Amigos hasta la muerte (40 page)

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Authors: Nele Neuhaus

Tags: #Intriga, #Policíaco

—¡Al revés! —negó Pia—. ¡Quería sacarme!

—Tú no sabes lo que ha sucedido en tu ausencia —replicó Bodenstein sin mirarla—. Al padre de Lukas lo atacaron el sábado por la noche y le dieron una paliza brutal. Está en coma. Poco después alguien que conducía el coche de Van den Berg atropelló a la chica que vio a Lukas en la
pick-up
del zoo la noche que mataron a Pauly.

—¿Cuándo atacaron al padre de Lukas? —Pia abandonó la circunspección y agarró por el brazo a Bodenstein—. ¿A qué hora?

—Me vas a romper el brazo —se quejó él—. No sé exactamente cuándo. Sobre las once o las doce.

—Entonces no pudo ser Lukas: pasó a buscarme poco antes de las once. Estuvimos juntos en Frankfurt, en el Maintower.

Bodenstein se volvió y clavó la vista en su compañera.

—¿Y cómo llegaron tu móvil y el de Svenja al Mercedes del padre de Lukas? —inquirió Behnke.

Pia se paró a pensar. En su cabeza había imágenes que no era capaz de interpretar debidamente.

—Los objetivos se ponen en movimiento —se oyó decir al francotirador por la radio del jefe de los GEO, que envió a sus hombres al campo de la parte superior mientras el francotirador seguía informando de lo que veía desde la torre—. Parece que discuten.

—¿Qué hacemos? —El jefe miró a Bodenstein expectante.

—Intervenir —decidió este sin vacilar—. De inmediato.

—¡No! —gritó, agitada, Pia—. No permitas que disparen a Lukas, jefe.

—¿Tienes una idea mejor?

—Hablaré con ellos.

—¡Y un cuerno! —Bodenstein se volvió hacia el jefe con resolución—. Adelante. Pongamos fin a esto.

La tormenta pasó, el viento dejó de soplar con la misma rapidez con la que antes se levantara. Llovía a cántaros, pero por el oeste las nubes empezaban a disiparse, y una franja de cielo rojo vivo apareció sobre las elevaciones del Taunus. Con el cuerpo entero temblando, Pia, junto a su jefe, oía la voz del francotirador. Lukas y Tarek no tenían ni idea de que iban directos hacia toda una unidad de las fuerzas especiales, y Pia sabía perfectamente que los francotiradores de los GEO podían acertar con precisión a cualquier blanco móvil que se hallara a cientos de metros de distancia.

—Objetivos a veinte metros.

—¡Escopolamina! —soltó Pia de pronto.

El recuerdo de la noche previa volvió a su mente como retazos del sueño que uno tiene poco antes de despertar.

—¿Cómo dices? —preguntaron Bodenstein y Behnke a la vez.

—¡Ahora me acuerdo! —exclamó Pia con nerviosismo—. Lukas y yo vimos a Tarek en esa fiesta de Bockenheim… o él nos vio a nosotros. Me dio algo, y después me sentí mal. Solo me enteré de que Tarek y Lukas discutían por
Double Life
. Lukas me dejó a la puerta de Birkenhof, pero no pude abrir. De pronto, apareció Tarek. Se rio y dijo que la escopolamina seguía siendo lo mejor para… —Se interrumpió—. ¡Me metió en el maletero de su coche! Y ahí estaban las rosas. Rosas rojas. Creo que mandé un mensaje, ¿o no?

—Sí —se oyó al fondo la voz de Sander—. A mí. Ahora lo veo claro: «
Double Life
, Tarek, rosas». Pero no lo entendí.

—Los objetivos se dirigen hacia el arco interior —advirtió el francotirador de la torre—. Los pierdo de vista.

Bodenstein no dudó.

—Intervengan —ordenó—, pero no disparen.

Tarek Fiedler vio los bultos oscuros antes que Lukas, y aprovechó la sorpresa de este para quitarle el arma, que amartilló y le colocó a Lukas en la cabeza.

