—Era el laboratorio —informó el agente al cabo, consternado—. El ADN de la sangre que había en un paño de cocina coincide con el de la muestra de tejido de la boca de Jonas. De manera que su asesino estuvo en casa de Pia.
—Creo que sé de quién se trata —dijo Bodenstein—. Qué ciego he estado.
—¿Bock? —aventuró Behnke—. ¿O Sander?
—No, no. —Bodenstein hizo un gesto negativo—. A ver, todos a mi despacho.
—¿Y yo? —inquirió tímidamente Franjo Conradi.
Bodenstein miró al chico, que parecía un conejo asustado.
—¿Dónde estuviste la noche que mataron a Pauly?
—En el Grünzeug. En la reunión —contestó Franjo—. Pero eso ya lo…
—¿Te acuerdas de si Lukas estuvo allí todo el tiempo?
El chico frunció el entrecejo, pensativo.
—La reunión terminó a eso de las ocho y media —afirmó—. Estábamos en la parte de delante del restaurante y entró Svenja llorosa. Me acuerdo de eso porque algunos chicos hicieron comentarios estúpidos.
—Continúa —pidió Bodenstein.
—Svenja fue a hablar con Lukas y se marchó. Lukas aún estaba allí, pero después Sören se quedó solo en la barra.
—¿Volvió Lukas?
—Creo que no. —Franjo miró inseguro a Bodenstein. Pero Andi lo vio cuando se iba a casa.
—¿Andi?
—Andrea. Andrea Aumüller.
A Bodenstein le sonaba vagamente ese nombre.
—La chica que llamó ayer y quería hablar con usted —le recordó Kathrin Fachinger.
—¿Qué vio Andrea? —preguntó Bodenstein.
Franjo titubeó.
—Esa camioneta verde del zoo. En el cruce de Münster. Lukas solía usarla cuando el padre de Toni no estaba, y…
Bodenstein dejó con la palabra en la boca al muchacho y se fue a su despacho.
Sabía que algo no cuadraba con Lukas. La noche que asesinaron a Pauly Lukas usó la
pick-up
, como contó Tarek Fiedler. Cuando su adorada Svenja se fue llorando del Grünzeug, él la siguió. Hasta casa de Pauly. Fue Lukas y no otro el que mató a golpes a Pauly y después lo dejó en el campo cercano al zoo cuando se presentó la oportunidad. Bodenstein marcó el número de Sander. Comunicaba.
—Maldita sea.
—¿Qué ocurre, jefe? —Behnke apareció en la puerta.
Sonó el móvil de Bodenstein. Era Sander.
—Le estaba llamando ahora mismo —le comunicó, y a continuación escuchó con atención lo que Sander le dijo.
—¿Cómo? ¿Que se ha ido? ¡No puede ser! Espérenos ahí, llegaremos dentro de quince minutos. —Colgó ruidosamente y se volvió—. Ostermann, solicite una orden de búsqueda en gran escala contra Lukas Van den Berg. Nos ha tomado el pelo a todos como le ha dado la gana. Que no sabe conducir… ¡y un cuerno!
—¿Podrías explicarnos qué pasa, jefe? —preguntó Behnke, confuso.
Bodenstein sacó su arma reglamentaria del cajón de la mesa y se la enfundó.
—Al parecer, los temporeros vieron en casa de Pia Kirchhoff a una mujer rubia con media melena. No era una mujer, ¡era Lukas! Ostermann, llame también a esa Andrea y pregúntele qué vio exactamente esa noche. Nos vamos a casa de Sander. Estoy completamente seguro de que el chico tiene a Svenja, y probablemente también a la inspectora Kirchhoff. Me figuro que Pia le descubrió el juego y se convirtió en un peligro para él.
—¿Y qué es lo que descubrió? —inquirió Ostermann.
