Durante el invierno del 75-74, ambos bandos solicitaron ayuda exterior. Pompeyo envió una carta al senado pidiendo refuerzos, dinero y provisiones. El tono era bastante duro y a ratos insolente, pues el general nunca fue un maestro de la diplomacia. Salustio nos transmite el texto de la misiva en uno de los fragmentos de sus
Historias
(2.98): «Por los dioses inmortales, ¿es que pretendéis que yo haga de tesoro público? ¿Creéis que puedo mantener a mi ejército sin grano ni pagas?». Había también algunas amenazas veladas en la carta que hicieron reaccionar al senado, y por fin se decidió enviar a Pompeyo dinero y dos legiones más.
Por su parte, Sertorio había entrado en negociaciones con un viejo conocido de los romanos, Mitrídates del Ponto. ¿Con el cruel enemigo que había hecho asesinar a ochenta mil romanos e itálicos en las Vísperas asiáticas? Pues sí, con ese mismo. No era la primera vez que facciones enfrentadas en Roma recurrían a ayuda extranjera. En la guerra civil, los enemigos de Sila se habían aliado con los samnitas a sabiendas de que estos odiaban a Roma, y de no haber sido por la victoria de Sila en la puerta Colina probablemente habrían saqueado la ciudad. El mismo Sila había firmado una paz con Mitrídates que muchos veían como un vergonzoso enjuague. Más recientemente, Domicio Ahenobarbo había pactado con el rey númida Hiarbas.
En sus negociaciones, Mitrídates se comprometió a enviar a Sertorio cuarenta naves de guerra y tres mil talentos de plata, una suma más que considerable. A cambio, Sertorio debía mandarle soldados y asesores militares y reconocer sus posesiones en Asia. Sertorio accedió a que el rey se apropiase de nuevo de Bitinia y Capadocia, pero se negó a que pusiera las manos en la provincia de Asia, ya que era propiedad de Roma desde hacía décadas, y él no se consideraba ningún traidor a su patria.
A Mitrídates le sorprendió que un hombre en la situación de Sertorio, cada vez más escaso de medios, fuera tan puntilloso. «¿Qué condiciones me pondrá si alguna vez controla Roma, si estando acorralado junto a las orillas del Atlántico pone límites a mi reino y me amenaza con la guerra si intento reconquistar Asia?», comentó. No obstante, el pacto se selló y Sertorio recibió el dinero y los barcos prometidos. A Mitrídates, que tampoco era hombre que sintiera un gran respeto por su propia palabra, le daba igual: si Sertorio conseguía que los esfuerzos de la República se concentraran en el oeste, ya le llegaría el momento de poner de nuevo sus manos sobre la provincia de Asia.
En cualquier caso, el pacto llegó demasiado tarde para Sertorio. Pompeyo y Metelo, con más recursos que el año anterior, decidieron que no tenían por qué enfrentarse en campo abierto a su enemigo y que les bastaba con desgastarlo poco a poco rindiendo sus fortalezas. Durante el año 74 lograron apoderarse de Coca, Bílbilis (Calatayud) y Segóbriga. Sertorio logró frustrar los ataques sobre Palantia (Palencia) y Calagurris, pero no dejaba de perder terreno.
Y no solo lo perdía en el campo de batalla. Su popularidad entre sus propios hombres también estaba cayendo en picado. A los elementos romanos de su ejército les molestaba que se rodeara de aquella guardia de celtíberos juramentados, como si fuera un caudillo bárbaro. Perperna, que nunca había aceptado de buen grado la autoridad de Sertorio, empezó a esparcir rumores contra él, y los rumores pronto se convirtieron en una conspiración.
Los conflictos entre romanos e hispanos no dejaban de agravarse: los primeros se dedicaban a hostigar a los segundos extorsionándolos y sometiéndolos a castigos muy duros por cualquier supuesta infracción. Como resultado, muchos pueblos y ciudades empezaron a desertar del bando de Sertorio. A estas alturas, los hispanos debían comprender ya que sus objetivos no eran los mismos. Ellos querían librarse del yugo de Roma, mientras que Sertorio, aunque algunos historiadores lo hayan presentado como un adalid de la independencia de Hispania, seguía siendo un romano que luchaba por cambiar el gobierno de la República, no por liberar de su imperio a ningún pueblo.
En las campañas de los años 73 y 72, Sertorio siguió perdiendo ciudades y territorios ante el avance de Pompeyo y Metelo. En cuanto a las deserciones de sus aliados, que le dolían todavía más, trató de reprimirlas con una brutalidad que hasta entonces no había empleado, y llegó hasta el punto de ejecutar a algunos jóvenes que se educaban en su academia de Osca y a vender como esclavos a otros en represalia por supuestas faltas cometidas por sus padres.