—¡Si alguien se mueve, disparo! —gritó Tarek.

—Sé dónde está Svenja —dijo Franjo Conradi de pronto desde el rincón en el que se había acurrucado.

Ostermann volvió la cabeza como electrizado y miró con cara de sorpresa al muchacho, que estaba sentado en la silla, pálido y en un estado lamentable. Sabía lo que estaba pasando en el castillo y que la cosa era muy seria.

—¿Ah, sí? —preguntó Ostermann—. ¿Y cómo es que lo sabes de repente?

—Lo he sabido todo el tiempo —admitió el chico, bajando la cabeza. Era la encarnación de la mala conciencia.

Por un momento, Ostermann deseó darle un bofetón.

Se contuvo y levantó el teléfono.

—¿Dónde está?

—En casa de los Van den Berg, en el cuarto de la caldera, en el sótano.

—¿Viva?

—Eso…, eso no lo sé —dijo Franjo Conradi, y se tapó la cara con las manos.

Ostermann marcó el número del puesto de control y después se incorporó.

—Vamos —le dijo al muchacho—; tú te vienes conmigo. Y por el camino me vas contando todo lo que sabes.

La situación era crítica. Tarek empujaba a Lukas, con el arma apuntándole a la nuca, y avanzaba con el muro a sus espaldas para protegerse. Ninguno de los dos francotiradores tenía un buen ángulo de tiro, y los GEO mantenían las posiciones.

—¿Y ahora qué? —quiso saber el jefe.

—¿A cuántos hombres tiene delante de la puerta de dentro?

—A cuatro.

Sonó el móvil de Bodenstein. Era Ostermann.

—¡Jefe! —exclamó—. ¡Hemos encontrado a Svenja Sievers! Viva. Franjo Conradi nos dijo dónde la habían escondido: en el sótano de la casa de los Van den Berg.

De manera que Lukas estaba detrás de la desaparición de la chica. Bodenstein miró a Pia Kirchhoff, que al parecer seguía firmemente convencida de la inocencia del chico.

—Tarek la encerró en su casa —prosiguió Ostermann. A Franjo le entraron remordimientos y se fue ayer por la tarde, pero Tarek dio con su paradero y lo obligó a ir con él a casa de los Van den Berg. Entraron por el jardín; Tarek golpeó al padre de Lukas y luego dejaron a Svenja en el cuarto de la caldera.

Bodenstein escuchaba en silencio.

—Svenja y Franjo nos lo han contado todo. Tarek lo planeó con sumo cuidado para que las sospechas recayeran sobre Lukas.

—¿Estás completamente seguro de que nada de esto es obra de Lukas? —se quiso cerciorar Bodenstein.

No podía cometer un solo error a la hora de evaluar la situación. El arma del francotirador apuntaba a Tarek y Lukas. El hombre solo esperaba recibir la orden de disparar.

—Al ciento por ciento. —La voz de Ostermann, por lo común serena, temblaba de nerviosismo—. Pero aún hay más: Tarek Fiedler es hijo ilegítimo de Carsten Bock; es decir, hermanastro de Jonas. El único que lo sabía era Pauly, ya que Tarek se lo confió en un momento de debilidad. Cuando el padre de Jonas no lo quiso contratar en su empresa, Tarek se puso furioso y entró en su ordenador. Quería hacer daño a Bock, de la manera que fuese. Toda la información que Pauly tenía contra Bock era de Tarek, no de Jonas. Cuando Tarek se enteró de que Pauly pensaba hacerla pública, montó en cólera, pues lo que él quería era presionar con ella a su padre. El martes por la noche Tarek fue a ver a Pauly. Se produjo una fuerte discusión, y Pauly se dio cuenta de que a Tarek en realidad no le importaba nada Jonas. Solo lo había utilizado para llegar hasta su padre y su dinero. Pauly se lo dijo a la cara y lo amenazó con decirle a Jonas la verdad sobre el origen de Tarek. Este quería impedirlo a toda costa, y por eso golpeó a Pauly. Svenja lo oyó todo y presenció el asesinato.