—Que Lukas es el asesino de Pauly —contestó el inspector mientras se levantaba—. Lo he sospechado todo este tiempo, pero no tenía claro el móvil. Y ahora sí: Lukas estaba celoso. La única chica que se le había resistido era Svenja, y cuando la vio con Pauly, se le cruzaron los cables. Lo mató a golpes, lo metió en la
pickup
y luego lo dejó en el campo. El único que se interponía ya en su camino era Jonas, con quien además se peleó por
Double Life
. Para impedir que Svenja y Jonas hicieran las paces, difundió el correo electrónico que llevaba hasta las fotos de la página web de ella. Cuando Pia Kirchhoff fue a verlo al restaurante el lunes por la tarde, él no le dijo nada de la fiesta de Jonas porque ya había planeado matarlo. Nos ocultó las mordeduras del brazo dejándose morder por el camello.
—Pero es muy poco probable que el ADN de Lukas se parezca tanto al de Jonas —objetó Behnke.
El inspector jefe tampoco podía explicar ese punto débil en su teoría.
—Nos hemos dejado confundir —aseveró—. La persona a la que Jonas mordió no tiene por qué ser necesariamente su asesino.
Behnke seguía sin convencerse.
—¿Por qué se supone que está implicado Lukas en la desaparición de Svenja? —planteó.
—Porque en el ordenador de la chica faltaba el disco duro. —Bodenstein se puso la americana—. Y en el disco duro había algo que no debía estar allí: un acceso a
Double Life
. Démonos prisa: ese chico sufre un grave trastorno psicológico y es capaz de cualquier cosa.
Justo cuando Bodenstein se metía por el Alter Kurpark sonó el teléfono del coche. Era Ostermann.
—Ayer por la tarde Andrea Aumüller sufrió un grave accidente y está en el hospital universitario de Frankfurt, en coma. Un testigo le dijo a los nuestros que vio un Mercedes o un BMW oscuro que literalmente esperaba a la chica en el cruce de Münster y se la llevó por delante.
—¿Cuándo fue eso?
—Sobre las once y media.
—El padre de Lukas tiene un Mercedes clase S oscuro —recordó Behnke—. Vi el coche esta mañana en el garaje.
Bodenstein apretó los labios: la chica había llamado el día anterior porque quería hablar con él, pero se le olvidó. ¿La atropellaron por haberlo llamado? ¿Habría averiguado Lukas que la chica lo había visto en la
pickup
? Franjo Conradi también estaba muy acobardado. ¿De qué iba todo aquello? Sea como fuere, el autor no retrocedía ante nada, ni siquiera ante el asesinato. Si Lukas sabía dónde estaba Pia Kirchhoff, esta estaba en grave peligro.
Ante la casa de Sander ya aguardaban dos coches patrulla. Bodenstein paró y se bajó. La camioneta verde del zoo estaba atravesada en el camino de entrada. Behnke y Fachinger siguieron adelante para registrar la casa de Van den Berg con los agentes en busca de huellas y pistas. Sander salió al encuentro de Bodenstein. Estaba pálido, y su semblante reflejaba que se hallaba sometido a una gran tensión.
—Lukas encerró a Antonia en el cuarto de baño —explicó—, y después se escapó por el jardín.
—¿Dónde está su hija? —preguntó el inspector—. Tengo que hablar con ella.
—A mí también me gustaría hacerlo —respondió el director del zoológico—, pero les dijo a sus hermanas que sabía dónde estaba Lukas y que iba a verlo. Le preocupaba que pudiera herirse.
—¿Por qué no se lo impidió?
—Por el amor de Dios, ¡porque no estaba en casa! —exclamó, acalorado, Sander—. De vez en cuando tengo que trabajar.
—Su hija corre un gran peligro —repuso Bodenstein con gravedad—. Lukas mató a Pauly, y probablemente también a Jonas. El día que murió Pauly usó la camioneta del zoo, y una testigo vio el vehículo en Münster, en el cruce. Estamos seguros de que tiene en su poder a Svenja y a la inspectora Kirchhoff.
Sander miró a Bodenstein sin poder creer lo que oía.
