—¿Tú qué opinas? —quiso saber su jefe.
—
Double Life
es un juego de internet que, según las autoridades, incitaba a la violencia y, por tanto, lo prohibieron. En la web de Svenja encontré un enlace que llevaba hasta él. Se lo conté a Pia.
Bodenstein recordó la conversación que había mantenido con Franjo Conradi y trató de recuperar las palabras exactas que le dijo el muchacho: «… ese dichoso juego…», para añadir luego que
Double Life
fue idea de Lukas.
—Llama a Franjo Conradi y a Tarek Fiedler —le dijo a Ostermann, que lo miró sorprendido—. Que vengan aquí inmediatamente, esos saben algo de ese juego.
Ostermann miró a su jefe con cara de no entender nada.
—Ayer hablé con los dos —aclaró él—. Tarek Fiedler trabajó en el zoológico, y él y Franjo Conradi tienen que ver con el juego ese,
Double Life
, y con Lukas. Hay que intentar sonsacarles información.
Por su parte, Bodenstein tomó el móvil, llamó a Behnke y se dirigió hacia la puerta.
Ante la mansión de los Van den Berg se habían reunido las unidades móviles de algunas televisiones y docenas de reporteros, que aguardaban pacientemente a la espera de novedades.
—El único que se beneficiaría realmente de la muerte de Van den Berg sería Lukas —reflexionaba Bodenstein en voz alta—. El hecho de que no hayamos encontrado ninguna señal de allanamiento en la casa también apunta a que él podría haber sido el agresor.
—¿Por qué iba a querer matar Lukas a su propio padre? —preguntó, asombrado, Behnke.
Bodenstein se acordó de lo que había dicho Tarek Fiedler.
—Porque ya no le soltaba más dinero. Porque estaba harto de que su padre le diera órdenes.
—No lo creo; el chico estaba completamente conmocionado.
—¿Lo estaba de verdad o solo lo fingía? Lukas es listo, y además tiene un trastorno psicológico. —Bodenstein se detuvo delante de la casa de Sander—. Envía a los de la prensa a Hofheim —le dijo a su compañero—. Voy a ver a Sander para hablar con Lukas.
Pero Lukas no estaba con sus vecinos. Se había negado a abandonar la casa, según le dijo la hermana mayor de Antonia.
—¿Está tu padre con él? —quiso saber Bodenstein.
—No, ha ido Toni —repuso Annika Sander—. Papá está en el zoo.
Oliver Bodenstein le dio las gracias y volvió al coche. Los periodistas se disponían a marcharse; minutos después, la calle estaba silenciosa y desierta. Bodenstein llamó al timbre de la casa de Van den Berg, pero no obtuvo respuesta. Behnke no se lo pensó mucho: saltó ágilmente el alto portón y abrió por dentro. Rodearon la casa por el jardín. Los ventanales del salón seguían abiertos.
—¿Lukas? —exclamó Bodenstein al tiempo que entraba en la casa—. ¡Lukas!
Se asustó cuando en la puerta del salón apareció una chica. Antonia Sander estaba pálida, el rostro demudado. Ver al inspector pareció aliviarla.
—He desconectado el timbre —le dijo a Bodenstein—. Esa gente no paraba de llamar. Perdone.
—No importa. —El inspector escudriñó a la chica—. ¿Dónde está Lukas? ¿Cómo se encuentra?
Antonia Sander vaciló.
—Está muy raro —respondió bajando la voz—. Venga.
Dio media vuelta, y Bodenstein y Behnke salieron al recibidor por el salón y continuaron hasta el despacho, donde horas antes encontraron a Van den Berg. Alguien había puesto en su sitio las sillas y la lámpara de pie, si bien el charco de sangre seguía en el reluciente suelo de parqué. Tras el imponente escritorio de caoba estaba Lukas, con la mirada perdida.
—Hola, Lukas.