Bodenstein escuchaba con suma atención. Le costaba hacerse a la idea de que Lukas era inocente. Todo le parecía tan concluyente… ¿o acaso lo había interpretado de la manera que más le convenía? Si era sincero, debía admitir que su teoría tenía algunas pegas importantes.

—Tarek llamó a Franjo al Grünzeug y le pidió que distrajera a Lukas y que fuera a casa de Pauly con la
pickup
—prosiguió Ostermann a una velocidad de vértigo—. Juntos subieron el cuerpo y la bicicleta en el vehículo, que después dejaron delante del Grünzeug. Lukas anduvo todo el día paseando el cadáver en la caja. Al día siguiente, los dos dejaron el cuerpo de Pauly en el campo durante el partido de fútbol, así se aseguraban de que nadie los sorprendería y…

—Basta por el momento —cortó Bodenstein a su subordinado—. Te llamo yo en cuanto pueda.

—¡Espera! —gritó Ostermann—. Tarek y Franjo también entraron en casa de Pia. Hemos encontrado en el piso de Tarek un diario suyo, además de copias de atestados policiales de 1988. Por aquel entonces, Pia fue vejada y violada por un acosador. Tarek estuvo husmeando en su pasado.

La mirada de Bodenstein se posó en su compañera, que, junto con Behnke y el jefe de operaciones especiales, lo miraban con impaciencia.

—Andando —ordenó Bodenstein—. Tarek Fiedler es nuestro hombre; Lukas es inocente.

No se le escapó la mirada que intercambiaron Pia Kirchhoff y Sander. Los dos tenían razón. Repitió en pocas palabras lo que Ostermann le había contado, aunque se calló lo de los atestados policiales y el diario.

—¿Así que Tarek es hermanastro de Jonas? —preguntó Pia con incredulidad.

—Sí.

—Eso explica la similitud del ADN —razonó Behnke—. Mató a su propio hermano.

—Y estuvo en mi casa. —Pia se estremeció.

Salvaron las piedras desiguales, que resbalaban debido a la lluvia. El jefe de los GEO informó a sus hombres de que el chico de pelo castaño que empuñaba el arma era el objetivo y dio orden de que lo pusieran fuera de combate de un tiro cuando llegara el momento si no se rendía. Entretanto, los dos jóvenes habían llegado a la torrecilla exterior y se dirigían hacia la puerta principal, donde Kathrin Fachinger aguardaba con dos agentes de operaciones especiales. El francotirador del muro lo veía todo perfectamente. Bodenstein, Behnke, Pia Kirchhoff y el jefe de los GEO se quedaron en el arco del portón interior.

—Objetivos en el punto de mira —dijo el francotirador. Espero órdenes.

En aquel momento, Tarek comprendió que no tenía escapatoria, y obligó a Lukas a subirse al muro, que en ese punto apenas llegaba por la rodilla.

—Si me disparáis, él muere conmigo —amenazó.

Al oír eso, Pia no pudo seguir de brazos cruzados, y abandonó la protección que le brindaba el arco antes de que Bodenstein pudiera impedírselo.

—Hombre, hola, señora Kirchhoff. —Tarek esbozó una sonrisa burlona—. Cuánto me alegro de volver a verla. ¿Le gustaron las rosas? ¡Rosas rojas! Tardé un poco, pero al final lo averigüé todo de usted. Y las cerraduras de su casa son ridículas. ¿La asusté?

Pia siguió imperturbable, aunque de buena gana se habría acercado a él y lo habría tirado del muro con sus propias manos. Las pesadillas y los miedos de los últimos días y semanas se los debía a ese niñato.

—Por cierto, ¿cómo te enteraste de todo? —le preguntó.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —intervino Bodenstein—. ¡No lo provoques!

—Solo quiero hacerlo hablar —respondió ella—. Puede que así se descuide.

—Estuve curioseando en su casa, así de sencillo. —Tarek dejó escapar una risa hostil—. ¡Si hasta conservaba los diarios! No fue difícil dar con su admirador de entonces. Kai-Michael Engler. Dicho sea de paso, ¿sabía usted que ahora vive en Darmstadt? Se alegró mucho cuando supo que vive sola.

