Un ambiente extraño (18 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Benton hizo un gesto de asentimiento.

—Aunque no podemos darlo por sentado, hemos de considerar la posibilidad de que el asesino, al menos en el caso del vertedero de basuras Atlantic, pueda haber estado en Norfolk hace sólo un mes.

—Este caso parece definitivamente de ámbito local —volví a insistir.

—¿Cabe la posibilidad de que alguno de los cadáveres fuera refrigerado? —preguntó Ring.

—Éste no —se apresuró a responder Benton—. De ninguna manera. Este individuo no pudo soportar ver a su víctima, y por eso la tapó e hizo los cortes con la tela encima. Yo creo que se deshizo del cadáver en un lugar cercano.

—Recuerda a
El corazón delator
de Poe —dijo Ring.

Lucy estaba leyendo algo en la pantalla de su ordenador portátil y pulsando teclas silenciosamente con expresión tensa.

—Acabamos de recibir algo de la Brigada Diecinueve —anunció sin dejar de desplazar el documento hacia arriba—. «Muerteadoc» se ha conectado hace cincuenta y seis minutos. —Alzó la vista para mirarnos y nos dijo—: Ha mandado un mensaje por correo electrónico al presidente.

El correo electrónico había sido enviado directamente a la Casa Blanca, lo cual no era ninguna hazaña pues la dirección era pública y fácil de obtener para cualquier usuario de Internet. El mensaje, que presentaba una vez más la peculiaridad de estar escrito en minúscula y puntuado con espacios, rezaba así: «disculpas si no empezaré con Francia».

—Esto puede interpretarse de numerosas maneras —estaba diciéndome Benton mientras sonaba en la sala de tiro de arriba el ruido amortiguado de los disparos, como si estuviera librándose una guerra lejana—. Y todas ellas hacen que me preocupe por ti.

Se detuvo ante la fuente de agua refrigerada.

—No creo que esto tenga nada que ver conmigo —respondí—. Esto tiene que ver con el presidente de Estados Unidos.

—Si quieres conocer mi opinión, eso es algo simbólico. No hay que interpretarlo literalmente. —Echamos a andar—. Creo que este asesino está contrariado, enfadado, y considera que cierta persona con poder o quizá la gente que tiene el poder es responsable de los problemas que tiene en la vida.

—Como Unabomber —dije cuando tomamos el ascensor.

—Algo muy parecido. Es posible incluso que le sirviera de inspiración-sugirió mientras consultaba su reloj—. ¿Puedo invitarte a una cerveza antes de que te marches?

—No, a menos que conduzca otra persona. —Sonreí—. Pero te acepto un café.

Pasamos por la sala de limpieza de armas de fuego, donde docenas de agentes del FBI y la DEA estaban desmontando sus armas, limpiándolas e inyectando aire en el interior de las piezas. Nos miraron con cara de curiosidad y me pregunté si habrían oído rumores. Mi relación con Benton había dado que hablar en el centro del FBI durante mucho tiempo, algo que me molestaba más de lo que se me notaba. Al parecer, casi todo el mundo opinaba que Benton había abandonado a su esposa por mí, cuando la verdad era que ella le había dejado a él por otro hombre.

Arriba, en el economato, se había formado una larga cola. En el escaparate habían colocado calabazas, pavos de Acción de Gracias y un maniquí con el último modelo de jersey y pantalones de lana. Más adelante, en la cafetería, el volumen de la televisión estaba alto y ya había gente tomando palomitas y cerveza. Nos sentamos lo más lejos posible de todo el mundo para tomarnos los cafés.

—¿Qué opinas de la conexión con Francia? —pregunté.

—Está claro que se trata de un individuo inteligente que sigue las noticias. Nuestras relaciones con Francia fueron muy tensas durante la época en que realizaron pruebas nucleares. Acuérdate de la violencia, del vandalismo, del boicoteo del vino francés y de otros productos. Hubo muchas protestas ante las embajadas francesas; Estados Unidos se comprometió mucho.

—Pero de eso hace ya dos años.

—Da igual. Las heridas tardan en cicatrizar. —Miró por la ventana a la noche, que ya estaba cerrándose—. Concretando un poco más, a Francia no le sentaría nada bien que le exportáramos un asesino múltiple. Lo único que puedo decir es lo que «muerteadoc» está insinuando. La policía de Francia y de otros lugares lleva años preocupada por la posibilidad de que en sus países acaben teniendo nuestro problema, como si la violencia fuera una enfermedad que pudiera propagarse.

—Lo es.

Asintió con la cabeza y volvió a coger su taza de café.

—Quizás eso tuviera más sentido si creyéramos que los asesinatos cometidos aquí y en Irlanda son obra de la misma persona —comenté.

—Kay, no podemos descartar nada —dijo una vez más con aire cansado.

Yo hice un gesto de negación.