Su buena estrella lo había abandonado. Sertorio se sentía cada vez más desesperado, pues comprendía finalmente que la suya era una causa perdida. Según Apiano, para evadirse pasaba el tiempo en banquetes, refugiándose en la bebida y en el sexo cuando hasta entonces había sido un hombre frugal y moderado.
En uno de esos banquetes, Perperna y otros nueve conjurados aprovecharon el momento en que su general y sus guardaespaldas estaban más ebrios y lo asesinaron. Es posible que en esta conspiración influyera el hecho de que Metelo Pío, imitando el ejemplo de su padre con Yugurta, había ofrecido una gran recompensa a quien le trajera la cabeza de Sertorio.
La muerte de Sertorio provocó que muchos de sus partidarios abandonaran definitivamente la lucha. Perperna, en cambio, se empeñó en resistir ahora que por fin podía ostentar el mando supremo. Pero pocos estaban dispuestos a seguirlo, y en la primera batalla que libró fue derrotado y capturado por Pompeyo. Para salvarse de la ejecución, Perperna le ofreció cartas y documentos secretos de Sertorio que supuestamente demostraban que tenía un buen número de cómplices en Roma. Pompeyo, pensando que aquella información podría avivar otra vez la discordia en la ciudad, los quemó todos y ordenó matar a Perperna.
Con la muerte de Sertorio la guerra civil terminaba por fin, diez años después del desembarco de Sila en Italia. Tras su larga estancia en Hispania, Metelo Pío regresó a Roma para celebrar su triunfo.
Pompeyo, por el contrario, se quedó unos meses allí. Tras someter los últimos focos de resistencia indígena de la provincia Citerior, abandonó su papel de general duro y adoptó el de conciliador, gracias a lo cual aumentó su prestigio y su influencia en la península. Amén de fundar varias ciudades, como Pompaelo (Pamplona), firmó pactos de clientela con los principales caudillos de las tribus que le habían sido fieles, y a cambio los recompensó con tierras y ampliándoles las fronteras.
Los cónsules de ese año, además, presentaron la
lex Gellia Cornelia
que permitía a Pompeyo otorgar la ciudadanía romana, si lo consideraba oportuno, a aquellos hispanos que hubieran luchado a su lado contra Sertorio. Pompeyo usó esta ley con generosidad, lo que le ganó muchos más partidarios, algo que se puede atestiguar en las inscripciones posteriores, donde el nombre «Pompeyo» aparece muchas veces, ya que los nuevos ciudadanos adoptaban el nombre de su benefactor.
Pompeyo, como se demostraría más tarde, no era un gran orador ni se sentía a gusto en los debates del senado. Sin embargo, maniobrando sobre el terreno no había otro como él. Cuando dejó Hispania en la primavera del año 71, sabía que aquel vasto país se había convertido en su territorio particular, y así se demostró más de veinte años después cuando estalló la segunda guerra civil de Roma.
Mientras Pompeyo se dedicaba a sembrar para su propio futuro, los campos de Italia sufrían la devastación de un ejército enemigo. En este caso no venía del norte, sino que había surgido en la misma Italia, prácticamente del suelo, pues eran los esclavos que trabajaban los campos quienes se habían rebelado. Pero el núcleo de aquella revuelta tenía su origen en unos hombres que manejaban las armas, aunque no para servir a la República sino para divertir a sus ciudadanos. Eran gladiadores, y su líder, por supuesto, no era otro que Espartaco.
E
spartaco, uno de los personajes más famosos de la historia de Roma y todo un símbolo, era de origen tracio. Probablemente había nacido en una tribu conocida como los medos (el nombre coincide con el de un importante pueblo iranio, pero es pura casualidad), que habitaba en la zona montañosa situada entre el sur de Bulgaria y el norte de Grecia. Como era habitual en las tierras altas, Espartaco empezó dedicándose al pastoreo, pero cuando surgía la ocasión combinaba esa actividad con incursiones en las llanuras, lo que lo familiarizó con las armas.
Hasta aquí, su historia recuerda mucho a la de Viriato. Pero en una de esas razias, Espartaco fue capturado por los romanos. Al menos, así lo cuenta Apiano. Según el relato de Floro (3.20) las cosas ocurrieron de forma diferente: Espartaco fue primero mercenario, después se alistó como soldado auxiliar de las legiones romanas, más tarde desertó y por fin fue apresado. En cualquier caso, ambas versiones terminan igual: al observar que poseía una gran fuerza física y una sorprendente habilidad con las armas, sus captores decidieron convertirlo no en un esclavo sin más, sino en gladiador.
