Una noche más (16 page)

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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

¿Qué hace que nos enamoremos de las personas? ¿Qué estúpida sustancia química segrega nuestro estúpido cerebro para que consideremos extraordinario a alguien que no pasa de mediocre? El amor es un chute, no un acto racional… Y Sara se ha inoculado una nueva dosis. Vuelve a dejar que Ruth se instale en su vida. La lleva hasta su habitación. Ambas se tumban en la cama. Sara con el pijama y el batín aún puesto, Ruth todavía vestida. Yacen juntas, muy juntas, abrazadas. Ruth ya no la besa sino que se refugia en ella. La ve llorar. No sabe si son lágrimas de arrepentimiento o de felicidad por estar de nuevo junto a Sara. Ya no hablan. Ninguna palabra sale de sus labios. Se limitan a abrazarse. Fuerte, muy fuerte, como si temieran que fuera un sueño y no quisieran despertarse y comprobar que en realidad están solas.

Sara se siente mareada. Trata de reflexionar sobre lo que está ocurriendo pero no puede pensar con claridad. La sensación de tener a Ruth junto a ella es demasiado fuerte, demasiado abrasadora como para pensar en nada. Los minutos van pasando hasta convertirse en horas. Ruth parece haberse dormido entre sus brazos. Sara la mira y es como si esos cuatro meses que han pasado separadas no hubieran existido. La mira una y otra vez para convencerse de que lo que ve es real.

En algún momento de la madrugada debe de quedarse también dormida. Se da cuenta porque de repente se despierta aterida por el frío. Vuelve a mirar a Ruth. Duerme profundamente a su lado, con una respiración acompasada y una expresión de calma en el rostro. Se incorpora para quitarse el batín y descalzar a Ruth, tirándolo todo al suelo. Luego tapa sus cuerpos con el edredón. Al no notar a Sara junto a ella Ruth se remueve intranquila. Sólo se calma cuando Sara vuelve a abrazarla. Entonces se queda otra vez quieta, satisfecha. Y Sara suspira hondamente. Muerta de miedo y de incertidumbre, de placer y alegría, sin saber qué le deparará el nuevo día cuando ambas despierten y tengan que tomar una decisión con respecto a lo que ha pasado esa noche.

A la mañana siguiente Ruth la despierta sin querer. Es su tacto el que la despierta. Le está acariciando la cabeza, colocándole los mechones de cabello que le caen sobre la cara. Sara abre los ojos y al ver a Ruth frente a ella, mirándola, compartiendo la cama como tantas veces, siente vértigo.

—Buenos días —le dice Ruth con una voz extremadamente dulce.

—Buenos días —responde ella volviendo a cerrar los ojos por un instante, rememorando todo lo ocurrido la noche anterior. Al abrirlos de nuevo se pregunta cómo plantear la pregunta que flota en el ambiente. Pero por una vez es Ruth quien coge el toro por los cuernos.

—¿Esto ha significado algo para ti? —le pregunta.

—Para mí sí. ¿Y para ti?

—Para mí ha significado mucho… —Ruth hace una pausa y traga saliva—. Quiero volver a estar contigo. Quiero que lo intentemos de nuevo, que empecemos de cero.

—Va a ser complicado empezar de cero —le advierte Sara.

—Lo sé—repone—. Pero quiero que lo intentemos. No puedo dejarte escapar.

Sara suspira profundamente cerrando los ojos. Ese suspiro que se ha repetido durante toda la noche en los intervalos en los que se despertaba y comprobaba que Ruth estaba a su lado y que no era ningún sueño. Ni ninguna pesadilla.

—Está bien. Pero tenemos que hablar mucho. No quiero que me vuelvas a hacer daño.

—No te lo haré —asegura Ruth con una convicción casi excesiva. Y lo subraya dándole un breve pero sentido beso en los labios. Después vuelve a acurrucarse junto a ella durante un largo rato en el que no dicen nada. Hasta que Ruth se incorpora súbitamente y le pregunta a Sara si le importa que se dé una ducha, que se siente incómoda después de haber dormido toda la noche con la ropa puesta. Sara asiente con la cabeza tras lo cual Ruth se levanta de la cama y se dirige al cuarto de baño.