El joven lo miró un instante y esbozó una sonrisa vaga. Tenía los ojos inyectados en sangre y muy brillantes.
—Estoy esperando una llamada —explicó en voz baja—. Mi madre no tiene mi móvil.
Aunque Bodenstein se proponía preguntarle qué había hecho la noche anterior, de pronto sintió pena. No era el momento adecuado para hacer preguntas.
—Tu madre no va a llamar, Lukas —dijo con tacto—. El doctor Röder nos ha dicho que murió hace catorce años.
Lukas lo miró fijamente. La boca le tembló. Cruzó los brazos y se estremeció como si sintiera dolor. Una lágrima le resbaló por el rostro.
—Röder no tiene ni idea —afirmó con voz ahogada, y entonces se le pasó algo por la cabeza—. ¿Dónde está la señora Kirchhoff?
—Está…, ha tenido que ocuparse de otra cosa —replicó Bodenstein, echando balones fuera.
—Tiene el móvil apagado —apuntó Lukas—. He intentado llamarla. ¿Está enferma?
—No.
Lukas miraba ya a Bodenstein, ya a Behnke.
—Me ocultan algo —observó—. No le ha pasado nada, ¿no?
—Por desgracia, en este momento eso no te lo puedo decir, Lukas. —Bodenstein optó por una solución intermedia—. ¿Estás en condiciones de respondernos a unas preguntas?
—¿Tiene que ser ahora? Estoy cansado. Quiero dormir.
—Anda, vamos a mi casa —intervino Antonia—. Y preparo el desayuno.
Lukas pestañeó y miró confuso a su alrededor. Era evidente que se había olvidado por completo de la presencia de la chica.
—Ah, Toni —contestó, y de pronto las lágrimas rodaron por su rostro—. Toni, papá está en el hospital. Probablemente se muera.
Hacia mediodía, el termómetro marcaba treinta y tres grados a la sombra. No corría ni pizca de aire, y el cielo casi no tenía brillo. En la K 11 el ambiente era tan plúmbeo como el tiempo. Todas las comisarías de Alemania estaban informadas de la desaparición de la inspectora Pia-Luise Kirchhoff, treinta y ocho años, un metro setenta y ocho de estatura, delgada, rubia, ojos azules. Habían preguntado en todos los hospitales de los distritos de Main-Taunus y Hochtaunus, de Frankfurt, Darmstadt, Offenbach y alrededores. El teléfono sonaba una y otra vez, pero ninguna llamada facilitaba nada nuevo. No había manera de dar con Tarek Fiedler, pero Franjo Conradi había seguido la petición de acudir inmediatamente a la comisaría de Hofheim. Estaba sentado en una silla, rígido, se alarmaba cada vez que oía un ruido o sonaba un teléfono y miraba asustado cuando alguien entraba en el despacho.
—¿Qué sabes de
Double Life
? —preguntó Ostermann.
Aunque había llegado hasta la página de inicio del juego, no logró registrarse como jugador. A la tercera intentona le apareció la advertencia «Fatal error» y le denegaron la entrada.
—Nada —mintió el enjuto chico del rostro magullado, mirándose las manos.
Ostermann arqueó las cejas: a Franjo lo había amilanado, y bien, alguien. ¿Por qué? ¿Qué sabía?
—Escucha —le dijo, y se inclinó hacia él—, a mí este juego me trae sin cuidado, pero dos personas a las que conocías han muerto y Svenja Sievers ha desaparecido, al igual que una de mis compañeras, la inspectora Kirchhoff. Queremos encontrarlas antes de que también les pase algo, y a estas alturas estamos seguros de que Lukas tiene algo que ver con los asesinatos, así que debes decirme lo que sabes. No te pasará nada, te lo prometo.
—¿Lukas? —Franjo levantó la cabeza, sorprendido—. ¿Por qué razón Lukas?
—Eso no te lo puedo decir. Pero necesito saber qué relación tienen Lukas y Tarek con ese juego.