Los juegos de gladiadores constituyen uno de los aspectos más polémicos de la civilización romana, y también de los más populares gracias a películas, novelas y en los últimos tiempos una serie de televisión protagonizada precisamente por Espartaco.
Los romanos creían que estos espectáculos, como tantos otros elementos de su cultura, eran una herencia de los etruscos. El primer combate de este tipo que se celebró en Roma fue organizado por Décimo Junio Pera como homenaje a su padre fallecido, y consistió en una pelea entre tres parejas de esclavos en el Foro Boario. De alguna forma, se trataba de un sustituto de los sacrificios humanos que muchos pueblos antiguos ofrecían a los muertos. Estos se alimentaban de sangre, como se ve en la escena de la
Odisea
en que Ulises visita el reino de Hades y usa la sangre para convocar a los espíritus;
[28]
pero en ocasiones los difuntos no se conformaban con la de ovejas o cabras, sino que exigían beber la que corría por venas humanas.
La diferencia entre un sacrificio y un combate de gladiadores estribaba en que en el segundo no se sabía con seguridad cuál de los luchadores iba a morir y cuál iba a sobrevivir. Al principio, estos duelos eran más un ritual religioso que un espectáculo; pero ese elemento de emoción e incertidumbre prendió entre los romanos, que empezaron a apretujarse en el Foro Boario para presenciar las peleas y cruzar apuestas entre ellos.
En el siglo
I
a.C., los
munera
o juegos de gladiadores se habían popularizado tanto que muy pocos recordaban ya sus orígenes religiosos, y se celebraban por toda Italia. En esta época todavía no existía la amplia variedad de armas que exhibirían los luchadores en época imperial, y la mayoría combatían empuñando una simple espada, el
gladius,
que les daba su nombre.
Entre los gladiadores había muchos esclavos, prisioneros de guerra y criminales. Pero también se encontraban hombres libres que mediante el juramento conocido como
auctoramentum gladiatorium
renunciaban a sus derechos cívicos para huir de condiciones de vida precarias, por alcanzar la gloria o por cualquier otra razón (en época imperial hubo incluso miembros del orden senatorial que se hicieron gladiadores). Todos ellos entrenaban en escuelas llamadas
ludi
, a las órdenes de un empresario y adiestrados por veteranos conocidos como
lanistae
y también como
doctores
.
Puesto que los gladiadores suponían una inversión cara, no era aconsejable ni habitual que en cada pelea muriera el perdedor, de modo que había en sus duelos algo de danza ensayada. Cuando uno de los dos contendientes caía y no quería seguir combatiendo, levantaba desde el suelo el índice de su mano izquierda en señal de rendición. Quien decidía si vivía o moría era el magistrado que presidía los juegos, aunque solía atender a la opinión del público. Un pulgar extendido hacia arriba —
pollicem vertere
—, aunque nos parezca antiintuitivo, era un gesto de desaprobación y significaba que el perdedor debía morir. Juntar el pulgar con el índice quería decir lo contrario, y extenderlo hacia abajo era una indicación para que el vencedor dejase caer la espada sin matar a su rival. En ocasiones, el público actuaba como en las plazas de toros y agitaba trapos o pañuelos para pedir clemencia por el gladiador caído.
Hablando de toros, es inevitable pensar en festejos actuales leyendo esta inscripción encontrada en Pompeya:
LA BANDA DE GLADIADORES DEL EDIL AULO SUETIO CERTO
LUCHARÁ EN POMPEYA LA VÍSPERA DE LAS KALENDAS DE JUNIO
[31 de mayo]. HABRÁ CAZA DE BESTIAS SALVAJES Y TOLDOS.
En el caso de Espartaco, él pertenecía al
ludus
de Léntulo Batiato, en la ciudad de Capua. En esa escuela había gladiadores de dos grupos étnicos principales, galos y tracios. Espartaco, como hemos visto, pertenecía a los últimos, aunque Plutarco señala que por su cultura y su inteligencia era más griego que tracio. El mismo autor relata que, cuando lo llevaron a Roma para ser vendido junto a su mujer, una serpiente se enroscó alrededor de su cabeza. Su esposa, que tenía arrebatos místicos de profetisa, interpretó aquello como señal de que Espartaco llegaría a detentar un poder grande y terrible que le traería buena suerte.
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Las condiciones en el
ludus
de Batiato eran extremadamente duras. De todos modos, tiene lógica que los gladiadores estuvieran tan vigilados como en una cárcel, ya que eran hombres peligrosos y en esa escuela había más de doscientos.