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Authors: Lindsey Davis

Tags: #Histórico, intriga

Tres manos en la fuente (24 page)

Di un suave codazo a Helena y ambos sonreímos, aunque también nos entristecimos.

Contemplábamos lo que probablemente se convertiría en un espectáculo mucho más raro: Petronio disfrutando de la compañía de su hija de siete años.

Petronila estaba junto a él y lo escuchaba muy seria. Desde la última vez que la vi, sus rasgos habían cambiado, ya no tenía cara de bebé y se había convertido en una niña.

Se la veía más tranquila de lo que yo recordaba y eso me pareció preocupante. Tenía el cabello castaño, peinado con un moño en lo alto de la cabeza y unos ojos oscuros y solemnes, casi tristes. Ambos comían empanada. Petronila lo hacía con mucha delicadeza, pues había heredado la finura de su madre. Su padre tenía toda la barbilla pegajosa y se había manchado de salsa la parte delantera de la túnica. Petronila lo advirtió y lo limpió con su servilleta. Petronio se rindió como un héroe. Cuando su hija volvió a sentarse, le pasó un brazo por el hombro y la estrechó contra sí. Miraba hacia la arena con una expresión impasible. Pensé que ya no veía la carrera.

XXXIV

Al día siguiente, Julio Frontino nos convocó a una reunión para revisar el caso. Yo odiaba esas formalidades, pero Petronio estaba en su salsa.

—Lamento mucho tener que presionaros, pero me exigen resultados. —Al cónsul lo atizaban desde arriba y él transmitía las quejas hacia abajo—. Hoy es el octavo día de los juegos.

—Tenemos una imagen mucho más clara de lo ocurrido que cuando hablamos con usted la última vez —lo tranquilicé. Me pareció poco prudente recordarle que sólo hacía cuatro días que colaborábamos con él. Había que mirar siempre hacia adelante, de otro modo pensaban que te escabullías.

—Supongo que ésa es vuestra manera de transmitir seguridad al cliente. —Frontino fingía bromear pero no caímos en la trampa.

—Identificar a Asinia nos ha dado mucha ventaja —afirmó Petro. Otra maniobra para transmitir seguridad. Frontino no se impresionó en absoluto.

—Se me ha indicado que nuestro objetivo tiene que ser resolver el problema antes de terminen los juegos.

Petronio y yo intercambiamos una mirada. Ambos estábamos acostumbrados a que nos pusieran plazos imposibles. A veces los cumplíamos, pero los dos sabíamos que nunca debíamos admitir que eran factibles.

—Tenemos pruebas definitivas de que el asesino comete sus crímenes durante los festivales —admitió Petronio, sincero—. Secuestró a Asinia el primer día de los Juegos Romanos. Sin embargo, soy cauteloso a la hora de suponer que aún esté en la ciudad. Tal vez sólo vino para la ceremonia de inauguración, cogió a una chica, se lo pasó bien a su terrible manera y luego se marchó. Quizá, después matar a Asinia, su ansia de sangre haya remitido hasta más adelante. Además, tenemos la teoría de que las descuartiza y se deshace de ellas fuera de Roma.

Aquello era muy significativo. Había sido Petronio el que insistió en que descartásemos esa posibilidad por motivos logísticos. Cuando lo hablé con Helena, ella se inclinó por la teoría de que nuestro hombre iba y venía, y yo intuí que tenía razón.

Por lo que había oído acerca de esos hombres, pensé que el cadáver sólo tenía una semana, que de momento sólo le había cortado una mano y que quizá tenía el resto del cuerpo escondido en algún cubil… No, en septiembre hacía demasiado calor.

—No podemos abandonar esta investigación hasta que empiecen unos nuevos juegos —nos gruñó—. Si lo hiciéramos, perderíamos impulso y todo el caso se quedaría estancado. Ha ocurrido tantas veces… Además, ¿qué implicaría eso? ¿Que le permitiríamos matar a otra chica durante la inauguración de los Juegos de Augusto?

—Es un riesgo demasiado grande —convino Petro. No teníamos otra opción.

—Los juegos son el peor de los escenarios —sugerí, obligándome a participar—. Pero no vamos a dormirnos en nuestros laureles hasta octubre, sólo porque tal vez ese tipo se haya marchado de Roma.

—Si se ha marchado, tendréis que ir tras él —dijo Frontino.

—Oh, ya nos gustaría, señor, pero no sabemos dónde buscarlo. Ahora es el momento de seguir las pistas, y tenemos algunas.

—¿Por qué no me las contáis? —Como siempre, la actitud del cónsul era enérgica.

Había conseguido no sugerir que nos estaba llamando incompetentes, aunque su suposición de que los profesionales estarían dispuestos contarle exactamente lo que él quería saber imponía cierta tensión. Con aquel hombre tendríamos que ser muy agudos, ya que sus expectativas eran muy elevadas.

Para empezar, lo atosigué con el sumario que me había hecho Helena de la personalidad del asesino. Quedó encantado porque estaba bien estructurado y le gustaron su claridad y su sentido común. Petronio pensó que yo improvisaba y con una expresión gélida me hizo saber que prefería no tener como socio a un orador fantasioso.