Mira el reloj de la mesilla. Es casi mediodía, Sara supone que sus compañeras de piso habrán llegado ya de su noche de fiesta. Lo que no sabe es qué cara pondrán si se cruzan con Ruth. Por poco que les haya contado saben perfectamente quién es. Mira al techo y se da cuenta de que ni ella misma sabe cómo tomárselo. No sabe si dejarse llevar por la euforia o por el miedo. No sabe absolutamente nada. Sólo que sus sentimientos y emociones vuelven a estar a merced de Ruth.

Un móvil comienza a sonar desde el salón. Aunque no reconoce el tono como suyo, se levanta de la cama para averiguar de dónde viene porque necesita ponerse en pie para empezar a tomar conciencia de la nueva situación. El sonido sale del bolso de Ruth. Obedeciendo un extraño impulso, Sara lo abre y coge el móvil. En la pantalla ve el nombre de Juan. Sabiendo que fue él quien le dijo a Ruth lo de su ataque y que no debió ser precisamente delicado al decírselo se pregunta por qué la llamará. Aunque conociendo a Juan es posible que quiera disculparse. Juan quiere demasiado a Ruth como para estar mucho tiempo enfadado con ella. Decide pulsar el botón que descuelga la llamada. Se pone el teléfono en la oreja y contesta.

—Hola, Juan.

A su amigo se le atragantan las palabras al escuchar su voz y reconocerla.

—¿Sara? —pregunta extrañado—. ¿Qué…? ¿Por qué…? ¿Cómo es que contestas al teléfono de Ruth?

—Ruth se está duchando —es lo único que le dice.

—Pe… Pero… ¿Es que estás en su casa?

—No, estamos en la mía. Vino anoche a ver cómo estaba. Parece ser que alguien le dijo que había estado en urgencias… —le dice con sorna.

—¿Es que…? ¿Es que habéis…? —Sara nota que Juan no se atreve a aventurar lo obvio.

—Sí, Juan. Hemos vuelto —anuncia sonriendo. Una sonrisa a medio camino entre la euforia y la incertidumbre—. Ya hablaremos y te lo contaré todo.

INTERLUDIO

—¿Y ahora qué?

—¿Sigues sin tenerlo claro?

—No lo sé…

—Eres tú quien ha venido a mí, Ruth. Has sido tú la que ha querido volver a intentarlo.

—Y tú la que lo ha aceptado. ¿De verdad vuelves a confiar en mí?

—Quiero volver a confiar en ti.

—¿Y cómo eres capaz después de lo que hice?

—…

—No contestas.

—Es que no sé qué contestar. Supongo que te quiero demasiado como para decirte que no, aunque lo merezcas.

—Merecía que no me hubieras vuelto a hablar nunca más.

—Pero no siempre tenemos lo que nos merecemos, ni para bien ni para mal.

—Tú no merecías lo que te hice…

—Dime una cosa, Ruth. ¿De verdad lo nuestro es tan importante para ti como para volver a apostar por ello?

—He vuelto, ¿no? ¿Eso no te parece suficiente respuesta?

—Puedes haber vuelto por miles de motivos, por culpabilidad, porque hayas descubierto que ya no quieres estar sola aunque te encante estarlo, por echarme de menos,… Yo necesito saber que has vuelto porque realmente crees que merece la pena apostar por nosotras.

—Sólo sé que quiero estar contigo.

—Supongo que te has dado cuenta de eso después de haberme perdido, ¿no?

—Es obvio.

—Pero lo haces porque te sientes culpable por lo que hiciste.

—¡Pues claro que me siento culpable, Sara! ¡Te estaba haciendo daño! ¡Y de haber seguido como estaba te hubiera acabado destrozando!