—Está atribuyéndose el mérito de los asesinatos de otra persona, y ahora está amenazándonos. Probablemente no tenga ni idea de lo diferente que es su manera de actuar en comparación con otros casos. Por supuesto que no podemos descartar nada, Benton, pero sé cuáles son los resultados de mis investigaciones y creo que la clave está en identificar a la víctima de este último caso.

—Eso es lo que siempre crees —dijo sonriendo, mientras jugueteaba con la cucharilla del café.

—Sé para quién trabajo. En este preciso instante estoy trabajando para la desdichada mujer cuyo torso tengo en la cámara frigorífica.

Ya se había hecho completamente de noche y la cafetería estaba llenándose rápidamente de hombres y mujeres de vida sana y aspecto saludable vestidos con uniformes de trabajo de colores codificados.

Se hacía difícil hablar con tanto ruido, y yo tenía que ver a Lucy antes de que se marchara.

—Te cae mal Ring. —Benton echó el brazo hacia atrás y cogió su chaqueta del respaldo de la silla—. Es inteligente y parece realmente motivado.

—Tu perfil está claramente equivocado en lo que respecta a la segunda parte —le aseguré mientras me levantaba—. Pero lo primero que has dicho es cierto. Me cae mal.

—Al ver cómo te comportabas me ha parecido que era bastante evidente.

Pasamos entre personas que estaban buscando sillas y dejando jarras de cerveza en las mesas.

—Creo que es peligroso.

—Es un engreído y quiere hacerse famoso —dijo Benton.

—¿Y a ti no te parece que eso es peligroso?

Le lancé una mirada.

—Esa descripción es válida para casi todas las personas con las que he trabajado.

—Excepto para mí, espero.

—Usted, doctora Scarpetta, es una excepción a prácticamente todo lo que se me pueda pasar por la cabeza.

Avanzamos por un largo pasillo en dirección al vestíbulo; yo no quería que nos separáramos todavía. Me sentía sola, aunque no sabía muy bien por qué.

—Me encantaría que fuéramos a cenar —dije—, pero Lucy tiene algo que enseñarme.

—¿Qué te hace pensar que no he hecho ya planes? —preguntó mientras me abría la puerta.

La idea me molestaba, pese a que sabía que estaba tomándome el pelo.

—Será mejor que esperemos a que logre salir de aquí —dijo. Ahora nos dirigíamos al aparcamiento—. Quizá durante el fin de semana, cuando podamos relajarnos un poco más. Esta vez cocinaré yo. ¿Dónde has aparcado?

—Allí —respondí.

Apunté al coche con el mando a distancia de la llave; las puertas se abrieron y se encendió la luz interior. Lo típico era que no nos tocásemos. Nunca lo hacíamos si podía vernos alguien.

—A veces esta situación me revienta —comenté cuando subí al coche—. Podemos hablar sobre partes del organismo, violaciones y asesinatos durante todo el día, pero no abrazarnos ni cogernos de la mano. ¡Dios no quiera que alguien nos vea! —Puse el coche en marcha—. Dime si eso es normal. Ni que lo nuestro fuera todavía un lío o estuviéramos cometiendo un crimen. —Me puse bruscamente el cinturón de seguridad y le pregunté—: ¿Hay alguna norma de confidencialidad en el FBI de la que nadie me haya hablado?

—Sí. —Me besó en los labios en el momento en que un grupo de agentes pasaba por delante de nosotros y añadió—: Así que no se lo cuentes a nadie.

Poco después aparqué delante del Servicio de Investigación Aplicada, o SIA, un edificio enorme con aspecto de la era espacial en el que el FBI llevaba a cabo sus proyectos secretos de investigación y desarrollo técnico. Lucy guardaba silencio respecto a todo lo que sucedía en aquellos laboratorios, y había pocas zonas del edificio a las que se me permitiera entrar, incluso cuando ella me acompañaba. Vi que estaba esperándome junto a la puerta principal cuando apunté con el mando a distancia a mi coche, el cual no respondía.

—Aquí no funciona —dijo.

Alcé la vista hacia la misteriosa azotea del edificio, que estaba llena de antenas normales y parabólicas, exhalé un suspiro y cerré las puertas manualmente con la llave.

—Después de todas las veces que he venido, ya debería acordarme —mascullé.

—Tu amigo el detective Ring ha intentado acompañarme hasta aquí después de la reunión —me dijo Lucy mientras ponía el pulgar sobre la cerradura biométrica que había junto a la puerta para identificarse.

—No es amigo mío —le aseguré.

El vestíbulo tenía el techo alto y unas vitrinas en las que estaba expuesto el material electrónico y de radio obsoleto y con aspecto de armatoste utilizado por la policía antes de que se construyera el edificio del SIA.

—Ha vuelto a invitarme a salir —me dijo.

Los pasillos eran monocromáticos y parecían interminables, y yo siempre me sentía impresionada por el silencio y la sensación de que allí no había nadie. Los científicos e ingenieros trabajaban detrás de puertas cerradas en espacios lo bastante grandes como dar cabida a automóviles, helicópteros y aviones de pequeño tamaño. Cientos de miembros del personal del FBI trabajaban para el SIA, y sin embargo no tenían prácticamente ningún contacto con la gente de Jefferson. No sabíamos cómo se llamaban.

