—Sospechaba de ti…
—Lo sé. No me soporta. —Sander sacudió la cabeza.
—Puede que esté celoso —sugirió Pia sonriente.
—¿Por qué iba a estarlo?
—Inka Hansen fue su primer amor. Te vio cenando con ella.
Sander empezó a atar cabos.
—Eso lo puedo entender. Pero ¿qué pasa contigo?
—¿Conmigo? —preguntó ella, sorprendida—. ¿A qué te refieres?
—Por lo visto, a tu jefe tampoco le cuadra que me gustes.
A Pia el corazón le dio un vuelco de alegría.
—Bueno —repuso—, lo que pasa es que en el corral solo puede haber un gallo.
Un helicóptero de la Policía sobrevoló el castillo. El dispositivo de operaciones especiales se había reunido y se dirigía a sus vehículos. Para ellos, la operación había sido una de tantas.
Sander le pasó a Pia un brazo por los hombros y con el otro rodeó a Antonia.
—Vamos, chicas —dijo—. Estoy hasta las narices de este castillo.
—Y yo —respondió Pia—. Pero, sobre todo, tengo que ir lo antes posible al servicio.
Tarek Fiedler salió bien parado de la caída. Aterrizó en la densa maleza que crecía a los pies del castillo, un sitio relativamente blando, y al parecer, la herida de bala del hombro izquierdo no le impidió poner pies en polvorosa. La Policía y los bomberos peinaron el terreno; por su parte, Bodenstein estaba con cara de pocos amigos y el móvil pegado a la oreja cuando Pia, Sander y la hija de este bajaron del castillo.
—El chaval ha escapado —informó Behnke—. Es increíble que alguien pueda ser tan duro.
—Está muy mal de la cabeza —opinó Antonia, y se estremeció; tenía la ropa empapada—. Nunca me cayó bien.
—No llegará muy lejos. —Bodenstein se guardó el teléfono y se volvió—. He pedido refuerzos y sabuesos. Llegarán dentro de unos minutos.
—Puede que aún tenga mi arma —observó Pia.
—Lo sé. —Su jefe sacudió la cabeza—. Tendría que haber caído mucho antes en que Tarek era el asesino. Estaba claro que intentaba que sospecháramos de Lukas.
—Tarek siempre les tuvo envidia a Lukas y Jo —contó Antonia—. Quería tener todo lo que tenían ellos. Entró en nuestra pandilla con calzador, y desde que apareció de repente el verano pasado, todo cambió. Yo le decía a Lukas que Tarek era falso y malicioso y que solo pensaba en él, pero Lukas no quería creerlo. —Prorrumpió en sollozos—. ¡Lo odio! —espetó, y miró a Pia—. Jo ha muerto y el padre de Lukas ha estado a punto de morir. Y lo que les hizo ese cerdo a Svenja y a usted…
La chica dio rienda suelta al llanto, y Pia la abrazó para consolarla mientras se preguntaba cuál de las dos necesitaba más ese consuelo.
—Lo atraparemos —le dijo, y apretó con fuerza a la muchacha—. Atraparemos a ese asesino, y pagará por todo lo que ha hecho.
Sonó el móvil de Bodenstein, que escuchó unos segundos en silencio, con semblante serio. En el aparcamiento de la estación de autobuses, Tarek había amenazado con un arma a una mujer, la obligó a bajarse del coche que conducía y ahora se dirigía a la rotonda en un Touareg gris perla. Le pisaban los talones tres coches patrulla, pues las fuerzas especiales habían recibido orden de regresar. Bodenstein, Pia, Sander y Antonia se subieron al BMW del inspector después de que Pia, sin importarle lo que pudieran pensar de ella, orinara tras el muro del parque Kurpark. Ostermann tenía más novedades, todas ellas espeluznantes. Bodenstein puso el manos libres.
