente, usted no se parece en nada a la Sibylle Aurich que he tenido oportunidad de ver en diversas fotografías.

—¿Y si éstas hubieran sido falsificadas?

—¿Por su propio marido? ¿Y su amiga Elke?

—Yo... temo que mi marido y ella, es decir, Elke, que Elke y Hannes estén de acuerdo en esto.

—¿Con qué fin?

Recordó de pronto el despliegue policial delante de la casa de Elke.

—Una pregunta: ¿cómo supieron ustedes que me encontraba en casa de Elke?

—Eso no puedo decírselo —contestó él rápidamente, sin titubeos en esta ocasión—. Una llamada anónima. Una voz femenina.

—¿Elke?

—Excluimos que pudiera tratarse de la señora Berheimer. Ella negó habernos llamado y la voz que oímos por teléfono no se parecía nada a la de su amiga.

¿Rosie?

Rosie.

Sibylle sintió una pérdida casi física, como si se le hubiera desgarrado algún miembro, o aún más, como si se lo hubiesen arrancado.

Sólo puede haber sido Rosie.

De modo que Rössler no iba muy desencaminado en sus sospechas.

—¿Hola? ¿Sigue usted ahí?

Sibylle se sobresaltó.

—Sí, estoy aquí. Yo... yo no quiero seguir huyendo. Me encuentro ahora en un pequeño hotel, en el centro, no muy lejos de Haidplatz. Desconozco el nombre de la calle, pero el hotel se llama Krombusch.

En aquel mismo instante fue consciente de que acababa de traicionar a Christian Rössler. Iba a añadir apresuradamente algo más, pero Wittschorek se le adelantó.

—Sé dónde está usted —dijo el comisario con calma, creando en ella cierta alarma.

—¡Pero si antes me ha dicho...! Quiero decir, ¿cómo puede saberlo?

—Como usted misma ha podido comprobar, antes la dejé huir, conscientemente, ¿Cree de verdad que hubiera actuado así, sin más, y sin preocuparme de averiguar hacia dónde se dirigía?

—Yo... señor Wittschorek, por favor, ya no entiendo nada, pero... Me gustaría colaborar con la policía. No creo que pueda seguir yo sola a partir de ahora.

—No se encuentra usted sola.

¡Por supuesto! Si me ha estado observando, también sabe que...y si la hermana de Rössler también ha sido secuestrada, la policía debe conocerlo.

—Escuche —fueron interrumpidos sus pensamientos por Wittschorek—. Voy a sugerirle algo a continuación que negaré haber dicho si se lo comenta usted a alguien. Pero creo que es mejor que no se entregue usted a la policía en estos momentos.

¿Qué? ¿Cómo?

—Mi compañero está deseando ponerle las manos encima. No puede usted ni imaginar los problemas en los que se meterá si llega a entregarse.

—No, probablemente no pueda. Pero estoy dispuesta a...

—¿Es usted Sibylle Aurich?

—Sé que usted...

—Responda a mi pregunta: ¿Es usted Sibylle Aurich? ¿Sí o no?

El había levantado la voz, le gritaba ahora, y Sibylle se amedrentó.

—Yo... sí, claro, por supuesto que soy Sibylle Aurich.

El se calmó de forma instantánea.

—Una vez que le conteste usted eso a mi compañero, él llamará de inmediato al fiscal de guardia y le contará que retiene en la comisaría a una mujer que insiste en ser la desaparecida Sibylle Aurich a pesar de que su aspecto sea completamente diferente y que tanto el marido como la mejor amiga de la desaparecida niegan que se trate de ella. Acto seguido le informará de que posee usted tanta información sobre el caso que necesariamente tiene que estar implicada en él, que es, por tanto, sospechosa de participar en una acción criminal y pedirá por consiguiente una orden de confinamiento, que, con toda seguridad, obtendrá.

—¿Una qué? ¿Una orden de detención?

—No, no una orden de detención, de confinamiento, es decir, una orden de un juez por la que se puede internar a la persona indicada en un tipo de centro que no pueda abandonar sin ayuda externa, o, para ser más claro, una orden de internamiento en la sección de acceso restringido de la clínica municipal, la zona psiquiátrica.

—Pero eso es... Quiero decir, no es posible hacer eso sin más.