Sin embargo, también él reconoció el valor de aquella exposición. Lo único que le molestaba era no haberlo pensado él.

Entonces Petro, que no quería ser menos, añadió:

—Sabemos, señor, que Asinia desapareció en algún lugar entre la salida del ábside del Circo Máximo, donde fue vista por última vez, y su casa. Se marchó hacia el norte. Tal vez la secuestraron en la presa cercana al circo o después, cuando llegó a calles más tranquilas. Eso depende de si ese hombre actúa engañando a las mujeres o si simplemente se abalanza sobre ellas. Falco y yo continuaremos nuestra vigilancia nocturna. Una rutina tenaz puede revelarnos algo.

—Una rutina tenaz —repitió Frontino.

—Exactamente —dijo Petro con voz firme—. Lo que también quiero averiguar es si alguno de los porteadores de las sillas de alquiler o los palanquines vio algo la noche de la inauguración.

—¿Crees que el autor es uno de los transportistas comerciales? —Vimos que Frontino estaba decidido a machacar al edil responsable del control de las calles.

—Sería una tapadera ideal. —Estaba claro que a Petro se le había ocurrido alguna artimaña. Había que confiar en los vigiles ya que podían inventar una sola hipótesis y luego probarla, mientras que los investigadores teníamos que trabajar con varias ideas a la vez. Cuando la vida real sacaba a la luz algo que se apartaba del escenario de los vigiles, se desmoronaban. Tratándose de Petro, sin embargo, aquella teoría podía ser válida—. Los porteadores pueden llevar mujeres sin despertar sospechas… y después disponen de los medios para deshacerse de los cuerpos.

—Pero suelen trabajar en pareja —objeté.

—Tal vez al final descubramos que dos de ellos trabajan a dúo, y no sólo como porteadores —prosiguió Petro tranquilo—. Yo realizaré mis propias investigaciones, pero hay muchísimos tipos de ésos. Si pidiera al prefecto de los vigiles que ordenara una investigación oficial, eso nos sería de gran ayuda, señor.

—Ciertamente. —Frontino tomó una rápida nota en una tablilla encerada.

—Tendrá que poner a trabajar en ello a la Quinta y la Sexta Cohortes ya que de ese modo cubriremos los dos extremos del circo. Es probable que el asesino tenga su ruta favorita, pero no podemos fiarnos de eso. Los vigiles tendrían que preguntar también a las mariposas nocturnas.

—¿A quiénes?

—A las prostitutas.

—¡Ah!

—Si ese hombre acosa a las mujeres de manera habitual, tal vez lo haya visto alguna de las mariposas que revolotean por la zona del circo.

—Sí, claro.

—También es probable que odie a las profesionales y que prefiera mujeres respetables, porque son más limpias o están menos acostumbradas a escapar de peligros. ¿Quién sabe? Pero si pasea mucho tiempo por la zona, entonces seguro que las prostitutas saben de su existencia.

Me tocó el turno de hacer sugerencias, y como Petro, adopté una actitud modesta.

—Me gustaría inspeccionar mejor las conducciones de agua, señor. Bolano, el secretario del ingeniero que estuvo aquí, ha tenido buenas ideas. Está dispuesto a inspeccionar los acueductos incluso fuera de la ciudad, por si nuestro hombre no es de Roma. Ésa es otra de las razones por las que no salimos corriendo hacia el campo; pues es posible que Bolano descubra algo interesante y concreto.

—Investigad con él —ordenó Frontino—. Le diré al inspector de acueductos que Bolano nos ayudará cuando lo necesitemos.

—¿Y el magnífico Estatio? —preguntó Petro con malicia.

Frontino alzó los ojos de la tablilla y dijo:

—Supongamos que le digo que hemos pedido a Bolano para evitar que su superior tenga que abandonar tareas de gestión de mayor importancia. ¿Qué más?

—Ponernos en contacto con el prefecto de los vigiles.

Frontino asintió, aunque pareció advertir que le estábamos dejando los trabajos más aburridos mientras que Petronio y yo iríamos por libre. Sin embargo, ambos confiábamos en que establecería aquellos contactos esa misma mañana y que luego seguiría acosando al inspector y al prefecto hasta obtener los resultados deseados. A él tampoco le importaba que le recordásemos sus deberes, aceptaba que lo acosaran desde arriba siempre que pudiera hacer lo mismo con nosotros. En un hombre de su rango, aquello era muy raro.

Habíamos esperado con ganas que la investigación arrancase de una vez y las nuevas pruebas obtenidas relacionadas con Asinia nos dieron mucho impulso. No obstante, fue sólo momentáneo. Cuando salimos de la oficina de Frontino ya sabíamos que le habíamos mentido y, a medida que transcurrieron los días, fuimos presa de una gran depresión.

Petronio se cansó de hablar con los porteadores, una tarea aburrida donde las haya, y también intentó preguntar a algunos transeúntes, que era verdaderamente peligroso.