—Y por eso preferiste dejarme antes que afrontar la situación y hacer algo por cambiarla…

—Hice lo que creí más conveniente en aquel momento…

—Ya, lo más fácil. Salir corriendo y no asumir tus responsabilidades…

—¿Por qué sigues pensando que para mí fue fácil lo que hice? No lo fue en absoluto. Me he pasado estos meses como un zombie por la vida…

—Pues ya has estado mejor que yo…

—No menosprecies mi dolor…

—No lo menosprecio, es que no consigo entender por qué sufrías tanto si habías hecho lo que querías y lo que creías mejor.

—Porque no era lo que quería hacer. Lo hice porque pensé que sería lo mejor para las dos… Cuando llegaste a Madrid me asusté…

—Los niños se asustan, Ruth. Las personas adultas luchan contra sus miedos.

—Entonces será que sigo siendo una niña…

—En muchos aspectos sí, Ruth, lo sigues siendo… O has vuelto a serlo cuando menos lo esperabas. Según tú cuando estabas con Olga eras mucho más joven e inexperta y encaraste tu vida con una madurez asombrosa, ¿no?

—Eran otras circunstancias…

—¿Y qué circunstancias eran las nuestras? ¿Qué había de diferente para que no fueras capaz de comportarte de un modo más maduro?

—Estaba el pasado. Y el miedo. No estaba preparada para lo que me estabas planteando…

—¿Y qué te estaba planteando yo? No recuerdo haberte planteado nunca nada, ni siquiera cuando me vine a vivir a Madrid…

—Era avanzar muy rápido. Aunque tu plan fuese vivir en otro piso con el tiempo habrías querido que viviéramos juntas.

—¿Y qué hubiera tenido eso de malo? ¿Tan extraño resulta que tu pareja quiera vivir contigo?

—No estaba preparada para algo así.

—¿Y ahora sí lo estás?

—…

—Tranquila, no te voy a pedir que vivamos juntas. Primero habrá que ver si conseguimos superar lo que ha pasado y hacer que lo nuestro funcione. ¿Estás preparada para eso? Porque si tengo que esperar a que estés preparada puedo sentarme y aburrirme… Si crees que se te va a aparecer la virgen haciéndote una señal que te indique que ya estás preparada para tener una relación con otra persona, te voy diciendo desde ya que seguramente la virgen tenga mejores cosas que hacer.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que, pase lo que pase, quiero estar contigo para que me creas?

—Muchas, Ruth. Tienes que ganarte otra vez mi confianza.

—Y ya veo que me lo vas a poner difícil.

—Tengo que protegerme, Ruth. No te lo voy a poner tan difícil como piensas pero no puedo abrirme a ti otra vez como si nada pasara…

—Para mí tampoco es fácil volver a estar contigo sabiendo lo que piensas de mí, Sara…

—¿Qué es lo que pienso de ti si puede saberse?

—Que soy una inmadura y una cobarde, todo lo que has dicho…

—Si crees que pienso eso es porque tú también lo piensas. Yo no puedo convencer a alguien de que es una mala persona si ese alguien antes no ha pensado que se ha comportado como tal.

—Pero aún así lo piensas…

—Y aún así te quiero.

—…

—¿Y tú a mí?

—¿Yo a ti…?

—¿Me quieres? ¿Me quieres lo suficiente como para intentarlo con todas tus fuerzas? ¿Para decirme cuándo tienes miedo y pedirme ayuda para afrontarlo juntas? Dímelo.

—Te quiero, Sara. Es lo único que sé.

—¿Estás enamorada de mí?

—Sí…

—Sí… ¿Qué más?

—Sí, estoy enamorada de ti.

—¿Por qué te cuesta tanto decirlo?

—No es que me cueste decirlo pero creo que lo estoy dejando claro desde el momento en que te besé de nuevo…

—¿Por eso me has traído aquí?

—¿Cómo?

—Este sitio. Por la noche. Tranquilo y solitario. Tan íntimo y romántico… Es como de película…

—No es ninguna estratagema, Sara. Simplemente me pareció un lugar agradable para hablar. Y tú me dijiste en una ocasión que te gustaría pasear de noche por los jardines del Templo de Debod…

—Veo que te acuerdas de las cosas que digo.

—Eso será porque te escucho cuando me hablas.