Sibylle sintió retornar el pánico que, desde que emprendiera la huida el día anterior, la acechaba de continuo, siempre dispuesto a saltar sobre ella en cualquier momento.

—Sin más no, por supuesto, conseguirá antes un informe médico.

Eso la tranquilizó un poco.

—Que no es tan fácil de obtener. Se necesita la evaluación de algún médico, y en el examen que se me realice se comprobará que estoy bien.

—Lo dudo —la contradijo Wittschorek, siempre guardando la calma y hablando con voz pausada—. Afirma usted ser una mujer cuya apariencia física no posee, lo cual ya sería suficiente en realidad para una evaluación psiquiátrica negativa. Al contrario de lo que piensa mi compañero, yo mismo creo que tal vez incluso pudiera ser cierto lo que usted afirma, a pesar de que, sinceramente, ignoro cómo. Pero no importa. Por añadidura, insiste usted en la existencia de un hijo que sabemos que Sibylle Aurich, desde luego, no tiene. Por mucho que desee creerla, esto último es demasiado incluso para mí. ¿Comprende mejor su situación ahora?

La columna vertebral de Sibylle simplemente se disolvió, e, incapaz de sostenerse en pie, se dejó caer sobre la cama junto a la bolsa cerrada de Rössler.

—Yo... —susurró—. Yo ya no estoy tan segura en lo que respecta al niño.

Se abrió la puerta. Entró Rössler, que llevaba en la mano una bolsa de plástico muy abultada en la mano. Se detuvo antes de llegar a la primera cama dirigiéndole una mirada inquisitiva. Sibylle decidió seguir hablando con el comisario, sin más, a pesar de la interrupción.

—Ha llegado mi acompañante, señor comisario —le informó, mirando de reojo a Rössler.

¿Se había sobresaltado éste o simplemente lo había imaginado? Mantuvo el auricular firmemente pegado a su oreja.

—Estoy hablando con el comisario Wittschorek, no sé si le conoce.

—Rössler me conoce, sí —contestó Wittschorek, y Christian Rössler también respondió, casi simultáneamente.

—Sí, creo que sí. Estuvo presente en algunos de los interrogatorios... Por lo de mi hermana. —Bajó la voz susurrando apenas—. ¿Por qué le ha llamado?

—Reflexione sobre lo que le he dicho —oyó decir a Wittschorek. Después sonó un clic. El policía había colgado.

Sibylle apartó el auricular y Rössler repitió su pregunta en un tono normal.

—¿Por qué ha llamado a la policía? ¿Qué le ha contado a ese comisario?

Dejó la bolsa en el suelo y se sentó en la silla, aunque esta vez adoptando una postura más normal. Descansó las manos en el regazo y la miró expectante.

Al parecer le había dicho la verdad. Quería ayudarla.

Así que merece que yo también sea sincera con él.

—Le creo. Dijo usted que...

—Te —la interrumpió él, desconcertándola.

¿Qué pretendía?

—«Te» creo, no «le» —aclaró él—. Estamos en el mismo barco. Creo que podemos dejar ya a un lado los formalismos.

A ella, el modo de dirigirse el uno al otro le era indiferente, de modo que asintió.

—Parece ser que fue Rosie, tal como usted dijo, quien llamó a la policía. Y... creo que por tanto es posible que sea cierto lo que usted... lo que tú me has explicado acerca de Lukas.—Le fue necesario parar e inspirar muy profundamente un par de veces para tranquilizarse antes de poder continuar hablando en un tono normal—. Me resulta muy difícil, y aún me resisto a ello, pero he estado reflexionando sobre todo esto. En ninguno de los recuerdos que tengo de Lukas aparece otra persona. No existe ninguna situación en la que le vea con Hannes, o con Else. O con cualquier otra persona que yo conozca.

Rössler asintió comprensivo.

—Probablemente ellos confiaban en que estuvieses tan asustada, tan invadida por el pánico, que no caerías en eso.

—¿Cómo era con tu hermana?

El encogió los hombros.

—Lo ignoro. No hablamos de eso. Isabelle reaccionó con el horror más absoluto cuando le aseguré que no tenía ningún hijo. Me insultó y me hizo muy duras acusaciones. Creo que tú la comprenderás mejor que nadie.

Sibylle asintió.

¡Y cuánto!