Apenas se enteró de nada. Mientras tanto, yo conseguí por fin ponerme en contacto con Bolano, que llevaba muchos días fuera, en alguna obra. Cuando lo encontré, parecía desanimado. Dijo que había realizado inspecciones en las torres y en otras partes de los acueductos de la zona de la Campiña y que no había encontrado nada. Temí que le hubieran ordenado no colaborar. Dispuesto a recordarle el poder total del cónsul para apoyarse en sus superiores, se lo pregunté directamente pero lo negó. Tuve que aceptarlo y me marché.

Estábamos en un callejón sin salida y tanto Petro como yo lo supimos enseguida. A menos que tuviéramos suerte, habíamos llegado a un punto a partir del cual no se podía avanzar más. Los Juegos Romanos no tardarían en terminar. Los malditos verdes iban por delante de los azules en la clasificación de las carreras de cuadrigas. Muchos gladiadores famosos habían sufrido inesperadas derrotas y ya estaban en el Hades, dejando desconsoladas a sus seguidoras femeninas y arruinados a sus entrenadores. Las representaciones dramáticas eran tan calamitosas como siempre, y como siempre, nadie se atrevía a decirlo, excepto yo.

Y el caso se nos escapaba de las manos.

XXXV

No íbamos a resolver el caso antes de que terminasen los Juegos Romanos.

Yo supuse que Julio Frontino nos pagaría y nos despediría. En cambio, aceptó el hecho de que, si no aparecían nuevas pruebas, estábamos atascados. Nos renovó el contrato aunque sus palabras hacia nosotros fueron muy severas. Sin una solución que ofrecerle al emperador, él también se vería privado de gloría, por lo que debió pensar que nos necesitaba.

Nuestro único progreso eran los nombres de unas cuantas mujeres desaparecidas que Petro había logrado averiguar. Casi todas se dedicaban a la prostitución. Otras prostitutas nos los dijeron, y cuando les recriminamos que no hubiesen denunciado la desaparición a los vigiles, repitieron una y otra vez que sí lo habían hecho. A veces tenían niños que cuidar, otras veces trabajaban para chulos que habían visto reducir considerablemente sus ingresos. Nadie había relacionado nunca los distintos incidentes.

A decir verdad, nadie se había preocupado demasiado por ellos. Era muy difícil reunir información fiable de los casos antiguos, pero Petro y yo notamos que el número de esas muertes había aumentado en los últimos tiempos.

—Ahora es más valiente —dijo Petro—. Un método. Es casi como si nos desafiara a que lo descubramos, sabe que puede salirse con la suya, se ha vuelto adicto y necesita esa emoción.

—¿Cree que es invencible?

—Sí, pero se equivoca.

—¿Ah, sí? ¿Y si no encontramos una pista que nos permita identificarlo?

—No pienses en ello, Falco.

Ni siquiera era posible relacionar las dos primeras manos que habíamos encontrado con ninguna de las mujeres desaparecidas. Para demostrar nuestra buena voluntad, le pasábamos copias de las listas de víctimas a Anácrites por si podía vincularlas con alguna denuncia llegada a la oficina del inspector. Nunca respondió. Conociéndolo, era de esperar que no leyera ninguno de nuestros mensajes.

Habíamos esperado que los casos anteriores nos aportasen alguna información útil, pero no fue así. Los secuestros ocurrieron hacía demasiado tiempo; las fechas eran muy vagas; la ética de la profesión desaconsejaba a las amigas de las mujeres que nos ayudasen. Ver a un hombre abordando a una prostituta apenas despertaba curiosidad. Al parecer, todas las mujeres habían desaparecido de la calle sin que ningún testigo lo presenciara.

Al menos podíamos informar al cónsul de algunos avances. En nuestra siguiente reunión, Petronio sugirió a Frontino que llamásemos a los vigiles para que nos ayudasen a vigilar la noche de clausura de los juegos.

—El asesino no centra sólo su atención en las prostitutas —le recordó Frontino a Petro—. Asinia era una mujer absolutamente respetable.

—Sí, señor, pero es posible que el asesino cometiera una equivocación. Asinia estaba sola, era de noche, muy tarde, y tal vez sacó conclusiones erróneas. Por otro lado, quizás esté ampliando sus objetivos, pero las mariposas nocturnas que rondan por las columnatas siguen siendo las chicas más vulnerables.

—¿Cuántas prostitutas registradas hay en Roma? —preguntó el cónsul, siempre interesado en las cifras.

—Treinta y dos mil en el último censo —respondió Petronio con su calma habitual, y dejó que Frontino llegara a la conclusión de que era completamente imposible protegerlas a todas.

—¿Y se ha hecho algo por saber si hay otras mujeres respetables a las que les haya ocurrido lo mismo?

—Martino, mi viejo segundo al mando, ha sido asignado a las investigaciones de la Sexta Cohorte. Ha revisado casos sin resolver de personas desaparecidas y en algunas ocasiones ha entrevistado de nuevo a las familias. Cree que ha encontrado una o dos que pueden haber muerto a manos del asesino de los acueductos, pero todavía no hay nada definitivo.

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