—No esperaba menos.

—¿Qué más voy a tener qué hacer para que confíes en mí?

—¿Tú hubieras vuelto a confiar en Olga después de lo que te hizo?

—¿Podrías dejar de mencionar a Olga? No pinta nada en esta historia y ya ha pasado mucho tiempo de aquello.

—No el suficiente si las secuelas de aquello todavía son lo suficientemente fuertes como para que te entre el pánico. Me da la sensación de que lo que te ocurrió en el pasado te controla más de lo que te piensas…

—Te equivocas.

—¡Ya me gustaría!

—Si me controlara tanto como dices no habría querido volver contigo…

—Ya… Entonces supongo que ahora volvemos a ser una pareja, ¿no?

—Eso es lo que quiero. Y quiero que vuelvas a confiar en mí.

—Yo también quiero volver a confiar en ti.

—Yo te quiero, Sara.

—¿Y ahora qué? ¿Vas a sellarlo con un beso?

—…

—Creo que has visto demasiadas películas.

—Es posible.

—Pero la vida no es así. Las películas se acaban con el fantástico y romántico beso en el fantástico y romántico escenario. En la vida real tenemos que levantarnos al día siguiente y continuar con nuestra vida.

—Y eso es lo que quiero. Levantarme contigo y vivir mi vida a tu lado.

—Definitivamente has visto muchas películas.

ARRIERITOS SOMOS…

A
li se apoya junto a la figura del gran Buda dorado que hay en la puerta del restaurante chino mientras David se sienta en los escalones apoyando los antebrazos sobre las rodillas. Han quedado para cenar y tomar una copa con los demás. Ali entró un rato antes para reservar mesa, alucinada de que hubiera tanta demanda por cenar en un simple chino un sábado por la noche. Juan y Diego hacen entonces su aparición por la derecha. Se enredan en el habitual baile de saludos y justo después aparecen por el flanco izquierdo Pilar y Pitu cogidas de la mano y luciendo enormes sonrisas.

Ya los seis juntos entran en el restaurante y se apelotonan junto a la gente que también está esperando que le asignen mesa. Matan el tiempo hablando unos con otros de trivialidades. Son un grupo animado y risueño. Las carcajadas se suceden llamando la atención de las personas que esperan junto a ellos e incluso de los comensales de las mesas cercanas. Por fin, diez minutos después, les acomodan al fondo del local. Antes de retirarse, la camarera les deja sobre los platos la típica carta encuadernada en imitación de piel en la que encontrarán la extenuante enumeración de platos a elegir.

Pese a las sonrisas y el ánimo distendido hay algo en el ambiente que se antoja forzado. El grupo de amigos aparenta normalidad pero en su actitud subyace una motivación extraña. Como si algo faltara y como si, además, no quisieran mencionarlo sino dejarlo a un lado. Pero es justamente Diego, quizá el menos consciente de lo que todos quieren obviar, quien hace saltar la liebre.

—¿Alguien ha llamado a Ruth y Sara? —pregunta, sencillo y franco, al tiempo que se coloca la servilleta sobre las piernas.

Los demás se revuelven incómodos en sus sillas. Algunos se miran de reojo, otros ponen los ojos en blanco, pensando que Diego no se entera de nada. Como si él tuviera que saber que, pese a la reconciliación, Ruth y Sara son un tema incómodo. Puede que incluso mucho más que antes, cuando estaba claro quién era la víctima y quién el verdugo de esa historia y resultara más fácil tomar partido. En realidad lo que la mayoría siente es miedo. Miedo a algo intangible. Quizá a volver a asentarse en la cotidianeidad de contar con Ruth y Sara como antes, como una pareja más en esa pequeña familia horizontal que se ha ido creando entre ellos, y que la historia fracase de nuevo. En el interior de todos existe un recelo latente, el pensamiento lógico de que la relación de sus amigas es ahora más frágil y vulnerable que nunca y sienten que su obligación es no dar nada por sentado sino esperar a que todo vuelva a estabilizarse, confiando en que sus temores resulten infundados.

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