—Bueno, pues estuve pensando qué podríamos hacer a continuación y me acordé de ese comisario, y también de que, ignoro por qué, ya me ha ayudado en dos ocasiones. Además, la policía dispone de muchos más medios que nosotros. De modo que le llamé.

Inspiró profundamente.

—¿Le has dicho dónde estamos, Sibylle?

—Sí, pero no hubiera sido necesario, él ya lo sabía.

—¿Cómo ha reaccionado a tu llamada?

Sibylle sacudió la cabeza.

—Pues me ha desaconsejado que me entregue. ¿Puedes creerte algo así?

Esperó una reacción de sorpresa, pero descubrió que Christian no parecía afectado en absoluto.

—Sólo he visto a Wittschorek en un par de ocasiones —explicó él, al advertir la extrañeza de ella—. Y, sin embargo, he advertido que es un hombre dispuesto a aceptar ciertas cosas que a primera vista pudieran parecer un tanto absurdas. Su compañero es muy distinto. Para él, todos y cada uno de los demás son sospechosos de algo. Tendrías que haber oído las acusaciones que me formuló cuando acudí a ellos al desaparecer Isabelle por segunda vez.

Un pensamiento se coló en la mente de Sibylle.

—¿Cuándo fue eso?

—Hace cuatro días.

Sintió crecer su inquietud.

—¿Y les explicaste también lo de su falso hijo?

—Claro, por supuesto. Se trata de una cuestión relevante.

Agitada, Sibylle se arrastró hacia delante sobre el borde de la cama. Le dirigió una mirada insistente.

—¿Y por qué no me mencionaron nada de eso cuando vinieron a detenerme ayer?

Rössler no parecía entender a qué se refería ella.

—¡Piensa, Christian! Hace sólo cuatro días acudes a la policía para explicarle a Grohe y Wittschorek que tu hermana, que había sido secuestrada poco antes, pero, por fortuna, logró huir, comenzó a imaginar repentinamente un hijo en realidad inexistente. Y ayer mismo les relaté a los mismos policías que yo había sido secuestrada, pudiendo, sin embargo, escapar, y les hablo así mismo de un hijo que, al parecer, tampoco... —Sibylle se interrumpió y tragó saliva varias veces para diluir el nudo que se le había formado en la garganta—. Un niño que al parecer tampoco existe. Es evidente que hay bastantes coincidencias, ¿no es así? ¿Y no se les ocurre a ninguno de los dos relacionar ambos casos? Y ese tal Grohe actúa además como si jamás en la vida hubiese escuchado historia más absurda que la mía. Sinceramente, no me parece normal.

—Wittschorek no estaba presente cuando hablé con la policía cuatro días atrás —dijo Rössler, cuya mirada se había vuelto vidriosa—. Sólo el comisario jefe Grohe.

—Pero seguro que se lo habrá comentado a Wittschorek; son compañeros, trabajan juntos.

Rössler meció la cabeza a un lado y otro.

—Quizá sea por eso por lo que Wittschorek se declara dispuesto a creerte. Parece ver coincidencias que evidentemente Grohe no detecta.

—O no quiere detectar —completó Sibylle. Volvió a ser consciente de aquel enorme vacío que tantas veces había sentido ya en los dos últimos días. Como si hubiese aterrizado en un planeta desconocido cuyos habitantes no poseían características humanas. Donde quiera que se dirigiera, hiciera lo que hiciera, no hallaba por ninguna parte seguridad o protección.

Miró a Rössler a los ojos, pero, aunque ya había decidido confiar en él, al menos parcialmente, no lograba verle tampoco como un sostén importante para ella en su situación. Ignoraba por qué.

—En cualquier caso, no sé cómo continuar a partir de ahora.

Rössler se echó hacia atrás y se pasó los dedos por el pelo.

—Te propongo lo siguiente: simplemente, cuéntame cosas, cosas de ti. Todo lo que consideres importante y que esté relacionado con tu familia, tus amigos, el trabajo. Todo aquello que pudiera proporcionarnos alguna pista acerca de los motivos por los que te han escogido a ti y no a otra.

Sibylle vaciló.

¿Por qué he de hablar sólo yo?

—También escogieron a tu hermana, ¿no?

—Sí, claro. Vamos a buscar algo que podáis tener en común ambas, cualquier cosa, lo que sea.

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