—¿Qué fue entonces?
—Eres demasiado impaciente y violento; en vez de dejarte ir y seguir a Genaro te pusiste a pelear con él. No puedes ganarle; es más fuerte que tú.
A continuación, don Juan cambió el tema y me ofreció consejo y sugerencias acerca de mis relaciones personales con la gente. Sus observaciones eran la contraparte seria de lo que don Genaro me había dicho antes en broma. Estaba locuaz, y sin ruegos por mi parte comenzó a explicar lo que había ocurrido en las dos últimas ocasiones que estuve allí.
—Como sabes —dijo—, la clave de la brujería es el diálogo interno; ésa es la llave que abre todo. Cuando un guerrero aprende a pararlo, todo se hace posible; se logran los planes más descabellados. La entrada a todas las experiencias extrañas y pavorosas que has tenido últimamente fue el hecho de que pudiste dejar de hablar contigo mismo. Has atestiguado, en sobriedad completa, al aliado, al doble de Genaro, al soñador y al soñado, y hoy estuviste a punto de toparte con la totalidad de ti mismo; ésa era la hazaña de guerrero que Genaro esperaba de ti. Todo esto ha sido posible por la cantidad de poder personal que has juntado. Empezó la vez pasada que estuviste aquí; yo vislumbré entonces una señal muy propicia. Cuando llegaste, oí al aliado merodeando; primero oí sus pasos y luego vi que la polilla te miraba bajar de tu coche. El aliado estaba inmóvil, observándote. Eso fue para mí la mejor de las señales. Si el aliado se hubiera movido o si se hubiera agitado como si tu presencia lo disgustara, como siempre lo ha hecho, el curso de los eventos habría sido distinto. Muchas veces he visto al aliado en un estado de enojo contigo, pero esta vez la señal era buena y supe que el aliado te aguardaba para darte algún conocimiento. Ésa fue la razón por la que yo dije que tenías una cita con el conocimiento, una cita con una polilla, concertada hace mucho tiempo. Por razones inconcebibles para nosotros, el aliado escogió la forma de una polilla para manifestarse ante ti.
—Pero usted me ha dicho muchas veces que el aliado carecía de forma, y que uno sólo podía juzgar sus efectos —dije.
—Cierto —dijo él—. Pero el aliado es una polilla para los espectadores relacionados contigo: Genaro y yo. Para ti, el aliado es sólo un efecto, una sensación en tu cuerpo, o un sonido, o el polvo dorado del conocimiento. Sigue, sin embargo, siendo un hecho que, al escoger la forma de una polilla, el aliado nos dice, a Genaro y a mí, algo de gran importancia. Las polillas son las portadoras del conocimiento, y las ayudantes y amigas de los brujos. Debido a que el aliado escogió ser eso contigo, es que Genaro te da tanta importancia.
—La noche esa que te encontraste con la polilla, como yo anticipaba, fue para ti una verdadera cita con el conocimiento. Aprendiste su llamado, sentiste el polvo de oro de sus alas, pero, sobre todo, esa noche, por primera vez, te diste cuenta de que veías y tu cuerpo aprendió que somos seres luminosos. Todavía no has tasado correctamente ese evento monumental en tu vida. Genaro te demostró, con tremenda fuerza y claridad, que somos un sentir; lo que llamamos nuestro cuerpo es un manojo de fibras luminosas que se dan cuenta.
—Anoche estabas de nuevo bajo el buen amparo del aliado. Vino a mirarte cuando llegaste y así supe que debería llamar a Genaro para que te explicara el misterio del soñador y el soñado. Tú creíste entonces, como siempre lo haces, que yo te engañaba, pero Genaro no estaba escondido entre las matas, como pensaste. Vino por ti, aunque tu razón se niegue a creerlo.
Esa parte de las elucidaciones de don Juan fue, en verdad, la más difícil de aceptar en su valor evidente. Yo no podía admitirla. Dije que don Genaro había sido real y de este mundo.