Hacía algún tiempo, Tarek había averiguado que Svenja mantenía una relación con el padre de Jonas. Fue él quien sacó las comprometedoras fotos de la chica con Bock que Bodenstein encontró en un libro en la mesa de Jonas. Como sabía lo de su aventura, Tarek obligó a Svenja a no decir nada del asesinato de Pauly, pero poco después él mismo le dio las fotos a Jonas. Cuando empezó a temerse que, a pesar de todo, Svenja y Jonas podrían hacer las paces, subió las fotografías a la página web de Svenja y envió los correos electrónicos. El secuestro de la chica, a su vez, tenía por objeto presionar a Lukas, al igual que las irrupciones en casa de Pia, ya que Tarek estaba al tanto de que a Lukas le gustaban Svenja y Pia. Los últimos
sms
los mandó desde los móviles de Svenja y Jonas. Este tenía que morir porque descubrió que Tarek había enviado los correos electrónicos.
—¿Y por qué quería matar al padre de Lukas? —preguntó Sander.
—Probablemente para cargarle el mochuelo a Lukas —aventuró Ostermann—. Sé por Franjo que tiempo atrás hizo copias de las llaves de Lukas. Y luego Tarek usó el Mercedes de Van den Berg para atropellar a Andrea Aumüller, porque la noche que mató a Pauly la chica lo vio en la camioneta del zoo.
—Pero ¿qué pinta Franjo en todo esto? —quiso saber Pia—. ¿Qué lo impulsó a ayudar a Tarek?
—Tarek le prometió a Franjo el oro y el moro —respondió su compañero—. Después de contarle que Lukas y Jonas querían embolsarse ellos solos los beneficios de
Double Life
, le dijo que él se encargaría de hacerlo socio igualitario si se vendían los derechos. Y cuando a Franjo empezó a remorderle la conciencia por haberse deshecho del cuerpo de Pauly, ya era demasiado tarde para volverse atrás. Tarek le dijo a las claras que lo mataría si abría la boca.
Bodenstein se metió por las estrechas callejuelas del casco antiguo, dejó atrás el colegio St. Angela y torció a la derecha hacia la Limburger Strasse.
—¿Dónde está ahora Franjo? —inquirió.
—Conmigo.
—Mételo en el calabozo y ocúpate de él. Tarek se nos ha escapado. Se ha hecho con un coche y un arma y ya no tiene nada que perder.
El Touareg gris atravesó la rotonda de Königstein a toda velocidad. Bodenstein era consciente del peligro que corría el resto de conductores, pero no podía arriesgarse a que Tarek le diera esquinazo a la Policía y desapareciese. La creciente oscuridad constituía un problema adicional, pero el helicóptero todavía podía ver claramente adónde se dirigía el Touareg, e informaba a los compañeros de tierra. Por radio se deliberaba lo que se debía hacer mientras Tarek pasaba disparado por el zoológico hacia la ciudad de Oberursel. Los GEO, de nuevo en acción, sustituyeron a los coches patrulla que lo perseguían, y Bodenstein se quedó rezagado. Todos esperaban que el chico no se metiera en el centro de Oberursel, pues ya estaban bloqueando la B 455 poco antes del túnel de la A 661. Sin embargo, como si Tarek se oliera la trampa, giró a la derecha por la K 771 hacia Oberursel.
—¿Qué se propone el mamón ese? —gruñó Bodenstein.
En el coche reinaba un silencio tenso. La persecución siguió por Oberursel, pasando por un barrio del centro y atravesando Oberhöchstadt. A pesar de lo tarde que era, en las carreteras había mucho tráfico. Era peligroso, ya que Tarek no se detenía ante ningún semáforo en rojo. En Oberhöchstadt fue el culpable de una colisión, y a punto estuvo de despistar a los GEO cuando en Kronberg hizo caso omiso de la luz roja del paso a nivel. No obstante, el conductor de las fuerzas especiales también logró pasar bajo la barrera antes de que terminase de bajar. Saltaron chispas, y el tubo de escape se desprendió cuando el coche salvó el desnivel que había delante de los raíles, pero eso fue el mal menor. En el cruce de Kronberg, Tarek giró a la izquierda en dirección a Schwalbach, e iba a tal velocidad que derrapó y se salió de la carretera. Solo gracias al buen equipamiento del Touareg robado consiguió hacerse con el control del pesado vehículo en el último momento. Y aunque un puesto de venta de espárragos ambulante quedó destrozado, nadie resultó herido. Tras enfilar la L 3005 a casi ciento sesenta kilómetros por hora, adelantó a tres coches, obligó a un microbús procedente de Niederhöchstadt a frenar en seco y torció a la derecha por la L 3014.