A Pia se le revolvieron las tripas de rabia y odio. ¡Ese cerdo!

—Vimos juntos las fotos. —Tarek casi soltó un gallo—. Coloqué unas cámaras pequeñitas en su dormitorio, en el cuarto de baño y en la cocina. Y los fusibles fundidos también son cosa mía. Oiga, fue increíble verla llorar y temblar de miedo.

Pia desoyó la creciente ira que sentía y se obligó a no perder la calma. Un psicópata que había descubierto el placer de la crueldad. Pia no sabía decir si su enfermizo afán de notoriedad se debía a un fuerte complejo de inferioridad o si compensaba una infancia sin amor, pero una cosa estaba clara: Tarek Fiedler era ambicioso e inteligente, y la envidia que les tenía a su hermanastro y a su amigo Lukas se transformó en odio a partir del momento en que su padre lo rechazó.

—Y antes que a usted vi a Svenja. —Tarek estaba extasiado—. Esa chalada arrogante que ni me miraba, ¡como si ella fuera mejor que yo! Cómo imploraba y lloraba de pronto. Me suplicó que no le hiciera nada. —Le propinó a Lukas un fuerte golpe en los riñones, y dijo con voz rebosante de odio—: ¿Sabes lo que hacía vuestra adorada Svenja? Yo lo grabé para que pudierais ver que es una puta barata. Me…

El odio lo embriagó, se volvió imprudente y perdió por escasos centímetros la protección que le proporcionaba el cuerpo de Lukas. Eso le bastó al francotirador del muro. Pia vio que la bala se incrustaba en el hombro izquierdo de Tarek y lo empujaba hacia atrás, al abismo. Ella salió corriendo, confiando desesperadamente en poder agarrar a Lukas, que braceó desvalido, con los ojos muy abiertos, horrorizados. Fue en vano: el chico perdió el equilibrio y se precipitó al vacío de espaldas desde el muro del castillo.

Pocos minutos después la fortaleza estaba llena de gente. Los hombres del cuerpo de bomberos de Königstein iluminaban con potentes reflectores portátiles el sitio donde habían caído ambos muchachos, en la oscura maleza. Las fuerzas especiales se retiraron, mientras de la ciudad se aproximaban ambulancias con sirenas y luces azules centelleantes. Bodenstein y Behnke se dirigieron a los pies del castillo, apoyados por docenas de agentes. Christoph Sander le puso por los hombros a Pia una manta que le facilitaron los bomberos y la abrazaba con fuerza. Poco a poco fueron disminuyendo la tensión y la angustia a que había estado sometida las horas previas, y comprendió el peligro que había corrido.

—¿Crees que ha dicho la verdad? —preguntó, preocupado, Sander.

Pia lo miró y asintió.

—Me temo que sí. El tipo se llamaba Kai-Michael Engler. Y yo también sé que vive en Darmstadt.

—No puedes seguir sola en esa finca.

—¡Veo a uno de los chicos! —exclamó en ese instante uno de los bomberos, agitado—. ¡Está colgando de un árbol!

En una acción de salvamento dramática, los bomberos consiguieron rescatar a Lukas de la copa de un árbol, quince metros más abajo. Pia, que se negó a subirse a una ambulancia, esperó con Sander y Antonia a que los hombres izaran la camilla que lo transportaba. El muchacho, que estaba consciente, esbozó una débil sonrisa al ver a Pia. Con la caída se había roto algunos huesos, pero al menos seguía con vida. De no haber estado allí el árbol, habría acabado cincuenta metros más abajo, en las rocas de granito, algo a lo que sin duda no habría sobrevivido. Los sanitarios lo llevaron hasta una de las ambulancias que esperaban, y entretanto, Sander le contó a Pia lo que había sucedido las veinticuatro horas previas.

—Tu jefe estaba firmemente convencido de que Lukas quería matar a su padre —le dijo—. Tuvimos un buen rifirrafe.

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