—Lukas debió de provocar al camello para que lo atacara y, de ese modo, enmascarar las mordeduras que le hizo Jonas cuando se pelearon —prosiguió el policía—. El chico ya no tiene nada que perder. Incluso sospecho que ha intentado matar a su padre. Y ha programado ese juego de internet en el que casi vivía de manera que se autodestruya dentro de seis horas, con lo cual ocasionará daños imprevisibles en miles de ordenadores.
—Usted se ha vuelto loco. —Sander soltó una carcajada incrédula—. Todo esto es de lo más rebuscado.
—Yo no creo que sea rebuscado —concluyó Bodenstein, inflamándose de ira de repente—. ¿Qué más pruebas necesita para que se le meta en la sesera que su Lukas no es quien usted cree? El chico está enfermo. Padece un trastorno disociativo.
Sander sacudió la cabeza.
—Llame a su hija —le pidió Bodenstein.
—Ya lo he hecho, y no contesta al móvil. Sus hermanas lo siguen intentando.
—Entonces, el móvil está encendido, ¿no?
—Sí.
Uno de los agentes cruzó la calle.
—El Mercedes del garaje estuvo implicado no hace mucho en un accidente —informó—. Tiene daños en la parte delantera, y en el radiador hay restos de sangre.
Bodenstein y Sander siguieron al policía hasta el garaje de Van den Berg. Behnke inspeccionó el interior del vehículo.
—He encontrado algo —dijo de pronto, y se bajó. En la mano tenía dos móviles.
—Uno es de Pia —constató Kathrin Fachinger.
—Y el otro podría ser el de Svenja —añadió Sander con voz temblorosa—. Ella y Toni se compraron el mismo modelo hace unas semanas. ¡Dios mío!
Se apoyó en el guardabarros del Mercedes y se pasó las manos por la cara con torpeza.
—Os diré lo que significa esto —intervino Behnke—. El que atropelló premeditadamente a esa chica con este coche, no solo se llevó a Svenja y a Pia Kirchhoff, sino que además intentó matar a Van den Berg.
—Y ese alguien es Lukas —afirmó Bodenstein vehemente.
En ese momento una joven cruzó la calle a la carrera.
—¡Papá! —exclamó sin aliento, y Sander giró sobre sus talones—. ¡He hablado con Toni! Está en Kelkheim, en la empresa de Lukas.
Delante de la nave del cinturón industrial de Münster, solitaria y abandonada, vieron la Vespa gris plata de Antonia Sander. La puerta de la nave estaba abierta, así como la de la sala de ordenadores. Bodenstein y Behnke desenfundaron y amartillaron sus respectivas armas. Cabía la posibilidad de que la chica no se encontrase sola y de que Lukas tuviera el arma de Pia Kirchhoff. De pronto, Bodenstein vio llegar a Sander, que atravesaba la nave hacia ellos.
—¿Dónde está? —gritó fuera de sí—. ¿Dónde está mi hija?
—¿Qué hace usted aquí? —bramó Bodenstein—. ¿Acaso no le dije que se quedara en casa?
La preocupación por Pia Kirchhoff, que tal vez se hallara a merced de un enfermo mental de veintiún años, tenía completamente desquiciado a Bodenstein. Hasta el momento en que vio su teléfono todavía albergaba la esperanza de que ella lo llamara en cualquier momento. Pero ahora estaba más que claro que tenía que haberle pasado algo.
—¡No puedo quedarme en casa de brazos cruzados cuando mi hija corre peligro! —respondió, irascible, el director del zoo—. ¡Antonia! ¡Toni!
—¡Aquí! —se oyó decir a la chica—. ¡Estoy aquí!
Bodenstein entró en el amplio espacio y miró a su alrededor sin dar crédito. A diferencia del calor sofocante de fuera, dentro casi hacía frío. Observó los aparatos, que zumbaban y lanzaban destellos, a la luz azulada de varios fluorescentes; los haces de cables y los monitores en los que avanzaba la cuenta atrás, números rojos sobre un fondo negro. En el plazo de cinco horas y dieciocho minutos,
Double Life
sería destruido y al mismo tiempo un gusano informático devastador viajaría por la red. Antonia estaba acurrucada en un rincón, llorosa y maniatada con cables; en una mano sostenía el móvil.