—Todo cuanto has atestiguado hasta ahora ha sido real y de este mundo —dijo don Juan—. No hay otro mundo. Lo que te hace tropezar es una peculiar insistencia por parte tuya, y esa peculiaridad no se te va a curar con explicaciones. De manera que, hoy, Genaro se dirigió directamente a tu cuerpo. Un examen cuidadoso de lo que hiciste hoy te revelará que tu cuerpo supo juntar las cosas en una forma digna de alabanza. De algún modo, te moderaste y no te diste a tus visiones junto a la zanja. Mantuviste un control muy raro y un dominio de ti mismo como debe ser para un guerrero; no creías nada, y sin embargo actuaste con eficacia y pudiste así seguir el llamado de Genaro. Lo encontraste sin más ni más y sin que yo te ayudara en nada.
—Cuando llegamos a la roca, estabas llenito de poder y viste a Genaro parado donde otros brujos han estado parados, por razones similares. Se acercó a ti después de que saltó al suelo. Él era todo poder. De haber procedido como antes, junto a la zanja, lo habrías visto como es en realidad, un ser luminoso. En vez de eso te asustaste, sobre todo cuando Genaro te hizo saltar. Ese salto debería haber bastado para transportarte más allá de tus limites. Pero no tuviste fuerza y volviste a caer en el mundo de tu razón. Entonces, claro, te trabaste en combate mortal contigo mismo. Algo en ti, tu voluntad, quería ir con Genaro, mientras tu razón se le oponía. De no ser por mi ayuda, estarías muerto y sepultado en ese sitio de poder. Pero, aún con mi ayuda, el resultado estuvo en duda por un momento.
Quedamos callados algunos minutos. Esperé que él hablara. Por fin pregunté:
—¿Me hizo don Genaro saltar hasta la cima de la roca?
—No tomes ese salto en el sentido en que entiendes un salto —dijo—. Una vez más, ésta es sólo una manera de decir las cosas. Mientras pienses que eres un cuerpo sólido, no podrás concebir de qué cosa hablo.
Derramó entonces cenizas en el piso, junto a la linterna, cubriendo una zona cuadrangular de medio metro por fiado, y trazó con los dedos un diagrama que tenía ocho puntos interconectados por medio de líneas. Era una figura geométrica.
Había dibujado una semejante años atrás, al tratar de explicarme que no era ilusión el observar la misma hoja cayendo cuatro veces del mismo árbol.
El diagrama en las cenizas tenía dos epicentros; don Juan llamó a uno «la razón», y al otro «la voluntad». "Razón se conectaba directamente con un punto que él llamó «el habla». A través de «el habla», «la razón» se relacionaba indirectamente con otros tres puntos, «el sentir», «el soñar» y «el ver». El otro epicentro, «la voluntad», se conectaba directamente con «el sentir», «el soñar» y «el ver», pero sólo en forma indirecta con «la razón» y «el habla».
Comenté que el diagrama era distinto del que copié años antes.
—La forma de afuera no tiene importancia —dijo—. Estos puntos representan a un ser humano y puedes dibujarlos como se te dé la gana.
—¿Representan el cuerpo de un ser humano? —pregunté.
—No lo llames el cuerpo —dijo—. Ésos son ocho puntos en las fibras de un ser luminoso. Un brujo dice, como puedes ver en este dibujo, que el ser humano es, primero que nada, voluntad, porque la voluntad se relaciona con tres puntos: el sentir, el soñar y el ver: después, el ser humano es razón. Este es propiamente un centro más pequeño que la voluntad; sólo está conectado con el habla.
—¿Qué son los otros dos puntos, don Juan?
Se me quedó mirando y sonrió.
—Ahora eres ya mucho más fuerte que la primera vez que hablamos de este diagrama —dijo—. Pero todavía no eres lo bastante fuerte para conocer todos los ocho puntos. Genaro te hablará algún día de los otros dos.