—Estoy segura de que hay un millón de personas a las que les gustaría invitarte a salir —comenté cuando entramos en el ascensor y Lucy volvió a identificarse con el pulgar.

—Eso suele dejar de ocurrir cuando llevan tiempo tratando conmigo —respondió.

—No sé qué decirte; yo aún no me he librado de ti.

Pero lo decía en serio.

—En cuanto me pongo a hablar en serio, los tíos pierden interés. Pero a él le gustan los desafíos; ya sabes de qué clase de hombre se trata.

—Conozco demasiado bien a esa clase de hombres.

—Quiere algo de mí, tía Kay.

—¿Te atreverías a decir qué es? A todo esto, ¿adonde me llevas?

—No lo sé; es sólo una sensación. —Abrió la puerta del laboratorio del entorno virtual y añadió—: Se me ha ocurrido una idea bastante interesante.

Las ideas de Lucy eran siempre más que interesantes, aunque solían dar miedo. Entré detrás de ella en la habitación, que estaba llena de procesadores de sistemas virtuales y ordenadores para diseño gráfico apilados unos encima de otros, mesas con herramientas, teclados de ordenadores, chips y unidades periféricas como guantes para realidad virtual y cascos con monitores. Al fondo de la vacía extensión de suelo de linóleo, donde Lucy solía perderse en el ciberespacio, había cables eléctricos recogidos en gruesas madejas.

Cogió un mando a distancia y encendió dos monitores de vídeo en cuyas pantallas reconocí las fotografías que había enviado «muerteadoc», grandes y en color. Empecé a ponerme nerviosa.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté a mi sobrina.

—La pregunta fundamental siempre ha sido: ¿mejora realmente la inmersión en un entorno el rendimiento del operador? —dijo mientras tecleaba comandos de ordenador—. Nunca has tenido oportunidad de sumergirte en este entorno, en el lugar del crimen.

Las dos nos quedamos mirando los muñones ensangrentados y las partes del cadáver alineadas que se veían en los monitores. Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

—Pero supón que se te ofreciera ahora esa oportunidad —prosiguió Lucy—. Supón que pudieras entrar en la habitación de «muerteadoc».

Iba a interrumpirle, pero ella me lo impidió.

—¿Qué más podrías ver? ¿Qué más podrías hacer? —continuó diciendo. Cuando se ponía así, parecía casi una maníaca—. ¿Qué más podrías averiguar sobre la víctima y sobre él?

—No sé si algo así puede servirme de ayuda —dije.

—Claro que puede servirte. De lo que no he tenido tiempo es de añadir el sonido sintético, excepto las típicas pistas auditivas grabadas. Un chapoteo equivale a abrir algo; un clic a encender o apagar un aparato con un interruptor; un tintineo suele significar que acabas de tropezar con algo.

—Lucy —dije mientras ella me cogía del brazo izquierdo—, ¿de qué demonios estás hablando?

Me puso cuidadosamente un guante en la mano izquierda y comprobó si me quedaba ajustado.

—Utilizamos gestos para la comunicación humana. Y también podemos utilizar gestos o posiciones, que es como los llamamos, para comunicarnos con el ordenador —me explicó.

El guante era de licra negra y tenía unos sensores de fibra óptica colocados en el dorso, los cuales estaban unidos a un cable conectado al ordenador principal de alto rendimiento con el que Lucy había estado escribiendo. A continuación cogió un casco con monitores que estaba conectado a otro cable. Cuando vi que se acercaba a mí, se me encogió el corazón.

—Se trata de un VPL Eyephone HRX —dijo animadamente—. Es lo mismo que el que están utilizando en el Centro de Investigación Ames de la NASA, que es donde lo descubrí. —Estaba ajustando los cables y las correas—. Tiene trescientos cincuenta mil elementos de color, una resolución superior y un amplio campo de visión. —Me colocó el casco en la cabeza; era pesado y me tapaba los ojos—. Lo que estás viendo son monitores de cristal líquido, o MCL, que son iguales que un monitor de vídeo cualquiera. Ahí hay cristales, electrodos y moléculas haciendo todo tipo de cosas alucinantes. ¿Qué tal te sientes?

—Me siento como si fuera a caerme y a asfixiarme.

Empezaba a entrarme el mismo pánico que había sentido al aprender a bucear con escafandra autónoma.

—No te va a pasar nada de eso —me aseguró, mostrando una gran paciencia y cogiéndome con la mano para evitar que perdiera el equilibrio—. Relájate; al principio es normal sentir rechazo. Tú haz lo que yo te diga: ahora quédate quieta y respira hondo varias veces. Voy a conectarte.

Movió el casco de posición para que se me ajustara a la cabeza y luego volvió al ordenador principal. Yo estaba desconcertada y no veía nada porque tenía un televisor diminuto delante de cada ojo.

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