—¡Toni! —Sander corrió hacia su hija y comenzó a tirar de los cables para liberarla, cosa que finalmente consiguió con ayuda de Behnke.
La chica le echó los brazos al cuello a su padre.
—Papá —sollozó—, Lukas está fatal. Cuando llegué, se estaba pegando con Tarek. Pensé que se mataban.
—¿Quién te ató? —preguntó Bodenstein.
—Lukas. —Antonia se limpió las lágrimas y se frotó las muñecas, donde se veían bien marcadas las señales que le habían dejado los cables—. No quería que fuera detrás de él.
—¿Adónde quería ir? ¿Y dónde está Tarek?
—No lo sé —respondió la joven con voz temblorosa—. Lukas dijo algo de un gusano y de que a él no lo chantajeaba nadie y que antes mataba a quien fuese.
Bodenstein miró a Sander y vio pánico en sus ojos. ¿Se habría equivocado con él? ¿De verdad se preocupaba por Pia Kirchhoff?
—El chico no le hará nada a ninguna de las dos —aseguró Sander con voz trémula, pero más bien daba la impresión de que quería convencerse de ello.
—Espero con toda mi alma que esté usted en lo cierto —replicó el inspector, sombrío—. No soy psicólogo ni criminólogo, pero creo que Lukas es un psicópata peligroso que ya ha matado dos veces y ha estado a punto de hacerlo una tercera.
Para Bodenstein, Lukas era una bomba de relojería, dispuesto a todo. El tiempo apremiaba.
—Creo que está en el castillo de Königstein —aventuró de pronto Kathrin Fachinger.
Bodenstein se volvió.
—¿Por qué lo dices? —preguntó, sorprendido.
—Las mazmorras de
Double Life
—razonó ella—. Puede que Lukas se inspirara en su propio juego.
—A Lukas le encanta el castillo —confirmó Antonia—, íbamos a menudo allí, Jo, Svenja, Lukas y yo.
—Muy bien. —Bodenstein levantó la cabeza y miró a Sander—. Usted váyase a casa con su hija.
—No —se opuso Antonia—. Yo también voy. Conozco mejor el castillo que usted. Además, a mí Lukas no me hará nada.
Sobre el Taunus reinaba una oscuridad absoluta. La gruesa capa de nubes estaba inmóvil, el cielo era una única masa pesada que descendía más y más hacia tierra. Los pájaros habían dejado de trinar. Todas las criaturas, a excepción de los hinchas de fútbol, sabían que sobre ellas se cernía una amenaza. Königstein entero era un mar de negro, rojo y amarillo. Caravanas de coches con aficionados alegres que agitaban banderitas congestionaban la rotonda. Impaciente, Bodenstein tamborileaba con el puño sobre el volante. Sander se inclinó hacia delante e indicó:
—Gire hacia Mammolshain.
—Ya. ¿Y luego, qué?
—Por el amor de Dios, ¡hágalo sin más!
Tras lanzarle una mirada irritada por el espejo retrovisor, el inspector obedeció. Sander le indicó que atravesara el aparcamiento del bosque del zoológico y se dirigiera a Kronberg. Poco antes de entrar en la localidad le pidió que girase a la izquierda en dirección a Falkenstein. Minutos después llegaban al casco antiguo de Königstein.
—¿Cuándo llegarán los GEO? —quiso saber el inspector.
Behnke llamó por teléfono.
Un viento caliente levantaba polvo y arrastraba papeles por el suelo adoquinado. En la zona peatonal no había mucho movimiento; con la tormenta que se avecinaba, la gente se había metido en casa. Sander guió a Bodenstein con órdenes escuetas por las callejuelas, y dejaron atrás el palacio de Luxemburgo y la iglesia evangélica. Bodenstein pisó el acelerador cuando llegaron al camino que llevaba hasta la puerta principal del castillo.