—El objetivo se dirige a Bad Soden —informó por radio la voz del agente del helicóptero—. ¡No! Hacia la zona industrial. A Kronberger Hang. ¡De ahí sí que no sale!
—¿Qué pretende? —se preguntó Bodenstein.
—Creo que va a la empresa del padre de Jo —dijo Antonia—. Está ahí mismo. La segunda calle a la derecha.
Bodenstein comunicó la suposición de la chica a todas las unidades y entró en el amplio callejón sin salida justo a tiempo de ver que Tarek invadía con el todoterreno el césped, reblandecido por la reciente lluvia, e iba directo al frente de cristal del edificio de aires futuristas.
—¡Mierda! —soltó, y frenó al adivinar lo que pensaba hacer el muchacho.
El vehículo de dos toneladas salió disparado por la explanada pavimentada, aceleró de nuevo con fuerza y se estrelló con el motor rugiendo contra la fachada de cristal igual que hiciera el 11 de septiembre uno de los aviones secuestrados en las torres del World Trade Center.
La oscuridad se vio iluminada por los reflectores del cuerpo de bomberos y el brillo de las luces azules de las sirenas. El servicio de extinción de incendios de Schwalbach tardó una hora en llegar hasta el coche, sepultado bajo montañas de acero retorcido y cristales y completamente destrozado, y sacar al muchacho. La carrocería salió casi intacta del impacto, solo el bloque del motor acabó incrustado en el interior del vehículo.
—Vive —les dijo el jefe de bomberos a Bodenstein y Pia Kirchhoff—. Incluso está consciente. Es increíble.
—Se le ha chafado la salida triunfal —afirmó Bodenstein con amargura—. Tendría que haber elegido un coche de gasolina con el depósito lleno, no un diesel.
Con ayuda de los bomberos, finalmente el personal sanitario rescató de los escombros al chico, gravemente herido. La entrada del edificio parecía un campo de batalla; un pilar resultó dañado y fue apuntalado provisionalmente para no poner en peligro la estabilidad del edificio.
—¿Cómo se encuentra el muchacho? —le preguntó Bodenstein al médico, que se quitaba los guantes de látex manchados de sangre—. ¿Sobrevivirá?
—Tiene las piernas destrozadas —respondió el médico. Creo que se ha partido la columna. Si sale adelante, su vida no será la misma, desde luego.
—De eso no cabe la menor duda. ¿Se puede hablar con él?
—Sí, lo hemos estabilizado. Ahora mismo no tiene dolor. ¿Por qué?
—Porque lo voy a detener.
Bodenstein se acercó a la ambulancia.
Tarek Fiedler estaba tendido en la camilla con los ojos abiertos, pero consiguió esbozar una sonrisa al ver a Bodenstein.
—Soy el señor de la vida y la muerte —susurró burlón. Mi nombre pasará a formar parte de la historia.
—Como mucho, a la historia del atestado policial —replicó Bodenstein con frialdad.
—Me veré en los titulares de los periódicos y en televisión. Algún día se hará una película basada en mi vida —agregó el herido, y prorrumpió en una risa bronca.
—Yo no estaría tan seguro —le contestó el inspector. Y en una silla de ruedas y sin piernas, la cárcel es aún menos divertida de lo que ya es. Es usted un pobre diablo, señor Fiedler. Un perdedor envidioso y con afán de notoriedad.