Al mencionar el nombre de Tarek, el muchacho se estremeció. Tras debatirse consigo mismo, al final decidió hablar.
—
Double Life
es de Lukas. En un principio solo era un programa de animación por ordenador que mostraba el trazado previsto de la B 8. Iba a tener enlaces con las páginas web de la OPMANAE y la LIK y se iba a repartir en CD-Rom por todas las casas de Kelkheim y Königstein.
»Lukas, Jonas y Tarek siguieron desarrollando el juego que Lukas creó a partir de la animación y lo subieron a internet. En un principio era inofensivo, los jugadores podían recorrer Kelkheim y Königstein con un personaje, comer en el Grünzeug o comprar entradas para el cine en Kelkheim. Después Lukas y Jonas se metieron en el ordenador de la caja de ahorros Taunus Sparkasse para ver si también se podía acceder a la banca por internet. Querían hacer del juego algo parecido al
Second Life
americano.
»Lukas desarrolló un programa cliente con el que uno puede administrar sus páginas y trabajar en ellas en línea a través de nuestro servidor —siguió explicando Franjo. A partir de ese programa se creó la herramienta con la que los jugadores de
Double Life
pueden diseñar su personaje y moverse por el juego. Para abrir una cuenta hay que facilitar el número de una tarjeta de crédito al registrarse y hay que pagar por todo lo que se hace. Funciona más o menos como una tienda
online
.
Ostermann asintió, fascinado. Cada vez respetaba más a esos muchachos.
—Cuanta más gente jugaba, tanto mejor era
Double Life
, ya que Lukas puso a disposición de todos los jugadores partes del código fuente para que pudiesen participar en la configuración. Pero Tarek se lo cargó todo.
—¿Por qué?
Franjo alzó la mirada.
—¿Sabe usted lo que es un TPS?
—Un «Third-Person-Shooter» —contestó Ostermann. Como en
Tomb Raider
.
—Exacto —confirmó el chico—. Tarek pensó que el juego tendría más garra si también había delincuentes y armas.
Hizo una mueca.
—¿Qué dijo Lukas a eso? —quiso saber Ostermann.
—Al principio, nada. Se ocupó de los códigos de seguridad y de acceso, y con su ayuda, más tarde pusimos el juego a salvo de la investigación de la Interpol. A
Double Life
se juega en nuestro propio servidor, pero no sé cómo Lukas consiguió enlazar este servidor a otro que se encuentra en el extranjero por medio de un portal. Los polis…, vamos…, la Policía no podrá llegar hasta él. —Franjo lanzó un suspiro—. Estábamos agobiados con la demanda. Es increíble la cantidad de dinero que pagaba la gente para poder ser uno de los asesinos. Un permiso de armas cuesta cien euros, y los permisos solo los podía expedir el padrino.
—¿Lukas? —supuso Ostermann, y Franjo asintió—. ¿Qué pasa con los que son asesinados?
—Uno se queda bloqueado veinticuatro horas, y mientras tanto el personaje va a parar a las mazmorras del castillo. Se puede comprar la libertad… o esperar.
—Pero el dinero es solo virtual, ¿no?
—No. Se puede usar la cuenta corriente. —Franjo sonrió con amargura—.
Double Life
es una mina. Eso fue lo que lo lio todo.