—¿Tiene todo el mundo esos ocho puntos, o sólo los brujos?
—Podríamos decir que cada uno de nosotros trae al mundo ocho puntos. Dos de ellos, la razón y el habla, los conocen todos. El sentir es siempre vago, pero de algún modo familiar. Pero sólo en el mundo de los brujos llega uno a conocer por completo el soñar, el ver y la voluntad. Y finalmente, en el último borde de ese mundo, encuentra uno los otros dos. Los ocho puntos componen la totalidad de uno mismo.
Me mostró sobre el diagrama que, en esencia, todos los puntos podían conectarse indirectamente.
Volví a preguntar acerca de los dos misteriosos puntos restantes. Me enseñó que solo estaban conectados a «la voluntad»: se hallaban aparte de «el sentir», «el soñar» y «el ver», y mucho más lejos de «el habla» y «la razón». Señaló con el dedo cómo estaban aislados de los demás, y el uno del otro.
—Estos dos puntos jamás se someten al habla ni a la razón —dijo—. Sólo la voluntad puede con ellos. La razón está tan lejos de ellos que es completamente inútil tratar de figurárselos. Ésta es una de las cosas más difíciles de aceptar; después de todo, el fuerte de la razón es razonarlo todo.
Pregunté si los ocho puntos correspondían a zonas, o a ciertos órganos, del ser humano.
—Pues sí —repuso con sequedad y borró el diagrama.
Me tocó la cabeza y dijo que ése era el centro de «la razón» y «el habla». La punta de mi esternón era él centro de «el sentir». La zona debajo del ombligo era «la voluntad». «El soñar» estaba en el lado derecho, contra las costillas. «El ver» en el izquierdo. Dijo que a veces, en algunos guerreros, «el ver» y «el sonar» estaban del lado derecho.
—¿Dónde están los otros dos puntos? —pregunté.
Me dio una respuesta sumamente obscena y lanzó la carcajada.
—Qué vivo eres —dijo—. Crees que soy un viejo cabrón que anda medio dormido, ¿verdad?
Le expliqué que mis preguntas creaban su propio impulso.
—No andes tan de prisa —dijo—. Ya lo sabrás a su debido tiempo, y después que lo sepas estarás por tu cuenta, tú solo.
—¿Quiere usted decir que ya no volveré a verlo, don Juan?
—Nunca jamás —dijo—. Genaro y yo seremos entonces lo que siempre hemos sido, polvo en el camino.
Sentí una sacudida en la boca del estómago.
—¿Qué dice usted, don Juan?
—Digo que todos somos seres sin principio ni fin, luminosos y sin límites. Tú, Genaro y yo estamos pegados, unidos por un propósito que no es decisión nuestra.
—¿De qué propósito habla usted?
—El de aprender el camino del guerrero. No puedes salirte de él, pero nosotros tampoco. Mientras nuestra misión esté pendiente, nos encontrarás a mí o a Genaro, pero una vez cumplida, volarás libremente y nadie sabe a dónde te llevará la fuerza de tu vida.
—¿Qué hace en esto don Genaro?
—Ese tema no está aún en tu esfera —dijo—. Hoy debo clavar el clavo que Genaro puso, el hecho, de que somos seres luminosos. Somos perceptores. Nos damos cuenta; no somos objetos; no tenemos solidez. No tenemos límites. El mundo de los objetos y la solidez es una manera de hacer nuestro paso por la tierra más conveniente. Es sólo una descripción creada para ayudarnos. Nosotros, o mejor dicho nuestra razón, olvida que la descripción es solamente una descripción y así atrapamos la totalidad de nosotros mismos en un círculo vicioso del que rara vez salimos en vida.
—En este momento, por ejemplo, estás enredado en liberarte de los ganchos de la razón. Para ti es una cosa absurda que ni siquiera se puede imaginar el que Genaro apareciera así nomás al borde del matorral, y sin embargo no puedes negar que tú mismo lo atestiguaste. Tú percibiste que así fue.