Tarek dejó de sonreír, y sus ojos reflejaron una ira asesina. Bodenstein contempló el rostro blanco y bañado en sangre del muchacho que había matado cruel y despiadadamente a dos personas y causado sufrimiento, miedo y dolor a muchas más.
—He infectado internet con el gusano más destructivo de todos los tiempos, he… —dijo, jadeando, Tarek.
—Se equivoca —lo interrumpió Bodenstein—. No ha llegado tan lejos: los nuestros han podido pararlo con ayuda de Franjo. Y estoy seguro de que Lukas todavía ganará mucho dinero con
Double Life
, no usted. En la cárcel no hace falta dinero. Ha arruinado su vida, señor Fiedler: dos asesinatos, lesiones graves…
—¿Cómo que lesiones graves?
—El padre de Lukas no ha muerto. Será usted muy viejo si algún día puede salir de la cárcel.
Tarek miró a Bodenstein con unos ojos que tenían un brillo antinatural y el rostro se le demudó. De pronto su boca se crispó, y ladeó la cabeza.
—Mierda —dijo bajando la voz, y cerró los ojos.
Ostermann tecleaba en el ordenador las últimas palabras del atestado de la confesión de Franjo Conradi y mientras tanto, en la mesa de enfrente, esperaba Henning Kirchhoff, con semblante tenso. Ambos hombres se levantaron de un salto, aliviados, cuando Bodenstein, Frank Behnke, Kathrin Fachinger y Pia entraron en el despacho. Ostermann le dio un cariñoso abrazo a su compañera, y a continuación Henning Kirchhoff hizo lo propio. El ambiente era relajado; los dos casos estaban resueltos…
—Sin embargo, hay una cosa que sigo sin entender —dijo Kathrin Fachinger—. ¿Por qué dejó Tarek el cadáver de Pauly en el zoo? Si lo hubiésemos encontrado en otra parte, es posible que no hubiera salido todo a la luz.
—Al señor de la vida y la muerte, según él, le perdieron sus ansias de venganza —replicó Bodenstein con una sonrisa cínica—. Quería desviar las sospechas hacia Lukas o Sander, pero no contó con nuestra desconfianza.
—¿
Nuestra
desconfianza? —Pia ladeó la cabeza y sonrió.
—Desde luego. Somos un equipo. —Bodenstein volvió a sonreír.
Henning Kirchhoff se quedó esperando en la puerta a Pia. En su rostro, por lo general contenido, asomó una expresión de alivio.
—Me alegro mucho de que no te haya pasado nada —afirmó cuando ella se detuvo a su lado—. La verdad es que nos temíamos lo peor.
—¿Nos temíamos? ¿Quiénes? ¿Tú y la fiscal Löblich?
—Ah, vamos. —Henning cabeceó cohibido—. Solo pasó una vez. Fue un desliz. Quería explicártelo, pero no respondías a mis llamadas.
—No estoy enfadada contigo. Al fin y al cabo, fui yo quien te empujó a los brazos de Löblich; pero sí es cierto que me molestó un poco que escogieras precisamente mi mesa para…
—¡Chiist! —la cortó el forense, ya que Kai Ostermann pasaba a su lado.
—¿Cómo va la pesca? —preguntó su compañero, guiñándole un ojo a Pia.
—Confío en que el pez me esté esperando abajo —contestó ella.
—Ya comprendo. —Henning enarcó las cejas—. Esta noche no vas a necesitar mis servicios de enfermero.
—Me temo… que no. —Pia pasó un brazo por el suyo. Pero gracias por venir. No lo olvidaré.
Bodenstein y Pia estaban apoyados en la cerca de la dehesa, mirando las dos yeguas con sus potros. En la terraza de la casa de Pia, Cosima von Bodenstein y todos los integrantes de la K 11 seguían el primer tiempo del partido de cuartos de final de Alemania contra Argentina. Pia había bajado el toldo y preparado ensaladas; Ostermann y Behnke habían llevado carne y salchichas para hacer a la parrilla, y Bodenstein, por su parte, se encargó de las bebidas.