Sentado a su mesa, Bodenstein apartó los expedientes de Jonas Bock y Pauly después de hojearlos una y otra vez con la vana esperanza de encontrar algo nuevo o de tener una idea esclarecedora. Aunque le daba mucha pena Lukas, no se fiaba de él. Hasta entonces nunca había tratado a sabiendas con alguien que sufriera trastorno de personalidad múltiple, de manera que tampoco podía juzgar si el peculiar comportamiento del chico era un síntoma de dicho trastorno o tan solo una actuación perfecta. Por si acaso, Bodenstein ordenó que un coche patrulla vigilara la casa de Sander, que era donde había dejado a Lukas. Oficialmente, la presencia de la Policía tenía por objeto protegerlos de curiosos o de reporteros importunos, pero en realidad Bodenstein quería saber si Lukas salía de casa. Era el único pariente de Heinrich Van den Berg, el único que podía tener interés en que muriera. Del hospital no había llegado ninguna novedad: el banquero se había estabilizado, pero seguía inconsciente. Los médicos no podían determinar si debido a las graves heridas de la cabeza le quedarían secuelas o no. Un golpe de aire caliente entró por la ventana y revolvió las declaraciones de los jornaleros de Elisabethenhof. Reprimiendo una imprecación, el inspector comenzó a recoger las hojas. Y de pronto, ahí estaba, ¡la idea esclarecedora que esperaba! ¡Claro! Tenía la solución delante de sus narices desde hacía tiempo, pero no la había visto. Bodenstein se levantó de un salto y fue al despacho de Ostermann. Franjo Conradi estaba delante del ordenador, enseñándole al policía cómo abrir el portal de
Double Life
. Entró con el nombre de uno de los jugadores, y ante los fascinados ojos de Ostermann se abrió una simulación en 3D casi perfecta de las ciudades de Kelkheim y Königstein, aunque solo durante unos segundos. En la pantalla apareció un reloj digital que inició una cuenta atrás vertiginosa. Como si fuera una bomba.
—¿Qué significa esto? —preguntó.
Franjo se mordió los labios.
—Lukas quería parar
Double Life
—dijo—. Ya amenazó con hacerlo antes de la muerte de Jo, porque Jo y Tarek siempre se estaban peleando por culpa del juego. Todo empezó cuando algunas empresas de programas informáticos se interesaron por
Double Life
. Lukas no quería vender el juego de ninguna manera, pero Jo y Tarek no paraban de presionarlo.
—¿Recibió ofertas de empresas de programas informáticos?
—Varias. Los japoneses ofrecieron tres millones, los yanquis más aún.
—¿Tres millones de dólares? —La mirada de incredulidad de Ostermann se cruzó con la de Bodenstein.
—De euros —corrigió Franjo con voz inexpresiva—. Lukas dijo que no vendería su mundo, que antes acabaría con él. Tarek se puso como loco y le echó en cara que él podía hablar así, porque algún día heredaría la pasta de su padre. A Tarek solo le importa el dinero, en todo.
—¿Y qué pasa con esta cuenta atrás?
—La cuenta atrás significa que Lukas ha empezado a desinstalar. Dentro de seis horas y treinta y cuatro minutos, el ordenador iniciará un ataque de denegación de servicios y activará un gusano programado también por Lukas que paralizará todos los servidores y ordenadores con los que se comunica a través de
Double Life
. En comparación con el Svenja, tanto el Sober como el MyDoom o el Sasser eran meros juegos de niños.
Ostermann creía a pie juntillas cada palabra que decía el muchacho. A Lukas no le importaba el dinero, sino su prestigio como pirata informático. Preferiría despedirse de la comunidad con un buen golpe de efecto a comerciar con su propiedad intelectual.
—¿El Svenja? —preguntó Bodenstein, que se había acercado—. ¿Por qué llamó así Lukas al gusano?
Franjo lo miró un instante.
—Tarek opina que porque está completamente loco por Svenja. Solo que no es mutuo.
—¿Qué quieres decir con eso? —quiso saber Bodenstein.
El chico torció el gesto.
—Bueno… —vaciló—. Yo no lo sé, pero Tarek sostiene que Lukas no puede soportar que Svenja sea la única chica que no está enamorada de él.
Bodenstein clavó la mirada en el chico. En su cerebro, las piezas sueltas del puzle empezaban a encajar como por sí solas y a conformar un todo lógico que hasta ese momento él no entendía. Cuando entraron Frank Behnke y Kathrin Fachinger sonó el teléfono de Ostermann; este respondió y permaneció a la escucha un rato.