Dos Juan chasqueó la lengua. Dibujó cuidadosamente otro diagrama en las cenizas y lo cubrió con su sombrero sin darme tiempo a copiarlo.
—Somos perceptores —prosiguió—. Pero el mundo que percibimos es una ilusión. Fue creado por una descripción que nos dijeron desde el momento en que nacimos.
—Nosotros, los seres luminosos, nacemos con dos anillos de poder, pero sólo usamos uno para crear el mundo. Ese anillo, que se engancha al muy poco tiempo que nacemos, es la razón, y su compañera es el habla. Entre las dos urden y mantienen el mundo.
—Así pues, en esencia, el mundo que tu razón quiere sostener es el mundo creado por una descripción y sus reglas dogmáticas e inviolables, que la razón aprende a aceptar y defender.
—El secreto de los seres luminosos es que tienen otro anillo de poder que nunca se usa, la voluntad. El truco del brujo es el mismo truco del hombre común. Ambos tienen una descripción: uno, el hombre común, la sostiene con su razón; el otro, el brujo, la sostiene con su voluntad. Ambas descripciones tienen sus regias y las reglas se perciben, pero la ventaja del brujo es que la voluntad abarca más que la razón.
—Lo que quiero sugerirte a estas alturas es que, de ahora en adelante, te esfuerces por percibir si lo que sostiene la descripción es tu razón o tu voluntad. Yo siento, por cierto, que esa es la única manera de usar tu mundo diario como un desafío y como un vehículo para acumular suficiente poder personal, a fin de llegar a la totalidad de ti mismo.
—A lo mejor la próxima vez que vengas tendrás lo bastante. De todos modos, espera hasta que sientas, como sentiste hoy junto a la zanja, que una voz interna te dice que lo hagas. Si vienes con cualquier otro espíritu, será una pérdida de tiempo y un peligro para ti.
Observé que, de esperar aquella voz interna, nunca volvería a verlos.
—Vieras lo bien que puede uno actuar cuando tiene la espalda contra el paredón —dijo.
Se puso en pie y recogió un atado de leña. Puso algunas varas secas en la estufa de tierra. Las llamas lanzaban un resplandor amarillento sobre el piso. Apagó la linterna y se acuclilló frente a su sombrero, que cubría el dibujo en las cenizas.
Me ordenó estar en calma, cesar mi diálogo interno, y mantener los ojos en el sombrero. Me esforcé unos momentos y luego tuve la sensación de flotar, de caer desde un acantilado. Era como si nada me soportase, como si no me hallara sentado ni tuviese cuerpo.
Don Juan levantó el sombrero. Debajo había espirales de ceniza. Las observé sin pensar. Sentí moverse las espirales. Las sentí en el estómago. Las cenizas parecieron apilarse. Luego, algo las agitó y esponjó, y de pronto don Genaro estaba sentado frente a mí.
La imagen me forzó instantáneamente a reanudar el diálogo interno. Pensé que me había dormido. Empecé a respirar en boqueadas cortas y quise abrir los ojos, pero estaban abiertos.
Oí a don Juan decirme que me parara y me moviera. Me levanté de un salto y corrí a la ramada. Don Juan y don Genaro me siguieron. Don Juan trajo la linterna. Yo no podía recuperar el aliento. Traté de calmarme como antes, trotando sin avanzar mientras miraba al oeste. Alcé los brazos y comencé a respirar. Don Juan vino a mi lado y dijo que esos movimientos sólo se hacían en el crepúsculo.
Don Genaro gritó que para mí era el crepúsculo y ambos soltaron la risa. Don Genaro corrió al borde del matorral y luego regresó de un rebote a la ramada, como si una liga gigantesca lo hubiera hecho volver. Repitió los mismos movimientos tres o cuatro veces, y luego se me acercó. Don Juan me miraba con fijeza, riendo risitas de niño.